METÁFORAS
Por Jorge Eduardo Lenard Vives
Puestos a pensar en la
metafísica que debería subyacer en la Literatura Patagónica para acreditar su
identidad, al decir del escritor santacruceño Juan Roldán, no es ocioso indagar
respecto a la visión externa sobre la región. Con esta óptica, para esa gran
metáfora de la vida que es la Literatura, la Patagonia parece ser otra
metáfora.
Cuando Darwin afirma que en
nuestro suelo “pesa la maldición de la esterilidad”, no sugiere
realmente que sea objeto de un anatema. Su exabrupto, más bien, es producto de
juzgar a la Patagonia como una metáfora de la aridez. Por eso agrega: “Sin
embargo, al pasar por regiones tan yermas y solitarias, (...), se apodera del
ánimo un sentimiento mal definido, pero de íntimo gozo espiritual”. Hasta
ese momento, Darwin no había conocido el desierto. Al enfrentarlo, debe haberlo
percibido como la suma de lo infértil; máxime considerando que ya sabía de la
existencia del verde Brasil y, sólo unos kilómetros más al norte, de la feraz
pampa húmeda.
Años más tarde Julio Verne,
buscando escenarios románticos para sus ficciones, los encuentra en esta
tierra; y con sus obras la trasforma para sus lectores en una metáfora de la
aventura. Además, la muestra como un sitio apto para llevar adelante los
utópicos proyectos sociales de aquella época; lo cual comparte Juan Bautista
Alberdi cuando en su novela “Peregrinación de Luz del Día” la llama “aquel
mundo favorito de los ensayos temerarios, de los experimentos fantásticos,
donde todas las utopías se ponen a prueba...”. Es decir, la Patagonia es
valorada también como una metáfora de la utopía.
Pero es en las postrimerías
del siglo XX e inicios del XXI, cuando, a través de algunos pensadores y
escritores, encontramos que la partitura posmoderna de la región sigue
interpretándose en clave de metáfora. Así lo dice Enrique Vila - Matas en su
novela “Doctor Pasavento”, al reflexionar el protagonista respecto a su
inusitado deseo de desaparecer:
Pensé en todo esto y
me pregunté si no sería que, detrás de mi cada vez más recurrente deseo de
conocer ese sanatorio, no estaría escondido, aparte de mi locura, el mito de la
desaparición. Hasta entonces había pensado mucho en la desaparición, pero no en
el mito. ¿Había realmente un mito de la desaparición? ¿Y cómo no iba a haberlo?
Para muchas personas, ese mito se encontraba, por ejemplo, detrás de la
fantasía poética de la Patagonia, es decir, detrás de la idea de hundirse en la
desolación del fin del mundo, en ese lugar, la Patagonia, donde uno es muy
consciente de que la belleza puede conducirte a la desolación (...)
...finalmente vino a mi memoria una frase que no recordaba quien había dicho:
“Viajar a la Patagonia debe ser, por lo que imagino, como ir hasta el límite de
un concepto, como llegar hasta el fin de las cosas.
Quien la había dicho era Jean
Baudrillard, en una entrevista que le hicieron para el diario Clarín los
periodistas Pablo Chacón y Jorge Fondebrider, con el título de “Una metáfora de
la desolación”. Dice allí el filósofo:
Detrás de la fantasía de la
Patagonia está el mito de la desaparición, hundirse en la desolación del fin
del mundo. Por supuesto que se trata de una metáfora. Viajar a la Patagonia,
por lo que imagino, es como ir hasta el límite de un concepto, como llegar al
fin de las cosas. Conozco Australia y el desierto norteamericano, pero
presiento que la Patagonia es la desolación de las desolaciones. De todos modos
no se trata de una fantasía estrictamente personal. Sé de mucha gente en Europa
que piensa como yo sobre la Patagonia: una región de exilio, un lugar de
desterritorialización, una especie de Triángulo de las Bermudas.
Para Baudrillard, la
Patagonia es, precisamente, una metáfora de la desolación; concepto que ya Borges había relacionado con la zona. “Es un lugar desolado. Un lugar
muy desolador”, le dijo a Paul Theroux en la entrevista que éste publicó en
su libro “El viejo expreso de la Patagonia”. Pero Vila – Matas le suma un nuevo
significado:
Me dije que la Patagonia o el
manicomio de Herisau eran, por supuesto, metáforas. Desde hacía unos minutos,
el manicomio de Herisau era mi metáfora personal del fin del mundo. La
Patagonia, en cambio, una metáfora que era propiedad del mundo entero.
Otro escritor que entendió a
la Patagonia como una gran metáfora es Claude Lanzmann, en su obra “La liebre
de la Patagonia”. En los últimos párrafos, Lanzmann declara:
¿Por qué, de pronto, he decidido
ponerle a mi libro este título insólito, “La liebre de la Patagonia? (...) Cada
día, durante la redacción de este libro, he pensado en las liebres, en las del
campo de exterminio de Birkenau, que se escurrían bajo las alambradas
infranqueables para los hombres, en las que abundaban en los grandes bosques de
Serbia mientras conducía de noche, cuidándome mucho de no matar a ninguna, y
también en la que, como un animalito mítico, surgió ante el haz luminoso de mis
faros después del pueblo patagón de El Calafate, clavándome literalmente en el
corazón la evidencia de que estaba en la Patagonia, de que en aquel preciso
instante la Patagonia y yo estábamos de verdad juntos. (...) Tenía casi setenta
años, pero todo mi ser saltaba de una alegría salvaje, como a los veinte.
Según el autor, la Patagonia
es una metáfora de la libertad.
Tácita representación de la
utopía, de la aventura, de la aridez, de la desolación, del “fin del mundo”, de
la libertad... Para la Literatura, la Patagonia tiene todos esos significados;
y mucho más, que será menester seguir dilucidando.
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