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viernes, 4 de mayo de 2012

EL POEMA DE HOY




CUANDO


  Por Héctor Roldán (*)



Cuando era niño hablaba en lenguas, en muchas lenguas.
La del viento, la del mar, la de la luna,
la del cielo estrellado, la de los guanacos al galope.

Cuando era niño sabía qué decirle al zorro
y el zorro sabía qué decirme.
Podía leer los ojos oscuros de los charitos,
entender los caminos de los matuastos en la arena
y escribir con mis pasos sobre la meseta rumbos inmensos

Inmensos,
de molle a molle, de picadero en picadero,
y en tan intensa caminata ver encenderse el pedernal,
refulgir los chorrillos, saltar las liebres entre las matas.

Cuando era niño podía dibujar las formas de todos los copos de nieve,
atrapar el aire árido entre mis dedos azulados de frío,
calentarlo con mi aliento y entibiar las mejillas de las niñas.

O podía volar con los caranchos, volverme piedra,
ser hueso blanqueado por los años, fruto morado del calafate,
o memoria de indio en el faldeo de un cañadón.

Cuando era niño hablaba en lenguas y era sabio en nubes,
o quizás solo fuera un animal patagónico,
una ráfaga más del viento,
el destello más solitario del crepúsculo.



(*) Escritor santacruceño.


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martes, 1 de mayo de 2012

LA NOTA DE HOY




ATARDECER ENTRE TECKA Y ESQUEL

 
Por Olga E. Cuenca

 


En esa época del año en que los días siguen alargándose aunque las temperaturas permanezcan firmes en los primeros grados del termómetro, el atardecer se anuncia primero tímidamente. Tanto que apenas sonroja la tarde...




No nos damos cuenta hasta que el resplandor del alambrado es opacado por la llamarada y los cables de luz se muestran absolutamente desnudos. Y las farolas...todavía dormidas.


Curiosa, escarpada, evasión la del día.


Una encerrona de nubes lo empuja. Posiblemente tanto despliegue de color sea su defensa, tal vez ni siquiera ello, sólo una arrebatadora despedida.
 




Entonces las laderas, la planicie, el sufrido valle, tendrán la dimensión que le dan el paso fugaz de un par de faros que van hacia alguna parte.



Los primeros con la "mirada" fija, sujetos a su condición de testigos.
Los otros... siempre habrá otros... de paso.
Quiera el hombre dejar que el monte, el río, el valle, sigan mirándolo.







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sábado, 28 de abril de 2012

EL POEMA DE HOY





                            LA TIERRA QUE ME DISTE


              Por Antonio Vicente Ugo (*)



Un sencillo sonido de campana
en una tarde azul y transparente,
el viento alegre porque no se siente
y el mar de un color de porcelana.

La aurora grana pero no caliente,
el helado perfil de la mañana,
y luego el mismo día se engalana
en la tarde amarilla hacia el poniente.

Las bardas a lo lejos semejando
el farallón del valle protegido
que al norte y al sur se van sumando.

Una pena de ayer me pone triste,
siento la tierra donde yo he vivido
porque ha sido la tierra que me diste.



(*) De su libro “La tierra que me diste”- Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, 1994.


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miércoles, 25 de abril de 2012

EL RELATO DE HOY




RECUERDOS DE OTROS DÍAS



Por Gwen Adeline Griffiths de Vives (*)




De pie junto a la ventana de la sala contemplo otro atardecer en el valle. El crepúsculo entinta con mil colores los nubarrones que extinguen lentamente la moribunda claridad del día mientras estampadas en la negra caverna del cielo aparecen las constelaciones.
Los recuerdos convocados por mi memoria acuden pausadamente; decenas de imágenes me asedian y percibo los ecos de voces extraviadas en el pasado, cuando el tiempo aún no manifestaba deseos de huir y los años futuros eran sólo un rumor absurdo.
En las frías mañanas de invierno permanecía en ese refugio tibio que era 1a cama, atenta al llamado de mi madre, preparada para levantarme y marchar a la escuela. La oscuridad todavía ocupaba el adormecido pueblo y la escarcha golpeaba los cristales de las ventanas en procura de un resquicio para introducir en la casa un trozo de invierno. Pero pronto todo se animaba y los familiares sonidos del trajinar de tazas y cucharas traspasaban las puertas y llenaban los rincones, mientras el humo escapado del recién encendido hogar desperezaba su despertar en el inmóvil aire de la mañana huyendo a través de los vacíos ojos de piedra de la chimenea. "Chicos a levantarse"; y comenzaba el acostumbrado ritual cotidiano, tomar el desayuno, buscar los cuadernos y los libros, terminar de vestirse, una bufanda al cuello y salir al mundo exterior y encaminarse hacia la escuela, casi siempre corriendo porque ya era tarde, mientras de nuestras bocas brotaban diminutos ríos de niebla.
El viejo edificio de paredes sin revocar acogía resignado la turbulenta tribu infantil cuya algarabía inicial era contenida por las maestras después de mucho sisear y prorrumpir en voces de mando hasta lograr, triunfantes al fin, encauzarnos hacia las distintas aulas.

Para nuestro cándido parecer el invierno era "algo" importante. Algunas veces el río desbordaba y entonces todos íbamos a contemplar cómo sus fangosas aguas de un apagado rojez convertían a nuestra capilla en una inabordable isla defendida a duras penas por unos inseguros terraplenes esforzándose en mantener alejada la creciente.
Esos días de inundación ponían en actividad a casi todo el pueblo y los vecinos accedían a la "costa" del río para construir "bancos'', trabajando con palas y carretillas, mientras discutían solemnemente sobre la altura que alcanzarían finalmente las aguas y si eran "del río Chico o de la cordillera''. Grupos de hombres vigilaban de día y de noche los terraplenes de defensa hasta que - al fin- comenzaba a pasar la creciente y entonces todos se tranquilizaban y retornaban a sus habituales quehaceres
Durante el invierno eran muchos los días en los cuales la casa representaba el más cómodo de los asilos, mientras el frío y la lluvia y el viento que arreciaba jadeante eran los señores del mundo exterior. Acurrucada en un sillón estratégicamente colocado cerca del fuego del hogar, emboscada detrás de una montaña de revistas infantiles oía con placer tamborilear las gotas de lluvia sobre las chapas de zinc del techo de la sala. A veces miraba por la ventana la cúpula plomiza del cielo que aplastaba ese paisaje de lomas y árboles y de casas y descubrir cómo la lluvia trazaba sus húmedos senderos deslizándose sobre los cristales. Más tarde las matas recién enjuagadas por los chaparrones parecían avivar sus grises colores bajo la pálida luminosidad del sol invernal que mostraba entre las nubes su disco amarillo.
En el verano alguna visita de nuestra familia nos llevaba en su coche de caballo a pasear por las largas y rectas calles de las chacras extendidas hacia el horizonte, distancias infinitas para nuestros infantiles ojos. Salíamos por Gaiman Nuevo y al cabo de un rato, durante el cual el carro se había metamorfoseado sucesivamente en distintos mágicos vehículos según nos dictaba nuestra imaginación, ingresábamos por la otra punta del pueblo saludando a los vecinos. Como siempre, con esa permanente capacidad para la sorpresa que tiene la niñez, nos habían maravillado la noria del canal con su promesa de movimiento perpetuo, la súbita irrupción de una liebre que cruzaba veloz el camino y cualquier otra menudencia, inesperada o no, que agregaba novedades al paseo.
Un día de cumpleaños, no recuerdo cuál, mi padre me regaló una bicicleta. Desde ese momento mis compañeros de juego me convirtieron en la más asediada niña del barrio. Poseer una bicicleta componía el más ambicioso deseo de cualquier chiquillo del pueblo. La natural desconfianza familiar hizo que durante mucho tiempo mi más audaz y arriesgado itinerario sólo llegase hasta la cercana esquina. Después, sosegados los míos por las pruebas de habilidad demostradas al conducirla consintieron en metas más distantes.
Los recuerdos estallan ahora como relámpagos. La blanca filigrana de la espuma sobre la arenosa playa. El sordo resollar del trencito al entrar en el túnel. El rudo perfume de la jarilla después de la lluvia. Los sauces de la plaza espejándose en las aguas de la "zanja". El damero del valle visto desde la loma. Pero el tiempo ha pasado y el viento sopló la arena de antiguos relojes. Las últimas luces tornan en deslavados añiles las remotas colinas. Agoniza la tarde entre el susurro del batir de alas y piar de pájaros regresando a sus nidos. A lo lejos ladra un perro. Una ventana se ilumina en una casa.



(*) Escritora chubutense.

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sábado, 21 de abril de 2012

LIBROS DE AUTORES PATAGÓNICOS




“CARTA ENCONTRADA EN PLAZA IRLANDA” (*)



El 23 de septiembre del 2011 fue presentado en el Centro Cultural “El Mercado” de Puan, el libro de cuentos “Carta encontrada en Plaza Irlanda”, del escritor patagónico Fernando Nelson. Tarde llegó la noticia a nuestro blog; pero por varios motivos no queremos dejarla pasar sin hacer un comentario. En principio, porque el autor, pese a haber nacido en Tucumán y a residir actualmente en la provincia de Buenos Aires, desarrolló gran parte de su actividad literaria mientras se encontraba radicado en el Valle del Chubut; por lo que puede considéraselo un representante de las letras de la Patagonia. Hacia esa época obtuvo por sus relatos numerosos reconocimientos provinciales y nacionales; entre ellos el primer premio del concurso de la Universidad del Sur de 1980, los premios en la categoría correspondiente del Eisteddfod de los años 1981 y 1983; y varios premios en los certámenes provinciales de la Dirección de Cultura del Chubut. Una de sus narraciones, “El manuscrito de Sheffield”, figura en la antología “Cuentos de nuestra tierra”, publicada por el Consejo Federal de Inversiones en 1982. También en el Valle publicó su primer libro: “El retorno”, de 1984.
El volumen que presentó recientemente, dedicado a sus padres, es un recorrido por su obra que reúne algunos de sus creaciones iniciales, entre ellas la que da nombre a la recopilación; y otras de reciente composición, como “El último galope”, con el que obtuvo el segundo premio en el concurso de la Biblioteca Berwyn de Gaiman en el año 2010. A lo largo de un total de dieciocho historias cortas, Nelson desarrolla una serie de argumentos sólidos y eficaces, cuyos finales abruptos se desploman sin piedad sobre los protagonistas. El estilo particular del autor es el hilo conductor del texto, a lo largo del cual, sin embargo, desarrolla diversos géneros; desde relatos fantásticos (“La isla”) e intimistas (“La otra, la futura”), hasta policiales (“La última cita”) y costumbristas (“El indio”). También se vislumbran en el libro distintas corrientes literarias que han influido de alguna manera sobre el escritor. Por ejemplo, en “La noche de las alimañas” pinta un imaginativo bestiario que denota un cierto aire de realismo mágico.
Un párrafo aparte requiere el relato llamado “Nadieshda”, que describe la azarosa vida del coronel de Húsares Deriabin a través de una serie de variados y sorprendentes hechos; como los que ocurren a los protagonistas de las novelas rusas. Pero lo que en ellas se despliega morosamente a lo largo de varias páginas, Nelson lo hace en unos pocos párrafos; y genera un trepidante y atractivo ritmo de los sucesos referidos.
Un rasgo particular de la obra son sus cuentos apareados; como si uno de ellos fuera el objeto y el otro su imagen especular. Ello sucede, por ejemplo, con los relatos “Noches de insomnio” y “Tantos gatos”; y “Karen, mi amor” y “El perdón”. También se advierte una relación similar entre “Carta encontrada en Plaza Irlanda” y “El otro mendigo”. Buscar esas claves ocultas se agrega a los desafíos que el escritor plantea a quien lee sus palabras.
En la contratapa del libro se asegura que “los cuentos de Nelson son inconcebibles sin Poe, sin Hofffman, sin Kafka, sin Rulfo, sin Cortázar... sin Borges”. Indudablemente, la presencia de éste último es la más visible; y se hace explícita en el cuento “Una lápida para Aarón Loewenthal”, ingenioso colofón de “Emma Zunz”. Sin embargo, no por eso deja Nelson de mostrar una forma de escribir personal, reconocible, única; que adapta a las características de los ambientes que delinea en sus narraciones.
Delia Martí de D´Andres, la prologuista, manifiesta que en los cuentos “está presente lo fantástico para evocar la inseguridad o inquietud que se produce en lo real”. Y al hablar de los personajes, dice que “insisten en una visión de hombres grises, enfrentados a situaciones que los superan: muertes violentas, desconocimientos de identidad, mundos caóticos, soledad, pesadillas, conductas instintivas, persecuciones, desengaños”. Sus aserciones se confirman con la lectura de la obra de Nelson. Sin dudas, la fantasía es un escape de la realidad para quienes pueblan sus páginas; que son seres que deberían preguntarse continuamente “¿por qué me pasa esto a mí?”. Pero no lo hacen, sino que sufren en forma estoica – o resignada - su destino de incertidumbre, desamparo y, a veces, también de muerte.
La portada del volumen, diseñada por Cristina Jáuregui, muestra una foto tomada por el autor; quién es fotógrafo por partida doble, profesional y aficionado. Esta pasión es compartida con varios escritores; por lo que parecería haber un nexo oculto entre ambas artes. Algunos privilegiados alcanzan a percibir tal relación; y se convierten en fotógrafos que con una imagen logran resumir mil palabras y, a la vez, en escritores que con mil palabras recrean en la mente del lector un universo de imágenes. Como sin dudas lo hace Fernando Nelson en los recomendables cuentos de su “Carta encontrada en Plaza Irlanda”.

J.E.L.V.


(*) “Carta encontrada en Plaza Irlanda”, Ediciones de las Tres Lagunas, Junín, 2011. Para contacto con el autor: literaturaspuan@hotmail.com


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