LOS TRECE VOTOS
Por Donald Borsella
Sucedió
en mi pueblo, hace ya mucho tiempo. Fue en época de elecciones, las primeras
que se hicieron desde que el mundo es mundo... ¡y las primeras también en
quebrar para siempre la paz de la Estación, el apacible rincón de mi niñez!
El pueblo no era más que un campamento
ferroviario y contaba con un galpón de máquinas, varias oficinas y hasta una
insinuación de calle y diagonales. Algunas familias, provenientes de modestos
parajes cercanos absorbidos por el ferrocarril, acrecentaban la población.
Sobre las faldas boscosas del oeste y en
varios cañadones abrigados vivían los mas antiguos vecinos, desde mucho antes
de la llegada del "trencito". Uno de ellos era Basilio Cumillanca,
apodado también "Cumillanca Rico", quizá por antonomasia de su
antiguo linaje, acaso por comparación con otros de su apellido, araucanos como
él pero de pobrísima condición.
Basilio se distinguía netamente, no sólo de
sus hermanos de raza sino de todos los vecinos de esa parte. Se ufanaba de ser
"hombre de lecturas" y de haber hecho estudios en un colegio primario
de "la provincia" –que así se llamaba en aquel tiempo a cualquier
lugar del norte del Río Negro – atributo de quienes pertenecieran en las
lejanas épocas a familias de holgura económica.
Quien llegara a la casa de Cumillanca podía
observar, en un ángulo de la vasta cocina-comedor, una nutrida biblioteca en la
que alternaban folletines de Pérez Escrich y del Val con libros de magia; una
vieja edición barcelonesa de la Geografía de Reclús y, junto al Quijote, una
Biblia de tapas de cuero graneado. Además celoso coleccionista de Caras y
Caretas, conocía de memoria todo el anecdotario político acumulado por décadas
en las envejecidas páginas del semanario.
Como es lógico, esa literatura heterogénea
produjo, con el andar del tiempo, una inmensa miscelánea de sabiduría en
"tono menor" con sus abundantes, si, pero excusables lagunas...
Un caluroso día de febrero, en vísperas de
los comicios, Basilio Cumillanca recibió la visita de Delmiro Echaurren, el
farmacéutico de La Estación.
Echaurren dejó la camioneta junta a la
tranquera y subió a pie, dificultosamente, el resto del trayecto; una cuesta
pronunciada en la que menudeaban mosquetas, lauras y michayes. Sintió ladridos
cercanos y dijo a su acompañante, el idóneo García: - parece que está. Pueda
ser que no nos haga hablar mucho.
En un recodo, tras un bosquecillo de
retamos, apareció la rústica casona de pared francesa y techumbre de tejuelas
desparejas. Estaba ubicada en un hermoso sitio, al pie de una empinada ladera
por la que trepaba el intenso verde oscuro de las lengas.
—¡Qué
lindo es esto! ¿Eh? Hacía tiempo que no veníamos por acá, ¿no es así?
—Desde
Septiembre, doctor –apuntó García- Cuando vinimos a buscar los pavos para la
velada de...
Un "!juera!" poderoso dado a los
tres perros negros por el dueño de la casa los interrumpió. La voluminosa
silueta de Basilio se recortó en el vano de la puerta principal mientras bajaba
por el escalón de troncos, exclamando:
—¡Adelante,
sin miedo! ¡Tanto tiempo, doctor!
—Qué
sorpresa más agradable! ¡Pasen, pasen!
García miró capciosamente a Echaurren como
diciendo: "Ya comenzó a charlar. Mientras no se entusiasme
demasiado..."
El Plan que llevaba el farmacéutico y que
según él culminaría con la obtención de los votos para su partido de toda la
familia Cumillanca, era el siguiente: abordar el tema de las elecciones sin
demostrar vehemencias. Nada de ataques personales a sus adversarios políticos:
el comerciante José Raúl y el joven Ingeniero del Ferrocarril, O´brien.
Ahora era preciso (y más tratándose de
Cumillanca, poseedor de un buen lote de votos) obrar con suma cautela.
Echaurren, cuyo genio extemporáneo era ya clásico, sabría disimular sus
arrebatos y procedería con mesura y amabilidad, bien secundado por su ayudante
García. Luego del saludo de rigor, al entrar a la cocina su primer comentario
fue:
—¡Pero
que hacía tiempo que no subía una loma! ¿O será que uno se cansa porque se está
volviendo viejo? ¿Y, don Basilio? ¿Terminó la esquila ya? ("¡Vaya con la
pregunta que hago!" –reaccionó alarmado– "¡Como si la esquila
siguiera más allá de la primera semana del año!...").
La
respuesta del indio lo desconcertó:
—¡No
me va a decir, doctor! ¿Que no andará de acopiador de frutos del país?— y el
tono afectuosamente burlón fue seguido de un comentario que denotaba
preocupación y borraba todo signo de suspicacia—. La lana cosechada este año no
tiene precio, no hay ofertas, van mal las cosas...
"Nosotros somos los que estamos
empezando mal..." –pensó el idóneo–. "Esto nos va a resultar
difícil..." Y en un intento de encaminar la conversación hacia temas que
no presentaran escabrosidades, preguntó con fingido interés:
—Hablando
de lana, ¿no le quedarían unos kilitos de chiva? ¡Mire que me dio resultado el
año pasado! ¿Eh? Ahora quisiera para un regalo... ¡No hay nada mejor para lucir
una buena prenda! ¿Verdad?
—¡Cómo
no! —dijo Basilio—. Le guardaré en cuantito termine de hilar la patrona... ¡una
enrulada mora de castrón! —y contuvo a tiempo la risa que le pareció prudente
transformar en invitación—. Pero vamos a ver: ¿qué les sirvo? ¿Tomamos mate o
un guindado casero?
—¡Estoy
con el guindado! –dijo rápido Echurren, que momentos antes había recorrido con
la vista la dudosa higiene de los rincones.
—¡Dorotea!
¡Rudecinda!— Gritó el dueño de casa llamando simultáneamente a su mujer y a su
hija—. ¡A ver, un guindado, que el doctor quiere probarlo!
Doña Dorotea, en quien los rasgos mapuches
eran muy acentuados, apareció sonriente ofreciendo a las visitas un gran
botellón de terracota.
Enorme debía ser la graduación alcohólica
del brebaje a juzgar por los esfuerzos de Echaurren para tragarlo. El, enemigo
acérrimo de las bebidas fuertes, se obligaba ahora a ingerir eso por
elementales razones de diplomacia y caballerosidad...
La conversación entró en un ritmo monótono.
Preguntas y respuestas sobre el estado del campo, el tiempo, los animales, la
alfalfa. Pero de política, que era el tema que esperaban inaugurara Cumillanca,
¡nada!
Los minutos se sucedían pesadamente. Eran
las tres de la tarde, de una tarde agobiante de calor y el boticario empezaba a
extrañar su siesta. Ahora, en lo alto de los cipreses, los pitíos
"anunciaban visitas" con estridencia ya al graznar de los gansos se
sumaba el balido de los chivitos guachos. Lejos en el fondo del valle, el
Chubut zigzagueaba en su cauce que busca el mar.
De pronto, la conversación tuvo un giro que
Echaurren creyó oportuno, preparándose a incursionar en el tema deseado.
—Los
otros días —dijo el indio— estuve leyendo algo sobre la política, porque no sé
quién se estuvo acordando la vez pasada, que me preguntaba... Y me viene bien
ahora que están ustedes y deben de saber. ¿Cuál fue el primer partido que hubo
en el país?
García miró a su patrón. La pregunta era por
demás sugestiva y podría esconder un doble sentido o bien ser motivo de una
plática peligrosa para los fines que ellos perseguían.
Mire, la verdad, Don Basilio —respondió
titubeante el "doctor"— es que deberíamos remontarnos a la época de
la Revolución y aún antes. Pero para satisfacer esa interesante pregunta, digo,
de una manera terminante, sería necesario consultar algún tratado, un
historiador. Pero a pesar de eso no estoy seguro de que... ¡Aunque ahí a lo
mejor se encuentra algo en esas formidables colecciones! —agregó señalando
significativamente la biblioteca—. Porque no olvide que algunos autores
sostienen un punto de vista y otros. Otro...
Y poniéndose de pie adoptando un porte
trascendental, prosiguió:
—Muchos,
muchos años después de Mayo, mi amigo don Basilio, será cuando comienza a
aflorar en el espíritu del pueblo la noción del lugar que cada uno ocupa en el
ámbito de nuestra sociedad. Lo que ha ocurrido desde ahí hasta hoy día es bien
conocido por usted. Ahora bien...
Un acceso de tos del idóneo le recordó que
tuviera cuidado al abordar el asunto que los había llevado a la casa de
Cumillanca. Y éste, que al parecer empezaba a entusiasmarse con el discurso,
agregó:
—...Ahora
son muchos los partidos que hay, ¿no, Doctor? Pero aquí en La Estación, no
tantos, Tres parece que tenimos, ¿no?
—Efectivamente,
usted lo dijo. Tenemos tres. Y fíjese: precisamente nosotros pertenecemos a uno
de ellos. Y... es conveniente eso, la diversidad de opiniones, porque eso habla
de un clima de democracia, ¿no es verdad?
—Ah!,
sí! ¡Muy bueno eso! Y así que el domingo, primera vez en tantos años. ¡Pucha
que va a estar lindo el domingo!
El interés demostrado por Cumillanca era
alentador y las cosas pintaban bien, pero las horas pasaban de una manera
alarmante. Y cuando Basilio se acercó al botellón para servir otra vuelta de
licor, el farmacéutico dijo por lo bajo a su segundo:
—No
podemos perder más tiempo. Al grano y se acabó. ¡Salga lo que salga!
García repuso temeroso:
—Despacio,
doctor, no apure mucho.
En contra de lo esperado, fue el indio
quién, mientras llenaba las copas nuevamente, reanudó la charla:
—Veremos
entonces si cambean las cosas. Mire que así no se puede seguir. Lo malo fuera
que uno se equivocara en la votación... —Y sus ojos achinados relampaguearon.
—¡De
ninguna manera, mi amigo! —casi gritó Echaurren—. Y para demostrarle la
confianza que usted nos inspira, le diré: La Estación necesita de gente que le
tenga cariño pero que también conozca a fondo sus problemas. Qué haríamos con
poseer un gran capital por ejemplo (aludía al "turco Raúl"). Si no
nos interesan las dificultades de nuestros semejantes? ¿O soñamos con hacer
muchas cosas lindas y apenas conocemos a nuestros vecinos más cercanos? (Se
refería a O´Brien, llegado no hacía mucho a la Estación. Es imprescindible, por
tanto y entre las otras cosas, por las características específicas de nuestra
comarca, el fraccionamiento del valle en una ecuánime repartición, aunque haya
que llegar a... a cualquier medida que en un principio pueda ser considerada
como... Es decir, imponer nuestros postulados con energía, dentro de los
límites que nos imponen la razón y la justicia, ¡porque serán multitudes las que
nos acompañarán en nuestra acción! Además, una sucursal bancaria para ayudar a
los esforzados productores que como usted... Por eso Don Basilio —y aquí
impostó la voz para proseguir en tono solemne, gesticulando misteriosamente: —...Por
eso nuestro partido ha estudiado a fondo esos problemas y será el único que
velará por los intereses de la clase trabajadora.
Como empujado por ese brazo extendido que se
prolongaba en el índice admonitorio, que avanzaba centímetro a centímetro
mientras la voz de su dueño era cada vez mas imperativa, Basilio Cumillanca
comenzó a retroceder. Se encontró de repente sentado, sumido en un viejo sofá
de alto respaldar y patas recortadas. Desde esa profundidad miraba hacia
arriba, absorto, fascinado por la magia de la arenga que seguía zumbando cálida
y dulzona.
—...Que
estos momentos históricos de los cuales somos protagonistas deben incluir la
participación de quienes como usted, por su alta capacidad e intelecto, por su
hombría de bien, por su caballerosidad, servirán de ejemplo a las generaciones
venideras. La gran oportunidad ha llegado... Ahora o nunca... ¡Porque somos
nosotros, don Basilio, quienes tenemos en nuestras manos esa posibilidad de
producir el cambio total, inmediato y profundo, de sacudir, bien digo, de borrar
para siempre la injusticia reinante, la desproporción, el tiempo perdido. ¡Y lo
maravilloso es que no nos esforzaremos solamente para el futuro, porque también
seremos espectadores de esa esplendente realidad que alcanzará a todos por
igual y que ya tenemos al alcance de la mano! Bienestar, justicia, igualdad...
—Me
gusta... Sí... Que me gusta... Nunca así... lo hubiera imaginado... —subrayó en
un hilo de voz y como en éxtasis Cumillanca.
Se produjo un dorado silencio, un paréntesis
de gozosa expectación que iluminó el rostro de García. ¡En un santiamén se
había logrado lo que momentos antes pareciera imposible! Y el
"doctor" eufórico por el triunfo que ya veía en sus manos, de un
trago vacío la copa que conservara intacta durante su disertación.
—Dígame,
Doctor, una pregunta... —recomenzó Basilio pausadamente con leve gesto de duda—.
Así que de ganar ustedes, se entregaría el título a los que ocupamos un retazo
denantes?
—Por
supuesto! ¡Y no sólo eso! ¡Se harán de inmediato nuevas ordenanzas para
satisfacer ampliamente a los que quieran trabajar la tierra de verdad!
—Así
que las casi cien hitáreas que ocupo... Y como yo los demás... ¡Ah! ¿Y usté
también doctor, con el campito que tiene en el Rincón donde el alfa?
—Y
claro... Yo también... —repuso éste reticente.
—¡Ahjá!
Y hablando del alfa, ¿ya estará para el segundo corte?
—Así
es. Sólo que por tanto trabajo en estos días, no he tenido tiempo. Ya está que
florece. Y no he podido buscar a nadie...
—Mañana
sábado... —Calculó el otro pensativo—. Mañana yo con mis hijos, ¡le liquidamos
las ocho hitáreas! Claro... Si es que no tiene apalabrado a nadies...
Echaurren, ni lerdo ni perezoso, vio la gran
oportunidad, pero dejó hablar primero a García: —¡Me parece muy, pero muy bien!
¡Don Basilio y sus cinco hijos se lo devoran al alfalfar en un solo día!
—Eso
mismo iba a decir yo. ¡Ah! y habrá que ponerle precio al corte, ¿no, don
Basilio?
—Usted
dirá, doctor. Yo, con seis toneladitas me conformaría... ("Seis
toneladas!"—pensó angustiado el boticario. ¡Cuándo hubiera pensado pagar
algo semejante por un corte! ¡Y nada menos que del segundo, que es cuando más
pareja sale la alfalfa!). Pero, rehaciéndose, dijo con desenvoltura:
—Qué
don Basilio este! ¡Claro, hombre! Lo que usted diga está bien!
García miró a Echaurren sonriente y acercó
su portafolios:
—¡Cuánto
me alegra esta feliz solución! ¿Adónde encontrar más suerte? ¿Eh, doctor? Y
ahora, ¡qué lástima! Debo recordarle lo que me dijo, que le avisara por lo de
la entrevista que teníamos para las cinco. Es decir, que lamentablemente
debemos irnos... Ah! Y como suponemos que le podrá interesar al señor
Cumillanca, le podríamos dejar...
—Qué
son? ¿Papeletas? —dijo el indio acercándose interesado—. Y, aquí habimos una
buena majada. Cinco varones casados, que hacen diez. La hija de dieciocho,
once. La patrona y un servidor, trece en total.
—¡Oh,
qué bueno! —festejó el idóneo—. ¡Trece habían sido!
(¡Si lo sabría! ¡Las veces que, al consultar
el padrón comunal, considerara que con esos trece votos podrían volcar las
elecciones a favor de su partido!)
Contó despaciosamente trece boletas y dijo:
—De
usted, Don Basilio, sabemos que no necesita consejos sobre la forma de
sufragar. Eso sí, explíquele a su gente como hay que hacer; es la primera vez y
no sea que no se equivoquen.
Cálidos apretones de mano constituyeron el
colofón de una visita de tres horas que a Echaurren le parecieron tres siglos.
Desde la tranquera, exclamó alegremente:
—¡Mañana
la alfalfa, y el domingo, temprano, ¿eh?
—¡Descuide,
Doctor! ¡Descuide! —y un ¡juera! final a los tres perros negros terminó con la
entrevista.
Ya en la camioneta, García comentaba gozoso:
¡La aseguramos, doctor! ¡La aseguramos!
—Mire
che: —bostezaba satisfecho su patrón—. Yo siempre lo dije. Con esta gente,
sabiendo proceder y no mintiéndoles ni cargoséandolos se consigue lo que uno
quiera. Actuando con honestidad siempre los triunfos estarán cercanos. A todo
esto... ¿Habrán andado por acá O´Brien o Raúl? ¡Qué sueño que me dio. ¡Era
alcohol puro ese guindado!
Su compañero no escuchaba: —¡Ahora sí!
¡Ahora sí que la tenemos segura! —–repetía maquinalmente ignorando al parecer
las piedras y los baches del camino.
En la noche del sábado, después de regresar
del cuadro del Rincón dónde con sus hijos realizara el corte prometido.
Cumillanca presidía una reunión extraordinaria, junto al fuego que doraba dos
corderos.
Toda la familia, incluso los numerosos
nietos que correteaban alegres presintiendo un suculento banquete, se aprestaba
a escuchar a quién, antes de la primera tajada de rigor, se dispuso a hablar:
—
Hijos —comenzó—. Mañana temprano estamos obligados a bajar al pueblo por algo
muy importante. Tenemos que elegir nuestras autoridades por la pura voluntad de
nosotros. Ayer vino el doctor Echaurren y nos dejó esto. (Mostró los trece
votos). Antiayer me cruzó don Amado Raúl (mostró otro grupo igual de papeles) y
el miércoles me atajó en el martillo el ingeniero O´Brien (aquí, el último
manojo de boletas). Los tres partidos de la Estación nos tienen confianza y nos
piden ayuda. Nosotros somos amigos de todos y ellos también son amigos de
nosotros. Sí, amigos de nosotros... Si no, el doctor no me hubiera dado seis
toneladas por el corte de hoy! ¡Y José Raúl no me hubiera pagado los cueros, al
barrer, sesenta, de carniados y mortecinos!... ¡Y el ingeniero no me hubiera
aceptado las vigas de coihue a doce el pie, puesto en cargadero! Un
"Ohhh" verdaderamente admirativo subrayó las sorprendentes noticias.
—Por
eso, porque son buenos amigos todos, tenemos que saber agradecer. Mañana los
mayores iremos a la votación. Entonces, a ver: vayan guardando esto, que no se
ensucien. Inocencio y Romilio —dijo señalando a sus dos hijos mayores que
asentían con rítmicos movimientos de cabeza— votarán por el partido del doctor.
Ustedes, Benicio y Sandalio, por el de don Raúl: otros cuatro. Basilio chico —indicó
al menor, junto a su pareja— la patrona y Rudecinda, cuatro para el ingeniero.
Total, doce papeletas.
E irguiéndose un poco más y acaso teniendo
en cuenta el equitativo valor de la alfalfa, los cueros y las maderas, agregó:
—¡Con
los amigos el agradecimiento debe ser parejo! ¡El último voto, que es el mío,
irá en blanco! —para terminar, enarbolando el cuchillo:
—¡Ahora
el asado! ¡Que se está pasando!
No hay comentarios:
Publicar un comentario