Un corte y una quebrada
Por Sandra Capaccioni (*)
La abuela Malena cumplía
ochenta años, un momento muy especial para la familia. Su hija, Andrea, era la
encargada de organizar la fiesta. La lista de invitados era extensa por lo
popular que había sido siempre su madre.
Esta es su historia:
Desde su adolescencia había
sido una mujer a la que le encantaba
organizar eventos sociales, ferias para juntar juguetes para los niños
carenciados, bailes de beneficencia pro ayuda compra elementos indispensables
para los hospitales; cenas donde se subastaban cuadros de pintores famosos para
los necesitados y muchas cosas más. Luego cuando dejó la escuela, siguió siendo
proactiva en la sociedad: fue presidente de la Sociedad de Fomento de su barrio,
los fines de semana le gustaba salir a cenar con sus amigas, y lo que más le
fascinaba era ir a la tanguería, bailarse unos hermosos tangos y milongas.
Abrían pista para verla bailar con su compañero de aventuras, Rodolfo.
A pesar de la época en que le
tocó vivir fue una mujer que no se dejó controlar por los patrones que la
sociedad imponía, no se casó joven, antes quería formarse un futuro y así lo
hizo. Entró a la Universidad, se recibió de Licenciada en Literatura y Letras, y entró a trabajar a la Escuela Nacional N° 2 de
su ciudad. La llegaron a adorar y respetar como profesora. Amaba tanto su
profesión que logró que sus alumnos no sólo leyeran sino que apreciaran y
analizaran lo que leían. El viernes, último día de la semana, fue el elegido
para debatir en el aula las grandes obras de
la literatura. Malena hacía poner a sus alumnos en círculo luego cada uno exponía, reflexionaba lo leído y disfrutaban
tanto que la hora se pasaba velozmente. Los métodos de Malena se habían
transformado en tema de discusión en sala de profesores; donde había grupos a favor
y otros en contra. Pero nunca hicieron mella en ella, que hasta el último día
que estuvo en el aula, lo siguió practicando
ya que le dejó una sensación muy agradable y reconfortante al ver cómo sus párvulos
crecían, se hacían críticos en el arte de la literatura. También se sintió halagada al asistir a la colación de grado de varios de
sus educandos que abrazaron esa profesión por su ejemplo.
Su temperamento inquieto no
permitía que se quedara en casa, sentada en un sillón y tejiendo escarpines
para sus nietos; así que cuando se jubiló como profesora, siempre tenía algún
evento que organizar o una invitación a cenar, al cine, a aprender a pintar
cuadros, clases de yoga, y por supuesto siguió concurriendo a La Cueva a bailar
tango con sus amigas y Rodolfo. También, como le sobraba el tiempo, se dedicó a
disfrutar viajando con el amor de su vida, el único que conquistó su corazón de
verdad y al que le dio el sí cuando entre tango y tango le declaró su amor y le
propuso casamiento. Ese amor es Luciano.
Malena recuerda ese día como si
fuera hoy, y en cada oportunidad que tiene
de compartir el día con su única nieta Milena, le cuenta una y otra vez ese
momento.
-Fue un cinco de diciembre,
recuerdo que hacía mucho calor en el sótano donde íbamos a bailar. Yo llevaba
un vestido negro, con un tajo del lado derecho que le daba movilidad a mi paso
cuando bailaba, y zapatos de tacos altos color peltre. Estaba tocando la
orquesta típica del maestro Florencio Castro, interpretaban “El Choclo”, mi
favorito; así que dejé mis cosas en la mesa que ocupábamos cada noche y salí a
mostrar mis dotes de bailarina con mi compañero, como siempre abrieron cancha
para vernos bailar. Rodolfo me hacía sacar viruta al piso, nos entendíamos muy
bien y ambos lo disfrutábamos. Fue una pieza seguida de otra hasta que terminé
extenuada y pedí ir a la mesa a tomar algo y descansar mis pies. Mis amigas
habían pedido vino blanco, bien helado, estaba refrescando mi garganta cuando a
lo lejos recostado sobre la barra lo vi. Estaba vestido con un traje de franela
gris, zapatos negros lustrados y tenía en su mano derecha un vaso de algo que
no llegaba a vislumbrar que podía ser. Me miraba, en un momento levantó el
vaso, lo dirigió hacia mí y me dedicó un brindis, acompaño con mi vaso y sigo
conversando con las chicas naturalmente. Tanto bailar me había cansado y al
otro día tenía una agenda bastante cargada de compromisos sociales, así que me
retiré, salude a cada uno de los presentes y cuando estaba saliendo me corta el
paso el desconocido de la barra:
-¿Ya se va? –me dijo.
-Sí… -le respondo.
-¡Qué pena! Tenía intenciones
de que tomáramos algo, conversáramos, nos conociéramos, todo con el debido
respeto que me merece por supuesto, no vaya a creer que soy un vivillo que
molesta a señoritas bien educadas como usted.
-Realmente estaba cansada, pero…
había sido tan caballero en su pedido que accedí a tomar sólo una copa con el
extraño y luego sí me iría a dormir. La conversación se puso tan animada que se
hizo de madrugada cuando abandonamos el lugar; me llevó hasta mi casa en su
auto, un Ford rojo con tapizado de cuero color crema y llantas cromadas. Muy
lindo, demasiado aparatoso para la sencillez de quien lo conducía. Cuando me
dejó en la puerta de casa se despidió con un apretón de manos y la promesa de
que lo dejara volver a verme. Le dije que íbamos todos los sábados a bailar
tango, que ahí nos podíamos volver a encontrar e incluso si era su deseo
sacarme a bailar. Fue entonces cuando dijo que él no sabía bailar tango, y con
una sonrisita tímida remarcó: “en fin la verdad que no se bailar nada. En
cambio usted, la he observado esta noche y es un placer ver cómo se desliza con
elegancia por la pista, imposible sacar los ojos de tan hermosa dama. También
pude percatarme de su risa, resonaba como calandria por todo el salón y tiene
una boca hermosa para lucir semejante sonrisa”. Tanto halago hizo que me
ruborizara, él lo notó, y no queriendo incomodarme se disculpó, me volvió a dar
la mano y se dirigió a su auto desapareciendo por la calle treinta tres de mi
barrio. Ay Milena, que lindo que fue todo el romance con Luciano, éramos tan
diferentes, nos gustaban cosas totalmente opuestas y sin embargo nos
complementábamos tan bien. Formábamos la pareja perfecta, envidia de todos. Una
de las tantas noches de sábado, yo bailando en la pista como siempre y él
mirando desde la barra, esperó a que terminara la música, se acercó a mí, le
pidió a Rodolfo que nos dejara a solas, metió la mano en un bolsillo, sacó una
cajita de terciopelo negro, la abrió y mirándome profundo a los ojos me hizo la
tan ansiada pregunta. –Malena ¿me haría usted el honor de aceptar ser mi
esposa? -mis ojos se llenaron de lágrimas de emoción, tanto había esperado que
este muchacho tímido se animara a decir esas palabras, que no pude más que
mover la cabeza de arriba abajo una y repetidas veces. Luego nos abrazamos y me
dio el primer gran beso de todos los que me daría en mis años de vida.
Milena escuchaba una y otra vez
esta historia de amor y soñaba con encontrar ella también al príncipe de su
vida.
-Contame más abuelita…
-No hay mucho más para contar
nena, Luciano, tu abuelo, y yo nos casamos en la Iglesia de San Nicolás, un día
frío de julio; todas mis amigas y Rodolfo estaban ahí, también las compañeras
del colegio Nacional N° 2, las damas de la Sociedad de Fomento, algunos alumnos
que habían querido acompañar a su profesora preferida en ese día tan especial.
La iglesia estaba colmada de gente porque yo tenía muchas actividades y todos
querían acompañarme. Era un día tan especial Milena, ojalá a vos te pase lo
mismo cuando tengas edad de enamorarte y casarte mi reina.
-Abu, contame cómo era tu
vestido.
-Mi vestido era de color crema,
en realidad había sido el vestido de mi mamá, o sea tu bisabuela. Yo lo había
guardado muy bien porque sabía que algún día lo iba a usar. Era muy hermoso,
todo de encaje, con muchos botoncitos en la espalda, una cola larga y en el
cabello me había puesto una coronita de flores que mis amigas me habían armado
la noche anterior, cuando nos juntamos para celebrar mi última noche de
soltera. Luciano también estaba radiante ese día. Ya no lucía triste y aburrido
sino todo lo contrario. Tenía un traje azul con una corbata negra y se había
dejado el pelo sin fijador dándole un aire más juvenil. Ambos estábamos tan
contentos que nuestros rostros refulgían. No tuvimos luna de miel, en esos
tiempos no se estilaba tanto, apenas nos fuimos unos días al campo, a la casa
de sus padres, y luego cada uno a nuestras actividades cotidianas otra vez.
Pero ya nada era igual, porque ahora hacíamos todo de a dos, ya había
encontrado un compañero para mis actividades y al llegar a casa después del
trabajo nos teníamos uno al otro para contarnos nuestro día y nuestras cosas.
Nunca nos separamos y jamás me arrepentí de haber dicho sí esa noche en la
tanguería.
-Mamá, Milena, ¿dónde se
metieron? -Se sobresaltó al escuchar la voz de su hija.
-¿Qué hora es querida?
-Son las ocho abuela…
-Por dios cómo pasó el tiempo,
vamos, tu mamá nos llama y tenemos que prepararnos para mi gran fiesta de
cumpleaños.
-Sí Abu, vamos-
En la actualidad era muy bella,
su cutis blanco y transparente había sido siempre la envidia de todas las
mujeres, sus ojos azules, penetrantes y profundos eran el sueño de todos los
caballeros que la pretendieron en sus años mozos. Sus cabellos, de un tono
rubio cenizas, hoy estaban surcados de hilos plateados y pesar de la edad
todavía mantenía su forma delgada, esbelta, de movimientos graciosos,
seductores. Y lo que enloqueció a los hombres su boca, carnosa, sensual que
pintó y seguía pintando de rojo intenso mantenía la frescura de su juventud.
Todo estaba listo para el
cumpleaños, Andrea había decorado el salón al estilo del vodevil donde su mamá
iba a bailar con sus amigas. Todos los invitados debían llevar algo alusivo al
tango. Malena estrenó un hermoso vestido color negro de encaje elastizado, con
un tajo que dejaba libre su pierna, envolvía su cuello un hermoso collar de
perlas auténticas, regalo de su amado esposo. Bajó las escaleras al ritmo de “El Choclo”, y ahí lo vio venir de lejos con el
clavel en el ojal, el traje antiguo, el pelo ensortijado y -pensó- ahí está el
amor de mi vida, se tomaron de la mano, le dijo feliz cumpleaños amor, la acompañó a la pista y se la entregó a
Rodolfo que la hizo girar al ritmo del dos por cuatro como en su juventud.
"Un corte y
una quebrada" integra la antología de cuentos "Aleteo de Amor", de la escritora Sandra Capaccioni (Ed. Remitente Patagonia, Trelew - Chubut, 2016).
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