ITERACIÓN EN TORNO A LOS CIELOS PATAGONICOS
Por Jorge Eduardo Lenard Vives
Meses atrás, publiqué en el blog una
nota vinculando la Literatura regional y esa tercera dimensión del paisaje
patagónico, que se suma al mar y al ámbito terrestre: el espacio aéreo.
Parecía, en ese momento, concluido el tema. Sin embargo, pronto surgieron
nuevos datos que me obligan a redactar estas palabras, iterando las anteriores.
Es que hay mucho material escrito sobre el asunto, pues largo tiempo ha pasado
desde que el primer avión surcó el cielo austral. Tal vez, incluso, esté pronto
a cumplirse el centenario de tal episodio. Recuerdo una exposición de
fotografías reunidas por nuestro amigo Edy Dorian Jones, que exhibía la imagen
de un aeroplano aterrizado en el Valle del Chubut, fechada en la segunda década
del siglo XX.
El primer indicio de la existencia de
más referencias literarias a los cielos australes, surgió de la lectura casual
de un párrafo que decía que Antoine de Saint–Exupéry mencionaba estas latitudes
no sólo en su obra “Vuelo nocturno”, sino también en otro de sus libros,
“Tierra de hombres”; narración de sus andanzas en el desierto del Sahara.
Encontré la cita en la décima edición de Troquel: el autor, en dos hojas, habla
de un vuelo entre Río Gallegos y Punta Arenas. Llama su atención el campo de
basalto al sur de la capital de Santa Cruz, que describe así:
El piloto que se dirige hacia el Estrecho de Magallanes
sobrevuela un poco al sur de Río Gallegos una antigua vertiente de lava... Cada
protuberancia de doscientos metros posee en el flanco su cráter. Nada del
orgulloso Vesubio: situados en la misma planicie, bocas de obuses. Pero hoy la
calma se ha producido. Se la experimenta con sorpresa en este paisaje inhóspito
donde mil volcanes se respondían cuando escupían sus fuegos. Y se sobrevuela
una tierra en adelante muda, adornada de negros glaciares.
Poco más tarde, una feliz circunstancia remarcó mi error de
suponer agotada cuestión. Visitaba en Puán al escritor chubutense Fernando
Nelson, radicado en esa ciudad bonaerense. A sus instancias recorrí el Museo
local; entre cuyas vitrinas encontré una dedicada al aviador local Gustavo
Numan Costabel. Se exponía allí, junto a diversas piezas de gran interés, una
obra que escribiera para dar testimonio de sus aventuras aéreas. Su título era
“Volando sobre la Patagonia”. El autor, nacido en Puán en 1901, fue el primer
piloto oficial de la Gobernación de Santa Cruz; durante la gestión de Gregorio
Gregores. El libro cuenta su vida, incluyendo una temporada como tripulante de
un barco llamado, en forma premonitoria, “Patagonia”; hasta que comienza a
surcar el firmamento austral en su avión “Flecha de Plata”. Así pinta el
paisaje extendido a sus pies, al ingresar a la región:
En
lontananza, brillante y platinado, aparece el caudaloso río Negro, y en una de
sus caprichosas curvaturas (...) se destaca el pueblo de General Conesa, con
las grandes instalaciones del Ingenio Azucarero “San Lorenzo” y una gran
extensión de cuadriculados verdeclaros, que son los tablones de remolacha bajo
riego, para la industria. ¡Nos hallamos bajo el cielo de la Patagonia! La
visibilidad va disminuyendo a medida que avanzamos sobre las tierras del sur.
Hay una luz extraña, pálida, mortecina (...) ¡Todo es extraño en esta
Patagonia! Y más extraña aún para mí, que surcaba sus cielos por primera vez.
Otro texto que
se agrega a la bibliografía aérea de la Patagonia, es el libro de Gunther
Plüschow, “Sobre la Tierra del Fuego”. Describe los vuelos que, de puro
aventurero, hizo ese piloto alemán sobre el extremo austral de la Patagonia
hacia 1927; al que llega tripulando su propio velero. Con el hidroplano “Cóndor
de Plata” recorre los escenarios naturales de Tierra del Fuego, nunca vistos
hasta entonces desde el aire. Y de esta manera los dibuja:
Como
un sueño indescriptible de singular belleza, totalmente libre de nubes bajo un
cielo azul resplandeciente, sobre un mar azul que nada tiene que envidiar al
más hermosos de los mares, se esparce por doquier que mi vista alcanza – en
medio de hielos, nieve y glaciares, envuelta en verdes y brillantes bosques e
imponentes selvas – la sublime Tierra del Fuego.
Aún podemos mencionar un cuarto libro, de Marcelo Augusto
Conte; autor de la novela “Patagonia, entre nubes y viento”. Se trata de
“Recuerdos del viento”, sus memorias como piloto de LADE. Su prosa nos deja
vívidos trazos de lo que vio desde el aire:
Para
mí todo era nuevo en la Patagonia, de tal manera que todos mis sentidos se
vieron desbordados de sensaciones y de vivencias no experimentadas anteriormente.
(...) Se me encogió un tanto el espíritu al sobrevolar la tremenda soledad y el
aislamiento en que vivían los habitantes de Gobernador Gregores, (...) pero esa
misma soledad resultaba magnífica e imponente al observarla desde el aire. El
suelo luce de un color que abarca todas las gamas de los marrones o terracotas,
salpicado de vez en cuando por una suerte de oasis verde oscuro, pertenecientes
a cascos de estancias y puestos...
Sin dudas, varios textos más habrá que
rescaten los primeros vuelos por el éter sureño y las vivencias de sus pilotos.
Un punto común en todos ellos, es el pasmo que despierta en los aviadores la
belleza del terreno contemplado de las alturas. En esta utilitaria época de
fotografías satelitales y aeronaves no tripuladas transmitiendo imágenes del
suelo en tiempo real a un operador remoto; las reseñas de aquellos navegantes
aéreos, que tenían mucho de poeta, sugieren que el patagónico es un paisaje
para ser visto desde el cielo.
2 comentarios:
Querido Jorge me sigue emocionando tu narración de hechos históricos con nombres para tener en cuenta siempre.
Tu dicción cada vez más pulida desde el lenguaje.
Me seguís instruyendo desde tus notas en las que me inspiro para homenajear esos nombres y tu brillante pluma. Un abrazo. Vic
Sobre la nota Eduardo L. Vives
Tierra de Fuego y Luz
La sombra de Exupery se desvanece en los cielos australes,
todavía no esboza la mágica figura de su Principito.
Hay prioridad en realizar las misiones encomendadas.
En vuelos nocturnos,
desde el espacio lo deslumbra la visión de mares de basalto
y vertientes de fragorosa lava.
Sobrevuela una tierra de hombres,
de soledad y silencios,
pero su ingenio está presto a diagramar fortificaciones
en asegurar las defensas y proteger bastiones.
Mientras se aleja sorprende su vuelo la imagen de planicies
heladas orgullosas de competir en belleza con el mismo Vesubio.
Su imagen se desdibuja en los glaciares prítinos, entre cóndores
de plata que marcan su pertenencia a esta tierra
de hielos y nubes, de volcanes y abismos. . .
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