CERTEZA
Por Ada Ortiz Ochoa (Negrita*)
Mariana quedó sola. Su esposo la había humillado una vez más.
Recogió sus ropas. Las guardó en el pequeño bolso.
Se miró las manos. Temblaban.
Recordó las amenazas veladas de Pedro. Parecía odiarla.
Por primera vez la hizo sentir un estorbo. Algo desechable.
Como en un sueño vio llegar a su vecina, mujer bondadosa aunque poco demostrativa, que la ayudó a vestirse. Se ocupó también de cerrar las puertas, revisó las llaves de gas, apagó luces. Siempre en silencio.
-¡Vamos, Mariana! Ya es la hora en que debe internarse- le habló suave.
Antes de subir al taxi se detuvo y miró su casa.
-¡Otra intervención quirúrgica! ¿Regresaré? - se preguntó a sí misma.
Algo helado pareció aletear en su pecho. ¡Pedro! ¿Qué pasó con él? Debe haber otra mujer. Si la hay... ¿quién es? ¿Cómo es?
Se entretenía agregando tizones al fuego interior.
Llegaron al sanatorio. La esperaban.
Ocuparía una habitación compartida. La silueta asaetada apenas era visible entre las ropas de cama. Era una anciana.
Ella, Mariana, ocuparía el restante lecho.
Ya acostada comenzó a receptar los apagados ruidos exteriores.
Recordó que alguien había dicho:
-¡Es la mujer de Pedro!- fue sólo un cuchicheo pero ahora lo recordaba.
Esta amargura. La soledad. Ahogó un sollozo.
Una bonita y jovial enfermera entró y comenzó a prepararla. Apenas si reparó en su apatía parecida a un sopor. Sin voluntad la dejó hacer.
Otras enfermeras se alternaron requiriendo diferentes datos.
Los ojos negros atrajeron su atención. Ambas quedaron así. Mirándose.
Pero fue tan fugaz ese instante, que Mariana quedó dudando que fuera real. Todo parecía fantasía, producto de su imaginación.
Apenas durmió a pesar del calmante.
Su mente barajó imágenes. Las sensaciones al rememorar lo vivido fueron de bueno para abajo.
Despertó al sentir que quitaban la frazada. La enfermera hacía su trabajo con eficiencia.
-¡ Bueno, llegó la hora!- se dijo Mariana.
Su mirada buscó a Pedro con ansiedad. Sintió en el brazo el pinchazo. Sabía que era la pre-anestesia.
En breves minutos el efecto la dejó indefensa manejada por manos hábiles.
Es rápido el traslado en la camilla. Cerca del quirófano está Pedro. En su mirada no vio afecto.
En la aséptica sala observó minuciosamente. Podía ver a través de una puerta entreabierta, otra puerta y del otro lado de ella..., a Pedro, que cambiaba palabras con una joven del equipo del establecimiento.
Estaban solos.
Quiso gritar pero su lengua parecía estopa dentro de la boca.
El grupo fue formándose a su alrededor. Ropa de cirugía. Guantes. Gorras. Voces acalladas y precisas. Sus brazos fueron sujetos. Alguien trabajaba a su lado. Sintió el pinchazo en la vena como una presión. Automáticamente miró los ojos de esa mujer que adivinaba joven. Las negras pupilas que asomaban sobre el barbijo le mostraron la burla sonriente de un destino prefabricado.
- ¿Ella y Pedro?... Mariana supo que no regresaría.
(*) Escritora y artista plástica nacida en Río Cuarto, radicada en Sierra Grande desde el año 1978. Editó las obras “Esperá que te cuento.”, “Esperá que te cuento II- Sueño Patagónico”, “Palabras de Otoño” y “Después.., será un mañana.” Trabaja en su novela “Los Silencios” y en el relato autobiográfico “Mi vida no es un cuento”. Obtuvo diversos premios literarios. Participó en numerosos libros compartidos y en encuentros, congresos y talleres literarios, tanto en el país, como en el exterior. Corresponsal Nacional de la Sociedad Argentina de Letras, Artes y Ciencias. Fue corresponsal de periódicos, aportó entrevistas y colaboraciones en semanarios y revistas. Jurado en varios concursos de artes plásticas y literatura. Creó y dirigió dos revistas literarias impresas: Verbonautas y El Timonel. Miembro de diversos “sitios” literarios en la Red virtual. Miembro y corresponsal del Círculo de Escritores del Comahue. Integra el Grupo de Escritores Independientes Avefénix.
Recogió sus ropas. Las guardó en el pequeño bolso.
Se miró las manos. Temblaban.
Recordó las amenazas veladas de Pedro. Parecía odiarla.
Por primera vez la hizo sentir un estorbo. Algo desechable.
Como en un sueño vio llegar a su vecina, mujer bondadosa aunque poco demostrativa, que la ayudó a vestirse. Se ocupó también de cerrar las puertas, revisó las llaves de gas, apagó luces. Siempre en silencio.
-¡Vamos, Mariana! Ya es la hora en que debe internarse- le habló suave.
Antes de subir al taxi se detuvo y miró su casa.
-¡Otra intervención quirúrgica! ¿Regresaré? - se preguntó a sí misma.
Algo helado pareció aletear en su pecho. ¡Pedro! ¿Qué pasó con él? Debe haber otra mujer. Si la hay... ¿quién es? ¿Cómo es?
Se entretenía agregando tizones al fuego interior.
Llegaron al sanatorio. La esperaban.
Ocuparía una habitación compartida. La silueta asaetada apenas era visible entre las ropas de cama. Era una anciana.
Ella, Mariana, ocuparía el restante lecho.
Ya acostada comenzó a receptar los apagados ruidos exteriores.
Recordó que alguien había dicho:
-¡Es la mujer de Pedro!- fue sólo un cuchicheo pero ahora lo recordaba.
Esta amargura. La soledad. Ahogó un sollozo.
Una bonita y jovial enfermera entró y comenzó a prepararla. Apenas si reparó en su apatía parecida a un sopor. Sin voluntad la dejó hacer.
Otras enfermeras se alternaron requiriendo diferentes datos.
Los ojos negros atrajeron su atención. Ambas quedaron así. Mirándose.
Pero fue tan fugaz ese instante, que Mariana quedó dudando que fuera real. Todo parecía fantasía, producto de su imaginación.
Apenas durmió a pesar del calmante.
Su mente barajó imágenes. Las sensaciones al rememorar lo vivido fueron de bueno para abajo.
Despertó al sentir que quitaban la frazada. La enfermera hacía su trabajo con eficiencia.
-¡ Bueno, llegó la hora!- se dijo Mariana.
Su mirada buscó a Pedro con ansiedad. Sintió en el brazo el pinchazo. Sabía que era la pre-anestesia.
En breves minutos el efecto la dejó indefensa manejada por manos hábiles.
Es rápido el traslado en la camilla. Cerca del quirófano está Pedro. En su mirada no vio afecto.
En la aséptica sala observó minuciosamente. Podía ver a través de una puerta entreabierta, otra puerta y del otro lado de ella..., a Pedro, que cambiaba palabras con una joven del equipo del establecimiento.
Estaban solos.
Quiso gritar pero su lengua parecía estopa dentro de la boca.
El grupo fue formándose a su alrededor. Ropa de cirugía. Guantes. Gorras. Voces acalladas y precisas. Sus brazos fueron sujetos. Alguien trabajaba a su lado. Sintió el pinchazo en la vena como una presión. Automáticamente miró los ojos de esa mujer que adivinaba joven. Las negras pupilas que asomaban sobre el barbijo le mostraron la burla sonriente de un destino prefabricado.
- ¿Ella y Pedro?... Mariana supo que no regresaría.
(*) Escritora y artista plástica nacida en Río Cuarto, radicada en Sierra Grande desde el año 1978. Editó las obras “Esperá que te cuento.”, “Esperá que te cuento II- Sueño Patagónico”, “Palabras de Otoño” y “Después.., será un mañana.” Trabaja en su novela “Los Silencios” y en el relato autobiográfico “Mi vida no es un cuento”. Obtuvo diversos premios literarios. Participó en numerosos libros compartidos y en encuentros, congresos y talleres literarios, tanto en el país, como en el exterior. Corresponsal Nacional de la Sociedad Argentina de Letras, Artes y Ciencias. Fue corresponsal de periódicos, aportó entrevistas y colaboraciones en semanarios y revistas. Jurado en varios concursos de artes plásticas y literatura. Creó y dirigió dos revistas literarias impresas: Verbonautas y El Timonel. Miembro de diversos “sitios” literarios en la Red virtual. Miembro y corresponsal del Círculo de Escritores del Comahue. Integra el Grupo de Escritores Independientes Avefénix.
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