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sábado, 2 de enero de 2016

LA NOTA DE HOY




EL MILAGRO DEL RIEGO


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




     Muchos de los colonos galeses que llegaron al Valle del Chubut en 1865 no eran eruditos en la ciencia de la agricultura. Para colmo venían de un país de clima húmedo, en el cual la abundancia de lluvias permitía el cultivo al secano. La pertinaz falta de precipitaciones pluviales sorprendió a los chacareros, cuyas cosechas fracasaban año tras año. Hasta que por fin, de la mano de Rachel Evans y de su marido Aaron Jenkins, llegó el milagro del agua. Como dijera un poco inspirado poeta:

Milagro del agua. ¿Cómo sucedió? Y veían
el agua alegre cantar en las zanjas.
¿Cómo sucedió? Y tomaron la azada
e hicieron canales y abrieron la tierra para regar sus plantas.

     La figura de este matrimonio de labradores que abrió el camino para que el valle tornase de estéril baldío en oasis feraz, fue objeto de la atención de varios escritores. Por ejemplo, de Oscar Camilo Vives; quien en su cuento “Una tierra ancha y buena” detalla así el momento álgido:

     Bajo la tarde que cae tibia, la luz solar se cierne sobre el valle revistiéndolo de una encalmada calidez. En un súbito impulso toma la pala y sale resuelta. El suelo arenoso de la orilla del río cede fácilmente al mordisco del afilado acero y poco a poco consigue excavar una somera zanja hasta el borde del terreno sembrado. Y entonces, de pronto, el agua, liberada, corre viva, ancha, rueda palpitante por la pendiente; se divide en arroyuelos alegres que arremolinados reptan juguetones… La mujer permanece callada ante el milagro que ha generado. Ahora todo estará bien. Esta será a tierra buena y ancha de la promesa y de sus esperanzas.

    También Alejandra Vilela en su excelente relato “Rachel corazón de viento (Año del Señor de 1867)”, describe la ocasión crucial, en forma distinta pero igualmente emotiva:

     Cuando llegó hasta el lote sembrado se dio vuelta y vio a Rachel alisando las paredes de la zanja. Sonrió ante la manía de prolijidad de su esposa. Fue a buscarla, le dio la mano y caminaron juntos hacia el río. Allí le dio la pala a ella para que cortara la pequeña compuerta de tierra. Había sido su idea, ella merecía el honor de dejar entrar el agua. Apenas clavó la pala comenzó a entrar el agua, que avanzaba lenta camino al trigal... Este año, la familia Jenkins-Evans tendría trigo. En este año, el valle del Río Chubut vería su primera cosecha. En este año del Señor de 1867, Rachel Evans había descubierto el riego.

     Cuando comenzó la colonización del Valle del Río Negro, pobladores galeses del Chubut migraron hacia aquella zona; y se destacaron en la construcción de los canales que permitieron la irrigación. Esto está muy bien narrado por Dora Noemí Martínez de Gorla en su libro “La colonización del riego en las zonas tributarias de los ríos Negro, Neuquén, Limay y Colorado”, que señala la importancia de las obras hechas por los chubutenses del siguiente modo:

     Esto era una prueba, una vez más, de la confianza que la Nación había depositado en los desolados territorios patagónicos. Y junto a la acción del gobierno estaba la pujanza del trabajo pionero, encarnado en esta oportunidad por el ingeniero Owen y sus galeses, quienes se perpetuarían en la historia de la Isla Grande de Choele Choel, como los grandes constructores de canales, cuyas obras fueron las únicas, que por muchos años sirvieron a la irrigación de las parcelas agrícolas…

     La epopeya del riego en los valles rionegrinos entusiasmó a Vicente Blasco Ibañez. En 1911, el escritor español invirtió su capital en una empresa colonizadora que dio lugar a la localidad de Cervantes. La aventura quedó reflejada en su obra “La tierra de todos”; cuyo argumento gira en torno al tema de esta nota. A modo de ejemplo se citan algunos párrafos:

     Al fin el gobierno había reanudado los trabajos. El río era vencido poco a poco, aceptando el obstáculo del dique y los canales de Robledo y Watson se empapaban con las primeras aguas, dejando correr por su lecho fangoso el riego vivificante… El milagro del agua realizaba un sinnúmero de milagros secundarios. Acudían a la muerta población hombres de todos los países, deseosos de roturar un suelo que podía después ser suyo. Una costra de verde tierno y luminoso iba cubriendo los campos antes polvorientos. Los matorrales secos y punzantes cedían el sitio los árboles jóvenes. Nutridos por la savia de una tierra dormida durante miles de años, y refrescados incesantemente por el agua que corría á sus pies, realizaban en el corto plazo de varias semanas prodigiosos estiramientos.

     Tampoco el poeta Raúl Entraigas escapó al influjo del maravilloso ingenio que permite trocar el desierto en campos fértiles. Así lo señala en “El poema del Río Negro”:

El agua fecunda
se volcó sobre el duro terreno
y se alzó, a su conjuro, la chacra,
cornucopia de tiempos modernos.

     Claro está que para los colonos de las tierras a orillas de los ríos patagónicos, el agua fue una bendición. Pero en otras oportunidades se trocó en pérdidas y tristezas, como consecuencia de las periódicas inundaciones que los castigaban hasta que fueron realizadas las obras hidráulicas necesarias para domeñarlos. Pero esa es otra historia, que merece ser contada a su debido tiempo.



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viernes, 1 de enero de 2016

lunes, 28 de diciembre de 2015

EL POEMA DE HOY



HE NACIDO EN EL SUR

   Por María Julia Alemán de Brand (*)



He nacido en el sur. En esta tierra
de campos infinitos… Y de un cielo…
En el día, los pájaros en vuelo,
Las estrellas cuando la noche cierra.

El que ha nacido aquí, tenaz se aferra
con todo su trabajo y su desvelo
al nativo solar: este es su suelo
y en él, es otra raíz que se sotierra.

A esta tierra de alerce y de jarilla
con montañas y mar por atavío
con perfumes de menta y de frutilla

yo la llevo tan hondo dentro mío
como llevan los frutos su semilla
o una rosa, la gota de rocío.



(*) Poeta chubutense. Este poema fue tomado de su libro “De mi tierra paisana” (Subsecretaría de Cultura y Educación, Esquel, 2008).



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miércoles, 23 de diciembre de 2015

EL MICRORRELATO DE HOY



LA PIEDRA

Por Carlos Dante Ferrari


     Estuvo en ese paraje desde el comienzo de los siglos. Formaba parte de una roca inmensa en la montaña. Luego vino aquel cataclismo provocado por la caída de un cuerpo celeste que sacudió la tierra, abriendo un foso de casi dos kilómetros de diámetro. La roca se dispersó en miles de fragmentos que rodaron por las laderas hasta la cuenca del nuevo valle.

      Muchos milenios transcurrieron desde entonces. Un río cruzaba ahora el collado y las piedras se pulían lentamente, arrastradas por su lecho. Eran días de guerra. Cierta mañana un joven la escogió en la orilla, junto a otras cuatro piedras lisas, para enfrentar al gigante. Cuando se halló frente a él, la extrajo de la bolsa para colocarla en la honda, apuntó y la lanzó con toda su fuerza. El proyectil hendió la frente del energúmeno causándole la muerte.

      La piedra justiciera rodó por el suelo y allí permanece aún, oculta en las pasturas. Está intacta. Sólo la sangre de Goliat ya se ha desvanecido, lavada por las lluvias y el tiempo.



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jueves, 17 de diciembre de 2015

LA NOTA DE HOY





COMENTARIO DE DOS LIBROS RECIENTEMENTE PUBLICADOS
“EL CHAMAN Y LA LLUVIA – LE CHAMAN ET LE PLUIE”
Y “LOS DUEÑOS DEL FUEGO” DE HUGO COVARO (*)



     Sin dudas, las dos obras de Hugo Covaro que aquí se presentan merecerían ser objeto de sendos comentarios individuales. Debido a la riqueza literaria que ofrecen, cada una de ellas amerita un análisis amplio de sus contenidos. Pero agruparlas en este único artículo permite cumplir un importante propósito: resaltar la figura del autor que, en forma prolífica y constante, consolida su posición como uno de los principales escritores patagónicos.

     “El chamán y la lluvia – Le chamán et la pluie”, es un libro del año 1996, entregado ahora en una remozada versión bilingüe francés–castellano. Además de posibilitar el reencuentro con un clásico de las letras regionales, por cuanto contiene el texto completo en español para beneplácito de los lectores nativos; revela una nueva tendencia de los literatos sureños, mencionada hace poco en este blog. Así como deben recurrir a la edición propia para ser conocidos en los ámbitos regional y nacional; apelan ahora a la traducción, a fin de trascender, por su propio esfuerzo, las fronteras del país.

     La historia de Payul el mago, habitante de una imaginaria pero reconocible comarca en la cordillera patagónica, a quien su abuela Laifil transmitió desde niño los inmemoriales conocimientos chamánicos, fue pasada a la lengua de Moliere por Jean Claude Parat. Como muestra de la calidad del trabajo realizado, se reproduce un párrafo en ambas versiones:

     “Arriba, del otro lado de la cordillera, luego de cruzar el costado sur del Pillanhue y reconocerse en el espejo esmeralda de sus aguas, le aguardará la caverna y su abrigo de minerales antiguos y los mensajes que el fuego le develará en luz cuando la fogata abra su cerrado párpado de cenizas”, reza el original; que, transliterado, dice: “La-haut, de l´autre coté de la cordillere, apres avoir traversé le flanc sud du Pillanhue et s´etre reconnu dans le miroir émeraude de ses eaux, l´attendra la caverne avec son vieux manteau minéral et les messages que le feu lui révélera dans la lumiere quand le foyer ouvre ses paupieres de cendres” (**).

     Este pasaje, que menciona la faz positiva del fuego como emisario de los mensajes órficos para Payul, contrapuesta con su rostro destructivo que acabó con la vida de Lanfil, incinerada en una pira bajo la acusación de brujería; permite pasar al comentario del otro libro. “Los dueños del fuego”, la más reciente creación de Covaro, enseña una vez más como el comodorense sabe captar la esencia de la Patagonia; aptitud de la cual dio sobradas muestras en sus anteriores obras. Según señala el mismo autor, “los dueños del fuego” no son los poseedores de la ambivalente llama ígnea; sino los dueños del fuego interior que llevan los artistas.

     Su protagonista, Ramón Martínez, personaje también de “Con los ojos del puma”, una anterior narración, emprende un viaje en pos de sus orígenes. La primera parte de su periplo lo encuentra peregrinando en su intento de reconstruir la figura de un padre que no conoció. La imagen de la madre muerta al darlo a luz, quedó de alguna manera impresa en su espíritu; como la sombra borrosa sobre la placa de vidrio de un viejo daguerrotipo. A su vez, la silueta de su abuela, que lo cuidó e inició al mundo, completa la figura materna; como si se confundiesen ambas mujeres en una sola. Pero el recuerdo de su progenitor se esfumó en el tiempo.

     Su derrotero lo lleva a obtener pistas que, al parecer, permiten completar sus memorias; y lo deposita delante de otro nómade, el catalán ciego que busca a un fantasmal amigo. Por esa camaradería de los desterrados, Ramón promete auxiliar al invidente y se embarca en una búsqueda que, de a poco, se muestra sin sentido; hasta que se interrumpe con un final súbito, en el que las dos vidas se volatilizan en la obscuridad:

     “La última vez que el ciego imaginó la presencia de su compañero, una luz dorada parecía armar el contorno de un hombre al que le faltaban las manos, los pies y la cabeza… Más allá de la oscuridad del ciego, venía la verdadera tiniebla. La natural sustitución de una noche por otra.”

     Sin embargo, las pesquisas son en realidad excusas para que Ramón y el ciego guíen al lector a lo largo de la historia y la geografía de la Patagonia, lo adentren en algunos de sus misterios y sus mitos, le muestren su cultura y sus tradiciones. Pero también es un subterfugio para llevar a quien lee sus páginas repletas de poesía, a compartir conceptos universales sobre las grandes cuestiones de la filosofía vistas a través de los ojos de los habitantes de esta tierra brava y lejana; que no por ello difieren del resto de la raza humana que mora, con sus mismos anhelos y sus mismos temores, en todos los rincones del orbe.

     Porque si hay algo que logra Covaro con estas dos obras, es mostrar su calidad de escritor consumado. Partiendo de una profunda asimilación de lo cotidiano, de lo regional, universaliza sus pensamientos y sentimientos. Y, como una suerte de voluntaria contrastación de su aserto, lo pone a disposición de los lectores de otras latitudes, para quienes las palabras del autor tendrán tanto sentido como para el patagónico amante de la lectura. Porque ese es un milagro de la Literatura al que Covaro accedió hace tiempo: describir lo próximo para explicar lo lejano.

J.E.L.V.


(*) “El chamán y la lluvia – Le chamán et la pluie”. Covaro, Hugo. La Duendes, Comodoro Rivadavia, 2015. “Los dueños del Fuego”. Covaro, Hugo. Editorial Universitaria de La Plata, La Plata, 2014.


(**) Nota: por dificultades en la edición, no se respetaron los acentos grave y circunflejo.
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