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martes, 19 de marzo de 2013

EL POEMA DE HOY




LOS TAMARISCOS



 Por Aurelio Salesky Ulibarri (*)





Ahí están...
Ahí donde los hombres
pusiéronlos de eternos reparos de los vientos.
Ahí están..., ahí, aquí y allí...
Son marcas de esperanzas
jalones de avanzadas
de viejos pobladores.


Ahí están...
Se aroman en los días primeros de septiembre
enracimadas flores de cálices rosáceos
y blanquecinos pétalos.
Sus apretados cúmulos
como apiñados frutos
se espigan en el tiempo.


Ahí se ven...
Rodeando a las moradas
que a trechos se levantan
allá por las mesetas.
Entremézclanse a veces
con álamos y sauces,
las ráfagas les apuran
las furias del oeste.


Ahí, ahí están...
Aferrados, constantes,
prodigando tibiezas con su firme enramado.
Trashumando las pampas,
recorriendo los campos,
¡cuántas veces el hombre
se cobija a su amparo!


¡Sufridos tamariscos,
vallados que se expanden,
resguardos patagónicos que abrigan a mis lares!




(*) Escritor chubutense, nacido en las cercanías de Dolavon



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sábado, 16 de marzo de 2013

EL CUENTO DE HOY





LA CAJA DE LAS ROSAS


Por Ana María Ugarteche de Riveros




        Fue en la primera semana del verano; los pastos abatidos bajo el sol vertical que recalentaba la tierra, despertaron en Gregorio la añoranza por la sombra de la higuera.

       Era joven, aunque una vida dura y el clima, dibujaban profundas arrugas en su tez morena. Acicateado por la ansiedad, iba a galope tendido, tras el viento que se arrastraba, barriendo el polvo de la huella. El pobre matungo, con la boca espumeante, soportaba a duras penas los espolazos, extenuado por esa loca carrera.

        La noticia había tardado una semana en llegarle. Aquella noche, un huracán de los que azotaban la región en esa época del año, había desmoronado una pared de adobe sobre sus padres. Gregorio recordó con tristeza aquella gran rajadura que, tiempo atrás, simplemente rellenaran con barro.

        Llegó poco después del mediodía. Todo lo que pudo ver fue… nada. Su hogar de la niñez, semejaba ahora un gran nido de caranchos, sucio y revuelto. Lanzando un grito desgarrador, corrió hacia los escombros y comenzó, frenético, a revolverlos. Debía encontrar aquella caja, la de la tapa pintada con rosas…

        Sólo al caer las sombras se resignó. La caja no aparecía por ninguna parte. Quizás, ya se la hubiera llevado alguno de los que habían venido a rescatar los cuerpos.

        Agotado, se sentó sobre los escombros. Con las últimas luces, miró sus ropas. Estaban tan remendadas y zurcidas que ya casi no se reconocía la tela original. Nada, eso era él, nada, como esas ruinas, que ya no contenían la caja de las rosas, donde su madre guardara celosamente el secreto de su nacimiento…

        Permanecía aún allí, cuando llegó la oscuridad; miró al cielo, susurrando “él sí conserva lo suyo, la guía del Lucero, de las Tres Marías, de la Cruz del Sur…”

        Gregorio Ivanovich hundió su cetrino rostro de indio entre las manos callosas. Su figura pareció empequeñecerse, mientras lloraba de impotencia ante lo irremediable.
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martes, 12 de marzo de 2013

LA NOTA DE HOY





BANDIDOS EN LA PATAGONIA

Por Jorge Eduardo Lenard Vives


           Tal vez el título sugiera a algún lector la imagen de Paul Newman y Robert Redford, es decir, de Butch Cassidy y Sundance Kid, saliendo a la muerte desde su refugio en el poblado de San Vicente; bajo la balacera de las tropas bolivianas que los habían cercado. Pero más allá de la notoriedad ganada por esos facinerosos norteamericanos, la Patagonia tuvo sus propios bandidos; sin necesidad de importarlos. Ascencio Brunel y Roberto Foster Rojas, alias “El chacal de la Lipela”, son algunos de los nombres que aterraron a los pobladores locales y dieron pie para que la Literatura los tomara como motivo de sus creaciones. Otros son menos conocidos, de fama local. Cierta vez, siendo niño, caminaba con mi padre por el Valle del Chubut, cuando señaló unas cuevas horadadas en la roca rojiza, a bastante altura. Me comentó que habían sido refugio de un forajido, cuyo nombre no retuve, a principios del siglo XX; quien usaba para ingresar a su cubil una escalera de madera basta, hallada por un poblador tiempo atrás en el lugar.



        Sin embargo, ya que empezamos con los pistoleros yanquis, sigamos con ellos. Mucha bibliografía existe sobre la gira sudamericana de George Leroy Parker, Harry Longabaugh y Etta Place. Por ejemplo, “La pandilla salvaje. Butch Cassidy en la Patagonia”, de Osvaldo Aguirre; y “Buscados en la Patagonia. La historia no contada de Butch Cassidy”, de Marcelo Gavirati. “Los bandidos de la tierra prometida”, del escritor boliviano Waldo Barahona Ruiz, luego de recordar el paso por la Patagonia, narra su fin cerca de Tupiza. Es una novela histórica basada en investigaciones y documentos. También la ficción los tomó como objeto; por ejemplo, en los “Cuentos de cuando la banda de Butch Cassidy estuvo por aquí”, de Virgilio González, o en las páginas de “El riflero de Ffos Halen”, de Carlos Ferrari.


         Tenemos un par de pillos de origen inglés en la región. Jaime Burden, un aventurero típico de la frontera que terminó como estanciero cerca del Lago Buenos Aires, inspiró el libro “El Jimmy. Bandido de la Patagonia” de Herbert Childs (en otra edición, el título de la obra es “El Jimmy. Fugitivo de la Patagonia”). Por su lado, Elena Greenhill, cuyas andanzas recuerdan “La inglesa bandolera”, de Elías Chucair y “La bandolera inglesa en la Patagonia”, de Francisco Juárez, fue una cuatrera que murió en su ley, cerca de Gan Gan, hacia 1915.



Y luego están los criollos, como Ascencio Brunel, salteador de principios del siglo XX en el Chubut y Santa Cruz; a quien Marcelo Gavirati dedicó el artículo “Ascencio Brunel, el demonio de la Patagonia”, publicado en la revista “Todo es Historia”. O la gavilla de Eugenio Osvaldo Patiño, alias “El Rubio”, cuya historia puede ser vista en el Museo de la Policía en Rawson. O los Pincheira, que actuaron en el Neuquén en las primeras décadas del siglo XIX. De mayor notoriedad es Bairoletto; si bien sus fechorías fueron al norte del Colorado, se comenta de alguna incursión en el Alto Valle del Río Negro.


Hay, además, bandidos imaginarios, como el “Manos Duras” de “La tierra de todos” de Vicente Blasco Ibáñez; malhechor que asolaba el suelo rionegrino. Y bandidos de fantasía inspirados en bandidos reales, como los del cuento “El encuentro”, del volumen “La tierra maldita” de Lobodón Garra; que recuerda en cierta forma un episodio real sucedido en la colonia boer de Comodoro Rivadavia, narrado por Liliana Esther Peralta y María Laura Morón en “En la tierra del viento”. Y bandidos que no eran bandidos, como el santo cura Boido; quien, según cuenta Raúl Entraigas en el boceto “Bandolero de nuevo cuño” de sus “Pinceles de Fuego”, fue confundido al llegar a Valcheta con un asaltante del tipo de “Manos Duras”.


A veces la Literatura es ambigua con estos individuos. Inspirados en las leyendas al estilo de Robin Hood o Dick Turpin, se da a algunos maleantes patagónicos un tinte romántico. Pero el que elige vivir contra la ley es, quiérase o no, un delincuente. Además, los atracadores plagaron de muerte los lugares que recorrieron. Recordemos si no el homicidio de Llwyd Ap Iwan en 1909, en la sucursal de la “Mercantil” en Arroyo Pescado en el Chubut, a manos de los bandoleros Evans y Wilson; o el raid de “El chacal de La Lipela” y su banda, en el año 1928 entre Río Negro y Neuquén, que en menos de dos meses asesinaron seis personas.


Por eso, a la par de dedicar esta nota a la Literatura sobre cacos y criminales, es menester recordar aquellas páginas consagradas a quienes los tuvieron que enfrentar, a las fuerzas del orden; como “Calon Lan” de Nancy Myriam Humphreys, que evoca a su abuelo Eduardo Humphreys, comisario de policía de la Colonia 16 de Octubre, entre 1896 y 1905. A ese libro se pueden agregar, entre otras obras, la “Historia de la Policía del Chubut” de Clemente Dumrauf, “Los recuerdos del sargento Tello”, de Rodolfo Casamiquela; y, más recientemente, “La cruzada patagónica de la Policía Fronteriza” de Ernesto Maggiori.



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miércoles, 6 de marzo de 2013

LA NOTA DE HOY




Don GUILLERMO YRIARTE (*) - UN MILLONARIO SIN DINERO

VIVENCIAS de UN ILUSTRE RIONEGRINO

Por Inés Luna (**)


Don Guillermo Yriarte nació en Paso Peñalva (hoy Pomona), el 7 de julio de 1922. Eran 13 hermanos; él es el décimo hijo de doña Maria López y don Tomás Yriarte. Asistió a la Escuela Nº 7, donde el Director, don Sixto Casimiro Garro, fue su único maestro, pues atendía todos los grados. Fueron sus únicos siete años de aprender en una escuela. Cuando contaba con solo 12 años falleció su padre (el balsero); y a los 15 también su madre. A los 12 años, Guillermo se emplea en Río Colorado en una chacra por $ 5 por mes; con eso contribuía a su casa, “siendo uno menos a comer” (...) . Siguió de peón en chacras, de albañil en Pedro Luro; trabajando se convirtió en “domador”. Fue esquilador en el sur, con Manuel Barrionuevo de Río Colorado, hasta cumplir los 22 años.

UNA APENDICITIS LE CAMBIÓ LA VIDA

Un día de esquila, en “Dos Pozos”, se descompone; y en Trelew el Dr. Galina no tenía como operarlo, pero le recomienda hacerlo porque “el apéndice estaba pegada a la espina dorsal”. Lo operan en el hospital de Choele Choel. Recuerda nuestro entrevistado: el Dr. Muchini era “muy buen médico”, pero no contaba con elementos. Se produjo una infección; la penicilina no se vendía aún en Farmacias y demoraba dos días para llegar de Bs. As. Al no poder regresar a la esquila, solicita trabajo en la policía; a la solicitud adjunta un recorte de diario donde publicaban un artículo (...), referido a dos personas que se estaban ahogando y él los rescató. En 15 días era empleado de la policía y lo destinaron a Clemente Onelli.
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OTROS TRABAJOS

Después de dejar la policía se inició con una oficinita propia. Se dedicó a trámites oficiales, expedientes de Juzgado y Tribunales. Empezó a  estudiar nuevamente; a los seis meses se recibe de martillero público. “Cuando desempeño una función, me gusta capacitarme” – asegura don Guillermo. Se dedica a la compra y venta de inmuebles; y tuvo a cargo una compañía de seguros (...). Hasta que le proponen un cargo de Juez en Cipolletti, donde se desempeñó durante más de 18 años (fue el Juez que más tiempo duró en el cargo). Se retiró para jubilarse; se le dijo que en tres meses cobraría el sueldo. Nunca le pagaron nada y la jubilación demoró 2 años, esto lo obligó a buscar trabajo. Lo primero que encontró fue alambrar la entrada de Neuquén (...).

HABLAMOS DE “SU FAMILIA”

Su esposa, Amelia Méndez Fuerte, y sus hijos: Maria Emma nacida en 1946 en Lamarque, Elva Mabel en Cipolletti, Oscar Guillermo en Jacobacci, Lia Griselda y Jorge Dante nacido el 31 de agosto de 1957. Esta última fecha tiene matices especiales; había nevado mucho ese día y don Guillermo abría camino con la pala para que llegara el médico. Después de revisar a la madre el medico se retira para algunas diligencias. El bebé no espera al médico; y Guillermo asiste a su esposa y ata el cordón umbilical como un experimentado partero.
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LA MÚSICA DE LOS PUEBLOS ... ¿DONDE NACE? ¿ES PROPIA?

Nos dice: “Los pueblos reciben cuñas culturales que adoptan y toman característica propia, tanto es así que no hay ningún país del mundo que pueda decir “esta danza es mía”. El ateneo cultural de Cosquín reúne a 40 o 50 estudiosos del Folclore y se planteó el tema ¿qué país tiene su música propia? Retrocedieron en el tiempo y llegaron a esta conclusión: la expresión mundial más vieja es la “Baguala Argentina”. Observaron que no tiene métrica, rima ni tiempos; en algunos casos es diatónica y en otros pentatónica y no tiene una medida. Además es “el hombre ante el mundo”. El hombre sale al campo y en su necesidad de hablar ¡canta! La Baguala tiene ese principio de “el hombre en la inmensidad” (...).

LOS TEJIDOS INDÍGENAS

Don Guillermo estaba convencido que nuestros tejidos indígenas eran “únicos”; hasta que en un Festival Internacional ve a una muchacha lituana con una faja tejida por ella. Al explicarle el nombre de los dibujos que lucía -“camino de víboras y sapo”-, para ellos era lo mismo. En Malasia también en un Festival Internacional Asiático vio chales y en Corea con los mismos dibujos y el mismo tejido. Le sacó fotos, mudo testimonio que son “como los nuestros”.
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UN HOMBRE AGRADECIDO


Volviendo a su vida personal nos dice: el sueldo de Juez de Primera me permitió y me permite  vivir bien y darme estos lujos de viajar, he tenido una vida linda, cuando he tenido necesidades siempre las he solucionado. Todos los días agradezco a Dios todo lo que me ha dado y algunas veces digo que Dios ha abusado de su bondad para conmigo, me ha dado todo, a pesar que no me dio dinero, yo vivo muy bien soy “inmensamente rico”. Don Guillermo Yriarte “un millonario sin dinero” tiene la sencillez de los “Grandes”.


(*) Reconocido escritor e investigador del folklore patagónico, fallecido recientemente (17 de noviembre de 2012). Su abundante obra impide ser condensada en pocos párrafos; pero baste decir que fue integrante de numerosas asociaciones americanas destinadas al estudio del folklore, realizó viajes de estudios en nuestro país y el exterior, siempre relacionados con el tema folklórico, y trabajos de campo en las áreas rurales de Neuquén y Río Negro. Fue legislador de la provincia de Río Negro, dejando como una de sus principales intervenciones, la ley del Fondo Editorial Rionegrino. Recibió numerosas distinciones y premios por sus trabajos.

(**) Escritora de Conesa. El presente trabajo está constituido por fragmentos de su obra”Vivencias de--- dos ilustres rionegrinos”; basada en un reportaje hecho en vida a don Yriarte. La autora quiso publicar este texto como homenaje a quien fue su mentor y amigo, y “Padrino de Lujo” del grupo de escritores conesinos “Tinta Libre”.
















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viernes, 1 de marzo de 2013

EL RELATO DE HOY



VOLTERETAS DE UN CARACOL


Por Carlos Dante Ferrari




        El hombre se acercó hasta el borde del agua, allí donde la corriente del río se tomaba un merecido sosiego, demorándose en la curvatura del remanso. Entre las piedras cercanas a la orilla, la superficie cristalina mostraba al pequeño molusco adherido a un trozo de basalto veteado.

       La delicada forma lo cautivó. Apenas tuvo que estirar el brazo para tomarlo entre los dedos. Al ser sacado de su medio natural, el cuerpecillo membranoso se contrajo en la pulsión más elemental del miedo. 

       El hombre lo llevó hasta el sitio donde la mujer yacía recostada bajo los árboles, entregada al ensueño. Entonces el caracol pudo percibir, con la sola sensibilidad de sus entrañas, las vibraciones sonoras de una voz aguda, la exclamación de sorpresa ante aquella forma de vida primigenia.

         Fue apenas un momento. Luego el hombre se compadeció de la criatura indefensa. En el improvisado cuenco de su mano condujo otra vez al gasterópodo hasta el confín donde el agua y la tierra demarcaban sus dominios y, con cuidado, lo colocó en el recoveco del  pedrusco, cerciorándose de que el tegumento de su pie ventral volviera a adherirse con firmeza en el mismo punto del Universo donde lo había encontrado.

       El caracol fue recobrando la paz perdida. ¿Qué habrían sido esas extrañas sacudidas que alteraron su sueño, acompañadas de unas oscilaciones indescriptibles, rozando su caparazón como un cosquilleo? Había experimentado un cambio brusco de temperatura, el contacto con otro ámbito totalmente desconocido, una vertiginosa sensación de vacío. 

        Poco a poco todo volvía a la normalidad. La acostumbrada quietud lo alivió enseguida. Mientras se adormilaba, atribuyó el episodio a algún arrebato del río caprichoso; quizás el embate encrespado del torrente, o las impredecibles rachas de viento acuático. 

       Su letárgico discurrir era ajeno a las irreverencias del reino humano. ¿Cómo explicarle que a veces la curiosidad puede ser atemperada por la mediación oportuna de una energía cósmica invencible? 

       Una misteriosa vocación protectora, capaz de evitar los peores cataclismos. El amor providencial, esa herencia de los dioses.                                                                                                                       

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