El
recluido
Por
Olga Starzak
Golpeó
la puerta hasta que sus puños sangraron profusamente; luego –subido a la tapa
del inodoro- rompió los vidrios de la claraboya. Se diseminaron sobre su
cabeza, sobre su cuello. Una herida profunda se abrió en el cuero cabelludo y
cubrió de rojo su rostro desencajado. Gritó... gimió. Nadie acudió en su ayuda.
No
tenía fuerzas ya, ni siquiera para llorar.
Estaba,
ahora, recostado en el lecho de aquella habitación separada de su casa. Quién
sabe desde cuánto tiempo atrás. A veces, alguien le pasaba algo de comer; él no
podía ver de quién se trataba, pero lo sospechaba. También retiraba del cuarto
los restos de comida y, muy de vez en
cuando, alguna ropa demasiado sucia.
Estaba seguro de que era la malvada que lo
había parido o quizás, el degenerado que
vivía con ella.
No
tenía importancia.
No
lo dejaban salir de aquel lugar. Era alguien peligroso, no podían correr el
riesgo de exponerlo. Hasta se lo podrían llevar preso, o lo que sería
peor, internarlo en algún sitio para
locos, le dijeron siempre, desde muy joven.
La
mayor parte del día dormía. A veces soñaba con un cuervo revoloteando sobre la
gente y dañándola. Otras, con una araña gigante recorriendo en las noches el
cuerpo de su madre, asustándola.
También
existían días en que imaginaba la llegada de un hada. ¿Dónde habría escuchado
él hablar de las hadas? Esta lo rescataba devolviéndole su anhelada libertad y
con su suave voz lo convencía de que no estaba loco. Los locos eran los otros.
Pronto
dejaba de creerle.
Cuando
la razón primaba rogaba que alguien se apiadara de él y castigara a su
madre por el encierro al que lo sometía.
No
tenía muchos elementos en el cuarto. Unas cuantas revistas muy viejas, un par
de cajones de manzana: uno lo usaba de mesa de luz –aunque no tenía velador- y
el otro de mesa. La cama era la cama y también la silla. Poseía una escoba y un
tacho viejo para la basura. En el
retrete, aparte del inodoro, había una pileta y una ducha con agua caliente. No
le gustaba bañarse, aunque a veces lo
hacía, pero sí escribir con su dedo en el espejo empañado. Casi siempre
garabateaba las mismas palabras.
Su
compañía eran las cuatro paredes que lo atrapaban. Ellas eran sus amigas. Lo
comprendían y hasta hablaba con ellas. Les pedía consejos que escuchaba con
atención, le cantaban melodías emocionantes, lo calmaban del horror que
secuestraba su mente.
Tenía
guardados, tal como tesoros, unos cuantos clavos que -con paciencia- había retirado de sus muebles. Con ellos escribía en las
paredes... mensajes, palabras sueltas y
hasta alguna rima.
Era una forma de agradecerles tanta
tolerancia.
Luchaba
por volver a la vida. Sin embargo, la
única forma posible de pedir ayuda era
gritando, golpeando todo a su alrededor y pegándose hasta sucumbir.
Aún
en los momentos en que alentaba esperanzas,
estaba lejos de imaginar que las sospechas de un vecino originarían la
denuncia que, al fin, podría liberarlo.
Esperó,
ese día como siempre, escondido en el
baño siguiendo la orden de encerrarse allí al escuchar la cerradura. Así lo venía haciendo desde años atrás. Nunca
se había preguntado por el motivo de su obediencia. Sabía que su madre no
deseaba verlo. Pero ¿por qué se negaba a hablar con él? ¿Acaso le tenía miedo?
¿O eran las culpas que se lo impedían?
Recordó
palabras de su hada. “Ellos son los locos”. “Son ellos los locos”.
“Te
odio”, trazó una vez más en el espejo empañado.
Aguardó
la llegada de su opresora. Esta vez ella
pronunciaba su nombre, llamándolo...
¿Sería una trampa para deshacerse de él?
Se
mantuvo al acecho; debía ser cauto y a la vez muy rápido.
La
puerta se abrió lentamente.
El
palo de escoba se partió en la cabeza de aquella mujer. Sus manos grandes, con fuerza desmedida,
apretaron su cuello hasta quebrarlo.
Comenzó
a reírse, prisionero del descontrol. ¿Qué hacía su madre vestida de policía?
Tenían
razón las voces... Era ella la loca.
2 comentarios:
Olga, tu descripción punzante, tu dato latente, tu cadencia de lo oculto pujando como un puñal suave e irreversible.
Brillante, Olga. Siempre.
Gracias Nadine! Tus conceptos, conociendo tu destreza y talento literario, cobran para mí especial importancia. Un beso!
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