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domingo, 11 de marzo de 2012

EL POEMA DE HOY


REGRESO EN CANTO



Por María Julia Alemán de Brand (*)



Quiero morir aquí. Donde he nacido.
Donde he alzado hasta el tope, a todo viento
la bandera del canto, en cumplimiento
de volver en verso, lo vivido.

De regresar en canto, a lo querido;
a mi pueblo lejano, exaltamiento
de mi infancia feliz – fugaz momento –
y del cálido hogar que fue mi nido.

Por ti es que alzo mi voz, la que regresa
a la voz de tu gente, cada día
con la fidelidad de una promesa...

Por ti es que alzo mi voz, provincia mía,
Chubut, la tan paisana y tan galesa,
con orgullo te nombra mi poesía.




(*) Poeta chubutense. De su libro “Soy Poesía, búscame en el sur” (Editorial Asociación de Escritores del Oeste del Chubut, Esquel, 1993)

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lunes, 5 de marzo de 2012

EL CUENTO DE HOY





EL PASAJERO INDESEABLE


Por Fernando Nelson (*)



Es una criatura con el cabello desgreñado,
largos dientes negros, brazos que cuelgan
muy  flacos a los costados; se dice que su
 alarido puede, literalmente, helar la san-
gre en las venas de quienes lo oigan…   
H. Howells, Fragmento  de  Cambrian S.
(1831), “The Cyoeraeth”






            La muerte de mi compañero de cuarto me convirtió, de pronto, en el heredero de unos libros amarillentos, de algunas porcelanas que acaso no usaré nunca, y de unos cuadernos atiborrados de anotaciones que llamaron mi atención. En ellos se cuenta la historia ocurrida a bordo de una nave llegada a Golfo Nuevo, allá por mil ochocientos setenta. Lo narrado por cierto es curioso, pero no soy el indicado para decidir sobre la veracidad del relato, por fantástico que parezca. El escrito, lleno de tachones, parece ser la traducción de un diario de viaje, y sospecho que tal traducción fue realizada por mi compañero, el difunto.
            Comienza diciendo:
            “¡No debimos zarpar ese día! La hembra del Cyoeraeth terminará por hundirnos en el océano. Ya hemos escuchado con claridad, desde las tinieblas, sus terribles gemidos, sin que se adivine qué parte del barco es su guarida, o cuál es el motivo que la impulsó a zarpar con nosotros. Hemos podido - sin embargo- distinguir sus palabras:
            ¡Oh!, fy ngnr, fy ngnr (mi esposo, mi esposo)
            ¿Hasta cuándo podremos soportar el espanto que sus palabras provocan? ¡Nadie lo sabe! Todos aguardamos con ansia la medianoche que nos indique su ausencia, aunque el fantasma no ha faltado a la cita ni una sola vez. Y así ha ocurrido desde nuestra partida. Hay colonos que optaron por la oración para conjurar a este enviado del Maligno. Otros prefieren encerrarse para no oír sus lamentos. Nadie, sin embargo, está dispuesto a aceptar su verdadero origen, y por lo tanto, se acordó hablar lo menos posible de la presencia del espantoso ser.
            He visto, durante el día, hombres encubiertos buscando rastros de nuestro pasajero indeseable, cuya esencia sobrenatural les impedirá atraparlo; ni siquiera podrán verlo, pues rehúye a todo tipo de claridad o de luz.
            Una noche, cuando la proa de nuestro velero cortaba las aguas envuelto en la más negra oscuridad, se oyeron las doce campanadas, y en ese instante el enviado del Demonio empezó a proferir sus alaridos. Varios tripulantes nos congregamos en cubierta y, venciendo nuestro miedo, caminamos buscándolo, armados de palos y cadenas. Por fin, en lo más alto del palo mayor, entrevimos la agitación de su horrible figura. Era evidente que terminaría enloqueciéndonos o (como aseguraban varios marineros) hundiría nuestra embarcación antes de que avistáramos la costa. Pero después de un rato, cual si fuera un espectro, desapareció. Esa vez la mayoría no pudo conciliar el sueño, y durante el día, el temor y la incertidumbre abatió el ánimo de todos. Una y otra vez nos preguntábamos, desconsolados: “¿Aparecerá nuevamente en el mismo sitio? ¿Quién nos alejará de este destino? ¿Quién –para ser más preciso- se atreverá a exorcizar al terrorífico ser?”. Por último, y acaso se trate de lo más importante:  “¿Cuáles serán las palabras indicadas para el conjuro?”
            Los riesgos de tal acción eran mortales –reflexionábamos-  y puesto que el sol se ocultaba otra vez, nos consumía la impotencia y la desesperación. Pero entonces, sin que nadie supiera de dónde, se acercó a nosotros un joven diciendo que viajaba ilegalmente en el barco. Afirmó que, habiendo nacido en Aberystwyth, conocía las palabras exactas que alejarían al fantasma. Se arriesgaría a subir a condición de que lo admitiésemos como un tripulante más. De inmediato aceptamos su propuesta, y el muchacho se alistó, asegurando que las palabras debían pronunciarse mientras la criatura estuviera corporizándose. 
            No sabíamos si aparecería en el mismo lugar, pero avanzada como estaba la noche, el joven trepó la escalerilla del mástil. Los demás observábamos en silencio, mientras llegaba a nuestros oídos, como un signo de fatalidad, el golpeteo interminable de las olas rompiéndose contra el casco de la nave. Nos apretujábamos unos contra otros, temblando de pavor y de frío. Casi a medianoche los gemidos se escucharon, como a través de una profunda caverna, en la dirección esperada. Vimos al joven apurándose a llegar mientras nosotros, mudos de terror, advertimos los primeros indicios de la aparición. Las campanadas de las doce ya se oían y el muchacho no pronunciaba la frase salvadora. Nosotros mirábamos, impotentes, y unas mujeres lloraron al ver allá arriba una escena que nos llenó de angustia: las manos alargadas y lánguidas del fantasmal engendro atraparon al muchacho con fuerza. Los chillidos sin duda lo aturdían, pero el joven pronunciaba las palabras esforzándose por completar la frase. Hubo un forcejeo desesperado al fin del cual, joven y fantasma cayeron del palo mayor, pero de una manera lateral, no escuchándose la caída en el agua. Parecieron más bien perderse en la oscuridad de la noche, sin que a partir de entonces tuviéramos noticias de ellos, y sin que llegáramos a conocer, siquiera, el nombre de aquél que nos había salvado.”





(*) Fernando Nelson, nacido en Tucumán y actualmente radicado en Puán, provincia de Buenos Aires; pasó gran parte de su vida en Rawson. Estando en el Valle inició una importante obra literaria, que le llevó a obtener numerosos premios provinciales y nacionales; entre ellos el primer premio del concurso de narrativa de la Universidad del Sur de 1980, los premios en la categoría relato del Eisteddfod del Chubut de los años 1981 y 1983, varios premios de la Dirección de Cultura del Chubut en los certámenes provinciales y otros reconocimientos. Uno de sus relatos, “El manuscrito de Sheffield”, figura en la antología “Cuentos de nuestra tierra”, publicada por el Consejo Federal de Inversiones en 1982. Recientemente obtuvo un premio en el concurso de la Biblioteca Berwyn, con su narración “El último galope”. Ha publicado dos volúmenes de cuentos: “El retorno” y “Carta encontrada en Plaza Irlanda”. En su obra se alterna el realismo mágico y la fantasía, con los que desarrolló muchos temas patagónico; como en el cuento de hoy, perteneciente a su libro “El Retorno”. También incursiona en el relato intimista y psicológico.



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miércoles, 29 de febrero de 2012

EL POEMA DE HOY




CUANDO EL SOL DEL INVIERNO


Por Jorge Castañeda (*)




Cuando el sol del invierno entibie el aire,
Como pájaros dormidos
Iré llevando mi sombra.

Se caerán de las ramas de los árboles
Vistiéndose de amarillo
Ocre, las últimas hojas.

Andaré los senderos de la tarde
Taciturno y pensativo.
Levantaré algunas hojas.

Seré un poco de todos y de nadie.
Un viandante. Un pabilo
Para consumir las horas.

Un pájaro que las alas rebate
Buscando el calor del nido
Sin agobios ni  congojas.

Cuando el sol del invierno entibie el aire
Desandaré mi camino
Conversando con  mis cosas.

Habrá una lasitud casi agradable
Como el quedarse dormido
Sin reproches ni demoras.

Cuando el sol del invierno entibie la tarde
Volveré a sentirme niño.
¿Puedo pedir otra cosa?



(*) Escritor de Valcheta

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EL POEMA DE HOY




CUANDO EL SOL DEL INVIERNO


Por Jorge Castañeda (*)




Cuando el sol del invierno entibie el aire,
Como pájaros dormidos
Iré llevando mi sombra.

Se caerán de las ramas de los árboles
Vistiéndose de amarillo
Ocre, las últimas hojas.

Andaré los senderos de la tarde
Taciturno y pensativo.
Levantaré algunas hojas.

Seré un poco de todos y de nadie.
Un viandante. Un pabilo
Para consumir las horas.

Un pájaro que las alas rebate
Buscando el calor del nido
Sin agobios ni  congojas.

Cuando el sol del invierno entibie el aire
Desandaré mi camino
Conversando con  mis cosas.

Habrá una lasitud casi agradable
Como el quedarse dormido
Sin reproches ni demoras.

Cuando el sol del invierno entibie la tarde
Volveré a sentirme niño.
¿Puedo pedir otra cosa?



(*) Escritor de Valcheta

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jueves, 23 de febrero de 2012

LA NOTA DE HOY





LITERATURA SALESIANA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives



El papel de los Salesianos en la Patagonia es bien conocido. La presencia en diversos ámbitos del quehacer regional de los integrantes de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, tal el nombre que Don Bosco dio a su congregación, ha sido - y es - importante. Uno de esos espacios es el de la Literatura sureña, a la cual los sacerdotes aportaron su inspiración.
Es el caso del Padre Alberto de Agostini quien, además de fotografiar y filmar los parajes que recorría en sus riesgosas expediciones, los describió en una profusa obra literaria. Desde 1923 a 1960 escribió veintidós libros que reflejan sus aventuras; entre ellos “I miei viaggi nella Terra del Fuoco”, de 1923, “Andes Patagónicos”, de 1941, “Esfinges de hielo”, de 1958; y “Treinta años en Tierra del Fuego”, de 1955. Además fue autor de numerosos artículos publicados en diarios y revistas de la Argentina, Chile e Italia.
Otro salesiano escritor, que volcó al papel sus estudios etnográficos e históricos, fue el Reverendo José María Beauvoir; autor de “Pequeño Diccionario del idioma fueguino-ona con su correspondiente castellano”, de 1901, “Piccolo album di ritratti di indigeni Fueghini e Patagoni e di varie vedute delle Missioni salesiani della Patagonia meridionale e della Terra del fuoco”, de 1907, “Los Onas: tradiciones, costumbres y lengua”, de 1915; y “Leyendas onas”, de 1921.
Se debe mencionar también al Padre Juan Esteban Belza; creador de “Rastros sudatlánticos”, “En la Isla del Fuego” - obra en tres tomos: “Encuentros”, “Colonización” y “Población”-, “Karukinká”, cuadernos de investigación histórica fueguina; y “La conquista espiritual de la Patagonia”, sobre la actuación de los salesianos en la región. Su último texto, del año 1981, fue "Sueños Patagónicos"; un homenaje a Don Bosco.
Pero tal vez el más prolífico de los autores salesianos es el Presbítero Raúl Agustín Entraigas; quien además reúne la condición de ser hijo de este suelo, pues nació en San Javier, Río Negro, en 1901. Su obra, iniciada en 1934, incluye poemarios del tenor de “Bajo el símbolo austral”, “Polvo de tiempo y de tiza” y “Patagonia, región de la aurora”; biografías al estilo de “Una flor entre hielos”, “El apóstol de la Patagonia”, “Monseñor Fagnano”, “Una flor de la Pampa”, “La azucena de los Andes” y “El mancebo de la tierra”; y ensayos, como “Verdades del barquero”, “El fuerte del Río Negro” y “Los salesianos en la Argentina”, de cuatro tomos.
Al igual que los sacerdotes tomaron la pluma para referir sus vivencias, algunos escritores laicos lo hicieron para mostrar el rol multifacético de los salesianos. Entre ellos figura el poeta Juan Castiñeira de Dios, nacido en Ushuaia en 1920. En su obra “El santito Ceferino Namuncurá” los homenajea con versos como éstos: ¡Ah, curitas misioneros, / que anduvieron en la llanura,/ muchos dejaron su cuero/ oreándose en los esteros/ por amor a la creatura”.
El profesor Clemente Dumrauf describe en un texto muy documentado, “Patagonia. Tierra de hombres”, vida y obra de los misioneros salesianos. Allí da a conocer muchos de aquellos sacrificados curas; entre ellos al Padre Mario Migone, que dejó su libro “33 años de vida malvinera”, reflejando su labor sacerdotal en las Islas entre 1905 y 1937; y al Padre Lino del Valle Carbajal, autor de “La Patagonia”; primera enciclopedia sobre la región, de 1899.
Por su parte, al escritor Germán Sopeña, conocedor profundo de la Patagonia, no le podía ser ajeno el accionar de la fraternidad de Don Bosco. Llama su atención la figura del Padre de Agostini, a quien dedica su obra póstuma, “Monseñor Patagonia”. “Venía imbuido de la misión y el sueño el fundador de su orden, el ya célebre Don Bosco, que había tenido una noche la extraña revelación que lo llevaría a proponerse la epopeya de crear colegios y misiones en la casi ignota Patagonia para transmitir educación y fe cristianas en esas regiones”, dice Sopeña al referirse a la persona de su biografiado.
“Misiones de la Patagonia” es una detallada reseña del accionar de los salesianos en la región. Su autor, Aquiles Ygobone, dice de los sacerdotes: “La tarea era inmensa, todo quedaba por hacer, pero el espíritu inquebrantable de Don Bosco los guiaba con su luz providencial, segura brújula del camino que debían recorrer”.
Mucho más puede decirse de los salesianos y la Literatura. Pero este artículo en algún momento tiene que terminar; y lo mejor es hacerlo con los versos que el Padre Entraigas utiliza para recordar a sus hermanos en el poema “De cara al Sur”, que menta la figura de Don Bosco:
“Él pasó por aquí, bien asentado
en el Pegaso blanco de sus sueños...
después fueron sus hijos:
Costamagna, Cagliero,
Milanesio, Beauvior, Bonacina,
y Fagnano el intrépido.
Ellos también trillaron esta senda
para ir de cara al Sur, rumbo al invierno...”



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