ATARDECER ENTRE TECKA Y ESQUEL
Por Olga E. Cuenca
En esa época del año en que los días siguen alargándose aunque las temperaturas permanezcan firmes en los primeros grados del termómetro, el atardecer se anuncia primero tímidamente. Tanto que apenas sonroja la tarde...
No nos damos cuenta hasta que el resplandor del alambrado es opacado por la llamarada y los cables de luz se muestran absolutamente desnudos. Y las farolas...todavía dormidas.
Curiosa, escarpada, evasión la del día.
Una encerrona de nubes lo empuja. Posiblemente tanto despliegue de color sea su defensa, tal vez ni siquiera ello, sólo una arrebatadora despedida.
Entonces las laderas, la planicie, el sufrido valle, tendrán la dimensión que le dan el paso fugaz de un par de faros que van hacia alguna parte.
Los primeros con la "mirada" fija, sujetos a su condición de testigos.
Los otros... siempre habrá otros... de paso.
Quiera el hombre dejar que el monte, el río, el valle, sigan mirándolo.
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1 comentario:
Los atardeceres patagónicos siempre mueven a la reflexión. Es difícil contemplarlos sin sentir ese deleite espiritual y esa sensación de serenidad (y a la vez, de pequeñez) que Olga Cuenca describe tan precisamente en sus palabras. Y en las fotos.
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