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domingo, 3 de junio de 2012

EL CUENTO DE HOY




Esclavo por herencia


Por Olga Starzak 






Bajé la cabeza  y una vez más accedí; como lo venía haciendo desde que mi cuerpo había adquirido la suficiente fuerza para sostener sobre mis espaldas las cargas impuestas, o soportar el ardiente sol de Senegal mientras me sometían a las más arduas tareas rurales,  cumpliendo la función del arado, la del buey. 
Era esclavo por herencia. Lo habían sido mis padres y lo eran todos mis hermanos. A los catorce años, al tomar conciencia de mi condición, decidí que no lo serían mis hijos. Y cada vez que la impotencia azogaba mi sangre, el dolor  mis huesos y la invalidez  mi alma, aumentaba el afán de huir, de vivir una vida que –como en una película- veía disfrutar en los otros; a los que vaya a saber por qué razones del destino se les había  dispensado la gracia divina de conocer la libertad.
Con Atheer había tenido la bendición de aprender a leer, de saber en qué lugar del universo se ubicaba el país que me condenaba, cuáles eran las aguas que podían convertirse en mi salvación.
Él era el menor de los ocho hijos de la familia a la que servíamos; tenía mi misma edad y un sentimiento diferente al de esos hombres y mujeres que espontánea y deliberadamente se apropiaban de nosotros, con el mismo ímpetu y el mismo fervor de los bebés aferrándose al pecho de la madre, en busca de saciar sus más básicas necesidades. 
En las horas  de calma, cuando la mayoría de las personas se entregaba al descanso en sus camas de lujo, entre sábanas de seda y paredes recién pintadas, Atheer golpeaba la puerta de mi cuarto. Nos reuníamos en la costa del río. Llevaba siempre en su bolsa hojas y lápices, libros y láminas; y un pequeño ejemplar del Corán que rezábamos al comenzar y al terminar el encuentro, rogando por no ser descubiertos. En ese caso mi vida se esfumaría, él sería severamente castigado.
Nunca dejaré de agradecerle al muchacho el riesgo que corría, la actitud desprovista de diferencias y su persistente deseo de compartir los  conocimientos que, a diario, iba aprendiendo en la escuela.

Cuando llegó el momento de emprender la partida, sin saber muy bien siquiera hacia  adonde iría, me despedí de los míos con un apresurado abrazo. Era consciente de que las probabilidades de volver a vernos, eran escasas. Le prometí a mi hermana más joven que apenas tuviese un lugar seguro donde morar, encontraría la manera de rescatarla.

Y en una noche cerrada de pleno invierno caminé sin descanso por tierras nunca pisadas; en pocos días y a juzgar por mi intuición más que por mis conocimientos,  me acercaría a la orilla del río, único sitio que podía resultar un aliado. Siempre que encontrara a alguien que, ignorando mi condición, me acercara a la costa. Siempre que antes no cayera otra vez en las redes que apresaban mi vida. 

No podría precisar cuántos días  anduve perdido  entre campos desérticos, otras veces guiado por las señales naturales,  pero siempre abrigando la fe. En noches de desasosiego, cuando el sueño vencía  la esperanza de ver pronto  las aguas del río, las pesadillas más atroces me devolvían al estado de vigilia. Era entonces cuando pensaba, exhausto, que mi actitud estaría siendo pagada por mi familia, en manos embravecidas de hombres que no aceptarían la traición y descargarían su furia sobre mis hermanos o sobre mis padres que -ateridos de miedo por  mi suerte-  entregarían una vez más sus cuerpos  como ofrendas  a la ofensa. Podía imaginar esos minutos de agonía, de gritos acallados y sangre exacerbada regando sus piernas, sus pies; regando la misma tierra que después  serían obligados a nutrir con el estiércol de animales.
Eran los momentos en los que se acrecentaba mi odio y se enardecía mi espíritu de libertad. Era también cuando las culpas me agobiaban y pensaba en el retorno. Pero siempre la voz de Atheer me devolvía la ilusión y dominaba cualquier impulso de debilidad.

La arena moja mis pies. Tres o cuatro embarcaciones están ancladas en la costa. Son hombres de piel dorada y rostros marcados por los rayos de tanto sol. Son hombres que, perplejos, observan mi humanidad como quien observa un animal nunca visto.
Me acerco tembloroso con la ilusión que la caridad -aquella que presumían los  hombres a través de las escrituras bíblicas-  sea su fortuna. Encomiendo, con plegarias, mi destino a ese Dios del que tanto escuchaba hablar. 

Mientras soy enlazado con cuerdas por la cintura y un hombre anuda por detrás mis muñecas, observo  impávido  cómo otro  baja   su mano armada con una pequeña hacha  sobre mis pies descalzos.
Es el instante en el que alzo mi mirada y reparo en  la presencia de Atheer. 
Gruesas lágrimas anegan su rostro.



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jueves, 31 de mayo de 2012

LOS POEMAS DE HOY





DOS POEMAS PARA COMODORO RIVADAVIA


Por Alfredo Lama (*)

I
En el casi tiempo, sobre el filo,
te vislumbro,
somos rayo, haz o gota
en el giro permanente.
Una estela te sostiene,
te limita, aglutina y confunde.
La armonía se diluye.
En la arena de las piedras, sublimado
eternizo mi sentido.
Y la playa más austral
me propala en su sonido
que te canta... Comodoro.

II
Duerme la longitud marina.
Un abismo coralino,
canta al cenagoso lecho.
Mis pasos de náufrago terrestre,
se sacuden en el polvo
de lo que antes fue lecho de mar.
Estoy en Comodoro Rivadavia.
Las gotas que caen,
también gritan su origen
y me doy cuenta.
Todo regresa al seno de su remitente.



(*) Escritor chubutense
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domingo, 27 de mayo de 2012

EL RELATO DE HOY







DON MARTÍN  “HOMBRE DE LA TIERRA Y EL TRABAJO”



Por Inés Luna (*)



Nació en una colonia conesina, “Eustoquio Frías”, el 30-9-1912. Se llama Martín Argimón. Asistió a la escuela sólo un mes en el año 1926; fue suficiente para saber leer y escribir. Dice haber aprendido a leer en los diarios. Tenía cuatro hermanos menores y su madre doña Teodora falleció joven, su padrastro don Benjamín Colombo salía por los campos a repartir frutas y verduras de su cosecha en una Villalonga y él quedaba a cargo de la casa y sus hermanos.
Trabajó desde muy chico, recordaba a don Valentín Massi como su primer patrón quien tenía su chacra frente a la de Benito Truco (todo en Colonia Frías). Martín tenía que arar  y cortar pasto, había maíz, zapallo y alfalfa. A los 19 años  fue a trabajar en colonia La Luisa.  Después de un corto tiempo en Pedro Luro hizo 14 meses de servicio militar en Campo de Mayo, allí también cuidaba caballos.

EMPLEADO DEL INGENIO AZUCARERO DE REMOLACHA

A su regreso del servicio militar se empleó como capataz de playa en el Ingenio Azucarero, controlaba la carga y descarga en los galpones, no solo de azúcar; también recuerda las bolsas de cal que se fabricaban en el mismo lugar. Aquí nos cuenta que se traía la materia prima de una calera de las cercanías de Los Menucos y en colonia San Lorenzo la “quemaban” haciéndola apta para la construcción.
Fueron múltiples las actividades de don Martín: estibador de bolsas de azúcar, pesador, debían tener 70 kilos luego se cocían y se cargaban al trencito.

ENCARGADO DE LOS CABALLOS

Capataz caballerizo (o sea encargado de los caballos), cuenta que habían  300 caballos de pecho distribuidos en dos corrales y en la isla (que pertenecía a la empresa frente a colonia La Luisa) 100 animales  de cría, todos  “ percherones”. Recordó los nombres  de algunos de estos animales: “Lola”, “Tigre”, “La leona”, “Pedro el tordillo”. Además, nos cuenta de las 20 mulas romanas (grandes) y un mulo que se llamaba “Chirulo” que era muy caprichoso, lo montaban para irse a la casa y el mulo volvía al corral.
Con esto de las mulas ocurrían “cruzas” raras de caballos con orejas grandes. El amansaba potros atándolos a una “chata” a la par de un caballo manso. Don Martín tampoco olvidó las carreras de caballos  frente al almacén, donde dos jinetes (extranjeros) venían del trabajo y corrían carreras con los mismos caballos sin sacarles las pecheras, ¡en el entusiasmo por participar!

LAS HERRAMIENTAS

Nuestro entrevistado nos habló de los 15 carros volcadores en los que se traían las remolachas cosechadas y quitándole un travesaño volcaban en forma automática en las grandes piletas, donde el agua las transportaba hasta la fábrica. Decía del camión “Link oruga”, que tiraba cinco acoplados con ruedas macizas, era el que transportaba materiales para la fábrica desde San Antonio Oeste.
Enumeró la cantidad de herramientas que pertenecían a las dos colonias, La Luisa y San Lorenzo: arados, rastrones, cortadoras de pasto, enfardadoras, moledoras de  pasto. Con la moledora  picaban maíz y malezas, que mezcladas luego con la melaza de la fábrica, servían de alimento para los caballos. Este trabajador de las colonias dice haber visto cosechar en la chacra Nº 30 remolachas hasta de 7 kilos.
Nos contó de la cantidad de extranjeros que había en el lugar y de las fiestas familiares que se hacían todos los fines de semana, con vitrola, acordeón y guitarra. De pronto todo se acabó y sufrió como todos los lugareños al ver derrumbarse  el Ingenio que daba tanto trabajo y alegría a los pobladores.  El continuó trabajando para Raggio en la colonia, cuando se vendieron las tierras compro a don Lorenzo una chacra en la que siguió trabajando.

SOLO UNO

Este es uno de los cientos de empleados que vivieron el progreso y luego el increíble cierre del Ingenio. Que sintieron en carne propia la impotencia colectiva de un pueblo, de una provincia puesta de rodillas ante el poder político-económico de quienes como único interés tienen al beneficio propio. El Ingenio Azucarero de remolacha de Conesa estaba signado a  ser punta de lanza para cambiar la historia del azúcar en el País.






(*) Escritora y periodista de Conesa. Autora de los libros “Vivencias de mi gente I. Historia oral de mi pueblo”, “Vivencias de mi gente II. Ingenio azucarero de remolacha”, “Vivencias de mi gente III” y “Vivencias de dos ilustres rionegrinos” (sobre la vida y obra de Guillermo Yriarte y Elías Chucair). Coeditó con María Elisa Irannellli la obra “Stroeder cuenta sus vivencias” y con el Club “Tinta Libre” (del cual es fundadora), la antología “Historia, Tinta y Papel”. Colaboró en los libros ““La Trochita” y “Rocky Trip” de Sergio Sepiurka y Jorge Miglioli. Conductora del programa radial histórico cultural “Vivencias de mi Pueblo”. Fundadora, directora y redactora del mensuario “El Puente de Conesa”. Integra diversas ONG de la localidad. Se define como ama de casa, madre de tiempo completo, escritora autodidacta y recopiladora de historia oral.

Nota: Se permite copiar este material únicamente mencionando esta fuente. Para más información o contactarse con la autora iluna@conesanet.com.ar


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miércoles, 23 de mayo de 2012

EL REPORTAJE DE HOY

ANTONIO DAL MASETTO








El azar nos brindó la ocasión de encontrarlo días atrás en una confitería de la avenida Las Heras. Cordial, receptivo, al conocer nuestro origen patagónico evocó de inmediato sus tiempos de residencia en Bariloche como "unos años duros", aunque su voz delataba un inequívoco tono afectuoso. También recordó con cariño a Madryn, a la fusión del mar y la meseta -esos espacios infinitos- y a los encuentros de escritores que alguna vez lo tuvieron como prestigioso jurado. Hablar con Antonio Dal Masetto nos conecta inevitablemente con sus vivencias de viajero incansable por la vida, un largo periplo que inauguró su primera singladura a través del Atlántico a muy temprana edad, cuando un barco lo depositó en nuestras orillas rioplatenses para cumplir con su destino sudamericano. Luego vinieron otras estaciones, y en cada una de ellas, la determinación de afrontar las peripecias de cada nuevo sitio como un desafío a vencer, con esa inmanente lozanía espiritual que hoy sigue anidando, intacta, en el brillo de su mirada franca y potente. Tiene, como no podía ser de otro modo, la sencillez y la generosidad propia de los grandes hombres, a los que la conciencia del propio talento nunca los enceguece. Ya se ha ganado para siempre un espacio de privilegio en el canon literario argentino; así y todo, su pluma no descansa. Habla como escribe: de manera clara, precisa, contundente. He aquí sus respuestas a Literasur.



- Antonio, su primera migración fue muy temprana, a los 12 años, cuando llegó de Italia para radicarse en Salto. Luego le tocó vivir en otros puntos del país muy diferentes entre sí, como Bariloche o Buenos Aires. ¿En qué medida influyen en su inspiración literaria los impactos emocionales vinculados al cambio, la adaptación y el desarraigo?

 Creo que una influencia fundamental. Estamos hechos de aquello que nos toca vivir. Ser transplantado a la edad de doce años de un continente a otro inevitablemente dejó su marca. Ahí debí comenzar a entender que cualquier sitio al que uno se traslade para radicarse —ya se encuentre al cabo de un viaje largo, mediano o corto— es un lugar a conquistar. Y en esta lucha, en este intento de alianza con el mundo que lo rodea en las diferentes oportunidades, también puede aparecer la escritura. Y con la escritura la manifestación de las dos o tres obsesiones originadas con seguridad allá en los orígenes, en los comienzos de todo, presentes luego en los libros publicados, con distintos rostros cada vez, pero en esencia las mismas, en fin, que uno anda mordisqueando siempre el mismo hueso, obstinado en la misma búsqueda, detrás de una respuesta que nunca llegará, pero cuya necesidad lo mantiene vivo y en camino.  

-Antes de consagrarse como escritor le tocó en suerte ejercer muy diversos oficios. ¿Cuándo sintió la certeza de que la literatura estaba destinada a convertirse en algo central en su vida?

 Probablemente esa certeza se instaló mucho antes de que yo me enterara. Puedo decir que los libros, la lectura,  siempre estuvieron presentes, desde la infancia, libros de aventuras, en especial Emilio Salgari, la imaginación voló muy alto en esa época, con aquellas historias de piratas y tantos personajes fantásticos. Después, al llegar a América y radicarnos en Salto, estuvo la biblioteca del pueblo y la posibilidad de acceder a otra clase de literatura y el descubrimiento de que una de las funciones o virtudes de los libros era combatir la soledad. Y es probable que en esa etapa inicial, a los trece, los catorce, desde alguno de esos autores desconocidos,  elegidos al azar en aquellas estanterías, me haya llegado la idea de que también yo tenía cosas para contar y quizá pudiese hacerlo.  

¿Cuál es su rutina para la escritura? ¿Se considera metódico o más bien discontinuo?

 Intento ser metódico, especialmente cuando estoy embarcado en la escritura de un libro. Un buen horario para trabajar es la mañana: la mente fresca y el cuerpo descansado. Aunque hubo una época que había elegido la noche, desde medianoche hasta el amanecer. En ese horario nadie molesta, nadie llama, y las horas nocturnas parecen interminables y esta sensación es placentera y lo hace sentir a uno cómodo y fuerte y con todo el tiempo del mundo por delante. De cualquier manera, de mañana o de noche, lo que importa es imponerse una rutina, una disciplina, y esforzarse por respetarla. No siempre es fácil, a veces las ideas no aparecen, a veces el cuerpo se resiste a permanecer sentado frente a la máquina de escribir o la computadora, puede que el día esté hermoso allá afuera y uno quisiera abandonar e irse a caminar, pero hay que seguir ahí, forzar el trabajo, atacar por diferentes costados, y finalmente algo siempre aparece, algo siempre queda. Ese es otro de los aprendizajes tempranos: las ideas vienen cuando se está trabajando, cuando se insiste. Parecería que todo el secreto consiste en sentarse y permanecer sentado. Nunca hay que decir: no puedo. Uno no debe hacerlo porque corre el riesgo de creérselo.

 - ¿Le da mucha importancia a la corrección? ¿Considera que es necesario dar a leer el texto a alguna persona de confianza antes de publicarlo?

 Hasta entregar el material a la editorial no paro de corregir. Me leo en voz alta, presto especial atención a la voz. Y puesto que la prosa es música, si en la lectura aparece un tropiezo, un escollo que entorpezca su deslizamiento, es señal que algo está fallando.  Entonces me detengo y busco, quito, agrego, reemplazo, vuelvo a leer y así hasta que regresa la musicalidad.
No está mal dar a leer un texto a alguien de confianza antes de publicar.  Lo he hecho, siempre con algún escritor amigo, y las observaciones que recibí, en un buen porcentaje, me han sido útiles. Pero opino que no se debe dar a leer el material antes de considerarlo terminado y corregido a fondo por uno mismo. Pueden ocurrir dos cosas y ambas no son buenas.  Una es el elogio de ese material no acabado. Eso podría atentar contra la propia exigencia, es fácil ceder a los elogios. Y también puede llegarnos una opinión adversa, y encontrarlo a uno mal parado, a medio camino, y desanimarlo.

  Hasta hoy, la Patagonia no le ha dado a la literatura escritores reconocidos a nivel nacional ni  internacional, como sí ocurre con otras zonas del país. ¿Cree usted que esto puede tener alguna relación con algún factor o característica propios de nuestra región?

 Absolutamente no.

  - Nuestro blog está frecuentado por lectores que gustan de los autores y la temática patagónica, pero también por otros que buscan expresiones de la Literatura en general. ¿Qué pensamiento quisiera hacerle llegar a todos ellos?

 Que dentro de nuestras posibilidades debemos difundir la buena literatura entre los jóvenes, entre los chicos.



C.D.F.



Antonio Dal Masetto nació en Intra, Italia, en 1938, de padres campesinos, Narciso y María. Después de la Segunda Guerra, en 1950, emigró a la Argentina. Se radicó en Salto con su familia y aprendió el castellano leyendo libros que elegía al azar en la biblioteca del pueblo. "Sufrí mucho con el traslado. Me sentía un marciano en el mundo", dice Dal Masetto de sus comienzos en el nuevo país. El tema de la inmigración está presente en sus libros, como en las novelas Oscuramente fuerte es la vida y La tierra incomparable. A los 18 años llegó a Buenos Aires. En sus comienzos fue albañil, pintor, heladero, vendedor ambulante de artículos del hogar, empleado público, periodista y, desde los 43 años, escritor. En 1964 publicó su primer libro de cuentos, que mereció una mención en el Premio Casa de las Américas. Recibió dos veces el Segundo Premio Municipal —por Fuego a discreción y Ni perros ni gatos— y el Primer Premio Municipal por la novela Oscuramente fuerte es la vida. Su libro Siempre es difícil volver a casa fue traducido al francés y llevado al cine por Jorge Polaco. Su novela La tierra incomparable, recibió el Premio Planeta Biblioteca del Sur 1994. Es un asiduo colaborador del periódico Página/12 de Buenos Aires. (Fuente: www.literatura.org)





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lunes, 21 de mayo de 2012

EL POEMA DE HOY

en homenaje a Lidia Ester Romero





Ha partido hacia la dimensión donde las almas retornan a su más pura esencia. Nada cuesta imaginarla fundando allí un pequeño espacio a su medida: un prado con álamos, con pinos y mutisias, para regarlo amorosamente con los reflejos de un río que aquí, en este plano de su tierra austral, espeja en sus aguas lustrales el cielo inalcanzable.  Nos ha dejado nuestra dulce Lidia Romero, una de las Voces Mayores de la poesía chubutense. Ella sabía muy bien lo dolorosas que son las despedidas. Supo expresarlo como nadie con un sencillo ramo de palabras, años atrás, cuando se fue el padre de Eryl, una de sus tan queridas amigas. Por eso creemos que tal vez ese sea el mejor poema para recordarla hoy, en nuestro homenaje a su enorme talento lírico.






DESPEDIDA (*)

Lidia E. Romero





Deshizo mil terrones día tras día
-como buscando la esencia de la vida-
estuvo atento al discurrir del agua, 
se plantó firme ante los ventarrones...
sopló sus manos por la escarcha heridas.


Dejó la chacra todos los domingos
-porque era el día de orar en la capilla-
el libro de sol-fa bajo el brazo, 
en una mano la mano de su hija
y en sus ojos el cielo y la familia.


El tiempo lo hizo enjuto muy de a poco;
su espalda fue encorvándose de a mucho;
dolores y alegrías le trazaron
un mapa irreversible en las mejillas...
si alguna vez lloró, nadie lo supo.


Dejó la tierra hoy con un suspiro
de paz y mansedumbre ante la entrega;
bajó a la tierra entre los resplandores
de un sol amable que lo despedía
y fue la tarde como muchas de su vida:


orar, cantar en paz, ¡igual que un gran poema!






(*) Primer Premio - Competencia Medalla de Plata "Asociación San David" - Eisteddfod del Chubut 1994

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