Carlos Dante Ferrari
Recuerdo que me sorprendió su llamado. No nos veíamos desde aquella tarde infausta, hace varios años. Llegué a la costanera en pocos minutos. Caminé hasta el monumento, como ella me había indicado y miré hacia la playa casi vacía. Allí estaba, junto al agua, con el cuello de la campera subido tapándole la boca. Corría un viento helado. Me acerqué casi a la carrera. Me impresionó su rostro pálido, los ojos húmedos, brillantes.
"¿Vos querías una explicación?", me preguntó. "Está bien; ahora voy a contarte todo".
No sé si fue por la emoción o el miedo, pero en aquel mismo instante desperté. Ya había amanecido.
Ahora hace tres noches que estoy intentando volver a soñar la misma escena para saber la respuesta. No conozco otro modo posible de dialogar con una persona muerta.
Tampoco imaginé que, interponiéndose entre la duda y la verdad, el insomnio podía convertirse en el guardián más fiel de un secreto llevado a la tumba.
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