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domingo, 8 de diciembre de 2013

EL CUENTO DE HOY




CAÑADÓN LAGARTO


Por Hugo Covaro (*)




En esos pocos momentos de lucidez, cuando la conciencia encendía de pronto su fósforo breve, la abuela Carmen hablaba de Cañadón Lagarto. Después, nuevamente esa enfermedad incurable la envolvía con su espesa cerrazón, aislándola del mundo en un autismo ominoso.
Había ido a la escuela en ese desolado paraje, allá por 1926, cuando Cañadón Lagarto era un próspero pueblito con 250 habitantes.

"De mi casa a la escuela había unas cinco cuadras. Nos íbamos caminando por las vías... no había peligro, el tren siempre pasaba por la tarde".

Y ahora, sus duendes desmemoriados buscaban encontrarse con los fantasmas que, penitentes, rondan los sitios baldíos de la vida donde la soledad empolla sus persistentes olvidos.
¡Ella quiere regresar, pero no puede! ¡No hay regreso posible a la nada!
Sólo en ella perduraban las casas bajas, separadas por callejuelas angostas, agrupadas a ambos lados de las vías. Y el cementerio cercano, con el pesado sueño de los muertos aromado por las minúsculas flores del tomillar nativo.

"El cementerio estaba al sur. Tenía un cerco bajo de alambre que nosotros saltábamos para ir a jugar en unas casitas pequeñas. Lo hacíamos a escondidas. Mi abuela no quería que fuéramos a ese sitio".

El jeep detuvo su marcha a metros del aljibe, que con su ojo huero parecía mirar sin ver ese mínimo cielo redondo encerrado en sus paredes. A la sombra de esos árboles doblegados por el viento, sobrevivientes a la sed en ese penoso desamparo, la voz de la abuela Carmen sonaba como un eco salido de la profunda garganta del pozo.

 "El agua para la estación la traía un tren y la depositaba en el aljibe. Los pobladores la buscaban al norte, en carros que la transportaban desde unos manantiales escondidos entre los cañadones. En ocasiones lo acompañaba al tío Ramón, cuando iba a las aguadas. Era escasa, por eso se pagaba hasta $ 1.20 el barril de 100 litros. Los únicos árboles del pueblo estaban al lado del pozo de agua". 

Ningún sonido extraño entorpecía el monótono rumor del viento en ese incendio que el coironal prende con las últimas luces del crepúsculo. De a trechos, los rieles oscuros extendían sus caprichosas paralelas, crucificadas sobre el duro sueño de los durmientes de quebracho. Por esa vía muerta, llegaba la noche asperjando su pólvora.

 "Con mi primo Lalo sabíamos jugar en la nieve. No sentíamos frío. Decían que Cañadón Lagarto era el lugar más helado que había en la Patagonia. ¡Veinte grados bajo cero sabían hacer! A nosotros nos llevaban a Comodoro en las vacaciones. En esos peladeros mucha gente se moría congelada en los inviernos". 

Como quien se aleja del sitio de un naufragio, abandonaron las ruinas del pueblo. Mientras el Land Rover hacía memoria por recordar el camino conocido en ese laberinto de sendas estrechas, nadie se animaba a voltear la cabeza. Algo parecido al miedo les posaba su mano helada, denunciando una presencia invisible. Cuando dejaron la huella de tierra y retomaron la negra lonja del asfalto, sintieron que esos fantasmas se habían quedado en la última curva del camino.
Era media noche cuando llegaron. A pesar de lo avanzado de la hora, la abuela Carmen estaba despierta y hasta parecía que los estaba esperando. En sus ojos pequeños una lejía turbia dejaba pasar briznas de un brillo antiguo, gastado de ver pasar tanta vida. Mientras la llevaban a su cama, con ese andar inseguro de los ancianos arrastrando los pies con pasitos cortos, se la escuchó decir claramente: 
- ¡Vamos Lalo, apúrate, que podemos perder el tren! 
Y en el silencio de la noche el resoplar de la vieja locomotora alborotaba el enrulado cabello de esa niña, que después de pasar las vacaciones en Comodoro regresaba a Cañadón Lagarto... 



(*) Escritor comodorense. Tomado de su libro “Mi Land Rover Azul. Relatos Patagónicos. Pequeñas historias del desierto”. Editorial Universitaria de La Plata, La Plata, 2003.

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martes, 3 de diciembre de 2013

EL POEMA DE HOY




YO QUISIERA LLEVARTE MÁS ALLÁ DEL DOLOR

Por Jorge Castañeda (*)


Yo quisiera llevarte más allá del dolor
de los estragos del tiempo
del trasiego de los días
comunes y adocenados
por la servidumbre de vivir.

Yo quisiera llevarte
más allá de las zarzas ardientes
del recuerdo.
Más allá de las suelas
ardidas del infortunio
y de las campanas que doblan
apenas compartidas.

Yo quisiera llevarte más allá
de los estropicios cotidianos
y del llanto escondido
en un rincón del traspatio
donde se sacuden las migas
de los manteles.

Al otro cielo
donde la felicidad
se conjuga
cierta y tangible
como un ramo de flores.

A donde se vive de veras.

Al espacio de la brisa
donde la libertad
está a la vuelta de la esquina.
Yo quisiera llevarte…
si tú lo quisieras.



(*) Escritor de Valcheta.


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jueves, 28 de noviembre de 2013

EL POEMA DE HOY





VOLVER

Por Mirta Jodor (*)



Volver del frío
a la casa de una,
volver dejando 
en la memoria de otros
los recuerdos que duelen,
volverse de la aridez infame,
del viento que asusta,
cobijarse, acunarse,
volver, volviendo sin mirar atrás,
huir como un pájaro
del anochecer que asola,
que ensombrece el cielo
y oculta soles,
de eso se trata de volverse
siempre, cuando la hora termina
a la casa de una.  



(*) Escritora de Sarmiento.

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lunes, 25 de noviembre de 2013

EL CUENTO DE HOY





CENIZAS

Por Ana Elisa Medina (*)



Un olor a azufre golpeaba las narices. El sol estaba quieto. Algunas nubes lo tapaban de vez en cuando. El suelo empezó a temblar. Había una revolución. Puja de poderes y desplazamientos de las placas tectónicas del Pacífico y Atlántico. Anónimamente, en silencio, se mueven en las profundidades. Así, como en el cielo, esporádicas y fugaces escaramuzas nos juegan los astros. Así los volcanes liberan sus energías cuando algunas de estas placas le hacen "cosquillas" a sus bolsas magmáticas, y se ponen "eróticos", escupiendo su "semen".
El hombre de Los Antiguos abrió la puerta y entró la ceniza deslizándose como serpiente.
Salió al campo a ver el ganado. Todo era un manto uniforme. En el horizonte nubes azules, grises y blanquecinas venían enroscándose por el oeste. Eran nubes de tormentas.
Las ovejas estaban muertas, algunas boqueaban tapadas por la ceniza, apenas algún hocico asomaba a la superficie.
Sus pasos se hundían hasta las rodillas. Los bebederos ya no existían. Casi no se divisaban los alambrados semisepultados.
Volvía hacia el casco de la estancia cuando un remolino de cenizas lo envolvió. Sacó su pañuelo y cubrió la mitad de su rostro para poder avanzar. Era difícil respirar.
Todo a su paso estaba muerto: avutardas, liebres, zorros, pájaros, teros, guanacos, avestruces...
Había escuchado que las erupciones volcánicas ocurren en etapas de glaciación o desglaciación.
Escuchó cómo repercutía en la columna vertebral rocosa el trueno apagado y vio un enorme cono que se elevaba desde el volcán Hudson.
El penacho de partículas era transportado por los vientos dispersando la lluvia de cenizas por todas partes.
El vómito de la tierra tapaba todo ser viviente.
El hombre se había alejado mucho. Su caballo pisó un hoyo y quedó quebrado. Alivió el dolor del animal pegándole un tiro en la cabeza.
Cada paso que daba le costaba más y más. Llegó casi sin aliento a su casa y llamó a su mujer.
Le respondió el silencio. El piso, sillas, mesas, todo cubierto de cenizas.
La boca reseca, sus labios quebrados pronunciaron un nombre, casi un grito.
La mujer yacía muerta en el piso de la cocina con un sudario de cenizas.
El hombre quiso respirar, apenas llegó a tocar la mano de su esposa y su corazón dejó de latir.
Afuera, las cenizas embretadas seguían lloviendo sobre los campos.


(*) Escritora nacida en Resistencia, Chaco; radicada desde 1979 en Río Gallegos. Socia Fundadora de la SADE Filial Río Gallegos en 1984; a la que luego presidió, entre 1989 y 1995. Ha tenido una destacada actuación en el campo de la cultura, tanto a nivel provincial como nacional e internacional. Es autora, entre otras obras, de los poemarios “Versos del Pueblo”, “Ansiedad” y “Ser con...”; de los volúmenes de cuentos “Cuentos del Norte y del Sur”, “Otros cuentos”, “Ansiedad de hombre” y “Santa Cruz en Llamas” (de donde se tomó el cuento publicado en el blog el día de hoy); la novela “Ana de Resi”; y los ensayos “Vida y obra del Dr Mario Cástulo Paradelo”, “Historia del Poder Judicial de Santa Cruz. Territorio y Provincia” y “Breve Historia del Chaco. También publicó notas en periódicos y revistas. Realizó varios programas radiales y un de televisión de carácter cultural. Obtuvo numerosos premios literarios y participó como jurado en varios concursos. Fue funcionaria provincial en el área de la cultura en dos oportunidades (la última vez, como Secretaria de Cultura).



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jueves, 21 de noviembre de 2013

EL POEMA DE HOY




EQUILIBRIO

Por Daniel Montoya



El equilibrio no es un punto exacto en el universo
ni una manifestación de la azarosa naturaleza.
No es la primera gota de lluvia que suena en el entretecho
ni que la primavera fuerce a una flor a que florezca.

El equilibrio es estar con esa otra alma y compartir,
esa que nos complementa y enseña el valor de amar.
El equilibrio puede ser inclinar la balanza para ser feliz,
jugarse por sentir, dejarse de lado el pensar.

El equilibrio no es mantenerse sobre la cuerda,
pensando cada paso, sin dejarse caer.
El equilibrio es disfrutar esa caída, con la satisfacción de vértigo,
extendiendo las alas, dejándose caer.

El equilibrio puede ser estar estancado en la vida,
un punto inmóvil del universo.
La felicidad son los torbellinos de cada día,
esos que a veces llegan ocultos en versos.





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