El
silencio
Por Olga
Starzak
La
última gota había rebotado en la cinta asfáltica y el olor a tierra mojada era
lo único que aún permanecía en el ambiente cuando sentí ese silencio que llegó
a dolerme.
Era
el silencio del que ya nada espera.
Distinto
al silencio de la madre al escuchar las palabras de despedida del hijo que
emigra. Al silencio del hombre que abandona en el sepulcro al ser que ama. Al
silencio del niño que retira su mano cuando
lo han ignorado. Al silencio del soldado que –en la trinchera- espera la
orden de ejecutar.
Era un silencio que no había sentido hasta
entonces.
También
sabía del silencio de quien se expone, con ansiedad, a un examen; del
silencio que acontece después del grito del fanático ante la imagen
de la pelota que ingresa veloz en el
arco del contrincante; del silencio que en el templo, el devoto necesita para
escuchar o hacerse escuchar por la divinidad. El silencio que se sucede al
feroz aplauso destinado a una conmovedora obra de teatro.
El arrobador silencio que sobreviene al acto de
amor sentido y sublime.
Sabía
de silencios. Mas no de aquél.
No
era aquél un silencio trivial.
Aquel
era el silencio que estremece; deja abierto
los poros de la piel, se mete en las entrañas cuando uno sabe que
quedará –por siempre- allí, grabado. El silencio que hace que el cuerpo se
contraiga, la mente se opaque y el
espíritu se aquiete hasta casi, paralizarse, sólo en un tiempo, sólo en un
espacio; el que necesita para emprender su marcha.
El
silencio tan antiguo como la vida misma.
Abismal,
eterno.
Silencio.
1 comentario:
Muy bueno, me gustó la profundidad de la voz narrativa.
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