google5b980c9aeebc919d.html

sábado, 27 de junio de 2009

LA NOTA DE HOY

MAR AUSTRAL

Por Jorge E. VIVES

La Patagonia está íntimamente ligada al mar que contornea sus extensas y quebradas costas. Antes de la llegada de los marinos europeos existía un pueblo aborigen de raigambre marítima: los yaganes, avezados canoeros de los archipiélagos fueguinos. Cuando arribaron los exploradores del Viejo Mundo lo hicieron a través de esas aguas bravías, blancas de la espuma que el viento deshilacha de las crestas de las olas. Luego, a fines del siglo XIX y principios del XX, también las surcaron los colonos y los inmigrantes que venían a habitar estas tierras. Vía de comunicación, fuente de riquezas de diverso tipo, paisaje imponente de singular belleza que enmarca el horizonte, es imposible separar la imagen de la Patagonia del océano circundante. Sin embargo, esta simbiosis no se refleja tanto como es dable suponer en la literatura de la región.

Parecería ser mayor la atención prestada al mar en la narrativa testimonial. En principio las crónicas más antiguas, como es el caso del diario de Pigafetta, hacen referencia ineludible al océano austral porque fueron escritos por navegantes que veían el mundo con la visión del marino. En cambio, viajeros posteriores como George Musters describieron la región desde “tierra adentro”, casi sin mencionar la dimensión marítima. Sin embargo, una cronista de fines del siglo XIX y principios del XX vuelve a sentir la subyugación por el mar. Se trata de Eluned Morgan, la primer escritora patagónica; hija de Lewis Jones y autora de varios libros, entre los cuales uno de los más conocidos es la crónica de su viaje a la cordillera titulada “Hacia los Andes”. “Gwymon y Môr”, otra de sus obras, es la historia de un viaje en barco que realizó la narradora desde Liverpool hasta la colonia del Chubut. Morgan, nacida en el mar ya que vio la luz durante un viaje de sus padres en el buque “Myfanwy”, describe en “Algas marinas” sus impresiones a lo largo de la prolongada navegación.

Con el correr del tiempo aparecieron otros textos, orientados a aspectos marítimos puntuales. La figura del comandante Luis Piedra Buena es uno de los temas preferidos; lo que no es para menos dado los ribetes dignos de un guión cinematográfico que tuvo la vida del prócer maragato; defensor de los derechos argentinos en la región y benefactor magnánimo de los marinos que tenían la desgracia de zozobrar en estas gélidas aguas. “Piedra Buena, su tierra, su tiempo”, de Arnoldo Canclini, es una de esas biografías, que narra las hazañas del navegante proporcionando datos reveladores de una profunda investigación por parte del autor. Otra biografía del héroe patagónico es la obra “Piedra Buena, el caballero del mar” del presbítero Raúl Entraigas; un clásico en la bibliografía regional.

El tema de los naufragios también es tratado en varios textos. “Naufragios en el Cabo de Hornos, Isla de los Estados, Magallanes, Península Mitre, Malvinas y Georgias del Sur”, del investigador y escritor Carlos Pedro Vayro, describe en forma minuciosa los pecios localizados en la zona más austral del mar austral. Unas líneas aparte merece el libro “Naufragio del Virgen del Rosario”, del poeta y escritor comodorense Alfredo Lamas. Está redactado en base al testimonio del marinero Fernando Daniel Sabaño, uno de los sobrevivientes del barco pesquero de ese nombre que se hundió frente a las costas de Mar del Plata, con quien el autor mantuvo largas conversaciones. También Asencio Abeijón narra en “Incendio y naufragio del Presidente Roca”, relato incluido en su volumen “El guanaco vencido”, una catástrofe marítima acaecida en las costas patagónicas en 1908. Un libro de reciente aparición se agrega a esta lista: "Tras la Estela del Hoorn; arqueología de un naufragio holandés en la Patagonia", de Cristian Murray, Damián Vainstub, Martijn Manders y Ricardo Bastida

Sin embargo, parecería que en la literatura de ficción no existen tantas referencias al mar austral. El tema amerita sin dudas un nuevo artículo, cuya publicación está prevista en este blog. Pero tanto en el presente trabajo como en el futuro se analiza el papel del mar como numen inspirador para la narrativa; sin profundizar en la obra poética que es donde ha ejercido mayor influencia y que requeriría un estudio cuya profundidad excede estas líneas. Sólo a título de ejemplo de esta poesía marina patagónica, cierran el artículo unos versos del poema “Naufragio” que Alfredo Lamas introduce en la trama angustiante del libro del que es autor:

Ola, perra rabiosa
Tu espuma muerde barcos,
Rompe siniestra sobre mí
Gritando lágrimas saladas
Su eterna prisión.

Luego vuelve al seno.
Laxa... Humilde... Turmalina,
Triste color esperanza.











jueves, 25 de junio de 2009

CARTELERA CULTURAL

CULTURA GAIMAN

Mate de Luna

Encuentro Literario Musical

viernes 26/06 – 22:30hs

entrada $3

Salón Cultural

A partir del Viernes 26 de Junio la Dirección de Cultura de Gaiman abre un ciclo de encuentros culturales que se desarrollarán en el Salón Cultural ubicado en Eugenio Tello 483.

El objetivo de estos encuentros es convocar a escritores y músicos, en una reunión informal, para compartir sus creaciones y experiencias artísticas. El mate es la excusa para agregar al momento un toque de familiaridad y calidez.






CAMERATA EN PUERTO MADRYN
CAMERATA PATAGONIA
viernes 26-06 21:30 HS
EN EL TEATRO DEL MUELLE (10 SONIDOS)




domingo, 21 de junio de 2009

LA GESTA GALESA Y UN PROYECTO DOCENTE

Norma Hughes y un grupo de alumnos de la Escuela


PROYECTO ESCOLAR PARA RECORDAR LA GESTA GALESA

El recuerdo de la gesta colonizadora galesa del Chubut generalmente se circunscribe al ámbito local; sin la difusión que a nivel nacional debería tener una empresa de estas características. Pero poco tiempo atrás comenzó a realizarse un evento que tiende a revertir la situación; pues busca rememorar este acontecimiento en una localidad lejana a nuestra región. La actividad fue ideada por la docente Rosanna D´Ippolito, profesora de geografía de 2do. año de la Escuela de Educación Media Nro. 1 de Magdalena, en la Provincia de Buenos Aires, quien presentó un “proyecto escolar trandisciplinario” sobre la colonización galesa. No sólo las autoridades y el cuerpo docente de la Escuela apoyaron su desarrollo en el ámbito del establecimiento, sino que fue declarado de Interés Educativo, Histórico y Cultural por el Consejo Escolar local, de Interés Legislativo por el Concejo Deliberante de la ciudad, y de Interés Municipal por el Intendente.


Nancy Humphreys, Nelcis Jones y Norma Hughes


El proyecto se denomina “Hacia el conocimiento de la colonia galesa del Chubut y su presencia hasta nuestros días”, abarca distintas materias, como Geografía, Historia, Inglés, Filosofía, Turismo, Lengua y Literatura, Derecho, etc; y contempla, entre otras, las siguientes actividades:

Charla de presentación del tema sobre los celtas, el origen del idioma galés y los acontecimientos históricos en Europa, en especial el Reino Unido, en los siglos XVI – XIX.

Lectura de “El Riflero de Ffos Halen” por parte de los alumnos. Presentación del libro a cargo de su autor, Carlos Dante Ferrari.

Exposición – debate a cargo de la historiadora e investigadora Sra Nelcis Jones.


Exposición de Nelcis Jones


Proyección de un audiovisual producido en Gales sobre la Colonización.

Presentación del libro “Calon Lan” a cargo de su autora, Nancy Humphreys.

Clase de idioma galés y canciones en ese idioma a cargo de la Sra Norma Hughes.

Contacto con las escuelas N° 728 “Alfonsina Storni, de Puerto Madryn, N° 7, de Trevelin; y con una escuela de la ciudad de Aberystwyth (Gales).

Muestra de maquetas elaboradas por el maquetista naval Sr Héctor Martinoia.

Exposición del libro Rocky Trip de los Sres Sepiurka y Miglioli (tentativa, aún sin confirmar).

Invitación a visitar el colegio a la Embajadora del Reino Unido, para conocer el proyecto.

Edición de CDs con el material obtenido durante sobre el tema. Difusión en los MCS locales.

En la “fundamentación” se expresa que uno de los motivos que llevaron a su desarrollo es lo “poco sabemos de esta comunidad que se ha establecido en el sur argentino... dado que sólo es conocida a través de sus tortas que, acompañadas con un típico té, nos deleitan nuestro paladar. En el entendimiento que una cultura no puede trascender no sólo por los sabores que nos brinda, y ante la ausencia de un conocimiento de la misma en la currícula oficial hemos tomado la decisión de llevar adelante este proyecto que… posibilita un acercamiento a otras culturas”.

Rosanna D´Ippolito explica a su vez cómo se interesó en el tema: “Desde que pisé por primera vez la Patagonia (y de esto hace mucho tiempo atrás), me enamoré de ella. En mi primer viaje a Gaiman, me interesé por el galés. Después un amigo descendiente de galeses, de Trelew, me prestó el libro “Una frontera lejana” y tomé más contacto con la gesta. Me preguntaba por qué siempre hemos estado viendo películas sobre un fenómeno similar en el oeste norteamericano, y esto en nuestro país no ha sido divulgado, al menos al norte del Río Colorado”.

El proyecto se inició el pasado 26 de mayo con una charla destinada a alumnos y docentes en la que participaron Nelcis Jones (con una breve explicación acerca del pueblo galés y la colonización), Nancy Humphreys (quien presentó su libro y mostró fotos y documentos, sobre la colonia y la vida de su abuelo) y Nora Hughes (que habló sobre el idioma galés y entonó “Calon Lan” y el Himno de Gales). La conferencia tuvo gran aceptación por parte del público asistente.

Nancy Humphreys y Rosanna D´Ippolito


Indudablemente este tipo de actividades contribuyen al reconocimiento de la colonización galesa como un hito importante en la historia del país, no como una anécdota aislada y pintoresca; sino con la real importancia que el episodio tiene. Por ello esta iniciativa merece nuestro sincero reconocimiento, dirigido hacia todos aquellos que participan para que el proyecto siga adelante.

Sólo resta agregar... Diolch yn fawr, Rosanna! Diolch yn fawr, Magdalena!

Jorge E. Vives










miércoles, 17 de junio de 2009

LA NOTA DE HOY




Descripción de un otoño patagónico



Por Olga Starzak



La lancha que acababa de zarpar de Puerto Chucao nos iba, poco a poco, internando en ese apasionante lugar de la cordillera patagónica donde haríamos una caminata por la selva valdiviana, en procura de conocer el alerzal milenario, propiedad del Parque Nacional. El agua del lago, insondable e impetuosa, delataba la brisa propia de la época en que estábamos. Durante el transcurso de la navegación ascendimos a la cubierta y pronto decidimos regresar: el aire frío se alojaba en nuestro cuerpo como queriéndonos recordar la particularidad de ese clima tan propio del sur; y a la vez no dejaba de exponernos el azul intenso y puro de esas aguas. Llegamos al puerto poco después del mediodía y para nuestra sorpresa, en ese sitio, la calidez era sumamente envolvente.

Iniciamos la marcha a paso lento, mientras escuchábamos al guía de la excursión.

Poco después quedé abstraída por el paisaje y sólo mi cuerpo permaneció con los compañeros de viaje.

Elevé innumerables veces mis ojos al cielo, tratando inútilmente de encontrarme con ese firmamento que completaba el cuadro que tenía ante mí. Pocas veces el bosque me permitió verlo, pero cuando pude observé la bóveda celeste velada por tenues nubes, algunas muy bajas. Sentí la alegría de quien, aún inmerso en la estrechez de la selva, recibe la claridad de una atmósfera colmada de pureza.

El sendero que debía transitar era de una tierra negra, muy volátil y maderada; al apoyar cada pie sobre ella podía intuir su oquedad, producto del aire que se entremezcla en capas más o menos profundas. Cientos y cientos de árboles, después de haber cumplido su misión, o ateridos por circunstancias naturales, descansaban en ese suelo fértil.

Todo mi ser ahora formaba parte de esos colihues, de sus cañas que al tocarlas desde mi altura podía ver cómo se movían allá en lo alto queriendo penetrar en el aire; de esos alerces de troncos rugosos, de esmeriladas cortezas. En ellos apoyé ambas manos y quedé sorprendida por la temperatura cálida de su superficie; superficie de una textura tan irregular como única. Sus copas, de alturas inimaginables, mostraban el poderío de una naturaleza privilegiada. A cada momento, los arrayanes con sus troncos desnudos, con el color canela que los identifica, denunciaban la impertinencia de sus ramas: caprichosas, osadas, ocupando el espacio a su antojo. De esos troncos casi aterciopelados, se elevan audaces las copas de hojas tan verdes como firmes, ovaladas y de poca nervadura.

El verde húmedo de los helechos llamó mi atención. Crecían desde las ramas que acostadas o bajas imposibilitaban a cada momento mi paso, y me obligaban a agachar el cuerpo entre túneles naturales e inmensamente atractivos por su belleza.

A medida que avanzaba podía sentir, sin ningún esfuerzo, la muda vibración del silencio. Anegaba mis oídos y me producía una paz desmesurada; y de pronto era interrumpido por otros sonidos, el de algunas aves que al observar la visita, daban su bienvenida con un trinar agudo y rítmico, en un canto que era un canto a la naturaleza misma.

A cada paso aromas distintos me remitían a esencias conocidas, a olores cotidianos. Esas plantas me traían nostalgias; hasta entonces sólo las había visto en las hojas trituradas y acondicionadas para la venta que, a diario, consumía para preparar platos exquisitos o infusiones que degustaba con placer.

Fueron pasando las horas y yo seguía confinada en ese paisaje que cada vez resultaba más diáfano, aunque el sendero se cubriese con una alfombra de sutiles ocres, amarillos y verdes pálidos; dorados e impertinentes plateados. Y al recoger un puñado de esas hojas no podía dejar de estrecharlas en mi mano, en el afán de escuchar sus voces, de sentir el crujir armonioso que, sometido al esfuerzo, las diseminaba, volviéndolas en partículas que echaría al suelo para que se fundieran con su reino.

Pronto comencé a divisar las aguas del lago Verde, bebí de su costa ese líquido dulzón, ignoto y fresco al que se le adjudicaban poderes milagrosos.

En algún momento del trayecto pude sentarme y contemplar, desde un lugar más abierto, la cordillera plena, elevada con sus picos aún nevados y su vegetación apretada; podía imaginarla húmeda y helada. En lo alto, como tendidos en esas tierras enlomadas aparecían pequeños glaciares azulados que evocaban otros, ya conocidos y de inmensurable atracción.

Una telaraña se exhibía entre dos ramas de un colihue joven. Me pregunté qué arácnido podría sobrevivir en esa jungla apacible donde parecía difícil la presencia de criaturas agresivas. No debería ser más que alguna arañita inofensiva y, a juzgar por su obra, de muy poco tamaño.

Alguien me habló. Sentí su voz primero lejana; después más cerca.

En ese momento caí en la cuenta de que no estaba sola. Decenas de personas me acompañaban. Estábamos frente al alerce más añejo del país. Exuberante. Después de apreciar su grandeza, caminé unos pasos más y frente a mí, el Lago Cisne se mostró en todo su esplendor.

La caminata había concluido. Puerto Sagrario nos esperaba para el regreso.

El murmullo de los presentes me sacó de la obnubilación a la que estuve sometida durante más de dos horas por la magia del otoño patagónico.








sábado, 13 de junio de 2009

EL CUENTO DE HOY



En Patagonia, una esquila


por Jorge Gabriel Robert


Desde temprano reinaba un clima de trabajos camperos. La hacienda lanar se había repuntado hacia los potreros más cercanos. Los caballos bien herrados, los ovejeros atados cado uno en su cucha. La proximidad en armonía de la última labor del año requería que los animales, igual que los hombres, se mantengan livianos ante la duda del calor. Los corrales y galpones limpios; hasta las gallinas y otras aves de corral, deberán limitar su libre albedrío. Empieza la esquila.

La pequeña estancia lucía como para un día de fiesta; los niños de recientes vacaciones, presagiando una encerrona de varios días, recogían entre las flores silvestres, conejitos amarillos, margaritas blancas, alverjillas azules y rojas que un invierno de mucha lluvia les venía prometiendo. Era tradicional que se obsequiara un ramo de flores a los esforzados esquiladores antes de empezar su tarea, como premonitoria ofrenda de felicidad en su regreso al hogar.

También era costumbre se proveyera a los trabajadores con huevos de ñandú, o de martineta. Para ello, en previas recorridas por el campo a caballo, los niños de vacaciones los habían conseguido y hecho examinar por el baqueano capataz don Atilio, con garantía de estar “frescos.”

La comparsa compuesta por más de veinte hombres, llegada la tarde anterior en un camión atiborrado, gozaba su día de descanso para preparar herramientas, encender y puesta a punto del motor, afilar peines y cortadoras, primordial trabajo de Manuel el mecánico, mientras el resto de hombres eran duchos ya en hacer que la lluvia no los sorprenda en la noche sin un techo improvisado. Propicio Márquez, el contratista encargado de la comparsa, monitoreaba la organización de su gente, como responsable ante el dueño de la estancia que lo contrató.

Ramón, el cocinero, preparaba el clásico asado al asador, costillar con paleta y la parrilla para las achuras. La bolsa de galleta, alguna bebida no alcohólica, y por presentir el comienzo de faena, alguna guitarra desgranará sus melodías de sobre mesa, añorando el recuerdo de alguna novia que quizás espera. Las cuerdas entrelazan unos dedos curtidos por la suciedad transitoria del trabajo permanente. La gente está “al sereno” mientras cena. La luna llena se ha plantado en el cielo. Todos la miran; alguna estrella fugaz cruza la noche, como ofreciendo a ese grupo de guapos un tema de conversación. No es una estrella, dijo Joaquín el agarrador. Hablaron del cosmos, del aerolito, rebuscadas anécdotas unas ciertas y otras no tanto, se superponen en el entusiasmo del saber echado a rodar. Germán el prensero, se ha quitado el sombrero, ante la tertulia desconocida que no habla de potros y de aperos, hasta que el sueño y la humedad del rocío los hizo rumbear hacia sus lugares de descanso.

La luna ya ha cambiado su posición en el cielo dando por cumplida su misión y esta vez el lucero pareciera que brilla como nunca, pretendiendo protagonismo en el espacio. Ramón, el gran madrugador consuetudinario, que no participó de las risas y canciones, lo observa y se levanta a preparar el desayuno mientras hierve la yerba del mate cocido y se dora el churrasco; se tomaría unos mates a la bombilla como solía decir, mostrando unas virolas de oro. Fue por ella a su campamento privado y pasó por debajo de una arboleda de tamarisco gigante cuando escuchó un ruido extraño. Quedó como petrificado; ahogó un grito, por suerte pudo sobreponerse y evitó despertar a los que dormían. Se dio cuenta que su coraje de hombre rudo, en ese instante, había flaqueado. Sintió una mezcla de miedo y vergüenza al tiempo que entre las ramas, a su lado, se movía un bulto del que no podía desprender la vista, ni moverse.

Con las piernas entumecidas de terror, logró acercarse al lugar donde dormía su patrón, don Propicio y comunicarle el extraño caso. Conociendo la fidelidad de su empleado, don Propicio, luego de un largo desperezo, se calzó los pantalones, las alpargatas, el 32 corto y en el trecho hasta el lugar indicado fue rumiando el motivo. Él, que había requerido de sus trabajadores todos los antecedentes posibles, le pareció que podía tener la clave del extraño caso. El bulto no identificado comenzó lentamente a escalar un árbol mientras una nube larga y espesa iba cubriendo el horizonte del lado del naciente, haciendo más oscura la noche. El bulto a medida que ascendía iba tomando una forma humana. Propicio observó sin temor, mientras se iba rodeando de otros obreros que, enterados del caso, se acercaron, unos con un rifle, por las dudas el caronero, armas cortas y dispuestos a “ tirarle”. Una lechuza cómplice lanzó su chistido, y un ave nocturna en raudo vuelo huyó del lugar.

¡Alto! La voz estentórea del encargado rasga las penumbras, mientras cala los cuerpos con un estremecimiento parecido al terror. Gira contándolos con la vista, diestro para la mirada profunda a pesar de la oscuridad y los rostros alterados, y observa que falta uno. ¿Dónde está el muchacho rubio que subió de playero en El Molle?, pregunta. Los que tenían sus armas con gatillo levantado, apretaron el seguro mientras se miraban entre sí. No está en esta ronda el Silverio, ayer sacó el futbol y pateamos un rato, se oyó; después desembaló su valijita marrón, sacó un collar que siempre besa, leyó unas cartas amarillentas, se puso muy triste, casi no comió. Y se fue a dormir. Sí, en el viaje había contado que era sonámbulo desde muy pequeño y que un día le escribió a su madre allá en el cielo con un barrilete, pero claro, no sabía escribir. Tuvo que aprender en años de hambre y soledad. Desde niño le atraían las alturas; en su somnolencia, aquellos árboles lo había atraído. Sus compañeros de esquila prefirieron dejarlo, no llamarlo y rodear el fogón que crepitaba ofreciendo su calor y el apetitoso desayuno.

A la voz de “empezar, ya” los centauros, manija en mano, vuelcan de la oveja el blanco vellón. Silverio limpia la playa y ordena la salida de animales esquilados. En la embretada, un perro ladra.