LIBROS DE FOTOGRAFÍAS EN EL VALLE DEL CHUBUT
Por Jorge Eduardo Lenard Vives
Desde el inicio, la Colonia Galesa del Valle del Chubut contó entre sus integrantes con fotógrafos, tanto aficionados como profesionales. Con el correr del tiempo, su labor dejó una importante cantidad de material gráfico archivado en cajas, latas, cartapacios y álbumes; que fueron conservados en cómodas, roperos y bargueños, arrumbados a su vez en el “cuarto del fondo” o en el “galponcito de atrás” de los hogares de los descendientes de los colonos. Más tarde, al valorarse su riqueza cultural, se vio la posibilidad de reunir el disperso acervo y acercarlo a un público más amplio, trascendiendo el ámbito familiar. Surge así la idea de incluirlo en “libros de fotografías”; esas obras que combinan la Literatura con la plástica, a mitad de camino entre el texto ilustrado con algunas imágenes y el “libro de artista” que, a veces, constituye una imagen en sí mismo.
Un antecedente remoto de tales libros en el Valle, es el álbum que hacia 1925 se confeccionó con motivo de la visita de Eduardo de Windsor, príncipe de Gales, a Buenos Aires. Varias páginas de instantáneas de escenas valletanas y sus protagonistas, estaban acompañados de textos aclaratorios; a los que se sumó, a modo de prefacio, un esbozo de la historia de la Colonia.
Pero es tiempo más tarde, en 1988, cuando se publican dos libros que reúnen colecciones de fotografías de excelente calidad documental. Uno de ellos es "Gaiman. H. E. Bowman. Fotografías”. Con prefacio de Ester de Izaguirre y texto de Stella Maris Dodd, muestra parte de la obra de Henry Edward Bowman; uno de los artistas de la cámara más conocidos en la historia de Camwy, que nació en Inglaterra el año en que el Mimosa llegaba a Puerto Madryn y falleció en Telsen, en 1956. La selección es de Stella Maris Dodd y Albino González.
El otro es "Los galeses en Chubut". El texto de A. Becquer Caraballe acompaña las ilustraciones obtenidas a fines del siglo XIX y principios del XX por John Murray Thomas, H. E. Bowman, Morris Owen, Carlos Foresti, Fernández de Cabrero, Edward John Jones, Egryn Evans y R. E. Theobald; clasificadas por Tegai Roberts, Albina Jones de Zampini y Stella Maris Dodd.
En la zona se han publicado, además, volúmenes que no compilan reproducciones antiguas, sino tomas realizadas “ex profeso” para conservar testimonios del pasado. Por ejemplo, “Un sillón para el bardo en la Patagonia”, de Enriqueta Florencia Davies de Johnson; que reúne las fotos de los sillones bárdicos de las diversas ediciones del Eisteiddfod del Chubut. También "Capilla Galesas en Chubut", de Edi Dorian Jones; con introducción de Gustavo Miguel Rodríguez y textos e imágenes de las capillas del mismo Edi. Su expresiva prosa da lugar a pasajes como éste:
"Recuerdo en mi infancia los preparativos para asistir a un culto dominical en la capilla. Era un ritual que finalizaba con la transformación de aquellos labriegos de rústico aspecto en elegantes caballeros vestidos con sus mejores ropas obscuras. Luego del viaje en coche - caballo hasta la capilla, las riendas eran reemplazadas por la Biblia y el himnario. En mi niñez observaba asombrado como esas manos nudosas, toscas y agrietadas podrían tocar con suavidad y sensibilidad las teclas del órgano para alabar a Dios, agradeciendo aun por el arduo trabajo y los frutos que la magra tierra patagónica daba en el Valle del Chubut - descanso de mesetas escalonadas y ripiosas."
Se puede mencionar todavía un tercer libro de este jaez; aunque no se trata de fotografías, sino de dibujos basados en ellas: “Cien atuendos y un sombrero”, de Albina Jones de Zampini.
Hablar de imágenes y palabras trae a la memoria una manida frase, citada habitualmente en forma un tanto ligera con carácter de axioma: "Una imagen vale por mil palabras". Esta afirmación, que parece novedoso fruto del embeleso por las modernas técnicas de representación visual, fue en realidad enunciada por Ivan Turgueniev en una fecha tan lejana como 1860, en su novela "Padres e hijos". Anna y Bazarov, dos de sus personajes, dialogan de esta manera:
"- … Estaba mirando las tarjetas de la Suiza alemana en su álbum, y usted me hace la observación de que eso no puede interesarme. (…) Esas tarjetas podrían interesarme desde el punto de vista geológico, desde el punto de vista de la formación de las montañas, por ejemplo.
- Perdone, como geólogo consultaría antes un libro especializado que un dibujo.
- El dibujo me ofrece en una imagen lo que en un libro se desarrolla en diez páginas completas.”
La aserción es discutible. Sin dudas, es cierta en el caso de un analfabeto, para quien una imagen no vale mil palabras, sino infinitas; ya que, al no saber leer, de nada valdrá para él un texto escrito. Por el contrario, aquel que no pueda distinguir figuras dará más valor que a cualquier estampa, por explicativa que sea, su conversión en vocablos transmitidos en forma oral o percibidos por el tacto.
La frase en cuestión pretende fijar cierto juicio de valor. Pero es en vano “polemizar” - ese verbo tan estéril con el que en muchas veces se quiere reemplazar al fructífero diálogo - respecto a la primacía de la imagen sobre la palabra o de la palabra sobre la imagen. Ambas expresiones no se enfrentan, se complementan; y, tomadas por la mano del virtuoso, las dos se transforman en esa sublime creación del ser humano que se llama Arte.
Nota del autor: dedico esa nota in memorian de Edi Dorian Jones. Y agrego además un recuerdo para mis amigos escritores – fotógrafos, que tan bien saben combinar sus dos vocaciones.