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jueves, 13 de septiembre de 2018

LA NOTA DE HOY




LOS PUENTES DE LA PATAGONIA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




En “Un puente sobre el Drina”, Ivo Andric recrea la historia de la región de Bosnia-Herzegovina; ese antiguo límite entre Occidente y Oriente que formó parte del Imperio Romano, fue más tarde conquistado por los otomanos, pasó luego al dominio Austro-Húngaro y en la actualidad, después de haber integrado la República Yugoslava, es una nación independiente. El centro del relato es la obra de arte que titula la novela; símbolo del vínculo entre las dos culturas separadas por las márgenes del río, que forjaron el pasado del lugar.

Es que los puentes son proverbial metáfora de unión material y espiritual. En la Patagonia, tierra de grandes ríos, los puentes enlazaron el territorio con el resto del país; facilitando el pasaje de los cursos de agua que en tiempos pretéritos se vadeaban a fuerza de valor y músculo. Si se viaja por la Ruta 3 de norte a sur, el primer puente en aparecer es el “Ceferino Namucurá”, en Pedro Luro; que franquea el Río Colorado, límite de la Patagonia. Más adelante, el Río Negro se cruza en la tierra de las ciudades gemelas, Carmen de Patagones y Viedma, por el viejo puente Ferrocarretero y por el puente vial “Basilio Villarino”.

Siguiendo hacia el sur, la ruta pasa el Río Chubut por el "Puente nuevo" de Trelew. Pero en el Valle Inferior, el Camwy puede atravesarse por varios puentes: 28 de Julio, "Tom Bach", Maesteg, Gaiman, "Hendre", "San Cristóbal", "Stefyn James", "Ingeniero Ricardo Mafia", nuevo de Rawson y El Elsa. Y también por uno de los más conocidos: el Puente del Poeta, situado próximo al emplazamiento de su antecesor de madera fabricado por Griffith Griffiths; en cuyo honor se lo bautizó. "Carpintero de puentes y palabras", reza la placa que recuerda a Griffiths. Y es así, porque además de construir el primer puente de Rawson y el Hendre, fue un poeta que con el nombre bárdico de Gutyn Ebrill intervino en los Eisteddfod del Valle, fundó el Gorsedd regional y fungió de primer archidruida.

El escritor Sergio Pravaz, quién además habla del tema en su nota “Puentes” (*), dedicó a la obra el poema "Cantata de los dos puentes":

“A estos parajes viniste esquivando el expediente
y el largo masticar del polvo en el camino.
---
Como en aquel año que llegaste para suplantar a tu padre
cuyo dominio fue esa noble madera elegida por Griffiths el poeta…”

Julia Chaktoura, en su trabajo “Gaiman. Conversaciones en el Valle”, evoca el puente de esa localidad en una de sus “Misceláneas” titulada “Los puentes”. En el texto, la autora dilucida el motivo de la abundancia de puentes en la zona:

“Ese río, extenso y remolineante, fue motivo de preocupación por sus intempestivos desbordes. Y también fuente inacabable de vida. Y en ese destino de unir y separar a los habitantes de ambas márgenes, dio vuelos al ingenio humano para inventarle caminos al agua. Los puentes sobre el río Chubut fueron una constante necesidad de la Colonia.”

A su vez, Fernando Nelson usa una de estas construcciones, una pasarela en las chacras, como escenario de su cuento “Anochecer en el puente viejo”. En su trama el amor se hace obsesión y lleva a idear un asesinato. Así describe el lugar: “Cuando avistamos el puente, en efecto se veía poco. El angosto pasadizo se balanceaba sobre un río que en aquellos inviernos traía grandes trozos de hielo a la deriva”.

Volviendo al recorrido de la Ruta 3, unos cuantos kilómetros más adelante su traza transpone el Río Santa Cruz por una monumental obra apoyada en la isla Pavón; hogar del Comandante Luis Piedra Buena. Siempre con rumbo 180 grados, la carretera pasa luego sobre el Río Gallegos; en el paraje cercano a la capital santacruceña nombrado por Hugo Giménez Agüero en su “Malambo Blanco”:

“Brilla la luna radiante en el cielo infinito / mientras crece la noche en su inmensidad.
Me voy para Güer Ayke cantando bajito / y mi canto se escucha en la soledad.”

Finalmente, en Tierra del Fuego, la ruta traspasa por el puente “General Mosconi” al último de los grandes cursos de agua australes, el Río Grande.

Muchos puentes más hay en la región, tanto en la meseta como en la cordillera. En esta última comarca, tierra de rica hidrografía agua, son diversas las estructuras que permiten franquear los chorrillos, arroyos y ríos. Hay también distintos tipos de puente. Los hay de hormigón, de metal, de madera. Y además están los puentes colgantes. Esa grácil variedad se observa, por ejemplo, en la pasarela sobre el Río Grande instalada por José Menéndez a principios del siglo XX y hoy monumento histórico. No puede dejar de recordarse a los antecesores de muchos de estos artificios: las balsas, usadas para superar las corrientes al mando de su patrón. Así describe la maniobra Oscar Camilo Vives, en su relato “La Balsa”: 

“El balsero parado junto a la compuerta observa avanzar el vehículo que ahora desciende melindrosamente la planchada de tablas y luego con resolución sube a la planchada… finalmente… se dirige al otro extremo de la balsa para asegurar la tensión del cable de amarre y la almadía se pone en marcha”.

Más allá de formar parte habitual del paisaje cotidiano, el puente en sí mismo tiene algo de portentoso. Este ingenio arquitectónico, al principio muy simple, fue perfeccionado de tal manera que permitió superar obstáculos imbatibles para la contextura humana. Por eso su invención no sólo parece una maravilla, sino también un milagro. Suponer tal prodigio quizás dio pie a esa leyenda de la tradición árabe citada por Andric en su libro, que dice que Dios había creado al mundo como una esfera perfecta. Pero cuando estaba aún fresca, por envidia, el diablo la estrujó y sus uñas marcaron la superficie dejando profundos surcos. Al ver esto, Dios mandó a sus ángeles a solucionar la cuestión; porque las hendiduras hechas por el diablo dividían el orbe e impedían que las criaturas se moviesen a sus anchas. Ellos entonces tendieron sus alas y, enlazando los bordes de las grietas, formaron calzadas por donde se podían salvar los torrentes y las simas.

Y así aprendieron los mortales a construir puentes.




(*) Diario “Jornada” de Trelew del 8 de julio de 2012.

sábado, 8 de septiembre de 2018

LOS RELATOS DE HOY





FRAGMENTOS DEL LIBRO “RECUERDOS DEL PRESENTE”

Por Mario dos Santos Lopes (*)





ASESORES AD HONOREM

La escena es de pueblo. Divertida, tierna y recordable. Uno pregunta cómo se pueden cocinar los espárragos que vio en la góndola. Y ahí nomás se arma un bello debate donde la señora presenta una receta tradicional y otro cliente que anda cerca propone aceite y vinagre, tipo ensalada. Uno anhela, entonces, que nunca se pierda esta esencia de pueblo, donde todavía hay tiempo para asesorar ad-honorem, al que anda desorientado en pequeños o grandes temas de la vida, al que anda arrastrando una pena y necesita un cafecito o una "vuelta del perro" en el auto del amigo que lo vuelve a reconciliar con su esperanza.


EN ESTO TENEMOS QUE SER MUY SINCEROS

Somos dueños de las palabras que callamos, es cierto. Escucho a una mujer de la política - como a tantos hombres - que "en este tema tenemos que ser muy sinceros". Esto es bueno, dice el optimista que me habita. El pesimista que también convive dentro de mi mente no cree en la sinceridad. Y el otro, el realista, el que tiene los pies sobre la tierra, se pregunta si "en este tema" pretenden ser sinceros, tal vez en los otros no. ¿Porqué en este tema, específicamente? ¿No será otra frase hecha?
¿No será como el que nos da "su palabra de honor" con respecto a algo? ¿O existe, para la gente decente, otra palabra que no sea la de honor?
Qué sé yo.


CUANDO SALIMOS

Decir que Deseado es un paraíso resulta una exageración y una mentira, ya que tal cosa no existe en la tierra, salvo por contados segundos parecidos a la felicidad. Sin embargo, cuando la vida nos lleva a tener que hacer trámites y gestiones en otras ciudades, valoramos cosas que estando aquí no nos parecen importantes.
En las grandes ciudades, especialmente en Buenos Aires, me recuerdan a cada rato que somos un número, que esperar un turno en una oficina pública puede implicar desde varias horas a "vuelva la semana que viene", que cuando un expediente se pierde no hay a quien responsabilizar, que comprar medicamentos a través de una reja es algo habitual, que nadie tiene tiempo para nada y al mismo tiempo, todo parece al alcance de todos, aunque la mayoría no pueda comprarlo ni disfrutarlo. Y entonces, uno disfruta doblemente la vuelta a casa, y por unos días, evita criticar las cosas y los servicios que le faltan todavía a Deseado.


FECHAS DE VENCIMIENTO

Los que tienen más de treinta o cuarenta años deben recordar aquellas galletitas con paquetes desteñidos por el sol que comprábamos en los viejos kioscos de Puerto Deseado. Tenían fecha de elaboración de uno o dos años atrás, y sabían riquísimas. Tal vez estaban un poco más duras que en sus momentos de gloria, pero las comíamos y no me hacían mal. Lo mismo ocurría con alfajores, mermeladas, mayonesas. y tantos otros artículos.
Hoy encontramos un producto que "vence mañana" y tememos que caigan sobre nosotros todos los males del planeta. Es más: hasta la lavandina y el shampoo traen fechas de vencimiento. ¿Se nos caería el cabello si lo usamos al día siguiente?
Es cierto que son necesarios controles, y que en esto vamos avanzando, se supone. Pero nos queda la duda sobre nuestra vida anterior, menos complicada y, tal vez, quizá, probablemente, más sana.






(*) Mario dos Santos López, el reconocido escritor de Puerto Deseado que colaboró con Literasur en varias oportunidades, falleció en la ciudad donde vivía el 30 de abril del 2017. Sirvan estos fragmentos de una de sus últimas obras para recordar su figura, a más de un año de su fallecimiento; como un sencillo homenaje por parte de nuestro blog.




martes, 4 de septiembre de 2018

EL CUENTO DE HOY





Nunca más (*)

Por Olga Starzak

                                                             

Un segundo antes de que Melina entrara a mi habitación yo había cortado la comunicación telefónica que hacía más de una hora mantenía con Guillermo.
-¿Con quién hablabas? –me preguntó.
-Con nadie.
-Podrías contestarme que es problema tuyo, o que no me importa... o ¿ahora también hablás sola?
-Ahora también... ¿qué significa? –estaba dispuesta a cambiar el rumbo de la conversación. Después de todo lo único importante, en ese momento, era que no se enterase con quién estaba conversando.
- Significa que estás muy rara, Mariana.
- No te preocupes; no es con vos.
Mentí con descaro. Estaba rara. En verdad era un problema mío pero también le incumbía. ¡Y debía importarle! Guillermo era su novio. Ella me lo había presentado  cuando, a poco de comenzar a salir con él, juntos programaron una reunión para presentarme a un amigo. 
-Estás muy sola –me dijo mi amiga.
-Puede ser... puede ser. Pero no desesperada –sonreí.

Nos conocimos el sábado siguiente en un café de La Cañada. Hoy puedo evocar con exactitud aquel momento. Así como no podría precisar nada de aquel otro muchacho que nos acompañaba. A los cinco minutos de habernos sentado, después de las presentaciones, Guillermo y yo conversábamos sin poder desviar la vista  el uno del otro. Un imán nos había atrapado pero no me di cuenta hasta bastante después, cuando sus llamados telefónicos comenzaron a coincidir con el horario en que su novia cursaba en la facultad. Nos quedábamos largo tiempo dialogando, y contándonos de nuestras vidas.

Melina y yo vivíamos juntas desde que había decidido independizarme de mi familia, trabajar y reiniciar mis estudios universitarios, abandonados como consecuencia de la separación de mi padres y la siguiente depresión que sumió a mi madre hasta preferir la soledad de la muerte a la que la había sometido su marido, al desaparecer un día cualquiera para radicarse en otro país con una mujer de mi edad. De la edad que tenía entonces, claro está... apenas veinte años.

-Venite a mi departamento –me invitó con espontaneidad cuando supo de mi intención.
-Apenas pueda compartiremos los gastos –le aseguré.
-No te hagas problema, donde come una, comen dos –bromeó.

Guillermo y yo no pudimos disimular por mucho tiempo: nos enamoramos  y sin mediar palabras nos entregamos a nuestros deseos. Hablaríamos con Melina.
 Ella no se extrañó.
-Guillermo, ¿de veras creés que soy tan tonta? Sólo estaba esperando que te des cuenta, porque parecías no darte. Desde que conociste a Mariana no hacés más que hablarme de ella. Y vos, nena... ¿qué esperabas para contarme?
Debía estar loca, ¿no tenía más para decirnos? Sí, lo tenía. Estaba enamorada de un profesor de la universidad, quince años mayor que ella y planeaba mudarse con él. 
No era todo.
-Quedate a vivir acá, Mariana. No puedo contarle esto a mis viejos. Me llevaré sólo algunas cosas. Vos estás en falta conmigo –lo dijo feliz. –Tu compromiso consistirá en cuidar de este departamento, y cubrirme mientras podamos.

Así fue. Guillermo y yo nos volvimos inseparables. Nos bastaba con estar juntos. No teníamos proyectos en común, simplemente porque los suyos tenían que ver con su intensa vocación de piloto. Ese mismo año se graduó en la Escuela de Aviación e ingresó a la Fuerza Aérea. Con devoción me hablaba de sus logros laborales. Poco después dejé mis estudios; había comenzado a trabajar doce horas diarias en una fábrica textil y era imposible, al regresar a casa, concentrarme en los apuntes de psicología. 

Recuerdo la primera vez que visité el departamento donde vivía Guillermo con su familia, un piso sexto, con vista a la Avenida Ambrosio Olmos. Quedé  encandilada. Brillaban desde los pisos de roble hasta las arañas de cristal. Los muebles, de estilo colonial, estaban ubicados en justa medida. Un dormitorio con baño privado, cambiador y sala de lectura, para los padres; uno para cada uno de los hermanos, un solarium en la terraza,  y un jardín de invierno separando el living del comedor. Una muchacha de uniforme recibía mi gastado abrigo, y otra -vestida de igual manera- traía el café que tomábamos sentados en un sillón de cuatro cuerpos, de cuero tan blanco como la nieve.
Sentí vergüenza de mi condición, para entonces tan humilde. Había crecido en el seno de una familia muy culta, con mi padre como gerente de una Aseguradora y mi madre, secretaria ejecutiva. Nunca conocí las causas pero ambos fueron destituidos de sus puestos y  nunca pudieron lograr un trabajo con las posibilidades económicas que sostenían. Mamá se dedicó a las tareas domésticas y a mi única hermana, y papá comenzó a dar clases en la universidad. Lo único que le quedaba era su título de Contador Público. Y el hábito de leer todo lo que cayera en sus manos. Ya no podía seguir engrosando su  privilegiada biblioteca. A decir verdad, es todo lo que nos dejó. Por mucho tiempo no toqué ni uno de sus muchos libros pero con el correr de los años sentí la necesidad de volver a ellos y luché por recuperar gran parte sólo cuando me trasladé al sur de  la Patagonia. 

-Me voy por un año –largó Guillermo en el medio de una cena en un moderno restaurante del centro.
-¿A dónde? ¿Cuándo?
-A Estados Unidos, la semana que viene.
-Voy a extrañarte.
-Te escribiré.

Lo extrañé; no me escribió. Durante ese largo año algunas veces llamé a su madre, otras me encontré con una de sus hermanas. Estaba bien,  capacitándose en vuelos militares de alto riesgo.

-¿Mariana?
-Sí, ¿quién habla?
-¿Ya no me conocés la voz?
-¡Guillermo! ¿dónde estás? –el corazón me latía con fuerza.
-A una cuadra de tu casa. Tuve miedo de ser inoportuno. ¿Podemos vernos?
-Claro que podemos. Pero... ¿dónde estás? Ya no vivo en casa de Melina.
-¡Huy! Juro que no lo pensé. ¿Dónde vivís?
-En Allende. Con mi hermana. Decime dónde estás y voy.
-Nos vemos en La Cañada. ¿Te acordás de nuestro Café?
-Me acuerdo, claro que me acuerdo. En una hora estoy allí.

No había trascurrido el tiempo entre nosotros. La misma risa, la misma pasión... nuestro raro amor tan intacto como entonces. Nos contamos las novedades. No dejamos de mirarnos, de tocarnos... Guillermo estaba otra vez conmigo y yo no necesitaba más nada.
Fueron largos años, maravillosos, aunque sin planes. Primero él en la casa de su madre, yo en la de mi hermana, ya casada y con un hijo. Después alquilé cerca de la suya, para poder vernos más y compartir la vida de otra manera. Pero nuestra única manera eran las visitas y algunas salidas nocturnas. Jamás me pidió nada, jamás le pedí nada. Es que de verdad no necesitaba más nada, hasta entonces...

Guillermo estaba cada vez más absorto en su trabajo. Hacía continuos viajes, de poca duración. Supongo que a Buenos Aires. Eran épocas en las que nada sabía de él pero siempre volvía. Volvía a mi casa, se adueñaba de mi vida y   mis sueños.

Éramos felices. Al menos yo lo era. No había ni un antes ni un después en nuestras vidas, siempre era un presente impregnado de eternas caricias. En las noches que se quedaba conmigo, dormía muy poco. En una ocasión le pregunté si siempre le pasaba: bajó la mirada y pude percibir un dejo de preocupación. Me contestó que sí. Últimamente padecía de insomnio pero confiaba que pronto pasaría. No tenía la costumbre de indagarlo, y no lo hice en ese momento. Tal vez hubiera debido.
Cuando sentía que daba vueltas en la cama lo abrazaba fuerte como queriendo protegerlo de quién sabe qué. Me levantaba, le hacía un té de tilo, lo acompañaba si se levantaba, y amanecíamos recostados en el sillón del living casi siempre sin hablar. 

-Mañana viajo, Virginia. Esta vez no sé por cuánto tiempo.
-¿Puedo preguntar adónde? 
-Preguntar podés, lo que no podés es saber.
-Disculpame, no quise molestarte.
-No me molestás, es que no lo sé. Primero Estados Unidos, un nuevo curso. Al regresar me trasladarán a la Capital. 
-¿Tengo que entender que no nos veremos nunca más?
-Tenés que entender que debo irme –enfatizó. -No soy yo quien lo decide. Lo sabés.

No lo sabía; sí entendí que era una despedida.
Nos amamos con una fuerza inédita. No imaginé, en ese momento, que ese día  se engendraba un hijo en mis entrañas. Cuando me enteré no tuve cómo contárselo. Su familia no sabía nada de él. La hermana se encargó de hacer averiguaciones en su trabajo y logró comunicarse. Le dijo que me llamara. 

-Sacátelo, Mariana.  No podemos tener ese chico.
-¿Por qué? –grité.
-Porque cuando crezca querrá pegarme un tiro.

Colgué sin decir una palabra. Lloré como nunca lo había hecho. Y me aferré con ansias al fruto de aquel amor que perdía. 
Me alejé de su familia. Comencé a adelgazar aunque los controles médicos me aseguraban un embarazo normal. Me sentía sin fuerzas, el pecho siempre apretado por la angustia. Los pensamientos en ese hijo que me devolvería a la vida.
No alcanzó con el deseo, a los seis meses de gestación y en mi casa, con la ayuda de Melina, lo parí. Nació muerto. Sumida en la desesperación y presa del pánico, subimos al primer taxi que pasó. Mi bebé envuelto en una sábana sangrienta. En el hospital me atendieron sin creer lo que mi amiga les contaba. No había tenido contracciones, sólo un enorme deseo de defecar, una necesidad de pujar con fuerza desmedida, y allí... allí entre mis piernas, mi chiquito morado, su cuerpo frío, los ojitos blancos.
-¡Hijos de puta! ¿Qué pasa en este país que nadie cree en nadie? ¿Por qué me mira así? –le grité al médico.
Y me desmayé.

Fueron tiempos difíciles. Me acompañaba la convicción de que nunca más vería a Guillermo, pero un día volvió. Habían pasado cuatro años. No lo reconocí, sólo era suya la voz. Había adelgazado más de diez kilos y perdido el cabello. Ya no usaba bigotes. La piel lucía opaca, los ojos enrojecidos. 
Me preguntó por el embarazo, le dije que había sido una mentira. No volvimos a tocar el tema. Quería que el dolor fuese solo mío. Tenía derecho. ¡Vaya si lo tenía!

-Me casé Mariana. Me casé hace dos meses, en Buenos Aires.
-¿Tengo que felicitarte?
-No. Podés darme el pésame.

Guillermo seguía ocupando mi corazón como entonces, de una manera incomprensible. Nada quería saber de su vida, supongo que por miedo.
Nunca me pertenecería. Pero cuando estábamos juntos nuestras pieles se fundían,... y volvíamos a vibrar. Una pasión que era fuego. 
Y después el silencio de la soledad.  

Tentada por un aviso en el diario me postulé para trabajar en una agencia de viajes. Enseguida ingresé. La diferencia económica que separaba a este de aquel trabajo en la fábrica era muy significativa, situación que me permitió mudarme al centro, frecuentar otros sitios y hacer nuevas amistades. Como secretaria del dueño pasaba largas horas en su compañía. Era un hombre de gran temple y su presencia me contenía. Hacía diez años que estaba en pareja y tenía dos hijos. Pese a eso me dejé seducir. 
Me casé con él poco después. 
Guillermo, para entonces, pasaba con frecuencia por la vereda de la oficina y se detenía a mirar hacia adentro. En una oportunidad,  salí a su encuentro. Nos sentamos en una confitería cercana.
-Estás hecha una señora –me dijo.
-Soy una señora.
-Me retiraron del trabajo.
-En buena hora.
-Nunca voy a olvidarte.
-Conviene que lo hagas.
-No siempre se hace lo que se quiere.
-Casi nunca se recupera lo que se pierde.
-¿Nos podemos ver en otro lugar?
-Creo que no.

Cuando nació el segundo de mis hijos ya vivíamos en Ushuaia. Viajé a Buenos Aires por problemas de salud de uno de ellos y casualmente me encontré con la hermana de Guillermo, le pregunté por él. Quise saber si tenía hijos y supe que no. Debo confesarlo: me sacudió una emoción placentera, de vil orgullo. Le pedí su número de teléfono.  Ese mismo día nos vimos. No hubo reproches, ni preguntas. 
Sólo la maravillosa sensación de volver a estar juntos. 

Hoy cumplo cincuenta años. La menor de mis hijas acaba de recibirse de arquitecta. Viajaré a Buenos Aires para la fiesta de graduación. 
Acomodo mi ropa en la maleta y agrego con cuidado la agenda que guarda un número de teléfono que sé de memoria.. 
La vida me enseñó que sólo la muerte es un “nunca más”.



(*) Inspirado en la vida real.



sábado, 1 de septiembre de 2018

UN NUEVO CUMPLEAÑOS




LITERASUR: ONCE AÑOS EN LA RED



Hoy Literasur cumple once (11) años de permanencia continua en internet. Nació primero en formato de blog, aún subsistente (literasur.blogspot.com) y más tarde agregó su sitio web, que también continúa en la actualidad: literasur.com.ar 
Han sido once años empeñados en dar cumplimiento al propósito inicial, siempre vigente: difundir la literatura y los autores patagónicos. 
A lo largo de este período hemos recibido casi 350.000 visitas de 22 países en ambos sitios, en conjunto, y se han publicado textos de más de 150 autores.
También contamos con espacios de difusión en Facebook (https://facebook.com/literasur) y en Twitter (https://twitter.com/Literasur)

Ojalá nuestra tarea de difusión sea de vuestro agrado. Por nuestra parte, todo lo que podemos decir es: ¡MUCHAS GRACIAS A TODOS POR VUESTRO ACOMPAÑAMIENTO A LO LARGO DE ESTOS ONCE AÑOS DE EXISTENCIA!

jueves, 30 de agosto de 2018

EL CUENTO DE HOY




EL HOTEL DEL FIN DEL MUNDO

Por Cristian Perfumo (*)





—Se registró con un nombre falso. Julián Bellido —me dice Palito señalando en la pantalla de su computadora portátil al hombre que abre la puerta de la suite 401.
—A nosotros nos da igual. Sabemos que es él —le respondo.
El hombre deja pasar a la mujer que lo acompaña y cierra la puerta tras de sí. Le ayuda a quitarse el abrigo, y lo cuelga en un perchero. Hace lo mismo con el suyo. Después, sin pronunciar palabra, abre la botella de champán que pidió que le subieran a la habitación y sirve dos copas.
—No está mal la minita que eligió —aporta Palito.
—Nada mal —agrego—. Quizás demasiado parecida a su mujer, ¿no te parece?
—Tiene un aire, sí, sobre todo la cara.
Pero no hay comparación. Ojo, que no digo que la esposa no esté buena, pero esta… este cuerpo es otro nivel.
La pareja brinda, prueba el champán y se sonríen el uno al otro. Mi mirada alterna entre la pantalla y la puerta de la pequeña sala donde estamos. Si esa puerta se abre y alguno de nuestros compañeros de trabajo nos descubre, tenemos tres segundos para cerrar la computadora de un manotazo. Si tardamos más y la persona que entra logra rodear la mesa, estamos en el horno.
—Un día tenemos que ver algo así pero en vivo, Alfredo —me sugiere mi compañero.
—¿Ah sí? ¿Y cómo vas a convencer a los huéspedes para que hagan coincidir su diversión con nuestro descanso? Ya sé: «Bienvenidos al hotel Fin del Mundo, uno de los más exclusivos de la Patagonia. Recuerden que toda actividad sexual, ya sea coito, felación o cunnilingus sólo podrá tener lugar durante los períodos de veinte minutos en los que nuestros empleados tienen descanso y se pueden dedicar a observarlos mediante las cámaras instaladas por ellos mismos. El desayuno se sirve de siete a once de la mañana. Que tengan una excelente estadía.»
Palito estalló en una carcajada, aunque sus ojos no abandonaron la pantalla en ningún momento.
—Me refiero a que ojalá alguna vez enganchemos a una pareja en vivo. No me vas a negar que tendría mucha más emoción saber que lo que vemos está pasando en ese momento.
—Ustedes los jóvenes y la puta costumbre de querer todo ya —protesté—. Esto pasó hace apenas dos horas, es prácticamente lo mismo. Como cuando ves un partido en diferido: mientras no sepas el resultado, todo bien.
—En este caso el resultado está bastante claro. Mirá, mirá. Ahí brindan por segunda vez. Qué lástima que la cámara no tenga audio. Seguro que le está diciendo «por una noche inolvidable» o alguna boludez así.
—Para ella seguro que va a ser inolvidable. ¿Sabés la guita que le debe cobrar al presidente de un banco?
—A lo mejor no sabe quién es.
—Seguro que sí. Estas minas pueden oler la guita…
—Mirá qué romántico el tipo —me interrumpe Palito—. Besito en la mejilla. Al final resultó ser un galán. Upa, la manito de ella un poco traviesa, ¿no?
—Sí, pero te apuesto lo que quieras a que él no le va a dejar manejar los tiempos.
Sabía. Mirá como le aparta la mano. Como cuando le querés tocar una teta a tu primera novia y no te deja.
—Yo si estuviera con una hembra así, ni en pedo le aparto nada. Meteme mano, mamita.
Sonrío ante el comentario. Palito me hace acordar a mí hace veinte años. Debe ser por eso que le agarré tanto cariño al pibe. Y a juzgar por la manera en que me pide que lo aconseje cada vez que tiene un problema en el trabajo, y a veces afuera, yo diría que él a mí también me quiere.
—Está bien que le ponga un poco el freno —le explico—. La quiere disfrutar sin apuro. Andá a saber los malabares que tiene que hacer un tipo como él para librarse un rato del laburo y de la familia.
—¿Ah sí? Mirá cómo se puso el que se la toma con calma. Si al final, de carne somos.
Ahora el tipo se saca la ropa con desesperación, alternando entre quitarse una prenda y besar a la mina en la boca.
—¿Cuánto te parece que le podremos sacar? —me pregunta.
—Y… en el video se nota clarito que es él. ¿Cuanto ganará el presidente de un banco?
—No sé. ¿Un millón de dólares al año?
—¡Ni en pedo! Es el presidente del Banco Austral de Comodoro Rivadavia.
—Por eso. Es el más grande de la Patagonia.
—De la Patagonia. No de Suiza.
—A ver vos que sabés tanto entonces. ¿Cuánto gana este tipo?
—Ni idea. Pero le pedimos el sueldo de cuatro meses. Dos para vos y dos para mí.
—¿No será mucho? Al último le pedimos apenas un sueldito de maestro.
—Porque era maestro.
El dedo huesudo de Palito se clava en la pantalla.
—¡Ah, bueno!, ahora sí que está a mil el amigo —comenta—. Chau vestido rojo. Uy, mirá lo que es eso. Está como cañón esa mina.
—Esas piernas tienen gimnasio.
—Tremenda.
Palito se agarra la cabeza, cierra los ojos y niega sonriendo.
—¿Qué te pasa?
—Ojalá Marcela tuviera ropa interior así.
—Y comprásela, boludo —le sugiero.
—Nah. Me da vergüenza.
—¿Vergüenza? Si vos de eso no tenés.
—Es que recién empezamos. No la quiero espantar.
Miro de nuevo la puerta y, tras comprobar que no viene nadie, me tiro hacia atrás en la silla, haciendo equilibrio sobre las patas traseras. Palito será muy bueno para la tecnología pero de la vida no sabe absolutamente nada. Lo contrario a mí. Quizás por eso nuestra sociedad marcha sobre ruedas.—Con más razón —le explico juntando las yemas de los dedos—. Ahora es el momento de establecer las…
—¿Qué hace? —me interrumpe—. ¿Para qué le tapa la cara con la almohada, si es un bombón?
—A lo mejor le hace acordar a su mujer y se siente culpable.
—Che, me parece que la mina está pataleando.
—Uy, la puta madre. ¿Qué está haciendo el boludo este?—. Ahora soy yo el que se agarra la cabeza.
Mudos frente a la pantalla, seguimos con la vista las piernas de la mujer. Los segundos, o quizás minutos que siguen se nos hacen eternos. Cada patada es más lenta. Cada sacudida tiene menos energía. Al final, apenas se perciben pequeños espasmos en las puntas de los pies.
—¡Se dejó de mover! —grita Palito y busca en sus bolsillos hasta encontrar el teléfono.
—¿Qué hacés?
—Llamar a la policía.
—Pará, boludo —le digo, arrebatándole el aparato de las manos—. Si se enteran de que ponemos cámaras en las habitaciones, nos rajan del laburo.
—Qué me importa el trabajo ahora. Capaz que sigue viva y todavía estamos a tiempo de ayudarla.
—Palito, esto pasó hace dos horas. Mirá, el tipo se está vistiendo. Seguro que ahora agarra sus cosas y se va.
Efectivamente, el presidente del Banco Austral ya está caminando de arriba abajo por la habitación. Primero limpia las copas con un pañuelo. Después se viste y enfila hacia la puerta. Por la forma en que se mueve, no me queda claro si lo que acaba de pasar es un accidente o algo premeditado.
—Vamos a la habitación, entonces. Capaz que la mina sigue ahí.
—Seguro que sigue ahí —le digo.
—Tenemos que hacer algo, Alfredo. Si no, mañana a la mañana cuando Marcela entre a limpiar, se la va a encontrar.
Empujo un poco a Palito para quedarme frente a la computadora y abro el programa de control de las cámaras. Hay varias imágenes en miniatura, una por cada habitación, y también un montón de botones que no tengo ni idea de para qué sirven. Selecciono la suite 401 y después de un par de segundos se abre una nueva ventana en la pantalla. La imagen que contiene ya no es una grabación, sino un feed en vivo. Maximizo y vemos que la mujer sigue ahí, en la misma posición que cuando el tipo le quitó la almohada de la cara.
—No podemos ir, Palito. Esa mina está muerta y ya no hay forma de ayudarla.
—¿Y ahora qué vamos a hacer?
—Aprovechar la oportunidad —le respondo sin quitar los ojos de la imagen de la imagen del cuerpo inmóvil sobre la cama—. Todo esto tiene un lado positivo.
—¿Lado positivo? ¿Te volviste loco, Alfredo? Acaban de matar a una prostituta en el hotel y nosotros no hicimos nada para ayudarla.
—¡Lo vimos dos horas después! ¿Qué carajo podíamos hacer para ayudarla?
Entonces sí me giro para mirar a mi compañero. Tiene los ojos perdidos en un punto en la pared, la mandíbula le tiembla y niega con la cabeza sin parar.
—Palito, pensá un poco. Si el tipo acaba de matar a una mina, ¿sabés la guita que le podemos sacar con este video? Ahí sí que son millones. Le hacemos robar su propio banco si queremos.
—¿Millones? ¿Vos decís?
Palito me mira a los ojos. La mandíbula todavía le tiembla, pero su cabeza ha parado de negar.
—Claro, mostro. Vos quedate tranquilo que esto lo manejamos como siempre. Vos ya hiciste tu parte —dijo dándole una pequeña palmadita a la computadora—. Ahora me toca a mí.
Sin que ninguno de los dos pronuncie palabra, Palito copia el video en un pendrive y lo pone sobre mi palma extendida. Mientras me lo guardo en el bolsillo mi cabeza empieza a redactar la carta que lo va a acompañar. Aunque tampoco es que haga falta ser un poeta. Basta con incluir la frase “Si no me das tanto, mañana esto está en Youtube”.
—Va a salir todo bien, Palito. Ahora lo importante es mantener la boca cerrada.
Le pongo una mano en el hombro y asiente con la cabeza. Después saco mi teléfono y miro la hora.
—¿Ya son y veinte? —pregunta.
—Faltan dos minutos.
Palito apaga la computadora y la guarda en su locker. Salimos juntos de la sala de descanso para el personal y nos dirigimos cada uno a su puesto de trabajo. Yo vuelvo a ser conserje y Palito, acomodándose el gorro, se convierte una vez más en botones.
Sonrío. Hoy es nuestro último día como empleados del Hotel del Fin del Mundo.




(*) Cristian Perfumo escribe novelas de misterio y aventuras ambientadas en la Patagonia, de donde es originario. Sus textos han sido traducidos al inglés y al francés, y en 2017 fue el primer latinoamericano en ganar el Premio Literario de Amazon. Pueden descargar más cuentos de Cristian en el siguiente enlace: http://www.cristianperfumo.com/cuentosineditos