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jueves, 27 de octubre de 2011

EL POEMA DE HOY




Al sur del sur (*)

por Sandra Pien






Obra de arte es poder ver
este cielo estrellado
del Hemisferio Sur.
Mientras gira
giro tratando de entender
mi lugar en esta historia
ver el cielo de un millón de años atrás
50 millones de galaxias en la imaginación
y sólo un puñado ante mis ojos.
Frente a tan generoso oficio y oficiante
irrumpen ríos de información contradictoria
altibajos de la dimensión humana.
Insisten
se empeñan en destruirnos
salina arena esclavista
en la que el espacio queda impotente al enterarse
de que el mundo está organizado así.
La buena globalización
hay una buena entre las millones de terribles
es ponerse las botas y salir a caminar el mundo
sin la protección de la ciudad.
Al sur del sur
es el rumbo necesario.




(*) Del libro "Mascarón de Proa" - Colección Enclaves - Edivérn SRL - Buenos Aires, 2002


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martes, 25 de octubre de 2011

EL POEMA DE HOY




               HIELO


Por Alfredo Ismael Lama (*)








No pierdas el río imaginario,

ni el sol, que alumbra con clemencia.

Un día ha de cubrirte negra sombra

y abarcará eternamente tu presencia.



No sigas las huellas de otros pasos

mirando el suelo en esa línea.

Tenemos otra luz que marca trazos

Y una diadema mental para ceñirla.



Abarca las sombras y las luces.

El mar, el aire y los cielos,

sé lágrima, grano o triste gota.



Complemento total sobre la tierra

donde el hombre triunfa o se derrota

con la misma lentitud que se derrite el hielo





(*) Escritor de Comodoro Rivadavia




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jueves, 20 de octubre de 2011

LA NOTA DE HOY





Los tiempos cambian, pero la oveja sigue…



Por Fernando Coronato



Estos dos textos contrastantes abren la conclusión de un largo escrito que hice el año pasado sobre las ovejas en la Patagonia. Los párrafos no fueron escritos para gustar sino para enhebrar los diversos aspectos tratados en el estudio. 
No fueron escritos para gustar, pero me gustan, y quizás no sea yo el único que disfruta de todas estas imágenes. Por eso quiero compartirlas. 





1910

Un capón viejo, con los dientes gastados hasta la raíz por el pasto duro y polvoriento, después de haber sido esquilado por última vez por un chilote mal pagado, acaba de ser faenado en un frigorífico que humea sobre un pueblo de la costa. Su lana se amontonará en fardos de arpillera hindú, apilados sobre el pedregullo de la orilla hasta que los embarquen para Buenos Aires, primera escala en el viaje a Amberes. Todo lo que quede de su lana en la Patagonia será el cubre-tetera que teja la esposa del administrador de la estancia, en la galería vidriada de la vieja casa de chapa comprada por catálogo en Inglaterra. 





2010 

El corderito controlado genéticamente nació poco después que su madre fuera esquilada. Es hijo de un carnero australiano cuyo semen congelado llegó a la Patagonia en el vuelo transpolar. La condición del campo donde lo harán pastar, un terreno reclamado por grupos indigenistas en la televisión, será monitoreada por satélite. Si tuviera alguna carencia alimentaria, será paliada mediante suplementos, cuestión de que su lana ultra fina llegue al lavadero de Trelew de acuerdo con las demandas que el comprador especificó en Internet. En Milán, el suéter tejido con su lana llevará la etiqueta “orgánico” y un nombre con sonoridades mapuches. La vieja casa de chapa ahora es sitio histórico. 
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lunes, 17 de octubre de 2011

EL CUENTO DE HOY







HACE MUCHO QUE LA ESPERABA



                                                Por Héctor Roldán (*)




“Nada hay para mí tan absurdo en el mundo
como ver un diablo que pierde la paciencia.”
Fausto.
J. W. Goethe




Hace mucho que la esperaba. El fuego ardía ya desde hace tanto tiempo que sus ojos habían tomado el color de las llamas. Sin pensarlo seguía agregando madera de molle y las llamas crecían acompañando el paulatino crecimiento de su ira. Una ira ardiente, tenaz, que se conectaba con el eterno fuego y que, a cada rama arrojada, despedía miles de chispas que volaban vivaces fragmentando el cielo nocturno en infinitos pedazos.
Fumaba. Encendía los negros cigarrillos en las brasas. Con una rama seca había escrito sobre la tierra dura y árida de la Patagonia un verso agónico e indescifrable, pues sentía que eso debía ser el amor: la agonía indescifrable de una llegada postergada. En esta espera interminable sentía en cada órgano los pasos que nunca se acercaban, la mirada que nunca lo observaba, la voz que nunca lo llamaba. Y en las sombras sinuosas provocadas por el fuego creía, con un persistente engaño, percibir la silueta difusa de su amada. Amenazas de un cuerpo que se diluía ante la más débil y repentina brisa. Pensó, entonces, en la maldad que había manifestado por tanto tiempo, en los horribles engaños pergeñados, en los pactos firmados por aquel amor. Pensó en todo eso, ahora que era solo un deseo sin alma, un hambre insaciable que recibía y recibía las caricias de otros amores al lado de ese fuego, sin que ninguno de ellos fuera la caricia esperada.
En el límite de las lejanas mesetas que recortaban el horizonte se podía observar su fuego. A una distancia inmedible en pasos, ni en metros, ni en kilómetros, ni en tiempo. Cerca para algunas almas, lejos para lo humildemente humano. Allí esperaba, ese era su destino, esperar por un amor que jamás llegaría, y mantener ese fuego. Ese era el pacto, mantener el fuego de su pasión aunque en sus llamas se quemen otras pasiones.
Las viejas del pueblo sabían verlo. En las noches claras de invierno, cuando la nevada cubría la meseta, ellas, con sagacidad de ancianas apuntaban su dedo hacia un rincón del horizonte para señalarlo. Una diminuto punto rojo apenas por encima del horizonte. Una débil estrella color sangre que rozaba, apenas, con las puntas de sus llamas el borde del mundo. En esos días las arrugadas mujeres apretaban sus rosarios y rociaban con agua bendita a sus nietas dormidas para que no huyeran, pues todas sabían que alguna doncella debía ir a saciar aquel deseo insaciable; arrastrada, irremediablemente, por su reciente pasión encendida. 
Pero él ya estaba harto de devorar amores que apenas dejaban la inocencia. Cansado de mirar los ojos núbiles y descubrir en ellos un deseo sin objeto, descubrir la sola voluntad de un amor que ambicionaba todo sin anclar su intensidad en nada. Y consumía esos amores sin sustancia con la voracidad desganada de un león viejo, con una maldad indiferente. 
Siguió pasando el tiempo así, extraviando almas, pervirtiendo inocencias, desnudando  crueldades. Alrededor de su fuego se amontonaban los restos amorfos y podridos de existencias que habían prometido loar los esplendores de la creación. Y rodeado de cadáveres, de errantes fantasmas de mujeres que abandonaron sus hogares por un destino que su fantasmal fuego había encendido, y que él, con paciencia había alimentado, se hartó. Y harto se levantó. Alzó su bestial corpulencia. Sus cuernos tocaron el cielo desgarrándolo. Furioso, tronó sus manos y el fuego ardió en todos los rincones de la estepa. Huyeron los fantasmas de su alrededor, los huesos blancos de sus víctimas corrieron a enterrarse en la dura tierra. Huyeron, también, las liebres de sus incendiadas madrigueras, los guanacos escaparon saltando matas inflamadas. Los zorros desesperados arrastraron por el suelo sus colas quemadas. Lagartos y matuastos se retorcieron achicharrándose sobre quemantes arenales mientras las plumas de los flamencos enrojecieron de fuego.
Estaba enojado, solo quería destruir el mundo, hundirle sus garras porque ahora sabía que nada había para él. Que el rostro soñado era una quimera, que las manos tiernas solo eran fantasías de un pacto que no debía haber firmado, de una creencia que nunca debió haber tenido. Y renegó de sí, y renegó de todo, y aun más, renegó de ella que en sus más profundos sueños lo había hecho sonreír. La insultó, la rechazó en el medio del incendio, exorcizándose furioso de los besos que nunca recibió, de las caricias que nunca sintió, de las palabras que ella jamás le dijo.
Las almas perdidas de sus víctimas aullaban extraviándose y llevaban el fuego a las cuatro direcciones del mundo. La meseta ardió. Los pozos petroleros se incendiaron, y las chatas desbocadas corrían entre senderos de infierno mientras las gomas reventaban por el calor del incendio. Desde el pueblo todo el horizonte era amenazador. Las viejas se habían juntado en la iglesia y rezaban. El calor aumentaba e iba evaporando, lentamente, de la pila bautismal el agua bendita. Se podía ver ya sobre los cerros las altas llamas. Y el humo se arrastraba en jirones hasta la entrada del templo. Dentro, la letanía se repetía y repetía desparramándose como un inútil bálsamo por el aire, mientras que, interrogados por las radios, científicos y meteorólogos trataban de explicar aquel extraño, increíble y fantástico suceso.



(*) Escritor santacruceño. Su blog: http://elespectrodelascosas.blogspot.com/
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miércoles, 12 de octubre de 2011

EL POEMA DE HOY

                    



                             BÚSQUEDA



           Por Margarita Ramírez de Scandroglio (*)




Te busco en el ocre del otoño,

en la proximidad del invierno,

en el agua que bebo,

en la soledad que labra

pliegues en mis párpados.


En este final de púrpura

en mis labios.




(*) Margarita R. De Scandroglio nació en María Grande (Entre Ríos) y reside en Trelew (Chubut) hace más de 27 años. Este poema pertenece a su sexto libro titulado “La sexta palabra” (Ed. Dunken – Bs. As., 2010). Ha publicado además las siguientes obras: “Yo mañana madrugo...” (Ed. Jarme – Trelew, Chubut); “Muñecos de aserrín que dicen dónde” (Ayala Palacios Ediciones, Bs. As.); “Quiero saber quién la desertora” (Ayala Palacios Ediciones, Bs. As.); “Sin esperar el último recreo” (Ayala Palacios Ediciones, Bs. As.). Integra el Diccionario de Escritores y Poetas Latinoamericanos.
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