LA GRAN MARÍA
Por Sergio Pellizza (*)
Primero fue la lluvia, más tarde un relámpago que
viboreó en el cielo rompiendo pedazos de oscuridad como cristal roto, que
enseguida volvía a unirse en su negrura…
En el toldo del yaman de la tribu tehuelche, armado
sobre el faldeo este del cañadón de los vientos, el viejo sabio trazaba sobre
la alisada arena del piso, el destino de la criatura recién nacida. El palo de
lenga se movía casi solo sobre la sensible superficie, dibujando muchas figuras
que solo él interpretaba…
Criatura, vienes del agua, y el agua habla, tu
palabra estará como el viento y será sembrada como semilla. Tu palabra será
fuego y tendrá poder de incendio al propagarse. Tu palabra tendrá ojos y
enseñará a mirar. Tu palabra hará que la naturaleza tenga lengua y hablará por
ti haciendo que lo invisible se torne visible. Tu palabra será pincel de flores
con colores para pintar nuevos horizontes a mucha gente…
El horizonte se tiñó de rojo y después apareció el sol, siempre puntual y
por el este. La niña, sin nombre aun, sorbía con entusiasmo el alimento del
pecho de su madre. Así transcurrió el primer día.
Se sucedieron muchas lunas el yaman veía en sus
signos crecer a la niña. La tribu cambiaba con frecuencia de lugar de acuerdo
las estaciones siguiendo a los guanacos y avestruces al norte en invierno y al sur en verano. La
niña, que hacía poco se había convertido en mujer, sintió cuando el canto de
las aves había emigrado, sintió como su corazón comenzaba a expandirse. Notó
como los pájaros se llevaban por el aire parte del clima y también un pedazo de
su propio tiempo…
Le bastó una sola mirada para reconocer que había
llegado el amor en el porte y estampa de ese joven guerrero. Se destacaba casi
por una cabeza el joven Manuel por sobre la estatura de los demás…
El palo de lenga seguía dibujando signos en la
arena. Se superponían los trazos, el yaman estaba confundido, estaba
visualizando características de fuerza, carácter, inteligencia y voluntad que
no había visto nunca antes y menos en una mujer.
Supo por algunos trazos entramados que tendría mucho
poder. Seria cacique de su tribu, y sería llamada por un hombre blanco con
poder, María la Grande. También que haría un viaje por mar y que sería invitada
a compartir la comida en la mesa de los blancos. También supo que en ese viaje
él estaría presente…
Algunos
retazos de historia y leyenda cuentan: Que
el viaje en barco fue difícil y que María La Grande sintió la fuerza del mar en
su cuerpo. La goleta al mando del segundo de Vernet en las islas, Matthew
Brisbane, había partido tiempo antes del continente con proa al mar abierto. En
las costas de la Isla Soledad, los colonos se reunieron a la espera de los
invitados.
Estaban
nerviosos, sabían que los tehuelches tenían costumbres diferentes: que no dormían
en camas, vestían con cueros de guanaco o zorrino y que jamás comerían pescado:
su dios Elal había condenado a los primeros tehuelches a convertirse en peces
por haber violado un tabú sexual.
En
la comitiva estaba María Sáez de Vernet, llegada a la isla para acompañar a su
marido, a pesar de la hostilidad del clima. Apenas el bergantín se dibujó entre
la bruma de la mar helada, María adivinó las siluetas de los hombres que
viajaban de pie en la cubierta del barco. Recién al bajar pudo conocer a la reina
tehuelche. María la Grande extendió un quillango de guanaco como ofrenda a la
mujer de su anfitrión.
En
la comitiva de María la Grande viajaba su hechicero.
Dicen
que había sido un pedido de la cacique como condición ineludible para realizar
el viaje. Ella se instaló en la casa de los Vernet junto a una mujer de pelo
negro profundo que la asistía. Los demás, en su mayoría hombres, durmieron con
la peonada de la colonia.
La
primera noche María Vernet tocó el piano para la invitada. La voz de la cacique
se hizo escuchar en un canto conmovedor. En esas veladas el gobernador la
agasajaba para convencerla de promover la colonia de blancos en San Gregorio.
Las telas finas del vestido azul que María le obsequió como respuesta al
quillango estrecharon aún más el lazo.
Dicen
que María La Grande se sentó a la mesa y compartió los modales de la época en
la casa del gobernador. También que recorrió la isla y conoció los almacenes,
el saladero y la herrería. Todo parecía encaminarse para que los blancos se
afincaran en las tierras tehuelches. Pero la invasión inglesa a Malvinas en
1833 terminó con los proyectos de Vernet.
María
la Grande siguió al mando del pueblo tehuelche. Su muerte marcó el principio
del cacicazgo de Casimiro Biguá. El fuego de las piras se extendió desde el
estrecho de Magallanes hasta el río Negro. Su figura quedó en la historia,
pocas veces contada, como la mujer, la gran mujer, que llevó la sangre
Tehuelche a las islas Malvinas.
(*) Escritor de Río Gallegos. Nacido en 1939 en San
Luis, desde 1963 se encuentra radicado en la capital de Santa Cruz. Fue jefe de
Operaciones de Aerolíneas Argentinas con base en Río Gallegos, en el cual
trabajó más de 26 años años; período de su vida durante el cual tuvo valiosas
experiencias. Desde 1995 se desempeña como bibliotecario y profesor de
matemáticas aplicadas del Instituto Salesiano de Estudios Superiores; y en la
actualidad además se encuentra trabajando en el desarrollo de una biblioteca
digital, que en forma experimental tuvo muy buena acogida ( en un año más de
150 mil visitas). Desde hace 10 años mantiene un espacio semanal en el
suplemento semanal del diario La Opinión Austral; donde publicó numerosos
artículos de divulgación científica y relatos de temática patagónica. Actualmente integra la comisión
directiva de la Sociedad Argentina de Escritores, filial Santa Cruz. Ha publicado
recientemente un libro de cuentos cortos, “Destellos Patagónicos”, de donde se
tomó el relato que hoy se publica.