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sábado, 1 de octubre de 2011

LA NOTA DE HOY

                       



                               RECUPERANDO AL GÉNERO EPISTOLAR




                                        Por Jorge Eduardo Lenard Vives




El epistolar es uno de los géneros literarios con mayor tradición en la historia de la Literatura. Hay ejemplos de epistolarios famosos, como el que reúne la correspondencia que dirigió Madame de Sevigné a su hija, la Condesa de Grignan; o el que junta la enviada por Flaubert a su amante Louise Colet. Pedro Salinas, en su excelente libro “El defensor”, hace una encendida apología de las cartas: “¿Por qué se imaginan un mundo sin cartas? (...) ¿Un universo en el que todo se dijera a secas, en fórmulas abreviadas, de prisa y corriendo, sin arte ni gracia? (...) La única localidad en que yo sitúo semejante mundo es en los avernos....”
En la Literatura Patagónica existen recopilaciones de epístolas que aúnan valor testimonial y fragmentos de buena Literatura. Entre ellas se encuentran algunas de la Colonia Galesa, como “Patagonia 1865. Cartas de los colonos galeses”; traducción de Fernando Coronato de la selección de cartas que los colonos del Mimosa dirigieron a diversos corresponsales en su tierra natal, publicadas en 1866 por la Compañía Galesa de Colonización y Comercio. También las “Cartas a mi abuelo Dalar”, misivas dirigidas a Thomas “Dalar” Evans, poblador de la Colonia 16 de Octubre, reunidas y vertidas al castellano desde su original galés por Iola Evans.
En la primera compilación encontramos textos de este tenor: “... voy cada domingo a los cultos del Reverendo R. M. Williams y seguramente Dios me ayudará a dejar el viejo modo de vivir y llevar una vida mejor de aquí en adelante. Por favor, rece por mí que estoy en un país extraño y Dios la colmará de bendiciones” (Carta de David John en el Chubut, a su esposa en Gales, del 9 de noviembre de 1865).
La segunda muestra pasajes como el siguiente: “Hay cierta señal que la aurora llega a Europa. Hay arreglo entre Alemania y otros países que no irán a la guerra. Muy buena señal y mantendrá el mundo en paz y dará fin a la guerra. Con todo esto, Dalar, creo que la paz del mundo está en el tratado por excelente que sea sino en el señor Jesucristo y que todos ellos estén llenos del espíritu de salvación. Esa es la verdadera esperanza del mundo” (Carta del pastor Morgan Daniel desde Gales, el 20 de octubre de 1925).
Ambos compendios adunan cartas enviadas por distintos corresponsales. En cambio, en el libro “Allá en la Patagonia”, María Brunswig de Bamberg reúne las cartas de su madre, Ella Hoffmann de Brunswig, a su abuela, Emma “Mutti” Voss; enviadas entre 1923 y 1958 desde Lago Ghío (Santa Cruz) y Chacayal (Neuquen). Intercala en el texto fragmentos del relato autobiográfico de su progenitora llamado “Recuerdos de la Patagonia”. Elle describe así unas vacaciones pasadas en el lago Posadas: “Ya ves que nuestras vacaciones son hermosas en todo sentido. Por fin llegó el calor, muy fuerte, y los días sin viento. En este momento estoy sentada bajo una glorieta formada por las ramas tupidas de unos sauces llorones (...), las nenas chapalean en el agua: gozamos entregadas plenamente a la naturaleza”.
Algunos textos relacionados con la Patagonia reproducen cartas aisladas, de distintos autores, que podrían formar una antología. En ella sin dudas se incluiría la que envía Ulises Petit de Murat a su madre, citada por Juan Carlos Portas en su obra “Patagonia. Cinefilia del extremo austral del mundo”, donde el escritor describe el Puerto Pirámides de 1937: “... un lugar entre médanos, con cien habitantes, treinta y siete casas, un par de boliches, ¡pero una soledad maravillosa! (...) La costa se prolonga infinita, con duros acantilados y playas mansísimas, entre los golfos Nuevo y San José. Y si el mar rompe violento contra las escolleras exteriores, cae manso, como un perro faldero, para lamer las arenas de playas que tiene una legua de extensión”.
Las letras patagónicas ofrecen además cartas ficticias, como la “Carta del pueblo” de Rodolfo Peña o las que conforman la novela “Todo eso oyes”, de la barilochense Luisa Peluffo. Asimismo, cartas en tono de música, como en la canción “Te escribo desde el sur”, del recientemente fallecido Hugo Giménez Agüero. Y hay epistolarios expuestos al público; por ejemplo, el que prepara Rosa Spampinato, como Presidenta de la Asociación Amigos del Museo "Emma Nozzi" de Carmen de Patagones y en conjunto con esa Institución, con muestras del correo cursado por los pobladores locales a fines del siglo XIX y principios del XX.
En estos tiempos de mensajes de texto, correo electrónico y otros medios alternativos de comunicación, parecería que el género tiende a desaparecer. Pero, si bien es cierto que una muchas veces inexplicable premura lleva a reducir en forma insólita los textos, irrespetando las más elementales reglas de ortografía y sintaxis; también es verdad que un procedimiento como el “mail” permite emplear los recursos epistolares clásicos. Se presenta entonces una disyuntiva: o se redactan estas notas con las técnicas de facilidades más expeditivas y se envían textos como “Tas bien? X aki tbien. Salu2!”; o, por el contrario, tomándose el tiempo necesario, se hace de cada mail una pequeña obra de arte para que el destinatario disfrute su lectura.












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miércoles, 28 de septiembre de 2011

EL CUENTO DE HOY



El recluido

Por Olga Starzak



Golpeó la puerta hasta que sus puños sangraron profusamente; luego –subido a la tapa del inodoro- rompió los vidrios de la claraboya. Se diseminaron sobre su cabeza, sobre su cuello. Una herida profunda se abrió en el cuero cabelludo y cubrió de rojo su rostro desencajado. Gritó... gimió. Nadie acudió en su ayuda.
No tenía fuerzas ya, ni siquiera para llorar.

Estaba, ahora, recostado en el lecho de aquella habitación separada de su casa. Quién sabe desde cuánto tiempo atrás. A veces, alguien le pasaba algo de comer; él no podía ver de quién se trataba, pero lo sospechaba. También retiraba del cuarto los restos de comida y,  muy de vez en cuando, alguna ropa demasiado sucia.
 Estaba seguro de que era la malvada que lo había parido o quizás,  el degenerado que vivía con ella.
No tenía importancia.

No lo dejaban salir de aquel lugar. Era alguien peligroso, no podían correr el riesgo de exponerlo. Hasta se lo podrían llevar preso, o lo que sería peor,  internarlo en algún sitio para locos, le dijeron siempre, desde muy joven.

La mayor parte del día dormía. A veces soñaba con un cuervo revoloteando sobre la gente y dañándola. Otras, con una araña gigante recorriendo en las noches el cuerpo de su madre, asustándola.
También existían días en que imaginaba la llegada de un hada. ¿Dónde habría escuchado él hablar de las hadas? Esta lo rescataba devolviéndole su anhelada libertad y con su suave voz lo convencía de que no estaba loco. Los locos eran los otros.
Pronto dejaba de creerle.

Cuando la razón primaba rogaba que alguien se apiadara de él y castigara a su madre  por el encierro al que lo sometía.

No tenía muchos elementos en el cuarto. Unas cuantas revistas muy viejas, un par de cajones de manzana: uno lo usaba de mesa de luz –aunque no tenía velador- y el otro de mesa. La cama era la cama y también la silla. Poseía una escoba y un tacho viejo para la basura.  En el retrete, aparte del inodoro, había una pileta y una ducha con agua caliente. No le gustaba  bañarse, aunque a veces lo hacía, pero sí escribir con su dedo en el espejo empañado. Casi siempre garabateaba las mismas palabras.
Su compañía eran las cuatro paredes que lo atrapaban. Ellas eran sus amigas. Lo comprendían y hasta hablaba con ellas. Les pedía consejos que escuchaba con atención, le cantaban melodías emocionantes, lo calmaban del horror que secuestraba su mente.
Tenía guardados, tal como tesoros, unos cuantos clavos que  -con paciencia- había retirado de  sus muebles. Con ellos escribía en las paredes...  mensajes, palabras sueltas y hasta  alguna  rima.
 Era una forma de agradecerles tanta tolerancia.

Luchaba por volver a la vida. Sin embargo,  la única forma posible de pedir ayuda era  gritando, golpeando todo a su alrededor y pegándose hasta sucumbir.

Aún en los momentos en que alentaba esperanzas,  estaba lejos de imaginar que las sospechas de un vecino originarían la denuncia que, al fin, podría liberarlo.


Esperó, ese día como siempre, escondido en el  baño siguiendo la orden de encerrarse allí al escuchar la cerradura.  Así lo venía haciendo desde años atrás. Nunca se había preguntado por el motivo de su obediencia. Sabía que su madre no deseaba verlo. Pero ¿por qué se negaba a hablar con él? ¿Acaso le tenía miedo? ¿O eran las culpas que se lo impedían?

Recordó palabras de su hada. “Ellos son los locos”. “Son ellos los locos”.

“Te odio”, trazó una vez más en el espejo empañado.

Aguardó la llegada de su opresora.  Esta vez ella pronunciaba su nombre, llamándolo...  ¿Sería una trampa para deshacerse de él?
Se mantuvo al acecho; debía ser cauto y a la vez muy rápido.
La puerta se abrió lentamente.
El palo de escoba se partió en la cabeza de aquella mujer.  Sus manos grandes, con fuerza desmedida, apretaron su cuello  hasta quebrarlo.
Comenzó a reírse, prisionero del descontrol. ¿Qué hacía su madre vestida de policía?
Tenían razón las voces... Era ella la loca.






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domingo, 25 de septiembre de 2011

EL CUENTO DE HOY







RUISEÑOR


Por Pascual Marrazzo (*)





      El señor Ruiz bailaba como un trompo con su traje de payaso. Su compañera de danza lo hacía vestida de oveja y adornaba su pecho con una campanita que hacía sonar en cada giro.
      Don Ruiz tenía fama de picaflor y atraía las miradas festivas y maliciosas de los invitados.
      Todos querían saber cual sería su nueva conquista ya que cuando éste echaba el ojo, entre bromas y chanzas, difícilmente perdía la pieza.
      Lo que las otras mascaritas no sabían era que él estaba trabajando a ciegas, inspirado por el misterio ovejuno.
      La fiesta de disfraces era una comedia perfecta. El salón del palacio campestre se engalanaba con los mismos invitados: Era el marco adecuado para que la felicidad venza al cansancio y el amor se empareje con la alegría. El baile continuó hasta el amanecer. La claridad del día dijo basta y la música se acabó. Nadie perdía de vista a la pareja, todos estaban pendientes. El señor Ruiz, más que un payaso parecía un lobo.
      De pronto  resonó un cascabeleo traído por un corderito.
      La acompañante de don Ruiz salió presurosa a su encuentro y los dos se perdieron en el campo.





(*) Escritor de Cipolletti, nacido en Olivos. En 1969 se radicó en Cipolletti. Actual Presidente y Socio Fundador del Centro de Escritores Ingeniero “César Cipolletti”. Participó en más de diez Antologías y ganó varios Premios Nacionales e Internacionales. Libros Editados: Palabras para mis hijos (Cipolletti, 1988), Los Cuentos de Pascual (Nosotros El Sur, 1993), Amansando Ironías (La Casa del Escritor. 1994, de donde se tomó este cuento), Prosa y Poesía del Centro de Escritores (co-autor. La Casa del Escritor, 2003), Los Ojos de la Cerradura (Novela. De Los Cuatro Vientos, 2005) y Rayes (Ediciones AQL, 2009, con prólogo de Jorge Castañeda y Epílogo de Luis Alberto García). Correspondencia con el autor pascual@moviman.com.ar

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jueves, 22 de septiembre de 2011

LA NOTA DE HOY



LA PATAGONIA ES UN CHANCHO QUE VUELA



                                                         Por Jorge Castañeda (*)



La Patagonia es un Macondo lato y estepario, un ámbito de monstruos gigantes, de endriagos, de aves plumíferas y grandes que teniendo alas no vuelan, de mangrullos amarronados de cuatro patas que gregarios ambulan de monte en monte con su relincho arisco.
Es el último confín caído de la mano del mundo donde la aventura y el asombro corren parejos. Donde el viento levanta las piedras y deforma la copa de los árboles a su arbitrio. La Patagonia es un chancho que vuela.
La Patagonia es una latitud de escoriales silentes bajo las lunas blancas y redondas; una soledad crecida en la altura azul de las mesetas; es el aroma acre del cloruro de sodios que enloquece los hollares de las bestias que habitan los bajos de todos los bajos. Gualicho errante. Misterios arcanos. La cruz del Sur donde nunca se arrutó el tesón de los pioneros.
La Patagonia es los carcomidos infolios que en noches febriles entre el escorbuto y la ansiedad escribiera Pigafetta sobre gigantes que bailaban;  la ciudad mítica allende los Andes que buscaban los frailes; las manzanas silvestres del imperio de Sayhueque; la “piedra azul” pitonisa de los Curá;  la bandera argentina que enarboló Casimiro; la búsqueda de Popper; el faro del fin del mundo; los ventisqueros; las rastrilladas donde las lanzas trazaron sobre la tierra el mapa de todas las gestas.
La Patagonia es la tierra “sobre la que pesa la  maldición de la esterilidad”  (¡Oh, anatema de Darwin, acicate para los intrépidos!).
Es el tiempo petrificado; las flechas de obsidiana; las correrías de los bandidos; los ritos caídos de las viejas razas; la Arcadia perdida de los galeses; los rifleros del Coronel Fontana; la remonta de Nicolás Descalzi; los sueños proféticos de Don Bosco;  el santuario cautivante de Ceferino. La Patagonia es un desafío que merece aceptarse.
Es un cielo estrellado que parece tocarse con las manos; es un silencio que dice mucho; es un paisaje que se incorpora al alma como el calafate a los labios. Es la gesta del Comandante Luís Piedra Buena por patriota y por nauta; es la “Proa del Mundo” al decir del Ingeniero Domingo Pronsato (hijo ilustre de Bahía Blanca);  la Patagonia es la “región de la aurora” como la bautizara la pluma del Padre Entraigas.  Es un esfuerzo compartido; una esperanza que nunca cesa como la distancia de sus caminos; es un sentimiento tan indeleble como las manos en la cueva del río Pinturas. Un tótem, un linaje que cubre y abriga como las matras de las tejedoras mapuches. Es un desafío permanente. Una incógnita que nunca cierra.
La Patagonia es el sol ardido sobre los fortines y la soldadesca; el espejo de los lagos; la altitud desmesurada de las araucarias; los volcanes irascibles; el mar inmenso y azul sobre la costa escarpada; los fondeaderos de mala muerte; el relevamiento minucioso de Basilio Villarino y Bermúdez;  las notas detalladas del Perito Moreno;  la Reina y el arcabuz del Padre Mascardi.  La Patagonia es una flor en la espesura.
La Patagonia es el párrafo final de la novela “Sobre héroes y tumbas” de Ernesto Sábato;  la soñada por Ezequiel Ramos Mexía y el geólogo norteamericano Bailey Willis;  “la que piensa” como escribió Juan Benigar; la que poblada de plantas enanas esconde en los petroglifos un pasado legendario; la del volcán Domuyo que guarda en sus entrañas un tronco de oro dormitando entre los hielos eternos; La Patagonia se hace collón en las noches de luna llena y petrifica la debilidad de los timoratos.
La Patagonia es la circunstancia de los hombres cabales; el menocó que marea como un  mar; las bardas; los ríos como arterias impetuosas; las salinas blancas de promesas salobres. La Patagonia es una marca en caliente, una prolongación de las soledades del alma.
Por la Patagonia, el Norte está en el Sur. Y en ella se cuecen habas y legumbres, risas y llantos, llamadas desde el fondo de los tiempos.
La Patagonia es los fósiles de los grandes saurios; el bosque tropical que les daba sombra y alimento, las grandes palmeras con dátiles hechos piedras, las araucarias en rodajas petrificadas, los redondos y ponderables huevos de los saurios que la habitaban,  los dientes de sable del temerario tigre, el caparazón amedrentante del milodón. Lámpara encendida en las edades geológicas.
La Patagonia es un mandato de imperiosas urgencias, para nosotros y para nuestros hijos.
Mi querida tierra, mi lugar en el mundo.


(*) Poeta, escritor y periodista nacido en la ciudad de Bahía Blanca y radicado en Valcheta. Publicó, entre otros, los siguientes libros: “La ciudad y otros poemas”, “Poemas breves”, “30 poemas”, “Poemas sureños”, “Sentir patagónico”, “Los atabales del tiempo”, “Valcheta, un pueblo con historia”, “Suma Patagónica”, "Arturo y los soldados", "Como Perón en el cuadro" y "Poemas cristianos". Tiene inéditos: “El lirio de los valles”, “Crónicas & Crónicas”, que incluye la prosa que aquí se reproduce, y“Donde llora el ornitorrinco”. Figura en varias antologías, tanto nacionales como extranjeras; y recibió numerosos premios por su obra literaria. Es conferencista sobre temas patagónicos. Integra más de veinte asociaciones literarias y culturales, nacionales y del extranjero, incluyendo la SADE, la Unión de Poetas y Escritores Argentinos, la Sociedad de Escritores Latinoamericanos y Europeos con sede Milán, Italia; y la Asociación Latinoamericana de Poetas, Escritores y Artistas con sede en Cuzco, Perú.

Su obra literaria, que presenta un inconfundible tono patagónico pero a la vez una visión universalista, ha sido declarada de “Interés cultural” por la Honorable. Legislatura de la Provincia de Río Negro; la que también lo designó “Ciudadano Ilustre”, por su extensa trayectoria literaria que le significó reconocimientos internacionales y por su contribución invalorable a la cultura nacional. Recientemente fue premiado por la “Latin Heritage Foundation”, en el concurso que organiza esa importante casa editorial de EEUU, por su poema “Valchetango”.Fue nombrado integrante del Directorio de "Personalidades del Arte Universal", con sede en Washington, que promociona y difunde la obra de artistas de todo el mundo; y “Embajador Universal de la Paz” por el Círculo de Embajadores Universales de la Paz con sede en Ginebra, organismo vinculado a las Naciones Unidas.


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lunes, 19 de septiembre de 2011

EL POEMA DE HOY








             NEUQUEN

 

                                   Por Pura Gladys Serradilla (*)

 


          Tuve que andar y andar lejos
para añorar tus caminos
mirando bajo otros cielos
el despertar de mis hijos.
Quemar mi piel de otros soles
de  aquellos soles, distintos,
para sentirme más tuya
y amar tu suelo adoptivo

Tuve que echar a otros vientos
todos mis sueños dormidos
para sentir la nostalgia
de tu esplendor cisandino
y ahogar en llanto el recuerdo
tibio de albor y rocío.

Hube de hacer otras huellas
buscando en todas tu hechizo,
y en el frescor de las sombras
de aromos, sauces y tilos,
rememorar la del ñire,
la del coihué o la del pino,
para saber de la gloria
de haberlas todas vivido.
Y la de estarme en tus lagos
ebrios de paz y espejismos.

                                               Mirando morir la tarde
                                               me vuelvo a encontrar contigo.
                                               Torrente de luz y enigma
                                               cayendo sobre mi signo…


Grite el acervo distante
estremeciendo los nidos
¿Por qué tu vida es más vida?
¿Por qué te siento tan mío?
Si traje todas las obras
que por mujer me dio el sino,
Neuquén ¿ Por qué tanta angustia
y este dolor redivivo?
¿Qué me quedó en esos valles
mezcla de paz y de riscos?
¿ Qué me dejé entre tus bosques
de recogido mutismo?
¿ Qué me robaron los años
para saciarme de hastío?

                                               Mirando morir la tarde
                                               me vuelvo a encontrar contigo.
                                               Coloso de entraña fértil
                                               mineralmente abatido…


            Desde el pehuén hasta el monte
del amancay amarillo.
Desde el Lanín hasta el llano
de soledad aterido,
donde aventuran los jotes
sus carniceros instintos
mientras atisban la muerte
para llevársela en vilo.
Desde el audaz ventisquero
ciego de nieve y de frío
hasta el azul de las aguas
frescas de hilar tamariscos.

            Desde ese ayer en que anduve
hurgando tus escondrijos.
Hundiendo en todas tus horas
las ansias de mi destino
me llega, Neuquén, tu ausencia
hecha impotencia en un grito.
¿Qué juventud la que lloro
si tengo la de mis hijos?
¿Qué remembranzas me abaten
si con los tres edifico?

                                               Mirando morir la tarde
                                               me vuelvo a encontrar contigo.
                                               …Mirando morir la tarde
                                               se me va el alma en suspiros.





(*) Nació el 18 de Julio de 1925, en Bahía Blanca. En 1940 se traslada con su familia a Zapala, donde comienza a escribir colaboraciones para el Semanario Los Andes y distintos diarios de Neuquén y Rio Negro. En 1958, casada y con tres hijos, se traslada a Tandil, donde además de proseguir su obra literaria, se desempeña como Regente del Conservatorio Provincial de Música y como docente (de guitarra) en el mismo Instituto y en la Escuela Municipal de Artes Visuales. Colaboradora permanente de diarios y revistas literarias en Tandil y Neuquén. Fue seleccionada por el Fondo Editorial Bonaerense en las colecciones: Panorama Poético Bonaerense 2, Panorama Poético Argentino 2, Antología Hispano Americana 1, La Mujer En La Poesía Hispano Americana y El Soneto Hispanoamericano. Integra el Diccionario de Poetas Argentinos (recopilado por Oscar Abel Ligaluppi) Cuenta con numerosas distinciones provinciales y nacionales. Desde 1990 reside en Tres Arroyos, Buenos Aires.

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