google5b980c9aeebc919d.html

viernes, 18 de septiembre de 2020

LOS POEMAS DE HOY

 



HOY: TRES POEMAS DE SOFIA GONZALEZ BONORINO (*)




ENIGMAS



HUMANA



Me abruman los colores. 

Demasiados duendes en el cielo,

demasiada vida.

Allá, los cuervos negros,

una canilla abierta,

olvidadas doctrinas,

amarillento polvo de trigales.

Moribunda espera hueca. 

En el sueño, se amontonan los duelos,

las sangrientas batallas,

la basura maloliente de los caños.

Un universo de espadas,

de carne enllamecida,

de almas azules congelándose en las nubes.

El secreto placer de las palabras

desgarrado por volcanes asesinos.

Aquí, siendo  cortina espesa 

                        lenguaje acorazado

acumulando años en la mente,

invadida de tiempo,

abandono el rojo, las hogueras crepitantes,

los arenosos viajes.

Aquí, siendo la cortina espesa

                          lenguaje acorazado

me abrazo al limitado espacio donde vivo,

                   al  calendario sucio,

                    al fluir inevitable del Destino.




NOSTALGIA



Suavemente

entre los dientes rotos de agonías

la nocturna muerte entre telones

grita sueños.

Y despierto.

Los colchones de botellas,

las esquinas,

cada espacio recortándose en tus huesos.

Sudoroso caballos. Empinadas piernas.

Odio, tu blanco cuerpo enamorado 

y me desbordó en cascadas,

en zumbido de mosquitos azulados,

en fronteras

en maderas piedra escarcha nochebuena.

Se me cae la tarde encima.

Me desgarra la luna con su cuerpo blanquecino.

Voy chapado con el rojo de mi sangre las ortigas.

Vientre a vientre con la espera.

Cara a cara,

soy cadáver 

y me envuelve la humedad 

                         la nostálgica humedad de tu destierro.




ADOREMOS AL SOL



Anestesiada arena.

La sal caliente de tu playa me vuelve  ocaso.

Las hogueras afiladas se van desparramando entre los 

                                                                                    médanos.

Metálicos espejos.

Se revierten las sombras.

Las llamas extasiadas descubren los rincones.

Es el mundo mi cuerpo hecho gigante.

Me reconozco en la tarde avejentado.

En cada arruga obelisco de viento y matorrales.

Son mis piernas los faros solitarios

que basados por las olas, noche a noche, se desgastan.

Idioma de cangrejos. Entre mis dedos la rocosa espera.

Vengan gitanos!

Adoremos al sol.

Una luminosa aguja de tejer le nace del ombligo.

Apresemos la noche con los dientes.

Desgarrémosla entera. Que no quede en la tierra

                                                                             su esqueleto.

Luna blanca. Novia ensangrentada:

Adoremos al sol.





(*) Narradora y poeta. Reconoce con afecto su amor por la Patagonia. Publicó la trilogía de novelas Las Cruces (2000), La Quema (2003), El escritorio (2006). En 2015 apareció su novela Mi cliente. Colaboró en diferentes medios como Artinf, Tokonoma, Diario Jornada (Trelew, Chubut),  No-retornable, Escritores del Mundo, Palabras Amarillas, Libros Peligrosos, y otros. Fue curadora de  Tolstói 100 años, realizado con el apoyo de la Universidad de San Martín  (Biblioteca Nacional, 2010), y  de la Semana Tsvietáieva (Biblioteca Nacional, 2011).

sábado, 12 de septiembre de 2020

LA NOTA DE HOY

 




LIBROS RAROS, NARRACIONES EXTRAÑAS


Por Jorge Eduardo Lenard Vives







La acepción más común del término “raro” en la Literatura, se refiere al libro que, por alguna característica peculiar, se hace deseable a las apetencias del bibliófilo. Por ejemplo, ciertas primeras ediciones, ejemplares autografiados por autores famosos, volúmenes de impresión inusual. Los negocios especializados suelen poner en sus reclamos “libros raros, antiguos y agotados”, haciendo alusión a esta particularidad.


Sin embargo, en el mundo de las letras la palabra tiene también otro significado. En 1896, Rubén Darío publicó la primera edición de un ensayo titulado “Los Raros”. Reunía sus comentarios sobre una serie de escritores cuya obra él valoraba y que —en ese momento— no eran tan conocidos por el gran público. En el concepto del vate, se entiende por “raro” un autor y su producción.


Pero el crítico literario Luis Gregorich, en un artículo de 1979 (*), da al adjetivo una tercera connotación. Ubica en esta categoría, a la que tilda de personal y subjetiva, los libros que un lector incorpora a su biblioteca “porque le gustan”; sin poder precisar el motivo de tal preferencia. Se trata de ejemplares de distinta clase, de autores ignotos o reconocidos. El comentarista pone, a modo de ejemplo, la novela “La obra de arte desconocida” de Balzac. Con similar criterio, se podría clasificar así a la narración “La búsqueda del infinito” del mismo autor; que trata sobre la pesquisa de la piedra filosofal por un anacrónico alquimista del siglo XIX. En su “Canon occidental”, Harold Bloom habla de la “extrañeza” exhibida por ciertos libros, que los hace agradables aun sin entenderse bien la causa; un rasgo que él relaciona con su vigencia como “obras maestras”.


Aunque existe una definición más; que incluso origina una tipología dentro de la Literatura, casi con carácter de género. Se trata de aquellas creaciones que son “raras”, o “extrañas”, por lo insólito de su argumento; aspecto que muchas veces se refleja en su estructura. Son “raras” algunas obras de escritores renombrados, como Kafka, Machen, Villiers de L´Isle Adams. Y hay, asimismo, libros “raros” de autores “raros”, en el sentido que tomó el bardo nicaragüense: “Allá lejos” de Joris Karl Huysman, “El libro del juicio final” de Leo Perutz, “En Nadar Dos Pájaros” de Flann O´Brien.


Se trata de textos cuyas tramas son inquietantes y muestran un entrecruzamiento de ámbitos que atrae y sorprende. En general, combinan realidad y fantasía, entreverando lo natural y lo sobrenatural —este último rasgo, más implícito que explícito—, de forma que exige al lector discernir cuando está en un mundo y cuando en el otro. También hay presente una técnica de escritura que más que describir, sugiere; y, sobre todo, obliga a interpretar el contenido. El lector enfrenta, de manera continua, incógnitas sobre el sentido de lo que sucede. Además, el texto presenta una conformación distintiva que, entre otros rasgos, intercala alusiones a mitos y leyendas, signos de saberes ocultos, apelaciones a ideas misteriosas. Tal singularidad hace que en general adopten el formato de la novela, la “nouvelle” o el cuento largo. Esos tres factores —mezcla de realidad y fantasía, estilo que deja entrever más que explicar y estructura que enlaza la trama con referencias legendarias parecerían ser los que generan el atractivo de las obras incluidas en esta categoría.


¿Hay en la Literatura Patagónica narraciones “raras”, en tal sentido? Este cronista entiende que existen varias ficciones sureñas que reúnen las características citadas. Una de ellas es “Gondwana”, del bolsonense Jorge Honik; cuento largo apto para figurar en las antologías del género. El protagonista, un viajante de comercio, ve su gira de negocios inopinadamente cruzada por los rastros de una Patagonia fabulosa; y pierde la noción de lo real y lo irreal.


Otro autor de El Bolsón tiene un relato donde un grupo de científicos se enfrenta con una leyenda, en el cual fantasía y realidad se confunden; y queda en el lector elegir cuál prevalece. Se trata de “El kollon”, de Jorge Rubén Sánchez. Por su parte, la nouvelle “Tons”, de Carlos Nuss de Comodoro Rivadavia, toma personajes cotidianos, un operario del petróleo y un psicólogo, inmersos en una situación fantástica que desdibuja los límites entre las dos dimensiones.


En los tres casos mencionados, las obras transcurren en un ambiente patagónico; con elementos relacionados con temas de la mitología sureña: el plesiosauro habitante de los lagos andinos, el kollon, las divinidades kenk. Sin embargo, hay obras de igual índole pertenecientes a otros autores de la zona, verbigracia, “Visiones desde la Torre” del trelewense Carlos Ferrari, cuyo escenario es más inusual.


Al ver, con ejemplos de la calidad de los anteriores, la riqueza de la Literatura austral; surge una duda. ¿No resultaría conveniente tomar el concepto de “los raros” de Rubén Darío y escribir una obra donde se reseñe a los virtuosos, pero poco difundidos, escritores patagónicos? A lo mejor no sería mala idea. Tal vez podría ser una especie de profecía que se auto-cumpliese. Porque más allá que la pluma del poeta los realzó, los nombres reunidos en su trabajo ganaron por sí solos su propia fama: Lautréamont, Martí, Verlaine, Ibsen...


¡Quién sabe! Quizás una obra así contribuiría a que los “raros” escritores patagónicos tuvieran todo el reconocimiento que merecen.




(*) Artículo “Los raros”. Revista “Libros elegidos” (Ed Atlántida), Nro 33, marzo de 1979. Pag 59.


lunes, 7 de septiembre de 2020

EL CUENTO DE HOY


 

VIEJO HOTEL


Por Fernando Nelson (*)




Llegar al viejo hotel del empedrado, observar desde la esquina su fachada sin revoque, fue siempre una experiencia notable. Inducía en mí la reiteración de una vaga tristeza, de una tristeza dulzona y antigua, de la que nunca quise escapar. Por ello, tal vez, cada invierno volvía al viejo hotel; y acaso por eso, no busqué una explicación a cada cosa —probablemente extraña— que acompañaba mi arribo: la casualidad de los días de lluvia, el rostro sombrío y mudo del anciano conserje, la ausencia de algún otro viajero.


La habitación número doce acudió a la cita, una vez más. Su ventana (podía recordarlo) deparaba la perspectiva de la calle gris desembocando, a lo lejos, en la estación.


El pesado llavero en mi mano, la valija de cartón rígido, el gemido de la escalera al subir, no eran sino un prolijo calco de la llave de otros años, de los mismos pasos, de los mismos inviernos…


No quise pensar. Siempre había recorrido ese pasillo con la mente libre, como queriendo prepararme para el reencuentro con esa habitación que sabía demasiadas cosas. Giré la llave y abrí despacio. De a poco, con resignación, la puerta me dejó ver el piso de madera, y sobre él, la cama grande con su frazada bordó. “Nada cambió”, pensé “ni el olor a humedad y a pasado”.


Quedé inmóvil en el vano de la puerta, obligándome a la reconstrucción del único perfume que eludía el olvido, impaciente por llenar ese silencio con el sonido de los tacos finos de unos pasos de mujer y con la voz grave y pretérita de Ethel hablándome detrás del humo de sus cigarrillos de amapola. Al recordarla volvieron, como cada año, sus profundos ojos negros, hundidos en la penumbra pintada de azul de sus párpados; volvió su rostro inexpresivo y anguloso, su nariz respingada y aquellos finos labios carmesí; volvieron sus manos blancas y delgadas, y las uñas pintadas del exacto color del “rouge”. Por último, rescaté la imagen completa de Ethel, sentada en la única silla del cuarto, con las piernas cruzadas, provocadora, observándome sin soltar el cigarrillo.


Allí, de pie en el umbral, musité el nombre amado y entré. Dos vueltas de llave me aislaron en el ámbito al que yo me esforzaba en volver; era como si ese cuarto permitiera la reiteración de una historia en la que Ethel y yo éramos los únicos protagonistas. Avancé con lentitud. El olor a desinfectante me llegó al ver las paredes amarillas del baño, las canillas de bronce (como de costumbre la de la ducha goteaba), el vaso presuntamente ascético invertido sobre el botiquín. Pensé en mi impotencia para soportar esa cíclica repetición de imágenes y de recuerdos, tristísimos. Por eso observé cada cosa como acariciándola, mientras el sabor amargo de la despedida subía por mi pecho.


Desde la ventana se veía la línea de árboles sin pájaros bordeando la calle del empedrado; y al final, el humo denso de un tren detenido en la estación. Abrí la valija y tomé una vez más el vestido blanco de Ethel, el de la última noche, y renacieron entonces las imágenes de aquella inexplicable discusión que nos había ofuscado hasta el insulto, hasta la irreparable ofensa, hasta la humillación degradante de los gritos.


En silencio saqué el vestido y las otras cosas; ya no cabría en adelante la crueldad de aquellos recuerdos, mis fuerzas se habían consumido en ese sobrevivir indeseado.


Acomodé sobre la cama el vestido, e instintivamente repetí los pasos de Ethel —acaso también sus lágrimas— y, como ella, entré al baño donde me encerré y comencé a atar el mismo cinto del caño elevado de la ducha.






(*) Escritor chubutense; radicado actualmente en Puán (Buenos Aires). Este cuento fue premiado en el Certamen Literario Provincial del Chubut, año 1983.


domingo, 30 de agosto de 2020

EL POEMA DE HOY


 


(Primer soneto de “Tres Sonetos del Sur”)


Por Vicente Antonio Ugo (*)





Razón de lo que canto, claro anhelo,

que se conmueve frente a mi destino;

yo voy a ti, como el mejor camino,

bajo la amplia bóveda del cielo.


A veces presiento que me inclino

con raíces frutales hacia el suelo;

(tú me comprendes, es el desconsuelo,

de saber que la tierra es mi destino).


Sur, razón del canto, en ti se asoma,

el sortilegio inmemorial del hombre,

que siente como el cielo se desploma


Sólo este verde que retrata el llanto

y este amor que comienza con tu nombre,

son las riberas que me doy y canto.






Escritor chubutense. El tríptico “Tres Sonetos del Sur”, al que pertenece este poema, fue premiado en el Certamen Literario Provincial del Chubut, año 1982.

lunes, 24 de agosto de 2020

LA NOTA DE HOY

 


AL LECTOR


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




“Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”.


La frase de Jorge Luis Borges, si bien manida, es una adecuada manera de iniciar esta nota. Porque su merecida fama de aficionado a la lectura es el motivo por el cual se estableció el día 24 de agosto como “Día del Lector”; recordando su nacimiento ocurrido en igual fecha del año 1899. Muchas veces, estas páginas se dirigieron a resaltar la figura de los escritores. Cabe ahora recordar a esa otra punta del fenómeno literario; sin cuya existencia vanos serían los esfuerzos de los autores, por virtuosos que sean. ¿De qué valen carillas y carillas llenas de palabras, si no hay quien, leyéndolas, las disfrute? ¿Dónde irían a parar las inspiradas creaciones de los bardos? ¿Al cajón de sastre, al baúl de los recuerdos, al ropero de la pieza del fondo…? El arte del literato se completa y se transforma en Literatura, cuando otra persona abre las páginas de un libro y revive en su interior los pensamientos y sentimientos que habitan en el texto.


Pero antes de seguir con estas palabras, se aclara que, siguiendo un uso común del lenguaje cotidiano, el presente artículo se aparta un tanto de lo normado por la Real Academia Española. En el diccionario de la RAE (*), el término “lector” se define así: “1. adj. Que lee o tiene el hábito de leer”, sin el usual “u.t.c.s.” o “u.m.c.s.”. En esta nota se lo empleará con el sentido de “persona que lee o tiene el hábito de leer”; es decir, como sustantivo, en referencia a un ente con existencia propia. También, abusando de la analogía, se usará un sinónimo poco común, “leedor”, cuyo significado según la RAE es “1. Adj. desus. Lector (que lee). Era u.t.c.s.”. Tal vez sea desusado, pero un término con tanto contenido —y presencia en la escritura— como “lector”, bien merece un sinónimo.


En su obra “El Defensor”, el escritor español Pedro Salinas dedica una de sus “defensas” a la lectura; y, por ende, al lector. Encendido elogio de los leedores, marca algunos escollos que los tiempos actuales presentan para ellos. Uno de estos puntos se refiere a la conveniente soledad que requiere la lectura; a veces difícil de conseguir en las urbes modernas. Pone el caso del sujeto al que un día vio leyendo en el subterráneo. El individuo sostenía en una mano un tomo de Plotino; y con la otra se tomaba del manillar colgante. Rodeado del numeroso pasaje que lo empujaba en las subidas y bajadas, y a merced de los vaivenes producto de la inercia y de los rolidos del vagón, el lector se mantenía impertérrito, sumergido en la compañía que su libro le ofrecía; aislado de todos en medio de la gente. Aunque como muy bien dice Salinas:


“… la soledad del lector es más aparente que verdadera, y sólo puede llamarse soledad si se piensa en la compañía de coetáneos, de prójimos de carne y hueso. Entre los variados matices de la situación de soledad, ése del que lee tienta a la curiosidad. Porque representa a un estado intermedio entre el estar solo y acompañado; se está solo sin estarlo y es viva contradicción entre una apariencia y una realidad”.


A esta imagen engañosa del leedor soledoso se refiere también Quevedo, en el soneto que con posterioridad fue titulado “Desde la torre” por los editores:


Retirado en la paz de estos desiertos

con pocos, pero doctos libros juntos,

vivo en conversación con los difuntos

y escucho con mis ojos a los muertos.


Cierto es que un leedor no sólo disfruta la obra de literatos fenecidos, sino también la de autores contemporáneos. Pero las palabras de Quevedo revelan dos ítems interesantes. Primero, que quien lee tiene el don de “oír” la voz del escritor con sus ojos. Segundo, que tiene otro don: el de dar inmortalidad a un autor —menudo don—, porque cada vez que abre un libro, aunque su creador haya muerto siglos atrás, en ese momento está tan vivo como cuando lo escribió.


Se dedica estos párrafos finales a los lectores patagónicos. Al igual que se denomina “escritor patagónico” al que viva —o haya vivido— en la Patagonia, cualquiera sea el tema que sus textos toquen; al decir “lector patagónico” se hablaría de aquel que reside en la zona, no de quien lea sólo escritores patagónicos. Aunque, por supuesto, también los lea. Es más: no sería desatinado sugerir que es probable que los libros de autores patagónicos sean leídos mayormente por leedores de la misma región.


Acceder a las obras de los literatos australes es difícil para muchos aficionados a las letras del resto del territorio nacional; y así se ven privados del placer de disfrutar de creaciones con una remarcable calidad literaria, fruto de un importante grupo de escritores nacionales que alza su voz desde el sur. La existencia de esos lectores, los que leen libros de autores patagónicos en cualquier región del país, o del mundo, donde residan, son la razón de ser de la Literatura Patagónica. Vaya para ellos el presente tributo y, a la par, un caluroso agradecimiento.




(*) Versión digital “en línea” del sitio de la Real Academia Española (https://rae.es). Consultado el 03/08/2020 a las 16.22 horas.