SE FUE CARLITOS (*)
Por Luis Alberto Jones
La muerte de Carlitos nos puso de luto a todos. Carlitos no tenía nada, solamente amor. La vida que le había pegado por todos lados no había doblegado su buen humor. Su felicidad dependía de dos cosas: un café y cigarrillos. Nadie sabía adonde había nacido pero todos pensábamos que venía de la tierra de los corazones grandes. Era una enciclopedia de anécdotas pero sólo compartía las buenas, de las malas sólo le habían quedado arañazos en el alma, pero al corazón no se lo habían tocado. Nunca dejó que le pasara, por eso amaba y era amado. Apenas supimos que se llamaba Carlos Armando Giménez. Que pasaba los sesenta pero que por su afabilidad pintaba como cuarenta. No sabemos en qué momento de su vida empezó a caminar sin rumbo. Ese viaje cotidiano por el corazón de todos que terminó ayer. Se decía que su andar había surgido de un amor no correspondido. Tenía pocas posesiones: una guitarra y lo puesto, también un gran amor por la música. Él no necesitaba más para andar por este mundo. Sabíamos poco de él, lo único confirmado era el amor por el prójimo. Como aquella vez que sacó veinte pesos (una fortuna para él) y se los dio a la señora de un músico fallecido “Para ayudarte ahora que tenés que criar sola a tus hijos” le dijo, o la otra cuando le fue a pedir cambio al quiosquero para devolver parte de lo que le dieron, porque le pareció demasiado generoso. Carlitos lo único que poseía era un gran corazón que lo fue regalando de a poquito. Sabíamos que tenía un sólo amor que le había sido fiel: la música. Las noches en que el frío pegaba fuerte Carlitos dormía en un banco del hospital, pero una noche de esas se durmió en los brazos de Dios. Todos movilizados lo rescatamos de la indiferencia para velarlo en “El Fogón Gaucho”, un lugar en el que a veces tocó y otras durmió. Sobre el cajón pusimos una tacita de café y varios cigarrillos, para el viaje hacia el Paraíso, donde ya nunca más le va a faltar nada.
* ideado sobre una historia real.
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