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domingo, 21 de agosto de 2011

EL POEMA DE HOY




LA SIESTA (*)



Por Nadine Aleman





Te modelo la piel.



Tus gemidos burlan la tarde

que convida solo silencio.



Me sumerjo solemne

en la revelación

de tenerte.



Comprendo a Dios

en la sensualidad.



Te empujo al delirio.

Te avivo.



Comparten nuestro misterio

la mirada de las esculturas.




(*) De la obra titulada "Letal intensidad".



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jueves, 18 de agosto de 2011

LA NOTA DE HOY




LA CULTURA Y LA CRISIS DE LA MITAD DE LA VIDA




Por Julia R. Chaktoura






La trayectoria vocacional/profesional/ocupacional de una persona da como resultado un desenvolvimiento productivo, medido en logros individuales, que otorgan plenitud, satisfacción personal y sirven para lanzarse constantemente hacia adelante con nuevos y más intensos planes. Así se trazan los proyectos de vida que nos movilizan hasta el último de nuestros días. Esos proyectos son los que mantienen viva la llama de la ilusión y nos hace permanecer jóvenes de espíritu y creativos, sin importar la edad cronológica que tengamos.

Cierta crisis de la mitad de la vida suele aparecer entre los 40 y los 50 años. Tiene una duración promedio de 5 años desde que se instala hasta que se resuelve; y es necesario ser poseedor de un equilibrio dinámico capaz de adaptarse a los cambios exigidos por el vivir, para poder transitar ese período que demanda energías suplementarias no sólo físicas, sino (y especialmente) psicológicas.

Las personas están sometidas constantemente a empujes desequilibrantes, pero por lo general cuentan con recursos para solventar estas vicisitudes. Si los estímulos son desbordantes o las partes comprometidas son significativas, hablamos de crisis.

La personalidad que se va formando a lo largo de la historia de un individuo se resuelve mediante un equilibrio que se da naturalmente; la producción y la creatividad son una manera de expresarse vitalmente en el mundo, y por lo tanto, también expresan esa historia.

Entre los 20 y los 25 años, se crece, se define la vocación y se realizan los aprendizajes sociales. Antes de llegar a la mitad de la vida se funda una familia, se afirman los aspectos vocacionales y las profesiones se han integrado a una ocupación.

En el momento en que el equilibrio dinámico se supone asentado por completo, aparece la crisis de la mitad de la vida.

Es cuando se registran algunos cambios corporales y descubrimos inquietudes sobre el aspecto personal: algunas pequeñas disfunciones físicas, alguna curiosidad sobre técnicas estéticas cuando nos miramos en el espejo...

En cuanto al mundo de los afectos, la muerte de los padres ya es una realidad o una amenaza razonable. Amigos de antiguo se pierden. Los hijos han tomado las riendas de sus propias vidas o están por hacerlo en breve plazo.

Lentamente van apareciendo en la conciencia ciertos temores que nos resultan novedosos por lo cual engendran angustia.

¿Qué está ocurriendo? El sistema endocrino y las presiones sociales empujan al adulto a pensar en los años transcurridos, en el tiempo perdido que ya es irrepetible, en todo lo que fuimos dejando para mañana y que ese mañana puede no llegar nunca, en las vocaciones postergadas, en las asignaturas pendientes. Es cuando se toma conciencia de la propia muerte.

Habitualmente se atribuye la muerte a un asunto del azar. Suele ser algo que le ocurre a otros. Darse cuenta de lo inexorable es una vivencia dolorosa que se tiende a sofocar.

A partir de los cuarenta años es cuando uno debe aprender a separarse de la vida. Es cuando se afina la puntería y las personas se vuelven más selectivas, eligen “las mejores manzanas” (como diría Alberto Cortés), le restan importancia a muchas cosas que antes les demandaban horas de análisis, reducen su círculo de amistades a los más íntimos y elaboran su balance personal. Es el momento de reconocerse como sujeto histórico: se es la resultante de lo hecho; no hay responsables por las elecciones propias, se han perdido oportunidades irrecuperables y hay proyectos a los que hay que renunciar porque ya no son viables.

Es el tiempo de pensar en las renuncias.

Aún hay capital psíquico suficiente como para hacer este trabajo que afecta la capacidad creativa y productiva de una persona.

Crear requiere la posibilidad de establecer conexiones entre partes o aspectos que antes nunca habían interactuado, es contar con la libertad de pensar y hacer.
Las renuncias que impone la realidad ponen a prueba a la persona en un todo.

Toda pérdida demanda un período de duelo, proceso psíquico de reacomodamiento ante las carencias que se avecinan. Este trabajo íntimo, que se realiza en absoluta soledad, requiere capacidad y espacio afectivo para poder pensarse a sí mismo como sujeto finito, capaz de separarse y despedirse de muchas cosas de la vida, ya vividas y de las no vividas.

De acuerdo a cómo se transite este período, el resto de la madurez podrá ser una época creativa y vital.

Es el tiempo de pensar en uno mismo. De desempolvar vocaciones. De atreverse.

Estudiar, escribir, pintar, esculpir, componer música, aprender artesanías, atreverse a participar de un taller de teatro, acercarse a la cultura en cualquiera de sus expresiones. Vivir para crear belleza.

Eso es lo que da sensación de permanencia, porque la belleza es eterna. Y la creatividad nos acerca a ella, nos permite mirarla aunque sea de soslayo, nos impulsa a perseguirla aunque no la alcancemos nunca y nos deja la sensación de que valió la pena, de que el segundo tiempo recién comienza y estamos dispuestos a sacarle el máximo provecho.

La vida es una tramposa, “promete más de lo que da”, decía Ortega y Gasset. A menos que lo sepamos con anticipación y le arrebatemos a tiempo los frutos maduros que guarda para los elegidos. Aquéllos que hicieron de sus vidas un asunto hermosamente productivo y dejaron su impronta en este mundo por medio de la creatividad, el talento y el deseo magnífico de trascender la muerte con la propia obra.








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sábado, 13 de agosto de 2011

EL POEMA DE HOY





UNA ESPIGA EN EL RASTROJO




Por Jorge Castañeda (*)




No te inquietes tanto amiga
si me pongo a divagar,
a veces me ando buscando
y no me puedo encontrar.

Soy como un niño perdido,
una hoja en el vendaval.
Son para mí salobres
las aguas del manantial.

Siento que me faltan cosas
que no puedo precisar.
Voy como un pájaro herido
al que le cuesta volar.

A fuerza de andar y vivir
nunca dejé de buscar.
Si yo me hubiera encontrado
otro sería mi cantar.

Llevo un dejo de tristeza
y mucho de soledad.
Yo busqué los absolutos
y no los pude encontrar.

Si me encuentras preocupado
no te debes extrañar:
una espiga en el rastrojo
no me canso de buscar.




(*) Escritor de Valcheta (Provincia de Río Negro)







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lunes, 8 de agosto de 2011

EL CUENTO DE HOY




CERTEZA




Por Ada Ortiz Ochoa (Negrita*)



Mariana quedó sola. Su esposo la había humillado una vez más.
Recogió sus ropas. Las guardó en el pequeño bolso.
Se miró las manos. Temblaban.
Recordó las amenazas veladas de Pedro. Parecía odiarla.
Por primera vez la hizo sentir un estorbo. Algo desechable.
Como en un sueño vio llegar a su vecina, mujer bondadosa aunque poco demostrativa, que la ayudó a vestirse. Se ocupó también de cerrar las puertas, revisó las llaves de gas, apagó luces. Siempre en silencio.
-¡Vamos, Mariana! Ya es la hora en que debe internarse- le habló suave.
Antes de subir al taxi se detuvo y miró su casa.
-¡Otra intervención quirúrgica! ¿Regresaré? - se preguntó a sí misma.
Algo helado pareció aletear en su pecho. ¡Pedro! ¿Qué pasó con él? Debe haber otra mujer. Si la hay... ¿quién es? ¿Cómo es?
Se entretenía agregando tizones al fuego interior.
Llegaron al sanatorio. La esperaban.
Ocuparía una habitación compartida. La silueta asaetada apenas era visible entre las ropas de cama. Era una anciana.
Ella, Mariana, ocuparía el restante lecho.
Ya acostada comenzó a receptar los apagados ruidos exteriores.
Recordó que alguien había dicho:
-¡Es la mujer de Pedro!- fue sólo un cuchicheo pero ahora lo recordaba.
Esta amargura. La soledad. Ahogó un sollozo.
Una bonita y jovial enfermera entró y comenzó a prepararla. Apenas si reparó en su apatía parecida a un sopor. Sin voluntad la dejó hacer.
Otras enfermeras se alternaron requiriendo diferentes datos.
Los ojos negros atrajeron su atención. Ambas quedaron así. Mirándose.
Pero fue tan fugaz ese instante, que Mariana quedó dudando que fuera real. Todo parecía fantasía, producto de su imaginación.
Apenas durmió a pesar del calmante.
Su mente barajó imágenes. Las sensaciones al rememorar lo vivido fueron de bueno para abajo.

Despertó al sentir que quitaban la frazada. La enfermera hacía su trabajo con eficiencia.
-¡ Bueno, llegó la hora!- se dijo Mariana.
Su mirada buscó a Pedro con ansiedad. Sintió en el brazo el pinchazo. Sabía que era la pre-anestesia.
En breves minutos el efecto la dejó indefensa manejada por manos hábiles.
Es rápido el traslado en la camilla. Cerca del quirófano está Pedro. En su mirada no vio afecto.
En la aséptica sala observó minuciosamente. Podía ver a través de una puerta entreabierta, otra puerta y del otro lado de ella..., a Pedro, que cambiaba palabras con una joven del equipo del establecimiento.
Estaban solos.

Quiso gritar pero su lengua parecía estopa dentro de la boca.
El grupo fue formándose a su alrededor. Ropa de cirugía. Guantes. Gorras. Voces acalladas y precisas. Sus brazos fueron sujetos. Alguien trabajaba a su lado. Sintió el pinchazo en la vena como una presión. Automáticamente miró los ojos de esa mujer que adivinaba joven. Las negras pupilas que asomaban sobre el barbijo le mostraron la burla sonriente de un destino prefabricado.
- ¿Ella y Pedro?... Mariana supo que no regresaría.





(*) Escritora y artista plástica nacida en Río Cuarto, radicada en Sierra Grande desde el año 1978. Editó las obras “Esperá que te cuento.”, “Esperá que te cuento II- Sueño Patagónico”, “Palabras de Otoño” y “Después.., será un mañana.” Trabaja en su novela “Los Silencios” y en el relato autobiográfico “Mi vida no es un cuento”. Obtuvo diversos premios literarios. Participó en numerosos libros compartidos y en encuentros, congresos y talleres literarios, tanto en el país, como en el exterior. Corresponsal Nacional de la Sociedad Argentina de Letras, Artes y Ciencias. Fue corresponsal de periódicos, aportó entrevistas y colaboraciones en semanarios y revistas. Jurado en varios concursos de artes plásticas y literatura. Creó y dirigió dos revistas literarias impresas: Verbonautas y El Timonel. Miembro de diversos “sitios” literarios en la Red virtual. Miembro y corresponsal del Círculo de Escritores del Comahue. Integra el Grupo de Escritores Independientes Avefénix.



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viernes, 5 de agosto de 2011

LA NOTA DE HOY





LAS CAPILLAS DEL VALLE EN LA LITERATURA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives

Entre las principales manifestaciones culturales legadas por la Colonia Galesa del Chubut se encuentra la religión. Las denominaciones protestantes mayoritarias en el Valle fueron la congregacionalista (o independiente), la metodista y la bautista. También hubo anglicanos.

Inicialmente, cada iglesia tuvo sus propias capillas, pero diversos factores incidieron para que se agrupasen durante una reunión llevada a cabo en la Capilla Bethel “Vieja” de Gaiman en 1902; verdadera experiencia ecuménica que finamente derivó, hacia los años 60, en la Unión de Iglesias Cristianas Libres del Chubut. El servicio religioso mantenido a lo largo del tiempo, junto con la preservación de los edificios donde se celebra el culto, permitió conservar hasta la actualidad las tradiciones de aquellos primeros pobladores; y contribuyó a perpetuar su idioma. El total de capillas erigidas en el valle entre 1865 y 1925 fue de 34.

No existieron en forma simultánea; la cifra abarca todas las edificaciones que se hicieron, incluyendo aquellas destruidas por diversas causas y las que fueron construidas para reemplazarlas. Al día de hoy existen 16 capillas en pie: “Berwyn” en Rawson, “Moriah” y “Tabernacl” en Trelew, “Nazareth” en Drofa Dulog, “Bethlehem” en Treorcky, “Seion” en Bryn Gwyn, “Bethel Nueva” y “Vieja” en Gaiman, “Salem” en La Angostura, “Bryn Crwn”, “Bethesda” y “Glan Alaw” en los parajes que llevan sus nombres, “San David”, anglicana, en Maes Teg, “Ebenezer” y “Carmel” en Dolavon, y “Bethel” en Tir Halen. De las 18 faltantes, 12 fueron arrasadas por inundaciones (10 de ellas durante la gran inundación de 1899); en tanto 6 se derribaron por distintos motivos. Ejemplo de estas últimas es la “Capilla de Piedra”, construida en 1877 por John C. Evans y William T. Griffiths en el predio donde luego se ubicó la Escuela Nro. 34 en Gaiman. Este resumen no menciona la ya desaparecida capilla de chapa de Puerto Madryn; en uso durante varios años.




La Literatura reflejó la permanencia de estas costumbres; haciendo hincapié en los edificios que albergaron el culto. Entre las primeras obras dedicadas a su difusión, se encuentra “Capillas del Valle”, del Dr. Alberto Abdala y Matthew Henry Jones, un libro editado con motivo de los cien años de la llegada de los colonos galeses. Luego de una reseña general de la religión en la zona, desarrolla la historia de cada capilla. Un dato interesante es que habla de 17 construcciones en pie; ya que en ese momento aun se erguía la capilla de Tair Eligen; cuya localización sobre la Ruta 7 entre Trelew y Rawson está actualmente señalada con una placa. Años más tarde, en 1977, se publicó un pequeño opúsculo, con dibujos muy precisos de las capillas realizados por el artista galés I. R. Daniel y breves textos descriptivos sobre cada una en castellano, inglés y galés. Su título es “Capillas Colonia Galesa Valle del Chubut” (Sic).

Hacia fines de la década de los 90’, el entrañable amigo Edi Dorian Jones presentó un volumen que reunía fotos de su autoría, llamado “Capillas Galesas en Chubut”. Al inicio de la obra resume la historia del culto valletano, agregando al exhaustivo estudio de Abdala y Jones abundante información obtenida durante sus investigaciones. En su capítulo “Recuerdos”, sintetiza de esta manera el sentimiento que genera en el espíritu la serenidad de las capillas del valle: “En su interior, aún hoy, se siente que perduran ese silencio de lugar sacro, el viejo y fuerte olor a madera, mezclado con el de libros antiguos y del tiempo. Aún en las que están vacías, silenciosas de himnos y de gente, el ingresar a ellas en soledad y permanecer sentados en uno de sus bancos, nos lleva a sobrecogernos y observar nuestro propio interior”. Existe una tendencia actual a hurgar en los tiempos pasados, indagando sus detalles. Es así que comenzaron a estudiarse los antecedentes de cada uno de estos lugares de culto y se redactaron obras de importante valor documental. Uno de estos libros es “Moriah. Una capilla en la Patagonia”, de Carrie Hughes. Otro es “Reseña de las Iglesias Anglicanas en el Valle del Chubut” de Lottie Williams de Jorge. En ambos casos, sus autoras pormenorizan los anales de distintas capillas; y agregan anécdotas que ayudan a profundizar en la historia del Valle. Es de particular interés la cálida “Remembranza” de Carris Hughes, que epiloga su obra; al igual que las reminiscencias de Lottie Williams respecto a las épocas de mayor afluencia de fieles a las capillas de su congregación.

Las obras mencionadas en esta nota nos señalan que analizar la historia de la colonización galesa del Valle del Chubut sin tener en cuenta su dimensión religiosa, generará una visión incompleta de la gesta. Este aspecto también debe ser considerado por la Literatura de ficción que pretenda reflejar la esencia del hecho. Pero conocer en profundidad el tema requiere indagar en el verdadero origen de las iglesias presentes en la zona; sin tomar leyendas como hechos históricos ni realizar apreciaciones anacrónicas juzgando la acción de los seres humanos de fines del siglo XIX y principios del XX con criterios actuales.




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