google5b980c9aeebc919d.html

domingo, 7 de julio de 2013

EL POEMA DE HOY



LLUVIA EN LA CUENCA

 

Por Aurelio Salesky Ulibarri (*)




Toda la noche estuvo lloviendo
sobre la cuenca del Golfo San Jorge...
Me despertaron los chaparrones
Cuando arreciaban,
y a la mañana,
aun recubiertos de nubarrones los horizontes
y opaco el cielo,
todo el paisaje se mostró limpio,
un refrescante olor a tierra
como un saludo desprendió el campo,
y entre las frondas de unos pinares,
únicos guardianes de una plazuela,
oí el gorjeo de una avecilla, grácil, contenta.


Toda la noche estuvo lloviendo
sobre la cuenca del Golfo San Jorge...
El golpeteo sobre mi techo
más sosegado tornó mi sueño,
y esa mañana,
cuando aún dormidas yacían las brisas,
sobre las tenues y húmedas hojuelas
de los arbustos se sostenían,
muy relucientes y pequeñuelas,
fértil tesoro de aguadas perlas.


Toda la noche estuvo lloviendo
sobre la cuenca del Golfo San Jorge...
¡Cuánta tibieza entre las sombras
tenía mi lecho!
Y a la mañana,
sobre los montes que caen abruptos
hacia las costas de la caleta,
algunas nubes se desplazaban
rozando apenas las grises cuestas.


Toda la noche estuvo lloviendo
sobre la cuenca del Golfo San Jorge...
¡Rumor bendito sobre un tejado!
¡Dulce goteo sobre los campos!



(*) Escritor chubutense, nacido en cercanías de Dolavon.



Bookmark and Share

miércoles, 3 de julio de 2013

EL POEMA DE HOY



                   GRAN SALITRAL DEL GUALICHO


          Por Ramón Minieri (*)




Cuarenta leguas de cristal
un mar
antiguo
cifrado
por milenios de alambique


refulge el salitral
el relicario


sin sombra
sin un río
puberal
ni promesa ni descuido.


Aquí
la única palabra
es el viento


y cuando el viento proclama
un jubileo
de lluvia
es un momento


víspera del barranco
del derrumbe
que hace aflorar
un dinosaurio en ancas

y el cielo se lo monta.


(*) Escritor de Río Colorado.






Bookmark and Share

sábado, 29 de junio de 2013

EL RELATO DE HOY




ESA FLOR AZUL


Por Hugo Covaro (*)




   Javier Etchemaitechea le pasaba un trapo al mostrador tratando de limpiarle esa pátina oscura que el uso y los años le untaron a su tosco maderamen.

   En Cañadón Huemul- parada de carros y chatas- su boliche reunía a los pocos pobladores de la zona y viajeros que desde setiembre a marzo se animaban a transitar aquellos huellones, marcados a puro invierno en la piel nativa del páramo.

   Javier miraba la lluvia empañar la mañana fría con esa garúa obstinada que llevaba cuatro días seguidos sin parar, como quien acepta resignado un veredicto irrefutable. Esa llovizna tenaz, que apenas le permitía ver hasta el palenque solitario, parecía mojarle la única región a salvo de aquella tempestad obcecada: los recuerdos.

   Se veía joven, recién llegado, con esa desmesurada vastedad extendiéndose ante sus ojos azorados. Sus primeros trabajos, largos arreos, duros inviernos esperando a la vida en estrechos fogones de dilatadas estancias inglesas, privaciones, algún amor pasajero que sólo dura lo que dura la plata de un mensual cuando baja a los pueblos de la costa. Esquila, baños, señalada, desierto, soledad... 

   Hasta que llegó el día en que un paisano suyo le ofreció el boliche y juntando los ahorros de años a las ganas de quedarse por algún tiempo en un solo sitio, se le animó al oficio de bolichero.


   Y aquí lleva treinta años, viendo pasar los días entre arrieros quemados de intemperie, troperos tallados de vientos, indios melancólicos, oportunos mercachifles, puesteros llenos de olvido.

- Una grapa, don Javier...¿qué va a tomar usted?

- Pa’ mí una caña dulce y un vino pa’ mi compañero. 

- Traigo cuero e’ zorro...once traigo... 

- Vasco...¡una ginebra doble!. 

   Un ruido que venía de esa lluvia mansa le devolvió la conciencia. Vio entonces al bulto que trataba de encontrar el hueco de la puerta, soltando briznas de agua su haraposo ropaje. El recién llegado tanteaba el piso con una vara corta que hacía de bastón y se guiaba tocando los objetos que encontraba a su paso o los sonidos que le indicaban la presencia humana en ese rumbo. Cuando logró entrar, cerró la puerta tras de sí y se quedó inmóvil unos segundos esperando percibir nuevos mensajes. Caminó hacia el mostrador al mismo tiempo que se quitaba la boina negra y preguntaba:

- ¿Hay alguien aquí? 

- ¡Qué día para salir de recorrida, don Hilario! -espetó el vasco sólo por decir algo; luego agregó: -Desde que se le dio por llover finito, no he visto gente; debe estar mala la huella. ¡Suerte que vino usted para conversar y no estar solo, aburrido de ver garuar!

- Me han dicho que usted sabe se los puede encontrar al curandero, que sabe venir por aquí... que usted sabe...- dijo el ciego, secándose las últimas gotas de la cara con el dorso de la mano. 

-¡Ah!, ¡Payún!...hace como un año que no baja. La vez pasada lo fueron a buscar cuando la mujer de don Demetrio Margariño estuvo tan enferma. Él la curó sólo con verla...de palabra. Pero hay que ir hasta donde termina el camino que lleva al volcán, justo donde el Arroyo Las Vueltas nace de los chorrillos. Ahí hay que prender fuego y esperar que baje. Eso dicen... 

- Gracias, don Javier- dijo el ciego, enfilando hacia la puerta, con la vara adelantándose a su paso vacilante. Salió del boliche para desaparecer tapado por la cerrazón. 

   Payún miró el humo subir recto, sostenido en la quietud de la mañana como un pabilo blanco sobre los árboles. Tapó con ramas la boca de la caverna y marchó aguas abajo. 



   El ciego, sentado junto al fuego, adivinaba ese sol joven salido de la tierra que le calentaba la cara y le ponía un reverbero lila en las pupilas opacas. 

   Sintió de golpe la mano del indio apoyarse en su hombro. Ningún ruido había denunciado su llegada. Giró la cabeza preguntando: 

- ¿Quién anda ahí?

- Payún- contestó el chamán con voz apenas audible. 

- He venido a verlo porque quiero que me cure. Soy ciego. 

- Ya lo sé...sé también por qué perdiste la vista. Si encuentro esa flor azul que Elchén guarda para dar luz a los ciegos, volverás a ver. Si no la encuentro, nunca más verás. Ahora vuelve por donde viniste y por ninguna causa regreses a este sitio- le sugirió para quedar silencio. 

- ¡Gracias, gracias, Payún!- expresó el ciego extendiendo los brazos en busca del chamán, pero nada encontró. Nadie respondió a sus palabras. 

   Lenta, dolorosamente, avanzaba el ciego, tropezando, cayendo, levantándose para caer de nuevo sobre el áspero suelo.



   Días enteros de penosa marcha de regreso a Cañadón Huemul, con la esperanza abrigándole el corazón fatigado, sobreviviendo a lo más hondo de la noche. 

   Primero fue como un lejano deseo de llorar que se derrumbaba de sus ojos dormidos. En el cristal líquido de la lágrima, un arco iris difuso le iluminó los sentidos con minúsculo relámpago, tornándose de a poco en una visión acuosa, estremecida por flechas luminosas que fueron dando color a cada cosa: al principio, el camino; luego, las casas y por último, la gente. 

   Hilario lloraba. Era esa la forma más rotunda de lavar tanta oscuridad. En la caverna, el chamán miraba el fuego, perdido en lejanos territorios, mientras la flor azul que Elchén guarda para dar luz a los ciegos, le azulaba la negra obsidiana de los ojos.





(*) Escritor comodorense. Este cuento fue tomado del volumen “El Chamán y la lluvia”, de 1996. Aprovechando el gentil ofrecimiento del conocido autor para publicar sus relatos, Literasur irá presentando desde sus primeras obras hasta sus últimas creaciones.








Bookmark and Share

martes, 25 de junio de 2013

EL POEMA DE HOY

Un hermoso soneto



CALOR DE CAMPO


Por Antonio Vicente Ugo (*)



Hondo el cañadón, larga la pampa
donde tan sólo la jarilla crece.
Miento: un molle se aparece
en la leña raigal como una estampa.

También un piquillín humilde ofrece
su fibra dura en el lugar que acampa,
mientras el cielo a su hora ya se escampa
y muere el fogón y el cielo crece.

Toda esa humilde leña deseada
es el calor de la áspera meseta
que se ofrece total, sin pedir nada.

Me recuerda cosas que tuviste,
esa entrega de amor por lo secreta,
como la misma tierra que me diste.




(*) Poeta chubutense por opción. De su poemario “La tierra que me diste”.
Bookmark and Share

sábado, 22 de junio de 2013

EL MICRORRELATO DE HOY





Canto llano

Por Graciela Fernández de Jones (*)



Amanece. Las primeras lucen escarchan la tierra de marfil y damasco. Morada de antiguas lenguas tehuelches. Entrega de historia y coraje.
Ocres, terracotas y rosados, escalonan las terrazas. Altivas murallas perpetuando el canto del viento. Mudas fortalezas.
Destila su caricia amarilla el tomillo en el aire fresco de la mañana y se estira la quietud en el breve caserío. Zigzagueando volutas de humo escapan de las chimeneas.
El hombre inicia el rito cotidiano y echa a andar. Ensilla la vastedad del horizonte.
Trenza la mujer sus dedos en el telar y el día comienza.
Cuando la calandria posa el trino en la jarilla, repliega su memoria de arraigo en calafate en el fruto maduro.
Faldeos de coirones serpentean entre los cantos rodados que salpican de grises las lomadas. Y se recorta en el paisaje una llamarada naranja de tamarisco que flanquea el rancho.
Solitario el quilimbay enfunda su ritmo monocorde en el silencio y la infinitud se instala y se filtra por las grietas arcillosas. Roza apenas la llovizna en el rostro terroso que fundirá su alquimia de estéril estepa en el amasijo del alfarero.
Los parches del alma sureña laten en el corazón arisco de la meseta.




(*) Incluido en “Desde las postas del viento” – Escritores de Patagonia – Prueba de Galera Ediciones – Buenos Aires - 2001
Bookmark and Share