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viernes, 10 de junio de 2011

LA NOTA DE HOY


HABÍA UNA VEZ...


Por Julia R. Chaktoura


Los quechuas dicen que contar cuentos sirve para matar al miedo




A partir de la última posguerra en adelante, comenzó a circular entre los padres la idea de que era perjudicial para los chicos contarles los cuentos tradicionales de ogros enormes, brujas que andan haciendo hechicerías diabólicas, lobos que se comen a caperucitas confiadas y demás engendros espantosos.

Abonaba esta teoría, el "descubrimiento" —por parte de los primeros profesionales dedicados a investigar la psicología infantil— de que los niños no eran tiernos e inocentes angelitos, sino seres humanos en constante crecimiento, dueños de una imaginación exuberante y dinámica, muchas veces violenta —y, si cuadra, hasta el límite del sadismo—, por lo cual no debía excitarse su morbo y sus fantasmas con cuentos irreales que los asustaran y agregaran leña al fuego interior que los exaltaba.

Cuidar la mente de los niños apartándolos de cuentos de hadas y monstruos y luego permitir que la vida real los apabulle con el abuso sexual infantil, la discriminación, el hambre, el abandono y las guerras, resulta de una hipocresía tan extraordinaria que movería a risa si no se tratara de un asunto absolutamente doloroso y cruel.

El prestigioso psicólogo e investigador de la infancia, Bruno Bettelheim*, sostiene que "Los cuentos tradicionales son indispensables para el desarrollo psíquico del niño." Y obviamente no se refiere a los almibarados relatos que les hablan de mariposas y flores y de abuelitas amables que tienen guardados frascos llenos de golosinas para los nenes que se portan bien. Muy por el contrario, se refiere a los cuentos que muestran la realidad de la fantasía y dejan entrever las conductas inherentes a la condición humana, porque cualquier niño puede quedar expuesto a situaciones traumáticas sin estar preparado, previamente, para ello. Por eso, reafirma que los cuentos: "consuelan y dan seguridad y coraje. Y enseñan las cosas, aunque en términos simbólicos y aparentemente irreales, pero cuya profunda verdad psicológica el niño percibe por instinto. Cada cuento toca un problema universal humano diferente y da, para cada uno de ellos, la respuesta clave que el niño espera. Le enseña que los débiles pueden triunfar, no como tales (cosa que sería un falso moralismo demagógico), sino gracias a las capacidades de su mente, que lo harán a su vez tan fuertes como para superar, no sólo a los malos, sino también a los grandes: una seguridad de la cual el niño, que se siente débil, necesita dramáticamente".

Los adultos, continuamente tratan de aliviar los miedos y angustias infantiles diciendo: "no es nada", "ya pasó"... y sandeces por el estilo. Por el contrario, los cuentos se ponen a la altura del niño reconociendo que todo lo que le está ocurriendo al personaje (con el cual se identifican) —la soledad, el temor al abandono, el miedo al futuro— es verdaderamente "terrible", pero que sin embargo, puede eliminar esos obstáculos mediante su propio ingenio, a veces superando una serie de "pruebas" que deben pasar, pero también por recurrir a diversas ayudas (el hada, los animalitos del bosque, los amigos o el príncipe azul).

Los peligros están en la vida real, los cuentos antiguos no los ocultan nunca, a diferencia de ciertas inútiles y hasta insulsas adaptaciones modernas. ¿Y la crueldad, los sentimientos de odio? Los chicos también son crueles y alternan momentos de odio hacia sus padres y hermanos con momentos de amor intensísimo. ¿Y los ogros y los hechiceros malditos y los peligros que corren los personajes? Los niños saben que esos personajes no existen en la realidad, aunque advierten, sin embargo, que los peligros están en la vida. El cuento es para ellos, al mismo tiempo realista e irreal, porque el "Había una vez..." lo aleja de la posibilidad del presente y el "Y vivieron felices", marca la posibilidad de la solución positiva de los acontecimientos horribles.

Por tal motivo, Bruno Bettelheim insiste en remarcar lo siguiente:

“Desde un punto de vista adulto, y en términos de la ciencia moderna, las respuestas que ofrecen los cuentos de hadas están más cerca de lo fantástico que de lo real. De hecho, estas soluciones son tan incorrectas para muchos adultos -ajenos al modo en que el niño experimenta el mundo- que se niegan a revelar a sus hijos esa “falsa” información. Sin embargo, las explicaciones realistas son a menudo, incomprensibles para los niños, ya que éstos carecen del pensamiento abstracto necesario para captar su sentido. Los adultos están convencidos de que, al dar respuestas científicamente correctas, clarifican las cosas para el niño. Sin embargo, ocurre lo contrario: explicaciones semejantes confunden al pequeño, lo hacen sentirse abrumado e intelectualmente derrotado. Un niño sólo puede obtener seguridad si tiene la convicción de que comprende ahora lo que antes le contrariaba; pero nunca a partir de hechos que le supongan nuevas incertidumbres.”

¿Y las cuestiones sexuales? Los cuentos tradicionales las contienen a todas, desde la seducción (La Cenicienta) hasta el despertar de los sentidos (La Bella Durmiente), que tocan estos temas de manera tangencial como para que el niño no sea atraído morbosamente, pero sí de manera velada como para que pueda percibirlos gradualmente, en viaje al crecimiento interior que lo prepara para una real independencia, tanto física como afectiva.

Mucho antes de que existiera la escritura y, más tarde, los libros impresos, la narrativa oral se fue construyendo a través de los siglos de ese modo, precisamente por el resultado cada más afinado de esta interacción entre el adulto —que percibe los mecanismos adecuados para cada oyente— y el niño recreador que escucha. Los cuentos y leyendas de los pueblos originarios de todo el mundo contienen crueldades, discriminación y muerte, porque relatan, por medio de parábolas y fantasías, la creación del mundo, las acciones de los hombres y las estrategias de defensa que dan sustento a la supervivencia humana.

La importante educadora, ensayista y cultora de la literatura infantil contemporánea,

Fryda Schultz de Mantovani (1912-1978), afirma que: "Los cuentos nacieron orales y tendrán que seguir siéndolo, hasta que el goce intelectual, que no es otra cosa que descubrir que la palabra oída puede guardarse en un signo, la letra, haga que por sí mismo el niño busque los cuentos en el libro. Las leyendas, los sucedidos o cuentos de hadas, esos seres providenciales (e incombustibles, como se probó en el auto de fe del Quijote) siguen tan campantes. Es que toda esa literatura es semejante al rito de iniciación en ciertas costumbres ancestrales, no desprovistas de juicio. El aparentemente ingenuo cuento para niños, adulterado, modificado, casi adivinado el gusto de los oyentes, siempre estará a cargo del mayor, del que sabe más, del jefe o chamán de la tribu; en este caso, del padre o la madre. Y con ello, como dice el profesor Bettelheim, se supera el miedo, la necesidad de amparo, la pugnacidad del niño hacia quien todo lo prohíben, los animales son sus compañeros y el mundo entero le descubre sus enigmas. Si se me permite el caso personal, yo diría que mi educación comenzó de la mano de mi padre contándome cuentos de gigantes y de hadas, de monstruos y de ángeles guardianes."


*Bruno Bettelheim,(1903-1990) uno de los más grandes psicólogos de la infancia, estudioso revolucionario del pensamiento y la praxis, nacido en Viena , sobreviviente de Dachau y de Buchenwald, fue el primero y el único que ha sabido curar a los niños "autísticos", rescatándolos de su gravísima neurosis por la cual se niegan a vivir, abandonando todo intercambio con el mundo exterior entregados a una existencia inerte y casi vegetal.







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lunes, 6 de junio de 2011

EL POEMA DE HOY



DOS SONETOS PARA EL RÍO CHUBUT (*)


por Virgilio Zampini



I


Hubo una vez -quién puede decir cuándo-

un nombrador tehuelche en tus orillas;

los siglos le narraron las sencillas

maneras que uno tiene de ir nombrando.



Con los ojos del pájaro buscando

el territorio de las maravillas,

no sin asombro, el indio, de rodillas,

bebió tus aguas y te fue llamando.



La soledad, el viento, la meseta,

se volvieron palabra por tu cauce

¿quién puede decir cuándo? Pero el sauce



sintió de pronto que era una silueta

espejada, con risas, en tu frío,

supo tu nombre, para siempre, río.






II




Y otros hombres vinieron al misterio

de tu sinuoso trazo. Fue el hispano

conquistador que edificó el imperio

de los Césares con su sueño vano.




(¿Para qué permitir que naufragara

el afán de los oros y las glorias

de aquel monarca que se imaginara

escribir, a tu vera, otras historias?)



Y fue el galés, cantor de libertades,

que dio su espalda, firme, a los retornos,

para plantar, de frente, tus ciudades.



Así hubo paz en todos tus contornos.

¿La espada?... Fatigado desvarío.

Hay mujeres y versos. Y hay un río.






(*) Corona del Eisteddfod - año 1972



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miércoles, 1 de junio de 2011

EL CUENTO DE HOY





Rafael Barrios (*)



Por Olga Starzak






En la quietud de su cuarto de escritor lo único que se escuchaba era el pulsar de los dedos sobre el teclado. Las palabras surgían a borbotones en la pantalla del aparato.
Rafael Barrios había decidido escribir su vida. Se había resistido durante mucho tiempo. Sin embargo, en los últimos años –mientras se acercaba al ocaso- comprobó que si él no lo hacía, lo harían otros; y no evitarían la mentira y la profanación con el objeto de que la biografía no autorizada de uno de los escritores más famosos de la época, vendiera miles y miles de ejemplares en todo el mundo.
Era un personaje polémico, tanto por su desapego a las cuestiones afectivas como por la frontalidad con la que manifestaba su opinión sobre temas políticos, religiosos o filosóficos.

No se detuvo demasiado en su niñez en Pompeya. Tampoco en las altas calificaciones que motivaron una beca para realizar sus estudios secundarios en el mejor colegio privado de Buenos Aires. No contaría en detalle el distanciamiento que ello originó en su familia, en cambio, sí y con esmero su intensa vocación por la literatura. No tenía aún quince años cuando ya había leído a Platón, Homero, Alighieri y Shakespeare. Mientras los jóvenes de su edad procuraban divertirse, él pasaba largas horas en el silencio de la Biblioteca Nacional. Luego proclamaría, no sin soberbia, que el resultado del éxito que había obtenido era consecuencia de su formación y de sus vivencias por el mundo, cuando ya editadas sus primeras obras, pudo concretar el anhelo de conocer todos los continentes.
Se había casado tres veces. No eludió particularidades de sus matrimonios ni de la personalidad de las madres de sus cinco hijos. Con todas se había casado motivado por su afinidad con las letras.

Tenía con sus hijos varones un vínculo sólo basado en el respeto; con las mujeres -que eran las dos mayores- había perdido contacto muchísimos años atrás, cuando separado de su primera mujer y acusado de abandono familiar, pagó una cifra millonaria por un juicio que lo llevó a la ruina. Salió de ella apenas editó el siguiente best seller.
Contaría de épocas en las que se silenció su mente, abrumado por angustias y depresiones. Narraría de otras en las que dedicó más de catorce horas diarias a escribir; de cuando fue galardonado en varios países. Confesó adversidades y frustraciones. Las compensó con éxito y reconocimiento.

Lo que jamás diría, y rogaba que no se conociera era su acción más indigna, su vergüenza, la eterna culpa, el secreto que se llevaría consigo y que el mundo conocía como la muerte súbita de la afamada poeta chilena, Noalí Pérez Escobar, ocurrida en su departamento en una fría mañana del invierno porteño.
Se le paralizaron los dedos al llegar a ese momento, al evocar la noche en la que -sosteniendo una relación prohibida- preso de los celos empujó a la mujer, sin piedad, contra la ventana del lujoso balcón de la calle Libertad. Noalí se había golpeado la cabeza en las gruesas barandas, cayendo desplomada para siempre. Acostumbrado a las visitas reservadas que le realizaba, había escapado sin dejar huellas, dejando un manto de misterio que jamás pudo ser develado.

Quedaba en blanco el capítulo que lo enfrentaba a esa realidad.

Cuando superó el bloqueo emocional que le produjo sentirse en la obligación de omitir la circunstancia más oscura de su vida, continuó. Lo hizo sin tregua. Habló de competencia profesional, de instituciones que vendían premios y de algunos colegas que los compraban; de editoriales, periodistas, analistas y críticos literarios.
Declaró adicciones y obsesiones, gustos y placeres, debilidades y preferencias. Expresó su imposibilidad para tener amigos y la facilidad para hacerse de enemigos.

Relató hasta el cruel momento en el que, afectado de una enfermedad terminal, se sintió obligado a escribir su vida como última obra de su autoría.

Cuando concluyó la producción, la releyó detenidamente. Como era su costumbre, casi no hizo correcciones. Dejó reposar el borrador unos pocos días. No podía darse el lujo de que fueran demasiados.

Pero volvió sobre el capítulo en blanco y sin ahorrar palabras, escribió ininterrumpidamente, revelando al mundo los detalles de la muerte de la poetisa Pérez Escobar.

Retrocedió las páginas de las hojas recién impresas, hasta la primera, y redactó en letra cursiva la dedicatoria.
“A la única mujer que amé”.
Lacró el sobre con el contenido de su autobiografía. Lo firmó sellando la veracidad de los hechos allí narrados. Y en el paquete escribió:
Para ser editado después de mi muerte.
Rafael Barrios


(*) De “El lenguaje del Silencio”, Cuentos. Editorial Vinciguerra- Buenos Aires, 2007



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domingo, 29 de mayo de 2011

EL CUENTO DE HOY





LA FUERZA DEL AMOR


por Ana María Ugarteche (*)





Un canto de cigarras ebrias de sol estremecía la estepa. El intenso calor convirtió el sufrimiento de Kan en una sensación aguda, intolerable.
La pelea con sus rivales había valido la pena. Salió triunfante, aunque una de sus manos estaba deshecha; a cada momento, un ardiente flechazo lo hacía estremecer.
La miró una vez más. Lena era bella, de pelo suave y rojizo. Su mirada tímida lo subyugaba, aunque lucía inquieta por la urgencia del momento. Lo instó a seguir hacia el bosque, ya los primeros dolores de parto la acicateaban.
Kan, exhausto, se detuvo a la sombra y bebió del rumoroso arroyo que, desde las montañas, corría entre los árboles. Vio que Lena se había alejado; fue la ternura la que le dio el coraje de continuar hasta alcanzarla.

Era el padre del retoño que Lena llevaba en su vientre. El orgullo y la tristeza lo invadieron.
De pronto sus ojos se nublaron. Inquieto sacudió la cabeza para ver mejor. Allí cerca, sobre el pasto, Kan pudo entonces, ver el nacimiento de su hijo.
La yegua irguió la cabeza para encontrar la turbia mirada del semental. En un esfuerzo postrero, el macho relinchó gozoso, para caer luego con un golpe sordo. Ya no volvería a levantarse.



(*) Escritora trelewense. Esta obra obtuvo el Primer premio en el certamen: "Cuento", tema libre, del Eisteddfod del Chubut - año 2002



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lunes, 23 de mayo de 2011

EL POEMA DE HOY



Un poema de Carlos Dante Ferrari





BAJO IDÉNTICAS ESTRELLAS


A Pablo Neruda.


¡Qué verdad tan sencilla

proclamaste

al declarar al mundo que podías

escribir los versos más tristes

esa noche!

Al decirlo enunciabas

sin quererlo

tu más cara y lograda profecía.

Porque a partir de entonces

generaste

una prole infinita

de anónimos amantes

que cada noche,

borrachos de poesía,

desnudan

idénticas tristezas

bajo un cielo estrellado

y pronuncian

tal vez

en la memoria

esas mismas palabras

confidentes

de duelo enamorado.

Son y serán nocturnos

incesantes

confesando a los astros

su gris melancolía.

Como esa noche tuya,

eterna,

inconsolable,

la del poema 20.

(Como esta noche

mía.)




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