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domingo, 8 de marzo de 2020

LA NOTA DE HOY





ESPAÑOL PATAGÓNICO / ESPAÑOL DE LA PATAGONIA

Por Jorge Eduardo Lenard Vives



Tal vez en esta nota el cronista se meta en camisa de once varas. Tal vez haría mejor en escribir sobre otro asunto menos complicado y dejar el tema a un especialista. A una experta, como la Dra. Ana Virkel. Pero sucede que fue precisamente ella, a través de su magnífico libro "El español de la Patagonia" (*), quien inspiró estas líneas. Por eso, pidiendo de antemano disculpas a la renombrada investigadora por el atrevimiento que se va a cometer, se introduce este borrador con una más que breve recensión de su obra.

"El español de la Patagonia" es una versión ampliada de la tesis de doctorado de la autora en la Universidad de Valladolid. Originalmente, el objeto de análisis se circunscribió a la provincia del Chubut,  pero luego la estudiosa consideró que el saber obtenido era aplicable a todo el contexto regional. En el idioma que se habla al sur del río Colorado, del cual la Dra Virkel se preguntó alguna vez si debía ser llamado "español de la Patagonia" o "español patagónico" (**), el estudio reconoce varios aspectos.

Uno de ellos es la existencia en las cinco provincias australes de una variante del español, claramente diferenciada de la bonaerense, con la cual se confundía antes. Otro, que las dos principales características que presenta esta variante sureña son la convergencia interdialectal y el contacto multilingüístico. La primera particularidad se relaciona con la existencia de dos fuentes en la norma patagónica: el español bonaerense y el español chileno. La segunda se refiere a los dos principales aportes interlingüísticos que recibió esta variedad, provenientes del mapuche y del galés.

Ahora bien, es conveniente aclarar que el trabajo de la Dra Virkel versa sobre el español de la región, tanto urbano como rural, en su forma hablada. Acá es entonces donde el cronista mete la cuchara y se pregunta si la peculiaridad se refleja también en el lenguaje escrito. Los literatos patagónicos, ¿escriben en español patagónico?

Arriesgarse a presentar tal hipótesis parece excesivo. Sin embargo existen algunas singularidades que, tomadas del habla coloquial, pueden ser integradas —y de hecho lo son a la expresión escrita. Esta circunstancia puede darse en el vocabulario empleado, con términos netamente regionales ("chata", "chuleta", "piche", "choique", "catango", "menuco", "neneo", "nevazón"), incluyendo topónimos (Gaiman, Trevelin, Maquinchao, Guer Ayke). También puede darse por el empleo de verbos en construcciones perifrásicas, como "andar pasando" ("¿Qué le anda pasando, mi amigo?") o "pasar a llevar" ("Lo pasó a llevar el tren"), y el uso de verbos derivados de sustantivos ("tormentear", "escarchillar"). Por supuesto, esta peculiaridad se dará en los diálogos intercalados en el texto de la narración, pero también podrían ser incluidos en la narración en sí misma.

Uno de los escritores patagónicos que más expone esta tendencia es Hugo Covaro. Al final de sus obras siempre incluye un ilustrativo léxico, necesario por cuanto en su prosa sobresalen los regionalismos. Pero también al desarrollar los diálogos el autor busca representar la singularidad de la conversación patagónica, signada entre otros puntos, por la redundancia y los silencios significativos. Véase este ejemplo tomado de su obra “Las ruinas de Pampa Negra”:

“Miraba por el vidrio sucio de la ventana al caballo, cuando una voz, como venida de otro tiempo, lo estaqueó de espanto:
—¿Qué anda haciendo, amigo, por estas soledades?
Cuando pudo girar la cabeza para saber quién le había hablado, un hombre, con un sombrero que le escondía la cara lo observaba desde un rincón en penumbra.
—Ando buscando a mi padre… Artemio Magallanes… ¿lo conoce?
¿El chileno?
—Ajá…
—¡Claro que lo conozco! Si hasta fuimos socios… tuvimos unos animalitos a media.”

Y más adelante, en el mismo libro:

“Cuando lo vio, el hombre esquilaba un piño de ovejas encerrado en un corral de palos desparejos, (…) Demasiado “endomingado” para esquilar ovejas –pensó el forastero antes de preguntar:
—Buenas… ¿me podría decir si voy bien rumbiao para Llapinilque?
—¿Llapinilque, dice? Primera vez que oigo nombrar ese sitio… —y antes que pudiera responder, el esquilador inquirió—. ¿De dónde viene usté, caballero?
—Vengo de lo de Artemio Magallanes… su mujer, me orientó para buscarlo…
—Debe estar confundido, mi amigo… la curandera, doña Margarita, debe hacer como quince años que murió… su marido, más de treinta…
Intentó estirar la conversación pero el diálogo se estancó en las breves respuestas del puestero.”

La presencia de una variante regional del castellano, que la Dra. Virkel pone de manifiesto, es una interesante perspectiva para ser considerada dentro de la problemática de la Literatura Patagónica. Aunque la particularidad se observe más en el lenguaje oral, cuando un autor sureño escriba un texto, la presencia de regionalismos, locuciones verbales y otras características propias de la zona, entre las que no debe olvidarse la modalidad de los diálogos, es una impronta que revelará la ubicación geográfica de su creación. 




(*) “El español de la Patagonia”. Virkel, Ana E. Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 2004.

(**) “¿Español de la Patagonia o español patagónico?”. Virkel, Ana E. Actas del IV Congreso Internacional de El español en América, I. Santiago de Chile, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1995.

lunes, 17 de febrero de 2020

EL POEMA DE HOY




LA MILONGA RIONEGRINA

Por Aurelio Sarriés (*)

Milonga, 30/09/1981




La milonga rionegrina
hoy quiere ganar las huellas
bajo este cielo de estrellas
y polvorientos caminos
en la voz de un rionegrino
que canta sus esperanzas
escalando la distancia
entre los valles y sus sierras
con la genuina fragancia
que es propia de nuestra tierra.

Naciste en el fogón
pa´ orgullo del rionegrino
cuando con Julio Argentino
hiciste la expedición.
te prendiste al diapasón
de la guitarra campera
sin que ninguna tranquera
le cierre paso a tu andar
y así te pueda cantar
cada criollo a su manera.

Creciste en el desierto
y entre las sierras nevadas
al ruido de la caballada
que galopó a campo abierto
lloraste cuando algún muerto
quedó en el medio del camino
porque lo apialó el destino
en la ruda atropellada
o lo apretó el caballo
al costalarse en la helada.

Más después con el carrero
abriste huella al progreso
y tal vez será por eso
que como el progreso avanza
seguís con suma constancia
alentando el rionegrino
pa´ que no cese su tino
en la pujante jornada
y te lleve enarbolada
como símbolo argentino.

Te metiste al galpón
en el tiempo de la esquila
y al entrar a las cocinas
fue dulce tu entonación
cuando vibró el diapasón
en una nota divina
al cantarle a alguna china
que te escuchó con placer
por ser como vos mujer
las dos gauchas y argentinas.

Cuando me envolvió el silencio
sin que te llame llegaste
milonga que te entregaste
como grata compañera
pa´ que mi raza campera
te cante con sentimiento
tenés varia´o el acento
por amarguras y halagos
como son en estos pagos
también variados los vientos.



(*) Escritor y cantautor nacido en 1941 en Aguada de la Piedra; paraje situado 50 kilómetros al sur de Maquinchao (localidad donde actualmente reside). Dedicado durante toda su vida a las tareas rurales, sus aficiones son la poesía y la guitarra. Adoptó el seudónimo de “El Trovero Rezagao”. Es integrante del Círculo de Escritores de Maquinchao, con quienes participó de la antología “Palabras que trajo el viento”. “La milonga rionegrina” fue tomada de su libro “Razones de un ignorante” (San Carlos de Bariloche, Taikén Editorial, 2014).



sábado, 8 de febrero de 2020

LA NOTA DE HOY





LA CUEVA DE SARASOLA Y OTRAS CUEVAS PATAGONICAS

Por Jorge Eduardo Lenard Vives (*)



Así como el ser humano sintió la atracción por escalar las alturas para “conquistar lo inútil”, al decir del renombrado montañista Lionel Terray, también se vio impelido a hundirse en las profundidades del globo en busca de los arcanos que el mundo subterráneo ocultaba. Claro que en su inicio tal pasión tuvo una finalidad práctica: nuestros antepasados trogloditas buscaron las cavernas para obtener refugio y abrigo. Con el tiempo, los mitos ubicaron a los dioses en las luminosas cimas y destinaron las simas sombrías para los demonios y otros entes lúgubres.

Como es natural, la Literatura tomó el tema y lo llevó a los libros. Algunos de ellos en tono moralista, como “La Divina Comedia” del Dante; y otros con un criterio de divertimento, como el “Viaje al Centro de la Tierra”, de Julio Verne. ¿Qué tienen en común lecturas tan disímiles, un portento de la poesía universal y una novela de aventuras? Pues que en ambas obras los protagonistas descienden al interior del planeta por una catacumba y encuentran escandalosos enigmas (metafísicos unos, científicos los otros), que causan inquietud y temor.

Pero los espeleólogos no participan de esos terrores y se internan con osadía en los sótanos del orbe, practicando una actividad llena de peligros que exige valor a quien la intente. Su afán se extiende a lo largo y ancho de la Tierra, porque estas formaciones se encuentran en todas las latitudes; y, por supuesto, también en la Argentina al sur del río Colorado. Muchas oquedades naturales guarda este suelo. El Neuquén presenta más de doscientas grutas, varias de ellas con indicios de ocupación prehistórica. Se destaca el sistema cavernario de Cuchillo Curá, con una fauna propia adaptada a la vida en la oscuridad; pero hay unas cuantas cuevas más, como la Caleufu, la Huenul y La Laguna.

En la provincia de Río Negro se puede mencionar la cueva de los Leones; próxima a Bariloche. “Cavando a tientas” en el suelo de sus umbrías salas, el perito Francisco Moreno descubrió los restos humanos de los primitivos pobladores. En el extremo atlántico de la provincia, no pueden dejar de mencionarse los huecos socavados por el mar en los blancos acantilados; que incluso nombran a una de las playas más conocidas de la región: “Las Grutas”.

Santa Cruz muestra varios de estos accidentes geográficos, entre los que se destaca la cueva de las Manos, en el cañadón del río Pinturas. El sitio no es una hendidura profunda sino un extenso alero; que muestra improntas de manos intercaladas con figuras antropomorfas cazando guanacos y choiques. Más al sur, cerca de El Calafate, se encuentra la cueva del Walichu; y, en el centro de la meseta, la cueva de los Felinos. Ambos son yacimientos de arte rupestre. En el último, los dibujos parecen representar al jaguar, otrora habitante de la Patagonia. Por su lado, en la costa marítima pueden mencionarse las “Siete Cuevas” próximas a Puerto Deseado; que incluyen la “del Indio”, la de “los Leones” y otras.

La insular Tierra del Fuego ofrece numerosas cavernas; muchas de ellas sitas en su bravía costa oceánica. Fueron usual cobijo de exploradores y náufragos; como aquella que lleva el nombre de “Allen Gardiner”, donde se guareció y murió de hambre el legendario misionero.

El Chubut también muestra una dimensión soterrada. De sus diversas manifestaciones se recuerda en particular la cueva de Sarasola. Quienes han vivido en Sarmiento, conocen el desafío implícito en un paseo a sus honduras; que reclamaba un gran esfuerzo físico y una dosis de voluntad para concluir con éxito la expedición. Además de su faz aventurera, este socavón tiene una leyenda que es recuperada por Gastón Martelli (1) y Austin Whittall (2) en sus amenos y documentados “blogs”. Según un relato recogido en la zona, los pobladores habían visto un “enorme gigante de cuatro metros de alto y grueso como un buey”; que suponían moraba en la caverna.

En relación a las grutas ubicadas en la costa chubutense, es interesante referirse a las famosas “cuevas” utilizadas por los colonos galeses al desembarcar en Puerto Madryn el 28 de julio de 1865. En realidad no son tales, sino excavaciones artificiales en la roca calcárea de la orilla; que brindan tres “paredes” para una casa cuyo techo y frente se cerraba con material de circunstancia. Pero sí lo son las cavidades cercanas que bautizan al punto geográfico donde están los refugios galeses (“Punta Cuevas”). (Esa referencia trae a la memoria un episodio similar: las cavas labradas por los pobladores maragatos, como viviendas, sobre las bardas del río en Carmen de Patagones hacia 1779).

A esta incompleta enumeración de las anfractuosidades patagónicas, tal vez habría que agregarle esas desvaídas copias de la naturaleza que, por diversos motivos, crean los mortales. Como los túneles de ferrocarril o las galerías de las minas. Mas estas obras, aun cuando muestran el ingenio y el esfuerzo humano, son pálidas imitaciones de la labor de las fuerzas tectónicas que modelaron el subsuelo terrestre.

¿Y qué hay de la Literatura Patagónica en torno a las cuevas? Al reunir el material para esta nota se halló muy poco. Sólo los datos de los descubrimientos geológicos del perito Moreno volcados en sus diarios de viaje; o la descripción del investigador Gregorio Álvarez en “El tronco de oro”, sobre los brujos neuquinos que “Se reúnen en cuevas subterráneas llamadas salamancas, a las que concurren generalmente metamorfoseados en aves, tales como el chonchón y el guaraivo y también montados en alguna rama de latué o de algún otro árbol de los llamados malignos o diabólicos”.

En la ficción, apenas unos párrafos de “La Liebre”, novela de César Aira con reminiscencias del “Beau Geste” de P. C. Wren; que no se desarrolla exactamente en la Patagonia sino en su “puerta”, el sur de Buenos Aires. Allí el protagonista ingresa por una gruta a un reino bajo tierra, dominio del cacique Pillán y los suyos. Otro ejemplo es el intricado dédalo de cavernas artificiales que en “La leyenda de Guaguerén” de Fernando Nelson, los atlantes construyeron bajo el valle del Chubut.

Pero más allá de su escasa presencia en las letras sureñas, la fascinación que despiertan las cuevas en la imaginación humana amerita hacerlas objeto de estas páginas. Acaso a través de la presente crónica, breve y sin pretensiones, el tema llame la atención de algún escritor vernáculo.



(1) http://geografiamiticaargentina.blogspot.com/2010/03/provincia-de-chubut-la-cueva-del.html
(2) http://patagoniamonstruos.blogspot.com/2010/09/cueva-de-sarasola-guarida-de-monstruos.html


miércoles, 29 de enero de 2020

EL POEMA DE HOY




TARDECITA


Por Inés Luna (*)



Tardecita quieta, donde el viento calma
Donde el sol se pierde vistiendo  de gris,
Los matices rojos que mezclan el verde,
Y el naranja suave completa el tapiz.

Tardecita quieta, el agua que avanza 
Recoge las sombras del verde sauzal,
¡Los gritos se mezclan, la bandada pasa!
Se escucha con ellos el bello zorzal.

Como suave caricia, se perfila en el agua
Esa sombra ondulante que se puede observar.
Como brazos brillantes, el sol cae y abraza
Sauce y río que corre, sin dejarse atrapar. 







(*) Escritora conesina. Este poema fue tomado de su libro “Vivencias de mi Gente III”.

sábado, 18 de enero de 2020

EL CUENTO DE HOY




LA LAGUNA “EL PARAGUAY”

Por Oscar Ferro (*)



Desde el anochecer del día anterior la lluvia caía como a baldes sobre el Somuncurá.
Las negras piedras de basalto rebasaban sus poros de agua y otras, más rojizas, parecían fogonazos milagreros.
Huechupán y su familia, la esposa y dos hijos, observaban la extensión desde el hueco que hacía de puerta de sus dos habitaciones de piedra, tan bajitas que se inclinaban para mirar. El techo de cuero de potro y guanaco no era la primera vez que soportaba semejante tormenta.
Los añares lo curtieron para siempre.
Ya casi volvía a anochecer y el temporal se quedó quieto mirando desde el Cerro Corona Grande por el ojo del sol moribundo. ¡Cuánta agua corría por los zanjones y hondonadas…!
El hijo del buen Huechupán salió del ranchito y merodeó los alrededores.
-¡Papá! ¡El nochero rompió la manea y no se lo ve por ái! ¡La ha roto nomás; siguro que se jué pa la tropilla! –gritó Calfí.
-Pal Corona se ái de ir nomás –respondió con pena el padre.
La esposa, Cirila, soplaba la leña de piedra pata avivar las brasas.
En la parrilla de alambre quería ya chirriar una picana de avestruz gordo.
-Mañana de temprano vas a salir a campiar, Calfí –dijo el paisano con la vieja resignación anidada en las arrugas de su cara de piel tostada por el viento, sol y años.
-Siguro que el nochero se jué con la tropilla –gruñó doña Cirila, y acotó: No habrá ido el tontu este joriyando la laguna el Paraguay, a ver si se desbarranca el tontu…
El caballo nochero era un pingo alazán fuego y crespo. Las cerdas de su crin y cola parecían bucles y sus ojos grandes, azulosos.
Cenaron casi con la luz apagada de un cielo sin nubes y al terminar, el rito de siempre: salieron del rancho primero la madre, petiza y morruda, y la hija Sofía detrás que andaba ya por los doce años. Cuando regresaron salieron el viejo y el hijo.
Se echó agua en las brasas “pa ahorrar leña”, y cada uno se tendió sobre un cuero lanudo de capón y tiraron de la manta hasta que les llegó hasta las orejas.
Después todo fue silencio. Ese silencio del Somuncurá adentro que suena en los oídos con el zuuuum largo de un mosquito, porque allí el silencio tiene ruido.
Calfí apuró el último sorbo de un amargo para colgar de sus hombros el bozal, cabestro y rienda; sobre el brazo la bajera, en la mano la guacha y enderezó su tranco de piernas combadas hacia el Corona Grande.
-¡La pucha que yovió mucho; se habrá yenao La Paraguay, eso siguro! –murmuraba en la soledad de su mente mimetizada con la de la meseta.
Caminó desde la salida del sol hasta que éste caía a plomo sobre el endeble sombrero que se apoyaba en sus orejas. Cuando se agachó para sacarse una espina de tuna, vio los rastros de la tropilla en la tierra-barro que se hizo entre los huecos de las piedras. El coirón estaba pisado y mordisqueado.
-Cerca han de estar… - pensó, y se puso a otear la meseta y el faldeo imponente del Corona Grande -¡Ajá! ¡Ayá están! Y les chifló a los caballos con la alegría de quien llama a un amigo. Puso el cabestro al cuello de la yegua madrina para que la caballada no se dispersara y poder colocar el bocado al nochero.
Pero el nochero, el alazán crespo de ojos azulosos no estaba, no lo veía… Tembló Calfí y no supo por qué. Agarró otro caballo, echó la bajera sobre su lomo y montó de un salto revoleando la guacha, orientando a la yegua madrina rumbo al rancho: la tropilla comenzó a galopar tras ella.
El nochero no estaba.
Encerró en el corral de piedras. Huechupán estaba en la puerta del rancho y su mediana estatura sobrepasaba el techo. Salió doña Cirila también y detrás su hija Sofía.
Gritó Calfí: -¡El nochero no está, no lo vide en ningún lao! 
-¡Hum…! – murmuró Cirila –el tontu se ha ido pal lao del Paraguay, el chubasco lo ha desorientau. -increpó Huechupán.
-¡Cáyese! – increpó Huechupán -El nochero es de Sofía.
La tarde reclinaba su cabeza hacia la laguna blanca.
-Deje nomás encerrao, m´hijo. Coma algo y salimos pal Paraguay. Quién no le dice que esté pal lao de la Peluda o la Raimundo. 
Salieron en pelo no más, total iban a hacer dos leguas de campeada.
Unos galopes antes de llegar a El Paraguay sintieron unos chasquidos de agua al golpear contra las rocas
El sol ya había apoyado su cabeza en la línea del horizonte y bostezaba su cansancio nochero.
Calfí miraba las aguas de la laguna que se volcaban de un lado para otro como si inclinaran violentamente la olla de piedra. Más atrás el viejo Huechupán, no sólo retrocedía los años de su vida, sino también la de su padre quién murió mateando cuando tenía la friolera de ciento siete años, y él nunca le contó que el agua de la laguna llegara al borde y se batiera tan bravamente cuando ni el aires se movía así mismo en ese anochecer.
-¡Ayá está, casi en el medio! –gritó Calfí.
-¿Quién, m´hijo?
-¡El nochero…! –Y un relincho largo les hirió los oídos.
Lo vieron nadar, hundirse, saltar sobre las aguas como si de la laguna surgiera una llamarada.
-¡Nocheeerooo!
Entre la luz difusa lo vieron emerger con dos cabezas y dos relinchos largos como trompetas de anuncio, dirigidas al sur oeste.
Dos lágrimas grandes mojaron la cara del viejo paisano Y Calfí gritó:
-¡Sofía quiere que vuelvas, venite pa casa, nochero!
El caballo, rompiendo sus vasos contra el basalto del borde de la laguna, miró a los dos con sus grandes ojos azulosos y su crines se hicieron una agonía de bucles rubios. Muy despacio se hundió y las aguas quedaron serenas.
Un ratito después las estrellas peinaban sus flecos de luces mirándose en el espejo redondo de la laguna. Huechupán y su hijo Calfí volvieron al rancho de piedra y techo de cueros.
A la luz de las brasas de la leña de piedra, Cirila mascullaba entre dormiteos. Sofía estaba quieta mezclando el color de su piel con el de las piedras negras
Entraron el viejo y el hijo. Huechupán dijo:
-El nochero… -y no habló más. Sofía tenía los ojos color azul y el cabello rubio y crespo… En su rostro se acariciaba la precoz tristeza de un Nochero amanecido.
Dicen que cuando parece el Nochero braceando en las aguas de la laguna y mira hacia el noreste el verano será bueno y con mucho coirón blando para la veraneada. Si mira y relincha hacia el sur oeste, en el invierno nevará mucho. Si asoma con dos cabezas habrá desastre de clima y muerte de gente y ganado. Dicen que cuando el agua bate contra las piedras y no hay viento, es porque Nochero retoza con largas carreras por el fondo de la laguna El Paraguay…



(*) Escritor rionegrino, ya fallecido. Fue docente. Integró el Centro de Escritores Patagónico, creado en 1983. Este cuento, basado en una leyenda de la Meseta del Somuncurá, se tomó del libro “Brisas del Sur” (Edición de los autores, Bahía Blanca, 1986); que escribió en coautoría con Lily de Paterson y Mónica Morris.