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sábado, 29 de agosto de 2009

LA NOTA DE HOY


CULTURA BOER

Jorge Eduardo Lenard VIVES




Unos años después de la llegada de los galeses, otra vertiente colonizadora arribó al Chubut. En 1902, dieciocho colonos de origen “boer” desembarcaron en cercanías de la que luego sería la ciudad de Comodoro Rivadavia para poblar los campos aledaños. Con el correr del tiempo se sumaron muchas otras familias sudafricanas. Más allá de su significado social y político, la llegada de los “boere” (“boere” es el plural de “boer” en afrikáans) aportó una nueva vertiente cultural que enriqueció aún más el acervo patagónico. Dueños de una tradición muy particular que fusionaba elementos holandeses, franceses, alemanes y británicos, madurada en el ambiente exótico de África del Sur donde tuvo contacto con las costumbres de poblaciones vernáculas como los hotentotes y los zulúes, los “boere” enfrentaron en el sur argentino un ambiente geográfico particular que, actuando como un catalizador, produjo una nueva síntesis. La historia de este pueblo, previo a su desembarco en las costas comodorenses, es un ejemplo de templanza. La colonia que Holanda funda en Sudáfrica en 1652 recibió aportes de inmigrantes de ese país, pero también alemanes; y, después de las guerras religiosas en Europa, de franceses hugonotes. Luego se incorporaron británicos de las diversas naciones; aunque con Inglaterra la relación fue conflictiva.
El Reino Unido ambicionaba explotar las riquezas del sur africano; finalmente en 1814, tras varios intentos, llega a un acuerdo con Holanda y se hace cargo de la Colonia del Cabo, a partir de donde inician su avance hacia el resto de los territorios sudafricanos.
La situación no convenció a los pobladores originales, los “boere”, “campesinos” en idioma holandés, que iniciaron una “larga marcha” (la “groot trek”, una gesta de rasgos épicos) para establecerse lejos del dominio inglés. Crean así tres estados, el Transvaal, Orange y Natal (aunque este último se mantiene independiente por breve tiempo), que mantienen relaciones hostiles con los británicos de El Cabo.
Se enfrentan en dos guerras. La segunda, entre 1899 a 1902, culminó con el predominio inglés; lo que motivó la emigración de muchos boere que no quisieron aceptar esa circunstancia. Y así arriban a la Patagonia. Las principales características de la cultura boer son la práctica de la religión protestante (encuadrada en dos denominaciones, la “Iglesia Reformada” y la “Iglesia Holandesa Reformada”) y la presencia de un idioma propio, el “afrikáans”. Otro contenido cultural es su tradición culinaria, representada por comidas tales como el “melktert”, las “koeksisters”, la carne a la olla con verduras, el arroz con pasas de uva, aderezos como curry, cúrcuma, jengibre; los “tameleikie” (caramelos de leche), las “beskeid” (galleta con pasas de uva), las “frecadele” (albóndigas), las “koeksusters” (masitas fritas). Pero tal vez la característica sobresaliente no sea material sino espiritual: en ese sentido, el principal rasgo cultural de los boere es su espíritu de sacrificio, forjado en el “karoo” sudafricano, que les permitió adaptarse a la meseta patagónica. Las tradiciones del pueblo boer perduran desde hace más de un siglo sin perder identidad; lo que habla a las claras de su fortaleza intrínseca. Un ejemplo de ello es la realización anual de los “Boere sports”, manifestación de la simbiosis entre la cultura boer original y las vivencias en la nueva tierra, desarrollados sin interrupciones desde su llegada a la Patagonia. Consiste en competencias deportivas, pedestres y a caballo, a las que se suma una gran actividad social. También constituye una muestra de su tradición cultural la “Asociación Cristiana de Mujeres”; una institución aglutinante en los momentos iniciales de la colonización, que aun funciona.
Esta cultura dejó en la Patagonia una huella clara y permanente. Sin embargo, no existen muchas creaciones literarias que traten sobre la colonización boer. Una de las obras más importantes referidas al tema, es “En la tierra del viento” de Liliana Esther Peralta y María Laura Morón. También hay algunos artículos como el de Ramón Gorraiz Beloqui, “Fundación de la colonia bóer de Escalante”, en Argentina Austral; o “La inmigración boer en la Patagonia” de Mario Raúl Chingotto, en el Boletín del Centro Naval.
Otro antecedente valioso es la conferencia que en idioma afrikáans pronunció en Sudáfrica la Sra Rufina de Bruyn de Rabelink en el año 2008, titulada “Herinneringen aan Patagonia” (“Recordando la Patagonia”).
Pero la presencia de los “boere” en el Chubut aún no ha sido rescatada del todo por la literatura ni la historia regional. Sin dudas, esa es una deuda que se tiene con este pueblo esforzado y luchador, que tanto hizo por el poblamiento de la Patagonia.




Nota: el autor agradece a la Sra Juana Cornelia de Bruyn, descendiente de colonos “boere” que mantiene vigente el recuerdo de sus antepasados, la valiosa y abundante información brindada para redactar este artículo.




miércoles, 26 de agosto de 2009

EL CUENTO DE HOY




SOMBRAS


por Enrique Martínez Llenás



El sol, nuevamente herido de muerte, se ocultaba avergonzado bajo el horizonte, tiñendo de rojo el cielo con su sangre. No muy lejos la luna, todavía pálida y desdibujada, comenzaba su periplo habitual, acompañada por un viento brusco, seco y arrogante, que hacía crujir las coyunturas de la vieja casa de madera dentro de la cual ella, sentada en la penumbra del ocaso, miraba sin ver la botella de ginebra que descansaba sobre la rayada y vetusta mesa de madera del comedor.
De pronto se inquietó, y miró rápidamente hacia los lados. «Otra vez», pensó, sin poder saber con certeza si la sombra era real o un producto de su imaginación, desbordada por la soledad y el hastío desde la reciente muerte de él. Si, de él, que la había dejado huérfana de compañía para siempre, huyendo de la vida como el cobarde que siempre había sido; eso si, muy macho para pegarle a ella, para insultarla y basurearla sin piedad durante muchos y olvidables años. Y sin embargo, aún con remordimiento por su alegría ante la muerte de él, ella sabía que lo necesitaba, que nada volvería a ser lo mismo.
Se interrumpió nuevamente; el veloz y casi imperceptible movimiento a su alrededor la sacó de sus negros pensamientos por segunda vez. Había comenzado a aparecer, creía sin seguridad, a los pocos días de la muerte de él cuando, ya sola, volvió a la casa después de pasar una semana en el hospital acompañándolo en su agonía, desgarrada por la culpa ante lo que había hecho. Claro que fue a petición de él, pero eso no la absolvía; podía haberse negado escudándose en los consejos del médico, que le había prohibido terminantemente el alcohol. Pero fue débil, o cómplice, según como se lo quiera ver.
«Andá al mercado y traeme dos botellas de ginebra de la que me gusta. Estoy harto de ésta vida de parásito. Si me revientan las tripas, mejor. No aguanto más», le había dicho. Ella, mansa, las compró y se las trajo. No llegó a tomar más que la primera, porque en menos de media hora el terrible vómito de sangre lo arrojó al suelo hecho un guiñapo gimoteante, y ya nunca despertó; pasó una semana en coma en el hospital hasta que se fue.
La sombra apareció de a poco, como su culpa, haciendo crujir las tablas del piso de madera justo por debajo de donde se había filtrado la sangre de él. Luego comenzaron los ruidos de arañazos en los tabiques del baño y la cocina. Más tarde la vio correr apresurada y furtiva, para esconderse cuando ella abría la puerta, al volver del mercado o de la panadería. No lograba definirla con nitidez: era como una idea fugaz, como un pensamiento indefinido que quiere brotar y no puede. Hasta llegó a fingirse dormida para tentarla a salir, pero la muy astuta no se dejó engañar: se presentó sólo cuando ella se despertó por la mañana, en el momento de emerger de la bruma de las pesadillas, y se le escapó, como siempre. Y así día tras día de jugar a las escondidas y de sufrir por la ausencia de quien creía odiar.
Tomó la botella de ginebra que aún quedaba y la destapó. No pensaba beberla, el olor la asqueaba y le traía malos recuerdos y remordimientos. «Cómo pudiste matarte con ésta porquería, estúpido», pensó, en la penumbra de la sala, mientras se levantaba y, lentamente, con circunspección y casi devoción, comenzaba a mojar con la bebida las desteñidas cortinas, la tela raída del único sillón que tenía, sus propias ropas y, por fin, las tablas de donde había brotado ella, la mala sombra que la acompañaba y torturaba con su silencio en los inútiles días pasados desde la muerte de él.
Después, encendió por fin el fósforo y lentamente lo acercó al charco sobre las tablas del piso.




viernes, 21 de agosto de 2009

LOS POEMAS DE HOY

Dos poemas de Sandra Pien*





LAGO ARGENTINO


Todavía extraños
avanzamos cautelosos

el viento se escurre

en el horizonte

la pausa del silencio

es tan distinta.

Las matas del fruto elegido

el calafate humilde

detienen el camino sin fin.

Aún somos dos

y la fábula amenaza

con el atardecer

montañas añorantes del cielo.

Paso a paso

siento fuego

en las orillas

nacimiento brillante

de la luz.

Ausente y eterna

soy

me reencuentro

con el agua









SEÑALES


Como dos sonámbulos
sin noche ni descanso

caminamos
en silencio.
La Patagonia

no acepta lo apacible

apenas es seducida

por la distancia.

Sabíamos de la antigua

deuda con la tierra

habíamos encontrado

las señales.

Recién entonces

regresamos.

Todavía sin rumbo fijo

asistimos
en la roca viva
al tenue dibujo

de la mañana.




*Escritora y periodista de la Capital Federal, que vivió en El Calafate. Basada en sus vivencias patagónicas escribió una serie de poemas, que incluyen “Lago Argentino” y “Señales”, reunidos en su libro “Rumbo Sur”. Literasur publicó anteriormente sus poemas “Sin rastro de sal”, “Bosque de lengas”.y “Río Pinturas”.







lunes, 17 de agosto de 2009

EL CUENTO DE HOY


TRISTE ESPERA

Por Juan Bessonart


Lloraba. Su estómago no paraba de quejarse. Pina tenía hambre. La única ración de comida se había quemado mientras la recalentaba. Tendría que esperar al otro día.
Lloraba. Se enroscó sobre la almohada otra vez. Quiso seguir soñando.
Había sido un día agotador. Muy temprano caminó los cuatro kilómetros desde su casa al hospital. Llegó justo a horario. Tenía turno a las ocho con el médico.
No fue tan simple como esperaba. Un cambio de último momento impidió que le hagan la ecografía. No entendió si el médico estaba enfermo o el aparato estaba roto. Tampoco supo, ni pudo; ni quiso preguntar.

¿Para qué? ¿Acaso cambiaría algo? Estaba acostumbrada a ilusiones efímeras.
Se consoló pensando que un día, al fin, conocería el sexo de su hijo. ¡Que sea varón carajo! gritó. Tendría que esperar.
Estaba sola en todo esto. Estaba sola en la vida.
Se preguntó si su mamá también habría deseado un varón. Sintió culpa por haber forjado el destino de esa mujer.
Pina nunca conoció a su padre. Sin embargo conoció a muchos amantes de su madre. Desde muy chica. De algunos quisiera olvidarse para siempre, pero no podrá hacerlo jamás.
Lloraba. Caminaba bajando la pendiente; con la espalda arqueada buscaba el equilibrio. Le costaba mucho adaptarse a ese cuerpo de mujer. La panza la empujaba hacia delante.
Tal vez Lucas, su novio, se arrepienta. Tal vez cambie de idea y regrese. Cuando lo conoció se dio cuenta de que lo amaría toda la vida. Lo supo cuando la ayudó a escaparse de la casa. Lo supo desde que la poseyó por amor y no por dinero, como los amantes a su madre.
Quién sabe por qué se puso así cuando se enteró de la noticia. Nunca antes le había gritado. Nunca antes le había pegado.
Lloraba. Tuvo que detener su paso. La panza se hizo piedra. Tomó aire, se sentó en el tronco de un árbol caído. Eran casi las doce, tenía hambre y volvía con el alma triste y angustiada. Le hubiera gustado preguntar detalles, le hubiera gustado quejarse de algún modo, le hubiera gustado poder gritarle a alguien.

¡Nadie entendía lo que le pasaba! En ese lugar tan frío le respondieron simplemente: vuelva mañana.
Llegó a su casa. Panchi, alegre movió la cola al recibirla, se tiró al piso y se hizo pis.
Pina sintió el amor que le ofrecía, la acarició y juntas entraron a la casa.
Tenía más hambre cada vez. Por suerte quedaba algo del guiso de la noche. Era poco. Encendió la hornalla y lo puso a calentar. Panchi comprendió y no le pidió nada. Se tiró en el piso con la cola entre las patas.
Pina se recostó en la cama, se abrazo a la almohada. Cerró los ojos, estaba agotada.
La sorprendió el ruido de la puerta al abrirse bruscamente. Asustada se levantó y no pudo creer lo que veía.
Lloraba, el llanto le empañaba la visión. Todo había tomado otro color, más brillo, más nitidez. ¿Sería esto la felicidad?
Lucas la miraba, no sabía qué decirle; no podía hablar. Por un momento no supo si venía a perdonarla, o solo a saludarla por su cumpleaños. Había cumplido catorce el día anterior.
No necesitó decirle nada, ella entendió cuando dio un paso y la abrazó, después un beso secó las lágrimas hasta arrancarle una sonrisa. Hicieron el amor. Se quedaron acostados hablando un largo rato.
Coincidieron con un nombre, un nombre de mujer.
De repente todo se volvió borroso. Había humo, mucho humo, mucho olor.
Pina se despertó sobresaltada.
Lloraba. Su estómago no paraba de quejarse. Pina tenía hambre. La única ración de comida se había quemado mientras la recalentaba. Tendría que esperar al otro día.
Lloraba. Se enroscó sobre la almohada otra vez. Quiso seguir soñando.



Bajo el lema "¿Borrón y cuento nuevo?" El Hospital de Puerto Madryn llevó a cabo, durante el mes de marzo ppdo., un concurso literario donde invito a su personal a expresarse a través de las palabras, con el fin de rescatar y trasmitir sus deseos, fantasías, recuerdos o vivencias como trabajadores de ese nosocomio.
Juan Bessonart, médico pediatra de ese Hospital, obtuvo el primer premio con su cuento “Triste Espera”. Cabe destacar que Juan es alumno del Taller de Iniciación y Creación Literaria coordinado por Olga Starzak y auspiciado por Literasur.




viernes, 14 de agosto de 2009

LA NOTA DE HOY





Historia de la comunicación. El Alfabeto.

Por Kayra Wicz


El alfabeto es un sistema de escritura que representa cada fonema de una lengua por medio de un signo discreto y diferenciado. La palabra 'Alfabeto' es de origen griego, formada a partir del nombre de las dos primeras letras de su abecedario: ALPHA y BETA.

La invención de la escritura se debe a los sumerios, quienes en el tercer milenio antes de Cristo pasaron de la primera etapa pictográfica e ideográfica (dibujos sobre seres y cosas) a un sistema de signos verticales y oblicuos, impresos sobre arcilla. Para grabar sobre las tablas de arcilla, los sumerios utilizaban un estilo de caña, especie de punzón, que al imprimirse dibujaba signos con la apariencia de cuñas (del latín cuneus, “clavo”), de ahí el nombre de cuneiforme, con el que se lo conoce.
Los egipcios desde el año 3000 a.C. poseyeron escritura,”el jeroglífico”; palabra de origen griego que significa “complicada escritura sagrada utilizada en textos oficiales, religiosos y manifestaciones artísticas”. Si bien tuvieron una avanzada cultura, no inventaron un alfabeto de caracteres independientes, debido en parte a que consideraban sagrada la escritura jeroglífica.

Egipto tuvo tres tipos de escritura: la jeroglífica, la hierática (usada por los sacerdotes) y la demótica, empleada para usos más sencillos y cotidianos. La hierática fue una escritura adoptada por varios pueblos de las culturas mediterráneas, que le fueron sacando todo lo que tenía de pictográfica e ideográfica, hasta convertirla en un sistema de sonidos puros.
Fue el pueblo fenicio el primero en modificar la escritura jeroglífica. Sin duda su mayor legado fue la invención del alfabeto. Los pueblos de la antigüedad utilizaban la escritura para fines religiosos y administrativos, a la cual sólo accedían escribas y sacerdotes.

Los fenicios en cambio, la necesitaron para fines comerciales, entonces procuraron simplificarla. Inventaron así, 22 signos, que representaban otros tantos sonidos que al combinarse formaban palabras. No poseía vocales, era netamente consonántico y se escribía de derecha a izquierda.
Ciertas leyendas suponen que fue Cadmo, personaje entre histórico y legendario, hijo del rey Agenor de Fenicia, quien introdujo el alfabeto en Grecia, hacia los siglos IX y VIII a.C., con el objeto de difundir la cultura y el progreso.

En 1822 el arqueólogo francés Jean Françoise Champollion, logró la interpretación de la impenetrable escritura jeroglífica, a través de la llamada piedra Roseta, en la que figuraba un texto repetido en caracteres jeroglíficos, demóticos y griegos. Y así se abrieron las puertas de la epistemología para esta cultura.
El alfabeto comenzó a difundirse alrededor del año 1600 a.C.; y dada la practicidad fue adoptado por otros pueblos rápidamente. En la medida que la escritura es tecnología, no es de extrañar que esta eficaz herramienta, sea necesariamente producto del primer imperio histórico de dominio geográfico, vía el macedónico Alejandro Magno (alrededor del 300 a.C.). De los griegos pasó a manos de los romanos, sentando estas dos culturas las bases del pensamiento occidental.

En sus orígenes, es decir la etapa anterior a la representación del fonema por un signo, hay denominadores comunes tanto en la Mesopotamia, China o América Central: el pictograma, el contexto urbano, las funciones de estado. Fue mucho más tarde que el sistema reemplazó la tradición oral, como transmisión de costumbres, artes, y pensamientos.

Cuando Colón llegó a América en 1492, el idioma español ya se encontraba consolidado. En este nuevo mundo se inició otro proceso, el del afianzamiento de esta lengua, llamado hispanización. La América prehispánica se presentaba como un conglomerado de pueblos y lenguas diferentes, en etapa pictográfica, que se articuló políticamente como parte del imperio español y bajo el alero de una lengua común. La iglesia y sus misiones fueron uno de los troncos principales del desarrollo del idioma.


Los soportes de la escritura, el mecanismo mental por el cual una persona interpreta lo escrito; la definición de los idiomas; la trayectoria del texto hasta llegar a lo correcto e incorrecto; el nacimiento de la gramática, semántica, y ortografía; la adaptación humana: mano, ojos, trazo, memoria; todas las relaciones que el hombre ha creado, ya sean materiales o espirituales. Todo cambio en Fenicia para siempre. Y lo más importante es, que en esta forma de plasmar el mundo y su historia, sin importar la distancia y el lugar, sentir que, mientras haya una palabra escrita esperándonos, jamás estaremos solos.