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lunes, 11 de mayo de 2015

LA NOTA DE HOY




DE TSINGTAU A BRAZO RICO


Por Jorge Eduardo Lenard Vives






     Ya se dijo en estas páginas que la Historia teje un tapiz que aduna en su entramado, en forma inesperada, personas y lugares. Seres humanos provenientes de sitios diferentes, se reúnen de súbito en un alejado, y en ocasiones exótico, punto geográfico; y a veces distantes lugares del planeta parecen acercarse por la acción de un individuo. Es lo que sucede con el protagonista de la nota de hoy, cuya trayectoria une la ciudad china de Tsingtau con el brazo Rico; esa rama del lago Argentino que se abre en proximidades del glaciar Perito Moreno.

     Tiempo atrás, un artículo de Literasur relacionaba la aviación en los cielos patagónicos con la Literatura regional. Allí apareció la figura de Gunther Plüschow; el aviador alemán que había descripto con elegante pluma las bellezas naturales que Tierra del Fuego ofrecía a quien se animaba a navegar sus vientos. Pero Plüschow, además de ser pionero del firmamento sureño, también fue un experto marino; al punto de haber arribado en una oportunidad a estas tierras tripulando su propia nave. A esa aptitud se agregaba su afición a la incipiente cinematografía, hobby que le llevó a registrar para el séptimo Arte los paisajes que sus textos tan bien relataban. Y, por añadidura, se presentaba como un consumado escritor; con tres obras en su haber.

     Su primer libro, cuya versión en castellano se llama “Las aventuras del aviador de Tsingtau”, alcanzó un gran éxito editorial. Son sus memorias como piloto de un avión militar en Tsingtau, colonia alemana en China, al inicio de la Guerra Mundial I. Pero no se acaba allí la juvenil autobiografía, ya que ese episodio apenas cubre las primeras páginas. El resto narra unas aventuras que parecen de ficción: el escape en avión del sitio bajo fuego enemigo, sus intentos para volver a Alemania a través de Estados Unidos, su captura por los ingleses, la prisión en Gran Bretaña, su fuga; y, por fin, el regreso a la patria. Un fragmento del texto nos da una visión de sus andanzas:

“El 6 de noviembre de 1914, temprano a la mañana, cuando aún la luna brillaba en el cielo, estuvo mi avión listo para partir, ronroneando alegremente su hélice una canción mañanera. No hubo más tiempo que perder. El lugar se había transformado en un incómodo infierno por las permanentes granadas y metrallas... Brevemente volví a chequear todo mi aeroplano... apreté el acelerador y como una flecha salí disparado... repentinamente, cuando estaba a sólo 30 metros de altura... recibió mi avión un tremendo golpe y sólo con mano férrea pude domina la máquina... una granada enemiga había explotado por debajo... Pero, enhorabuena, aparte de un agujero del tamaño de un puño... en mi ala izquierda... nada más me había sucedido”.

     El segundo texto, “A vela hacia el país de las maravillas”, es una crónica de su viaje a Tierra del Fuego en 1925; en calidad de tripulante del velero “Parma”. El periplo se inicia en forma inesperada: ante un ofrecimiento repentino del capitán de la nave, no vacila en aceptar cuando sabe que el destino es la Patagonia. Según confiesa, desde joven había sentido por estas tierras una romántica atracción. Lleva también material para filmar y produce muchos registros documentales. Un párrafo del libro permite conocer la impresión que le causa su llegada al mar austral:

     “Estamos entrando en el estrecho de Le Mare… Vientos descendientes huracanados, totalmente inesperados, que vienen de Tierra del Fuego, golpean el barco con irresistible fuerza, lo tiran de costado, hasta que queda a más profundidad de la que ya venía por el viento del noroeste. Todo alrededor del barco está hirviendo, revuelto, agitado, el mar es una enormidad de montañas de agua verde, las crestas, a la altura de la cubierta, parecen gigantescas fauces abiertas que se van acercando, se enderezan y, de repente, con un estruendoso ruido se derrumban sobre el barco”.

     Por último, el tercer libro, “Sobre la Tierra del Fuego”, narra su excursión al “fin del mundo” en 1927, a bordo de su velero “Feuerland”; y sus lances como aviador en la región chilena de Magallanes, piloteando el “Cóndor de Plata”. Entre ellos se incluye el vuelo inaugural, a modo de “aeroposta”, desde Punta Arenas a Ushuaia. Su descripción de la bahía de Ushuaia recuerda la pintura imaginaria que hace del lugar José Álvarez, “Fray Mocho”, en su novela “Mar Austral”. Dice Plüschow:

“La ensenada de Ushuaia asemeja un espejo. A su alrededor se elevan, majestuosos los gigantescos montes. Son ya cerca de las once de la noche, y, sin embargo, el cielo está todavía claro. Delante de nosotros se balancea dulcemente nuestro valiente hidroavión, que tan fielmente nos trajo hasta aquí y que dentro de pocas horas, cargado con otra saca de correo, emprenderá el vuelo de regreso.”

     En 1930 regresa al sur de Chile. De allí pasa a la Argentina, para realizar reconocimientos aéreos en los campos de hielo, junto con su copiloto, mecánico y amigo Ernst Dreblow. Conocemos sus últimos momentos gracias a la precisión histórica de su biógrafo, Roberto Litvachkes; cuyo texto “Plüschow secreto” fue fruto de más de diez años de investigación. Por desgracia, no se mantiene el diario que, con meticulosidad germánica, el piloto escribió durante todo ese tiempo hasta pocas horas antes de su accidente fatal; pues se perdió en Alemania, cuando la mujer de Pluschow lo envió a un amigo. De haberse conservado bien pudiera haber sido su cuarta y póstuma creación literaria; como lo deja entrever la rica prosa de los fragmentos que se preservan.

     El 28 de enero de 1931, unos circunstanciales testigos observan como los dos compañeros de peripecias intentan salvar la vida, saltando con los paracaídas desde la aeronave que da descontroladas volteretas. No lo logran. Pluschow muere en su ley. Después de muchas horas de trances riesgosos en los espacios aéreos de medio mundo, cae desde el cielo azul de la Patagonia a las aguas turquesas del lago Argentino; y cierra una existencia de novela, digna de la pluma de un escritor de aventuras. Digna también de su propia pluma, que en forma magistral supo describir muchos momentos de peligro en el aire, mar y tierra; vistos siempre con los ojos del artista.

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