LA PAZ, LOS GALESES, EL COLT Y LAS CONSTRUCCIONES LINGÜÍSTICAS
Por Carlos Dante
Ferrari
Ayer a la mañana caminaba por la calle bajo un frío intenso. El paso
fortuito de un patrullero y una aleatoria combinación de factores me indujeron
a pensar en temas aparentemente tan inconexos como lo son la paz, la policía y
el idioma galés. Quizás el disparador fue recordar que la palabra galesa para
denominar a la policía es “heddlu”, en cuya etimología está de manera indudable
el término paz (“hedd-”), de modo que, en una versión libre para nuestro
idioma, bien podría nominarse al policía como “pacificador” o “custodio de la
paz”.
Los anárquicos hilos de la mente me recordaron
entonces la importancia que tiene la paz en la cultura galesa, a punto tal que
la ceremonia bárdica central en el Eisteddfod, cuando se entroniza al poeta,
consiste en desenfundar a medias una espada sostenida por dos hombres, mientras
uno de ellos pregunta con voz estentórea: “¿A oes Heddwch?” (“¿Hay paz?”), a
lo que público clama a coro: “¡Heddwch!” El rito se repite tres veces y con la
triple ratificación popular, la espada es envainada. No es casual
que a partir de 1947, después de la Segunda Guerra Mundial, el Eisteddfod
Nacional de Gales adoptara como lema: “Que las voces de los coros hagan
enmudecer para siempre los cañones”.
Los pobladores galeses del Chubut traían esa fuerte vocación por la paz,
mas no pudieron librarse de la necesidad de contar con un órgano policial. Al
principio esa función fue asignada en forma provisoria a algunos civiles. Poco
después, en 1868, se creó un cuerpo de Guardias Nacionales Voluntarios integrado
por 37 hombres, comandado por Edwin Roberts con el grado de Teniente (*). La
tarea principal de esa milicia consistía en prevenir y eventualmente recuperar
animales robados por los indios. Uno de aquellos soldados era Aaron Jenkins. Años
más tarde, en 1879, mientras Jenkins desempeñaba el cargo interino de agente de
policía, fue brutalmente asesinado a mansalva por un individuo al que trasladaba en carácter de detenido.
En
1876 se radicó en la zona el primer comisario nacional, Antonio Oneto. Se trataba
de un destacamento más que nada simbólico, pues como el propio Oneto le
comentaba en una carta a Luis Piedra Buena: “(…) observo que también esta
comisaría es completamente sin armas; tiene un solo revólver que es de mi propiedad”
(**)
No
deja de ser una paradoja que, para asegurar la paz, hay un punto extremo en el
que se torna necesario acudir a un mecanismo potencialmente represor o
disuasivo, con la potestad legal de portar armas. Aunque no tenemos datos sobre
aquel revólver de Oneto, cabe preguntarse: ¿Sería acaso un Colt 44? Es improbable, pero el
interrogante viene a propósito de otro retruécano lingüístico vinculado a la
paz y a las armas. En 1873 la fábrica norteamericana Colt comenzó a producir la
primera generación de revólveres de acción simple, que pronto adquirieron una enorme
popularidad. Se hizo una producción calibre 44 con destino al ejército, la
caballería y la artillería. Para el mercado civil se fabricó en los calibres
44–40 y 32–20. ¿Y saben ustedes cómo fue bautizado ese modelo? Nada menos que con
el nombre de “Peacemaker”, es decir, “Pacificador” o “Hacedor de la Paz”…
Algunos revólveres Colt SAA “Peacemaker” llegaron a nuestro país y al
valle del Chubut. En mi infancia tuve ocasión de sostener uno de ellos en mis
manos: pertenecía a Thomas Daniel Evans, que lo había portado durante su
desempeño como agente de la policía de Territorios Nacionales. El querido
“Tommy Daniel”, amigo de la familia, era una suerte de abuelo postizo para mí;
un hombre de carácter afable, sumamente religioso y con grandes dotes
musicales, que solía tocar el armonio en la capilla de Gaiman. Tengo la certeza
de que él jamás necesitó servirse del arma para “hacer la paz”. Es que la mejor
garantía de paz no está en las armas, sino la elevación espiritual de un
pueblo. Y de eso, los colonos galeses –a no dudarlo– sabían mucho.
Para
finalizar, así como esta nota se inició entrecruzando palabras y significados,
no está de más mencionar que en islandés –esa lengua tan querida por Borges–
“hedd” (derivativo del antiguo hofuð)
es una de las variantes del término “cabeza”. Más allá de la grafía coincidente, la
diferencia no solo radica en los significados disímiles, sino también en que la
verdadera paz –como todos sabemos– no reside en la cabeza, sino en el corazón.
¿Llegará el día en que la Humanidad pueda
gozar de una paz sin necesidad de armas ni de policías, sostenida por la sola
fuerza de la convicción?
“¿A oes Heddwch?”
Que las espadas del mundo permanezcan
envainadas para siempre.
(*) Conf. Williams, D. – “El valle prometido”, p. 39/40 – Ed. Del Cedro, Gaiman,
2008.
(**) Conf. Zampini, V. – “Chubut – Breve Historia de una provincia argentina”, p. 47 –
Ed. El Regional, Gaiman, 1975.