google5b980c9aeebc919d.html

viernes, 12 de julio de 2013

LA NOTA DE HOY



METALITERATURA PATAGÓNICA

Por Jorge Eduardo Lenard Vives



   Hablar de la Literatura Patagónica es tarea titánica, pues son muchas las obras y los autores que la conforman. Sin embargo, explayarse respecto a la Metaliteratura regional, es decir, acerca de los libros que hablan sobre los libros patagónicos, lamentablemente, no es tan difícil. Porque son pocos. Desde estas mismas páginas se repitió que uno de los problemas que enfrenta la creación austral es la falta de comentaristas, de exégetas se dijo alguna vez; cuya tarea permita difundir la riqueza del arte de la palabra en el sur.

   Uno de los primeros trabajos que se conocen al respecto, es el artículo que Leonor María Piñero publicó en el número de agosto / septiembre de 1963 de la revista Argentina Austral, con el título “Ensayo de historia literaria patagónica”. La escritora fueguina, de Río Grande para más datos, traza un panorama de las letras de la zona; sucinto pero a la vez profundo y documentado. De su nota pueden rescatarse varios aspectos que marcan el análisis literario meridional. Uno de ellos es su división en cuatro épocas, un concepto que aun hoy puede servir para desarrollar la cuestión. Llama a esas etapas “de grupos autóctonos”, “de descubrimientos” (cronistas extranjeros), “de organización” (cronistas argentinos) y “de evolución” (escritores patagónicos nativos y arraigados). Cabe señalar que Argentina Austral publicó varios artículos más en relación con la bibliografía patagónica, como los de Germán Burkardt y Julián Pedrero (*).

   También incursiona en el estudio de la escritura regional el ushuaiense Horacio Caletti; aunque lo hace sólo sobre su provincia de adopción. En “La literatura de Tierra del Fuego”, describe en forma detallada el desarrollo de las letras locales; desde las leyendas de los pueblos originarios hasta las obras publicadas en 1975, año de edición de su libro. Desde sus primeras páginas, Caletti destaca la llamativa abundancia de la producción cultural de la comarca. En el capítulo “La tierra maldita”, dedica especial atención a las manifestaciones literarias surgidas a la sombra de los dos penales que hubo en la zona: el de la Isla de los Estados y el de Ushuaia.

   No hay muchos otros ejemplos de ensayos sobre el tema escritos desde el mismo Mediodía. Aunque, a decir verdad, tampoco los hay a nivel nacional. Así como la Literatura Patagónica no parece interesar a quienes hacen antologías de Literatura Argentina, con algunas salvedades, tampoco inquieta a los que escriben tratados sobre ella. Excepciones, que confirman la regla, las hay. Por ejemplo, el enjundioso trabajo “Historia del Teatro Argentino”, dirigido por Osvaldo Pellettieri; que incluye el examen de la dramaturgia en las provincias patagónicas.

   La obra “Pasión y suma de la expresión argentina”, de Juan Pinto, es otra excepción, que indaga en la problemática de la “Literatura, cultura, región”, como indica su subtítulo. Hace amplia referencia a la Patagonia. Una de sus primeras conclusiones es que la cultura de la zona se vigorizó cuando los ex territorios formaron sus gobiernos provinciales, en 1958. Además de presentar una interesante bibliografía de las décadas del 40 y 50, reconoce el importante papel de Leonor María Piñero como analista de las letras sureñas (y nos regala el dato que una extensa conferencia de la escritora, con el título “Ensayo de antología literaria patagónica”, fue publicada en el Diario Jornada de Trelew los días 16, 17 y 18 de septiembre de 1963). Como suma de la novelística sureña, menciona a “Lago Argentino”, de Juan Goyanarte.

   Por su parte, Samuel Tarnopolsky orienta su ensayo “Indios pampas y conquistadores del desierto en la novela”, al tratamiento de la narrativa de ficción. Incluye allí numerosas obras patagónicas; especialmente en el capítulo “Después de las campañas: sus huellas”. Tarnopolsky recurre al procedimiento de transcribir algunos textos de los volúmenes estudiados; agregando los correspondientes comentarios. Dado que fue publicado en 1995, su material bibliográfico está más actualizado respecto al de los otros autores citados.

   Navegando la red, pueden encontrarse varios artículos, conferencias y monografías que tratan la materia. Muchos de esos documentos, dado el alcance específico propio de la investigación académica, se circunscriben a determinados autores, generalmente los más conocidos; y a veces manifiestan ciertas posturas sesgadas. Tal vez no alcanzan a reflejar la exuberancia de la creación regional. Sin dudas, resulta necesario profundizar el estudio de la Metaliteratura patagónica; y, de esa manera, hallar la “metafísica” de las letras sureñas – concepto acuñado por el escritor santacruceño Juan Roldán – que finalmente confirme la identidad de nuestra Literatura.



(*) Ver en este blog  la nota “Argentina Austral y la Literatura Patagónica” del 10 de marzo de 2008.

Bookmark and Share

domingo, 7 de julio de 2013

EL POEMA DE HOY



LLUVIA EN LA CUENCA

 

Por Aurelio Salesky Ulibarri (*)




Toda la noche estuvo lloviendo
sobre la cuenca del Golfo San Jorge...
Me despertaron los chaparrones
Cuando arreciaban,
y a la mañana,
aun recubiertos de nubarrones los horizontes
y opaco el cielo,
todo el paisaje se mostró limpio,
un refrescante olor a tierra
como un saludo desprendió el campo,
y entre las frondas de unos pinares,
únicos guardianes de una plazuela,
oí el gorjeo de una avecilla, grácil, contenta.


Toda la noche estuvo lloviendo
sobre la cuenca del Golfo San Jorge...
El golpeteo sobre mi techo
más sosegado tornó mi sueño,
y esa mañana,
cuando aún dormidas yacían las brisas,
sobre las tenues y húmedas hojuelas
de los arbustos se sostenían,
muy relucientes y pequeñuelas,
fértil tesoro de aguadas perlas.


Toda la noche estuvo lloviendo
sobre la cuenca del Golfo San Jorge...
¡Cuánta tibieza entre las sombras
tenía mi lecho!
Y a la mañana,
sobre los montes que caen abruptos
hacia las costas de la caleta,
algunas nubes se desplazaban
rozando apenas las grises cuestas.


Toda la noche estuvo lloviendo
sobre la cuenca del Golfo San Jorge...
¡Rumor bendito sobre un tejado!
¡Dulce goteo sobre los campos!



(*) Escritor chubutense, nacido en cercanías de Dolavon.



Bookmark and Share

miércoles, 3 de julio de 2013

EL POEMA DE HOY



                   GRAN SALITRAL DEL GUALICHO


          Por Ramón Minieri (*)




Cuarenta leguas de cristal
un mar
antiguo
cifrado
por milenios de alambique


refulge el salitral
el relicario


sin sombra
sin un río
puberal
ni promesa ni descuido.


Aquí
la única palabra
es el viento


y cuando el viento proclama
un jubileo
de lluvia
es un momento


víspera del barranco
del derrumbe
que hace aflorar
un dinosaurio en ancas

y el cielo se lo monta.


(*) Escritor de Río Colorado.






Bookmark and Share

sábado, 29 de junio de 2013

EL RELATO DE HOY




ESA FLOR AZUL


Por Hugo Covaro (*)




   Javier Etchemaitechea le pasaba un trapo al mostrador tratando de limpiarle esa pátina oscura que el uso y los años le untaron a su tosco maderamen.

   En Cañadón Huemul- parada de carros y chatas- su boliche reunía a los pocos pobladores de la zona y viajeros que desde setiembre a marzo se animaban a transitar aquellos huellones, marcados a puro invierno en la piel nativa del páramo.

   Javier miraba la lluvia empañar la mañana fría con esa garúa obstinada que llevaba cuatro días seguidos sin parar, como quien acepta resignado un veredicto irrefutable. Esa llovizna tenaz, que apenas le permitía ver hasta el palenque solitario, parecía mojarle la única región a salvo de aquella tempestad obcecada: los recuerdos.

   Se veía joven, recién llegado, con esa desmesurada vastedad extendiéndose ante sus ojos azorados. Sus primeros trabajos, largos arreos, duros inviernos esperando a la vida en estrechos fogones de dilatadas estancias inglesas, privaciones, algún amor pasajero que sólo dura lo que dura la plata de un mensual cuando baja a los pueblos de la costa. Esquila, baños, señalada, desierto, soledad... 

   Hasta que llegó el día en que un paisano suyo le ofreció el boliche y juntando los ahorros de años a las ganas de quedarse por algún tiempo en un solo sitio, se le animó al oficio de bolichero.


   Y aquí lleva treinta años, viendo pasar los días entre arrieros quemados de intemperie, troperos tallados de vientos, indios melancólicos, oportunos mercachifles, puesteros llenos de olvido.

- Una grapa, don Javier...¿qué va a tomar usted?

- Pa’ mí una caña dulce y un vino pa’ mi compañero. 

- Traigo cuero e’ zorro...once traigo... 

- Vasco...¡una ginebra doble!. 

   Un ruido que venía de esa lluvia mansa le devolvió la conciencia. Vio entonces al bulto que trataba de encontrar el hueco de la puerta, soltando briznas de agua su haraposo ropaje. El recién llegado tanteaba el piso con una vara corta que hacía de bastón y se guiaba tocando los objetos que encontraba a su paso o los sonidos que le indicaban la presencia humana en ese rumbo. Cuando logró entrar, cerró la puerta tras de sí y se quedó inmóvil unos segundos esperando percibir nuevos mensajes. Caminó hacia el mostrador al mismo tiempo que se quitaba la boina negra y preguntaba:

- ¿Hay alguien aquí? 

- ¡Qué día para salir de recorrida, don Hilario! -espetó el vasco sólo por decir algo; luego agregó: -Desde que se le dio por llover finito, no he visto gente; debe estar mala la huella. ¡Suerte que vino usted para conversar y no estar solo, aburrido de ver garuar!

- Me han dicho que usted sabe se los puede encontrar al curandero, que sabe venir por aquí... que usted sabe...- dijo el ciego, secándose las últimas gotas de la cara con el dorso de la mano. 

-¡Ah!, ¡Payún!...hace como un año que no baja. La vez pasada lo fueron a buscar cuando la mujer de don Demetrio Margariño estuvo tan enferma. Él la curó sólo con verla...de palabra. Pero hay que ir hasta donde termina el camino que lleva al volcán, justo donde el Arroyo Las Vueltas nace de los chorrillos. Ahí hay que prender fuego y esperar que baje. Eso dicen... 

- Gracias, don Javier- dijo el ciego, enfilando hacia la puerta, con la vara adelantándose a su paso vacilante. Salió del boliche para desaparecer tapado por la cerrazón. 

   Payún miró el humo subir recto, sostenido en la quietud de la mañana como un pabilo blanco sobre los árboles. Tapó con ramas la boca de la caverna y marchó aguas abajo. 



   El ciego, sentado junto al fuego, adivinaba ese sol joven salido de la tierra que le calentaba la cara y le ponía un reverbero lila en las pupilas opacas. 

   Sintió de golpe la mano del indio apoyarse en su hombro. Ningún ruido había denunciado su llegada. Giró la cabeza preguntando: 

- ¿Quién anda ahí?

- Payún- contestó el chamán con voz apenas audible. 

- He venido a verlo porque quiero que me cure. Soy ciego. 

- Ya lo sé...sé también por qué perdiste la vista. Si encuentro esa flor azul que Elchén guarda para dar luz a los ciegos, volverás a ver. Si no la encuentro, nunca más verás. Ahora vuelve por donde viniste y por ninguna causa regreses a este sitio- le sugirió para quedar silencio. 

- ¡Gracias, gracias, Payún!- expresó el ciego extendiendo los brazos en busca del chamán, pero nada encontró. Nadie respondió a sus palabras. 

   Lenta, dolorosamente, avanzaba el ciego, tropezando, cayendo, levantándose para caer de nuevo sobre el áspero suelo.



   Días enteros de penosa marcha de regreso a Cañadón Huemul, con la esperanza abrigándole el corazón fatigado, sobreviviendo a lo más hondo de la noche. 

   Primero fue como un lejano deseo de llorar que se derrumbaba de sus ojos dormidos. En el cristal líquido de la lágrima, un arco iris difuso le iluminó los sentidos con minúsculo relámpago, tornándose de a poco en una visión acuosa, estremecida por flechas luminosas que fueron dando color a cada cosa: al principio, el camino; luego, las casas y por último, la gente. 

   Hilario lloraba. Era esa la forma más rotunda de lavar tanta oscuridad. En la caverna, el chamán miraba el fuego, perdido en lejanos territorios, mientras la flor azul que Elchén guarda para dar luz a los ciegos, le azulaba la negra obsidiana de los ojos.





(*) Escritor comodorense. Este cuento fue tomado del volumen “El Chamán y la lluvia”, de 1996. Aprovechando el gentil ofrecimiento del conocido autor para publicar sus relatos, Literasur irá presentando desde sus primeras obras hasta sus últimas creaciones.








Bookmark and Share

martes, 25 de junio de 2013

EL POEMA DE HOY

Un hermoso soneto



CALOR DE CAMPO


Por Antonio Vicente Ugo (*)



Hondo el cañadón, larga la pampa
donde tan sólo la jarilla crece.
Miento: un molle se aparece
en la leña raigal como una estampa.

También un piquillín humilde ofrece
su fibra dura en el lugar que acampa,
mientras el cielo a su hora ya se escampa
y muere el fogón y el cielo crece.

Toda esa humilde leña deseada
es el calor de la áspera meseta
que se ofrece total, sin pedir nada.

Me recuerda cosas que tuviste,
esa entrega de amor por lo secreta,
como la misma tierra que me diste.




(*) Poeta chubutense por opción. De su poemario “La tierra que me diste”.
Bookmark and Share