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viernes, 8 de abril de 2016

LA NOTA DE HOY




EL COLONO AARON JENKINS


Por Jorge Eduardo Lenard Vives



Si hay un integrante de la Colonia Galesa del Chubut que concitó la atención de la Literatura regional, ese parece haber sido Aaron Jenkins. Él y su esposa Rachel Evans, precursores del riego en el valle. Este episodio, tal vez el más conocido de la vida de Jenkins, inspiró a varios escritores; como Alejandra Vilela en su cuento “Rachel corazón de viento (Año del Señor de 1867)”, Oscar Camilo Vives en “Una tierra ancha y buena”, Virginia Haurie en “Rachel y el río Chubut” y Nelvy Bustamante, con su relato “Rachel”.

Pero toda la existencia de Jenkins, aventurera y trágica, podría ser objeto de interés literario. Nació en Gales en 1831. Mary Davies, su primera mujer, falleció años antes que él abordase el Mimosa para partir hacia a la Patagonia. Subió al buque con su segunda esposa, Rachel, a punto de dar a luz, y sus dos hijos Richard y James. James fenece en el viaje; y poco después, durante la navegación, nace su hija Rachel.

Apenas arribado el grupo de galeses a Puerto Madryn, ocurre un triste hecho. David Williams, primo de Jenkins, sale a recorrer los aledaños y no regresa al campamento. Años más tarde, en 1867, por esas coincidencias que asemejan la realidad a un tablero de juego con el que alguien se entretiene, Aaron descubre sus restos en el lugar que desde entonces se llamó Bajo de los Huesos. Las narraciones cortas “Las tijeras” de Virgilio Zampini y “Andad, reconoced la tierra” de Oscar Vives, recuerdan este hecho.

A poco de llegar, de nuevo la muerte golpea al colono. En la travesía del “Mary Helen” con las mujeres y niños de la incipiente colonia, en septiembre de 1865, muere la pequeña Rachel. Ya asentado en el valle, en noviembre de 1867 los Jenkins descubren el milagro del riego; y el siguiente mes de marzo realizan en su chacra de Glyn Du una cosecha de trigo exitosa. Pero como si el destino no quisiera dar una alegría a Aaron sin tomar revancha, la desgracia reaparece; y ese año fallecen su hija Arianwen y su esposa.

El 12 de septiembre de 1868, el reverendo Abraham Matthews lo une en matrimonio con Margaret Jones, con quien tuvo seis hijos. Aaron, el último, nació seis meses después de la muerte de su padre; y vivió hasta 1972. Al celebrarse el centenario de la Colonia, recibió una medalla de oro por ser hijo de uno de los primeros pobladores.

En 1871, Jenkins exploró el norte y noroeste del Chubut junto con Lewis Jones y Richard Jones. En su periplo de 590 kilómetros visitaron diversos parajes como Telsen, Conaniyeu y el Bajo de la Tierra Colorada. Entre sus actividades habituales, Aaron cazaba para proveer de carne a los colonos. Buscando sus presas reconoció la zona de Bajo Simpson; donde una laguna lleva su nombre.

Aaron Jenkins fue asesinado en 1879, mientras cumplía servicios como agente policial, al trasladar un peligroso detenido desde Gaiman a Rawson. Su violenta muerte, producto de dieciséis arteras puñaladas, motiva la batida y ejecución del criminal a manos de una partida de colonos. Para recordarlo, la policía provincial estableció el 16 de junio, fecha de su martirio, como “Día del agente caído en servicio”. En el cuento “1879”, Mónica Soave toma ese momento infausto y resalta la figura de su viuda Margaret.

La biografía del colono se encuentra en el primer capítulo de la obra “El Valle Prometido”, escrita por su tataranieto, David Williams. Otro descendiente, Federico Barilá, dejó unos apuntes de gran interés en el documento “Investigación genealógica de la Familia Jenkins”; disponible en una página de internet. Además se han redactado varias notas sobre su figura, editadas en diversos medios periodísticos; como el artículo de Egryn Williams publicado en El Regional en 1978.

Aaron manifestaba una inclinación a las Artes; en especial al canto y la poesía. Se dice que tenía una excelente voz de tenor. Incursionó asimismo en la Literatura; por lo que se incorpora a las letras valletanas no sólo como personaje, sino como actor. Según algunas fuentes, habría escrito un poema imaginando su futuro en la Patagonia. Otras afirman que además llevó un diario del viaje del velero que lo trajo desde Gales. En una apostilla del cuento “Las Tijeras”, dice Virgilio Zampini que una de las pruebas para identificar el cuerpo del desdichado David Williams fue el hallazgo en un bolsillo de los versos de su pariente Aaron. También existen versiones que dicen que el documento encontrado fue el diario de la navegación o una carta de Jenkins a Williams; en la que podrían haber estado los versos. Por lo que se sabe, no se preservan esas muestras de su escritura.

Pero sí se conserva el diario que escribió durante la expedición al Chubut septentrional; traducido y publicado por Fernando Coronato, con el nombre de “Diario de exploración al interior del Chubut: Aaron Jenkins, 1871”. Este valioso trabajo, iniciado con un detallado introito, muestra la fluida prosa de Jenkins.

En principio se observa la fascinación que causaba al viajero la magnificencia del paisaje: “Tras recorrer 12 millas, he aquí el panorama más hermoso que vi en esta tierra. Un valle asombrosamente llano y, en partes de más o menos una milla de ancho. Un arroyo baja de la ladera del cerro que hay al oeste; en el extremo superior del valle hay un gran lago al cual corren las vertientes de la ladera de la montaña y forman un río respetable que baja por el valle”.

Con cierto humor, hace referencias a sus compañeros de expedición: “El morro doble es de algún tipo de roca muy pesada. Según Richard Jones era algo de hierro pero Lewis Jones pensaba que era algún tipo de mineral de plomo. Yo no tenía opinión formada al respecto, de modo que no puede dirimir entre ellos y es así como siguen sin ponerse de acuerdo sobre el asunto, hasta donde yo sé.”

El sino del colono Aaron Jenkins mueve a la reflexión. Por un lado, permite recrear la gesta de los galeses en el Chubut. A su lado se evoca la llegada a la yerma costa, la penosa marcha al valle, las chacras en el erial al borde del río, mustias bajo el sol del verano, hasta que el agua de los Jenkins comienza a regarlas. También los intentos por conocer el país, la búsqueda de alimentos, la lucha por el arraigo.

Por otro lado, su historia muestra la inquebrantable voluntad de aquellos migrantes que se enfrentaron a la naturaleza bravía de la Patagonia; y que, aun zarandeados por los vientos implacables del hado, según reza el título de la pieza teatral de Alejandro Casona, morían de pie como los árboles.




Nota: los apuntes de Federico Barilá están en la página web “Galeón” (http://www.galeon.com/). El trabajo de Fernando Coronato está publicado en “Párrafos Geográficos”, Año III, Nro 3, 2004. El Dr. David Williams también ha dado conferencias sobre la vida de su tatarabuelo.
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sábado, 2 de abril de 2016

LOS MICRORRELATOS DE HOY




MICRORRELATOS

Por Ana Elisa Medina (*)



PRESENCIA

Atrapada en nostalgias, tiempos idos, irrecuperables. Cómo desearía tenerlos hoy otra vez niños a mis hijos ya adultos.
Desandar los errores, curar las heridas, que todavía duelen en el alma joven. Labriegos días pasaron y todavía persisten en calma soledad sin amor. Toda entrega fue vana en este caminar caminado, hipotecado.
Las manos vacías, aire limitado en doliente corazón.


COMPAÑÍA


En las noches de invierno solía salir a pasear por la costanera. Buscaba algo, un no sé qué de nostalgia de barcos. Cuando tenía frío volvía a su hogar pensando en antiguos viajes pero sus piernas ya no le soportaban el peso de los años.
Se derrumbaba en el sillón, tomaba unos mates mientras miraba la tele. A su lado en silencio la compañera de toda la vida le enrulaba el pelo.
La pasión se fue yendo de a poco con los años, pero quedaba la tibieza de estar juntos para seguir sobreviviendo la vida que cada vez era más difícil.
Los sueños de juventud se hicieron realidad y algunos, muy pocos quedaron en el camino, y por ellos seguían vivos.



(*) Escritora de Río Gallegos. Estos relatos están tomados de la antología “Santa Cruz. Sus escritores de fin de siglo” (Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santa Cruz, Río Gallegos, 2005).


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martes, 29 de marzo de 2016

EL POEMA DE HOY



           GENTE QUE ANDA

Por Jorge Castañeda (*)



En la abrigada manta de los quillangos
Cuando la nieve castiga sin piedad,
En la estepa donde duelen los basaltos
Cuando el viento no se cansa de soplar.
Ha de volver el rastro de mis caballos
Como “en antes” era otra vez será.

En los escoriales de piedras partidas
Donde se llora con lágrimas de sal,
En el relincho arisco de los guanacos
Donde clama dolorido el pedregal.
Ha de volver el rastro de mis caballos
Como “en antes” era otra vez será.

En el linaje del bravo Yanquetruz,
Patagonia, ventisqueros, escorial,
En la rastrillada de soles ardidos
Cerros lejanos coirones salitral.
Ha de volver el rastro de mis caballos
Como “en antes” era otra vez será.

En la gloria perdida de los tehuelches
Su camino de pichana y chacayal,
En los viejos rituales de sus misterios
Su casa bonita, su giro ritual.
Ha de volver el rastro de mis caballos
Como “en antes” era otra vez será.


(*) Escritor de Valcheta. Su blog es: http://jorgecastaneda.fullblog.com.ar


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martes, 22 de marzo de 2016

EL CUENTO DE HOY




JUNTOS

Por Martha Perotto (*)



Ella fue a reconocer el cuerpo. En la sala del pequeño hospital, se veían, sobre una camilla, dos bultos cubiertos por un lienzo blanco. Sintió frío, un frío intenso que le llegó a los huesos.
         Los amigos que hicieron el rescate se llevaron sus pertenencias.

***

El clavo siguiente iba a ser más difícil que el anterior. La posición era terriblemente incómoda. Se sentía el “hombre mosca” adherido a un techo de piedra y hielo.
Finalmente logró un buen enganche y sacó la piqueta del cinturón. Lo martilleó un poco de costado, pero quedó firme. Lo probó. Sería el punto de apoyo más importante para el tramo final. Con un gesto indicó a su compañero que podía avanzar.

***

¿La tormenta? La tormenta es una contingencia en la montaña. Habían vivido muchas veces el camino de las cimas. Ella miró por la ventana y no pudo divisar el pico. El cerro estaba cubierto de nubes densas. El viento era muy fuerte y caía aguanieve.
“¡Morir de frío! Dicen que llega un momento en el que el cuerpo pierde sensibilidad y entre en un sueño cada vez más profundo que termina en la muerte”. Revolvió pensativa el hielo en el vaso y al tomar conciencia de su frialdad tuvo que dejarlo sobre la mesa.
Los amigos la acompañaban en la espera. Nada podía hacerse hasta que cesara el temporal.
Se acercó al fuego encendido y deseó poder transmitir a la pequeña carpa lejana su sensación de calor. Más, deseo estar ahí para compartir la misma suerte.

***

¿La tormenta? La tormenta es una contingencia en la montaña. La avalancha fue lo que los separó del resto del grupo, quedaron él y Francisco en una situación comprometida. Francisco estaba malherido. Aferró la carpa a una saliente y quedó suspendida sobre el abismo, golpeada por la fuerza del viento y la nieve.
Por la mañana, Francisco había muerto y él comprendió que pronto lo seguiría. Comenzó a dominarlo la desesperación y se sintió al borde de la locura.
Debía darse coraje de algún modo. Tomó la cámara filmadora que lo acompañaba siempre en su mochila y decidió filmarse a sí mismo en el momento final.

***

Él había sido muy sincero cuando le propuso matrimonio y, mientras hablaba, se recortaba nítida, detrás de él, la silueta del cerro bajo la última luz de la tarde. Esa era la imagen del matrimonio, él y la montaña.
Había aceptado esas condiciones que significaron años sin verano, viajes del hemisferio norte al hemisferio sur para seguir el camino de la nieve. Ese duro mundo fue convirtiéndose también en el de ella. Se hizo común alternar situaciones extremas con la vida lujosa de los centros deportivos.
Vivían entre la gente de la alta sociedad, la atendían, pero no formaban parte de su clan. Los poderosos sólo les daban las posibilidades económicas, ésas que les permitían hacer lo que realmente disfrutaban,
Todas las actividades del grupo implicaban riesgos. Jugaban en los filos montañosos con la divisoria entre la vida y la muerte. La prudencia y la planificación metódica acompañaban esos ejercicios. El atropellado, el que no tenía coraje de arriesgar, debía irse. Se fue formando así un grupo interesante.
Poco a poco, no fue el esquí sino la escalada la actividad más importante a la que se volcaron todas las posibilidades económicas y los esfuerzos. Así, volvieron los veranos, sólo que juntos a las moles más imponentes del planeta. De cada ventana de los hogares temporarios se veía un cerro. Cada trasfondo de una fotografía era montañoso.

***

“La montaña cobra sus vidas, pero el nuestro no es un desafío estéril. Es siempre un vencerse a sí mismo llegar a los propios límites. No lo hacemos por conseguir un nuevo récord. Mirar el mundo desde la cima más alta es entrar a formar parte de una confraternidad de iniciados”, decía siempre.

***

Lo enterraron en el cementerio de la montaña, la que finalmente lo había conseguido para sí; descansaba en su seno, no en el de ella.
Entró, luego del entierro, en una preocupante apatía. Nada la distraía de sus pensamientos. No quitaba los ojos del cerro.
Los amigos decidieron, no sin temor, que ella tenía derecho a ver el video que grabara su esposo. Se lo entregaron.

***

La imagen no era demasiado clara y se mantenía fija. El único cambio que se percibía en ella era el de un leve movimiento de los labios en un rostro de barba escarchada, pero la voz se oía nítida.
“Amor: No sé si esta decisión se va a transformar para vos en una tortura: voy a filmar mi muerte. No lo hago con ánimo morboso sino que para mí es el único modo de sentirme cerca. ¿Ves? Te hablo y me serena. Hace un momento temblaba de miedo, no de frío; ahora sé que de algún modo estás conmigo, siento tu presencia, hasta el calor de la chimenea junto a la que seguro debes encontrarte en este momento.
Estoy suspendido sobre la nada, colgando de la pared y con la carpa apenas apoyada en una saliente. Francisco ha muerto y yo soy el que sigue, una avalancha nos separó de los demás, no sé qué habrá sido de ellos. Estoy rezando, después de tantos años estoy rezando.
Al irte transmitiendo este mensaje me invade una gran paz. No es una entrega animal frente a lo inevitable. Es una paz que hace que mi cuerpo parezca flotar, que hace que me sienta más allá del bien y el mal, del dolor y del goce, del terror, de la soledad. ¿Estaré por conocer el último de los secretos de la vida? No le temo, me siento lúcido para descifrarlo, sereno para enfrentarlo. Te amo”.
Y luego, nada. No más sonido, solo una imagen fija en la que era imposible señalar el momento de cruce hacia otra frontera.



(*) Escritora rionegrina. Este relato fue tomado de si libro “Cuentos para un invierno largo” (Imprenta de la loma, El Bolsón, 2da edición, 2006).



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jueves, 17 de marzo de 2016

EL POEMA DE HOY




FAROL DE LUNA

Por Magdalena Pizzio (*)




Hace frío.
La lluvia se ha secado
y un manto de neblina
desde el rocío de la tarde
oculta la noche.
La brisa corta la piel
pero no se siente
pues los pasos escondidos
en la tibieza de un abrazo
nos trasporta.
Y allá arriba
cómplice callada del momento
la luna redonda y roja
murmura una bella danza
entremezclada en la nube
que con un halo de misterio
sus líneas dibuja y ensombra.
Tan quieta, lejana, inalcanzable
y después por un instante
toca con su rostro sonriente
el horizonte lleno de luces…
Y se escapa.



(*) Escritora neuquina. Este poema fue tomado de su libro “Laberinto. Entre la muerte y la vida” (Imprenta La Piedad, Bahía Blanca, 2009).
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