google5b980c9aeebc919d.html

martes, 3 de marzo de 2015

LA NOTA DE HOY




HILARIO TAPARY VUELVE A CAMINAR


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




El papel de Pedro de Angelis en la Literatura Patagónica no está aun bien ponderado. Su Colección de Obras y Documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata, de 1836, incorpora muchos textos que constituyen la primera antología de las letras regionales; del período que María Leonor Piñero llamó De exploradores extranjeros. El volumen dedicado a la Colección de viajes y expediciones a los campos de Buenos Aires y a las costas de Patagonia, reúne varias de estas obras. Dos de ellas, llamadas Viaje que hizo el San Martín, desde Buenos Aires al Puerto de San Julián, el año de 1752: y del de un indio paraguayo, que desde dicho puerto vino por tierra hasta Buenos Aires y Relación que ha hecho el indio paraguay, nombrado Hilario Tapary, que se quedó en el Puerto de San Julián, desde donde se vino por tierra a esta ciudad de Buenos Aires, recogen la saga de un osado viajero que hizo, una parte a pie y otra a caballo, la travesía desde Puerto San Julián a Buenos Aires.

El primer documento cuenta que la historia se inicia el 13 de marzo de 1753, en San Julián. Ese día se decide que parte de la tripulación del buque San Martín se quede a cuidar los animales y otros avíos para la explotación de las salinas en las cercanías del puerto, iniciada unos meses antes; mientras la nave vuelve al norte a reabastecerse. Se hace una reunión para elegir los voluntarios; descripta por el redactor del cuaderno de bitácora con hispano gracejo:

…tres de los que se hallaban presentes se ofrecieron a quedarse de su propio motu y voluntad: que el uno es nombrado Santiago Blanco, natural de Galicia, en el reino de España; otro nombrado Hilario, natural de la provincia del Paraguay, y el otro, José Gombo, natural de las Indias Orientales; que reflexionando a sus patrias, se puede decir que se quedan en esta tierra uno de cada parte de las cuatro del mundo; porque además de los tres arriba nominados, se nos queda un negro de nación Angola, que habrá veinte días que se nos huyó, tierra adentro, y no ha vuelto a parecer.

Zarpa el bajel hacia Santa María de los Buenos Ayres. Al regresar a San Julián, meses después, no encuentra rastro de los hombres ni de los trebejos dejados. Torna a su puerto de origen; y el armador y capitalista de la empresa, viendo difícil su continuación, la da por terminada. Cuál no sería su sorpresa cuando, dos años más tarde, Hilario Tapary se presenta en su saladero; dispuesto a reembarcarse. La narración de lo sucedido es volcada en el segundo documento por un escribiente. Tapary debió abandonar su puesto, junto con Gombo, ante las acechanzas de un grupo de originarios que rondaban el sitio. Santiago Blanco ya se había ido, solo, unos días atrás. Salen para el norte con un par de perros, dispuestos a llegar a la lejana Buenos Aires. El cronista describe la marcha con cierto arte, en párrafos como este:

El Hilario se detuvo allí dos días, por ver si por aquel contorno encontraba alguna agua dulce para refrescarle, pero no lo pudo conseguir; y viendo el mal estado de su compañero, y sin poderle remediar, porque no le sucediese otro tanto, determinó dejar a su compañero con bastante sentimiento, llorando tan fatal suceso, y tomó su derrota, con sus dos perros; y a los tres días encontró una laguna pequeña rodeada de porción de guanacos que habían consumido toda el agua, dejando sólo la humedad entre el lodo, y llegó tan fatigado que se consolaba con poner la boca sobre aquella humedad, que no obstante le sirvió de algún corto alivio.

A partir de allí sufre Hilario una serie de peripecias que incluyen una sedienta marcha hasta la ría del Deseado, el encuentro con un grupo de tehuelches que le proporcionan refugio y cabalgadura, una larga estancia en su compañía; y por fin su llegada a la ciudad anhelada en enero de 1755.

Hilario volvió a la huella hacia 1961, de la mano de Roberto C. Machelaire, en una de las novelas cortas que forman parte de su obra Cinco siglos en Santa Cruz. El peatón revive la historia del caminante; pero se centra en lo sucesos anteriores a su pedestre aventura. Describe un imaginario romance entre Hilario y la bella Otl Kaltn, hija del cacique aonikenk Chenkuán. El cacique muere y un hechicero, que acusa a Hilario de causar la desgracia, pone a la tribu tras las huellas del guaraní. Cuando intentan escapar los amantes, junto con el “Chino” Gombo, en un bote a remos, la mujer muere alcanzada por una flecha de sus perseguidores. El resto de la historia respeta la crónica. Así relata Machelaire un segmento del trayecto:

El río es sorprendido en la soledad de sus aguas dulces por un extraño ser y dos perros pequeños, famélicos. Y soporta a ese ser extraño; mezcla de cristiano, guanaco e indio; echado de bruces en su seno barroso y chupando insaciable su líquido frescor. Es que Hilario Tapary ha caminado mucho, mucho, demasiado. Le aguijonea la sed de espantosos desiertos, de campos planos salpicados apenas por arbustos espinosos. ¡Y la sed, la sed, siempre la sed tenaceándole el cuello y asfixiándolo con sus garras aceradas!

Más tarde, hacia 1998, el escritor comodorense Ángel Uranga hace retomar el derrotero a Hilario. Su versión apunta a la psicología del viandante; y descubre en su interior una soledad que pesa más que la sed:

en soledad.
solo  y en adánica soledad,
sin nadie, sólo sin alguien. huérfano de todo mundo.
en el silencio, en el inmenso silencio arcaico virgen de hombres.
pero en el silencio de los vuelos y sus sombras, en la soledad del lagarto de dibujos caprichosos y del peludo cuis, seres de la tierra profunda. en el silencioso rumor del agua orillando la laguna; en la soledad marina de la playa habitada por innumerables seres ágiles, volátiles, soberanos de la luz; en el gallardo desierto de pastos atardecidos o en el silencio nocturno de las piedras, de los ojos de lechuza; en  el silencio orquestal de la mañana cristalina y en el sonido del viento que agita las plumas del cauquén, del tero, la gaviota, soplo que juega con los pelos rojizos de la mara, del zorrino blanquinegro.


Recordar a Hilario Tapary permite admirar su inquebrantable voluntad para superar el rigor de la Patagonia; un arquetipo del ser humano que enfrenta a la naturaleza y logra pasar la prueba. Pero también posibilita apreciar las inspiradas creaciones de dos escritores patagónicos, Ángel Uranga y Roberto Machelaire; y la labor de un precursor de la ciencia literaria regional, don Pedro de Angelis, cuya figura como antologista patagónico todavía debe ser apropiadamente valorada.
Bookmark and Share
votar

miércoles, 25 de febrero de 2015

NUEVAS OBRAS RECIBIDAS




“POBRE MARIPOSA” (*), DE MÓNICA SOAVE



“Pobre Mariposa” comienza súbitamente, con un multicolor estallido de tierras exóticas, inusuales, como advirtiendo que su itinerario proseguirá por paisajes inesperados y extraños. Y es así, Pero esos paisajes, más que territorios geográficos, son regiones espirituales, sitios inopinados en el interior de sus personajes, mujeres y hombres; que se van presentando como una sucesión de fotografías, fascinante y a la vez motivadora de disímiles estados de ánimo.
Recorrer sus páginas es como subirse a una “montaña rusa”. Sus inesperadas variaciones argumentales, asombrarán al lector que pretenda asistir a un relato de moroso discurrir en el entorno apacible de esos hogares tranquilos de barrios quietos, descriptos con nostálgica precisión por Mónica Soave; con cretonas sobre las mesas y olor a lavanda en los cajones de cómodas y roperos, muebles de madera barnizados de tintes obscuros y cuartos tenuemente iluminados por la luz difusa del exterior, filtrada a través de cortinas traslucidas.
La historia de vida de cuatro mujeres - Remedios, Estela, Teresa y Celina –, representantes de otras tantas generaciones, se mueve al compás de la crónica de la Argentina; desde los años finales de la organización nacional, pasando por el flujo migratorio de principios del siglo XX y las sucesivas luchas políticas que sacudieron al país, hasta llegar a la actualidad; época en que las inquietudes de un mundo globalizado diluyen las fronteras y permiten recuperar el ayer perdido. Y al lado de cada mujer, un hombre; o dos, en el caso de Celina: Camilo, Emils – el enigmático Emils -, Lucio; y Marcos y Román. Hombres impulsivos, idealistas, luchadores; pero también llenos de dudas y extremos; compañeros hechos a medida, según dice la autora, “de estas mujeres - solas, fuertes, ¡por Dios, qué fortaleza! - desafinadas”.
La novela está conformada por retazos, por la unión de diversas narraciones contenidas en cuadernos de todo tipo; finos y gruesos, con tapas de hule negro o de cartulina colorida, anillados con resortes o abrochados con grampas por su lomo... Sin embargo, como se da cuenta Lara, principal relatora de los hechos que pueblan sus hojas, son “letras en distintos fragmentos de la historia, pero, dentro del desorden, dentro del caos, distingo como un hilo conductor que, casi siempre, dibuja las mismas y eternas soledades e indecisiones”.
Lara trata de organizarlas, pero fracasa: “He intentado, desde que Celina se fue, desde que empecé con este disparatado trabajo que me pidió, ordenar a los cuadernos por fechas, sistematizarlos por autoras, por colores de cubiertas, pero es imposible. Absolutamente irrealizable. Hasta he desistido de acomodar los papeles sueltos que aparecen entre las hojas o detrás de las tapas y que ya leeré en algún momento. En algún otro momento. Creo a esta altura que he elegido, definitivo, al azar”. Y eso tal vez sea porque la vida no es una ordenada sucesión de causas y efectos, sino que se desenvuelve en forma aleatoria y errática: “me da la impresión” -dice Lara- “es más, tengo casi la certeza, de que los hechos en la vida de esa Celina de mediados de los 70 responden a la mera casualidad, que no parecen ser el resultado de ninguna voluntad, de ninguna decisión. Ella sólo acompañaba al curso natural de la vida misma -yo lo sé-, a su eterno discurrir”.
En la obra, junto con el desarrollo de los vaivenes políticos del país, se encabalga un testimonio cultural que muestra, en especial a través de las referencias musicales, la variación de los tiempos. También la Literatura tiene un lugar en sus páginas, por cuanto es la vocación de escritora de Celina la que motiva a Lara a hurgar en las memorias familiares, buscando el tema para un cuento. Se advierte, además, en la mención de diversos literatos; en particular de Ana Lahitte, a cuya poesía la novela rinde tributo.
Su estilo no sólo es ameno y ágil, sino que sus frases son como piedras preciosas que Mónica Soave pulió una por una, para luego unirlas y formar el relato. Los numerosos personajes obligan a una lectura atenta; pero son identificables, con personalidades definidas que se reconocen en sus actos. Y no sobra ninguno; cada actor ocupa su lugar en ese tablero de ajedrez en el que se disponen como piezas, para representar la alegoría sobre la condición humana que es la obra.
Su título tiene algo de enigma, develado al promediar el volumen. “Pobre mariposa” es la canción que Teresa y Lucio bailaban los domingos al atardecer en la glorieta:

“Pobre mariposa, esperando bajo las flores.
Pobre mariposa, pues ella lo amaba tanto
que los momentos se hacen horas
las horas se hacen años; y ella aun sonríe entre las lágrimas.
Ella murmura suavemente: la luna y yo sabemos que él será fiel,
estoy segura de que volverá,
pero si no vuelve, sólo tengo que morir, pobre mariposa.”

Pero pobre mariposa es también Teresa, a quien cortaron sus alas; según descubre la libre e implacable tía Delfina. Y Remedios, cuyo marido sigue a su lado, pero tan ausente como si se hubiese marchado lejos. Y Estela, que muere esperando el regreso del misterioso Emils. Y Celina, que pese a su fortaleza sonríe entre lágrimas; y no espera que Román vuelva sino, simplemente, que no se vaya.
El final es sorpresivo y bellamente trágico. Dejémoslo así; que la incógnita de sus últimas páginas agregue un motivo más para leer este magnífico libro. Un libro que, al igual que la existencia misma, se desliza sinuoso entre meandros, buscando justificarse en un acto supremo; ese instante único, ese punto culminante, que para Celina se produce justo a último momento, en esa confitería de la vieja Riga donde la llevó la corriente tumultuosa de su vida.

J. E. L. V.



(*) “Pobre Mariposa”, por Mónica Soave. Editorial Umbrales, Buenos Aires, 2014


Bookmark and Share
votar

sábado, 21 de febrero de 2015

NUEVAS OBRAS RECIBIDAS





“DEJÁ QUE EL VIENTO TE PEGUE EN LA CARA” (*)

De Ester Faride Matar



    Cada nueva obra de un escritor patagónico merece ser celebrada. Para nuestro espacio es siempre motivo de alegría, porque confirma que la literatura austral está más viva que nunca. Pero además, bien sabemos las dificultades que deben afrontar los escritores regionales para publicar sus textos. Todavía hoy seguimos siendo un espacio olvidado para el mundillo editorial, que se contenta con difundir las obras de escritores consagrados —aquellos que aseguran buenas ventas— y prefiere “no arriesgar” inversión en los nuevos literatos. Se cumple así una especie de círculo vicioso, el recorrido inexorable de una serpiente impasible que se muerde la cola.

     Hoy llega a nuestras manos “Dejá que el viento te pegue en la cara”, sugestivo título de Ester Faride Matar. Recorrer sus hojas es dejarse llevar por emociones profundas, intercaladas en tono de prosa y de poesía. Textos casi siempre tan breves como cargados de lirismo. Por su personalísimo estilo, la pluma de Faride hace honor a su segundo nombre (“piedra única o maravilla del mundo”, en árabe). Es una voz cargada de sentimientos que oscilan en un mosaico espiritual muy variado, desde la alegría vital hasta el confesado resabio de alguna tristeza. Reflejo de esta última es el poema que, bajo el título “Algo guardado”, nos revela:

Una pena vieja se quedó prendida en el ocaso.
   La dejé partir.
Me sorprendió una tarde sin silencios ni canciones.
Ahí.
    Justamente ahí.
    Me ahogo sin penas y una noche a oscuras
        Espero las gaviotas en el mar.
Suspiros prendidos en el aire confiesan
Que mi corazón guarda un amor…
     Amor,
     Que asustaría a los Ángeles en otra dimensión.

    A veces escribir se vive como una profesión de riesgo. ¡Es tanta la entrega que se desangra en palabras a través de nuestra pluma! Sentir que damos todo. Ella también lo admite en “A veces”, otro poema tan breve como contundente:

A veces tengo temores
    Que se me quede el alma enredada
    En los poemas
A veces.
   Tengo miedo que las palabras
    se queden suspendidas  en el aire
A veces.

     Damos fe de que Ester Faride lo logra. Después de recorrer las páginas de este libro, sus frases aún siguen resonando en nuestros corazones.

C.D.F.




(*) ISBN 978-987-1531-36-0 – 158 páginas – Ed. NovelArte, Córdoba, 2014.
Bookmark and Share
votar

martes, 17 de febrero de 2015

EL CUENTO DE HOY




CEREMONIA


Por Marta Perotto






    Desajusté la escafandra y entré al templo. Debí dejarla, junto con el traje espacial a un guardián de la puerta. Me sorprendieron las dimensiones internas de la cúpula. La parte hueca de la semiesfera debía de ser doble pues dejaba vislumbrar juegos de luces detrás del calado que abarcaba toda su superficie.

    En ese ambiente se podía respirar con normalidad. Estos seres tan parecidos a los humanos estaban cómodos en cualquier elemento líquido o gaseoso. Habían acondicionado, por deferencia a nosotros, los distintos edificios que frecuentaríamos y así me resultó sumamente satisfactorio volver a moverme sin el estorbo del traje espacial. Hoy, sólo yo había sido invitado a participar de esta ceremonia de la que tanto habíamos oído hablar.

    De inmediato me tomaron de la mano y, danzando, me integraron a una ronda en cuyo centro se elevaba una aguja hecha de un material desconocido, claro y luminoso. La ronda se partió en dos y cada punta ascendió por lo que parecían ser rayos de luz y que, sin embargo, eran escalones consistentes al apoyar en ellos los pies. Eran planchas de luz suspendidas que envolvían el espacio de la nave de esa especie de catedral y que cada tanto se expandían en terrazas sin barandas y de diferentes alturas desde las cuales se obtenían cambiantes visiones del enorme menhir central.

     El efecto era bello, cerebral. Parecía indicar el triunfo de la mente sobre los sentimientos.

    Me dejé llevar por la danza siguiendo una música de tintineos, de una cadencia cantarina, como de agua que percutiera sobre campanillas de cristal o como agujas tenues del mismo material que se entrechocaran y que, me parecía, tendrían la misma imagen, aguda y luminosa, de la que reverenciaban.

    Llegados a la última plataforma, la aguja se veía como el punto central de una delgada pirámide que se ensanchaba levemente en la base.

    Me extasié con el juego de las escaleras y planos luminosos por el que las largas hileras de seres, vestidos de blanco subían y bajaban.

    Se me ocurrió que un pueblo capaz de lograr esos efectos había llegado a la perfección; que la luz y el bien habían conseguido superar la lucha interna de la naturaleza humana.

     De golpe, las figuras sonrientes que me rodean, siempre danzando, me toman con fuerza de brazos y piernas y me arrojan boca abajo hacia la punta brillante. Sé que voy a morir, no obstante demoro en caer. Me es dado terminar mi pensamiento como si el tiempo se hubiera detenido, tal como le ocurriera a aquel prisionero del cuento de Borges para que en un instante entrara la obra de una vida.

    Descubro que lo que se realiza es una ceremonia de sacrificio y que la víctima soy yo. En lugar de sentir temor o de hilvanar una frase profunda que ponga un digno final a mi vida, sólo me preocupo por el efecto que mi cuerpo atravesado y mi sangre desparramada causarán entre tanta belleza aséptica.

Bookmark and Share
votar

viernes, 13 de febrero de 2015

LA NOTA DE HOY




LAS ORILLAS DEL RIO CHUBUT


Por Jorge Eduardo Lenard Vives





     Cierta vez, un amigo me contó una anécdota de su juventud, cuando vivía en Gaiman. Como trabajaba en un banco de Rawson, viajaba todos los días de una a otra localidad a fin de cumplir sus tareas. Otros gaimenses hacían el mismo trayecto, por lo que, para mayor comodidad y economía, cada uno de ellos ponía su vehículo por turno y compartían los gastos. Un día, al iniciar la marcha, uno de los integrantes del grupo señaló a un policía parado en una esquina y le preguntó:

   —Carlos, ¿sabe cómo se llama ese agente? – y sin esperar respuesta, agregó – “Espina larga”.

   —Archie, todos sabemos que ese señor se llama Colinir.

   —Precisamente. “Colyn”: espina. “Hir”: larga.

    Estos juegos de palabras entre vocablos de las lenguas de los pueblos originales y su significado aparente en galés fueron objeto de la atención, muchos años atrás, de un sagaz observador de la realidad; que lo registró en algunas frases de una memorable obra de la que fue autor: 

   “No soy lo suficientemente crédulo como para creer en la existencia de indios galeses en el norte del continente americano, descendientes de Madoc ap Owen Gwynedd y sus acompañantes que zarparon desde Gales en el año 1170, en trece naves, de las cuales nunca jamás se supo nada. Aunque algunos suponen que llegaron a la América, estableciéndose allí. Si así fuese, estaría propenso a creer que estos tehuelches tienen alguna relación con los mismos. Hay muchos nombres en su idioma que se parecen mucho al galés, como Gaiman (angostura), Llancueco (campamento al lado de un arroyo de agua), Llancueche (nombre de un lago de las montañas), y Coetir (zona arbolada)”.

   El escritor que hace estas deducciones es William Meloch Hughes; y su libro, traducido al castellano en 1967 por Irma Hughes de Jones, se llama “A orillas del río Chubut en la Patagonia”. Se trata de un texto cuya calidad amerita incorporarlo al “corpus” literario regional. Según cuenta Llew Tegid, prologuista y biógrafo del autor, Hughes nació en 1860 en Gales. A los 21 años se fue a la Colonia del Valle del Chubut, donde pasó 44 años. De regreso en su país natal, tuvo una vida muy activa, en especial como predicador; hasta que fallece allí en 1926. La obra es póstuma; ya que si bien la había terminado antes de su muerte, se edita recién en 1927.




   Sin necesidad de ser políticamente correcto, nos brinda una versión de la historia de la colonia honesta y de primera mano; con una visión libre de anacronismos que no sólo describe los hechos, sino que indaga en sus causas y consecuencias. Sus páginas rezuman sentido común y humor. En muchos párrafos del libro, el narrador recoge anécdotas o hace reflexiones que motivan una sonrisa en el lector.  

    Por ejemplo, al referirse al multilingüismo de la colonia, cuenta lo siguiente sobre un poblador:

“Era, creo, austríaco de nacionalidad y marinero de profesión. Aprendió algo de inglés mientras anduvo por el mar y algo de galés y castellano después de llegar a la colonia. Allí se convirtió en chacarero. Muchas veces solía decir Mi wheat tyfu muy bueno (Mi trigo crece muy bien). Cuando la colonia fue visitada por la langosta, iba a casa de los vecinos y con cara triste, su lamento era Little bichos byta all my wheat, go dario nhw indeed (Los bichitos comen todo mi trigo, malditos sean)” 

   A un plástico estilo, Hughes agrega su cultura clásica; y obtiene párrafos como éste:

   “¿Me brindará alguna vez más sus sonrisas la voluble diosa Fortuna? La verdad que es bastante zorra en esto. Sonríe cálidamente a los que prosperan, sin tener en cuenta para nada los medios utilizados para ello, pero frunce el seño y vuelve prontamente la espalda a los fracasados, aunque estén animados por los mejores propósitos del mundo. Se me ocurre que la Fortuna es alguna Helena o Cleopatra divinizada, y la familia humana le rinde servil homenaje”

   Muestra de su creatividad literaria son las diversas metáforas que emplea para nombrar la muerte: “le llegó el día de descanso”, “se retiró a la región invisible para reunirse con sus muchos hermanos”, “inclinó su cabeza para reposar en el seno del Eterno”, “se unió a la mayoría, detrás del telón”, “se elevó desde la colonia terrestre a la colonia de los justos en las alturas”; y varias más.

   Sus observaciones, dueñas de una peculiar precisión científica, lo llevan a elaborar conclusiones, luego corroboradas por expertos. Por ejemplo, al explicar el origen de las lagunas al norte del valle:

   “Tiempo atrás primó la creencia de que se podría abrir otro cauce aparte del Chubut, para que las aguas fluyeran al mar. Indudablemente se podría hacer esto desde la boca del Ffos Fflat pasando de largo a Trelew hacia las lagunas de sal de Trerawson y desde allí  al mar. Hay rastros evidentes de que el río corrió por allí y ello en una época reciente.”

   Entre muchos otros aportes, también hace una valiosa colaboración al estudio de la Literatura regional, con varios comentarios del siguiente tenor:

   “… creo que el poeta de la colonia, el que sepa descender a las profundidades de sus preocupaciones, sus deseos y su heroísmo aun no ha aparecido. Pero algún día llegará, y de su gran corazón y su clara visión nos dará la interpretación del espíritu mudo, sufrido, de la vida de la Colonia. Cuando llegue, también aparecerá en la Literatura el valiente agricultor de manos callosas, el afable pastor con su perro y su caballo, el secreto encanto de su interior en su aplastante soledad y encantadores misterios.” 

   Muchas veces se siente la tentación de hacer un Canon al estilo de Harold Bloom, aunque menos polémico, sobre la Literatura Patagónica. Sin embargo, la riqueza y variedad de las letras sureñas aconsejan dejarlas libres de cortapisas y encasillamientos. Pero si algún día se redactara tal listado, sin dudas “A orillas del río Chubut en la Patagonia” debe ser incluida entre las obras que lo conformen.

Bookmark and Share
votar