google5b980c9aeebc919d.html

viernes, 11 de octubre de 2019

EL POEMA DE HOY




EL LADO ESPESO

Por Cristian Aliaga (*)




De los trastos parte, porque estás,
una hendija de vapor blanco
como la imagen de la ropa que lucís por la noche.
Un poema es una desazón, pero una desazón alada.
Y porque estás, puede ser una amenaza
de eternidad.
El poder es tu alma pero tu cuerpo
es el lado espeso del espíritu.
Hasta rendidos a la evidencia
es posible recuperar el habla.
El cortinaje es deslumbrante
pero suele sofocarnos.
Aún así, preferimos las telas de alcurnia,
densas de terciopelo y tragedias antiguas.

En la misma función
somos amados y destruidos:

la tristeza termina cuando se acaba la alegría.




(*) Escritor comodorense. Tomado de su obra “No es el aura de Kant”, incluido en “Estrellas en el vidrio. Antología personal” (Editorial Colihue, Buenos Aires, 2002).



viernes, 4 de octubre de 2019

EL CUENTO DE HOY





A Cristina

IN LOVING MEMORY

Por Fernando Nelson (*)



–Debes ser paciente –dijo Mary Ann–. Figúrate nuestro amor como un fruto que debe cumplir las etapas de su maduración. El desborde de pasión que te impulsa también a mí me llega, pues soy mujer, pero debemos esperar la hora del fruto maduro, la inexorable llegada del tiempo que será nuestro.

–“Inexorable”–pensé– y mi espíritu se sacudió al repetir aquella palabra. Los nubarrones grises de mis presagios no eran sino el reflejo de ese cielo de invierno.

–Sé lo que piensas –dijo ella, tomándome la mano. Esforzó una sonrisa mientras hablábamos quietos, sentados en la arena de la costa, con los pies húmedos por la cercanía del mar-. Sé lo que piensas. Temes perderme sin haber conocido todo mi ser, pero… ¿no te basta saberme tuya aún no poseyéndome, o aceptar la realidad de este amor? Yo, en cambio, hallo la paz a tu lado en este sitio, donde cada tarde vemos morir, una a una, las olas que chocan contra el viejo espolón. ¿Es necesario, acaso, un juramento, una señal, una prenda, para convencerte de mis sentimientos?

La miré sin responder. La vi buscar algo en su ropa, y terminó tocando su cinta de terciopelo negro, que en delicado moño cerraba el cuello de su blusa. Clavó sus ojos oscuros en los míos y dijo:

–Esta cinta será nuestra señal. Nos veremos cada tarde, pero sólo cuando te entregue esta cinta, sólo entonces mi amor será total y eternamente tuyo. 

–Así será –musité, y cerrando los ojos, calmé con sus besos la ansiedad de mi boca.

Pero tristes eran los planes que el destino había guardado para nuestras vidas. Una tarde Mary Ann confesó haber tenido una persistente dolencia. Al otro día faltó a nuestra cita, y ese día la playa de las grandes rompientes, como nunca, fue gris, fue solitaria, y fue húmeda.

Mary Ann murió en octubre. Su vida se fue extinguiendo sin que nadie descubriera la naturaleza de su extraño mal. Yo estuve a su lado en el instante póstumo; yo sentí la última sacudida de su mano entre las mías; yo permanecí a su lado las interminables horas hasta que alguien me tomó de los hombros, alejándome de la adorada muerta.

Desde entonces no hubo amanecer ni crepúsculo. Mi cuarto era el único lugar soportable. No hacía allí otra cosa que recordar cada minuto, cada instante compartido junto a ella. Recordé los juegos telepáticos de esta mujer, que me enviaba mensajes cada noche y que yo recibía apenas quedaba a oscuras. Pero tales recuerdos, y otros que sobrecogían mi espíritu, terminaron atormentándome a tal punto, que fui convencido de la necesidad de un largo viaje para reponer mi salud.

Accedí sin entusiasmo, y antes de la partida hice un ramillete de flores que le dejaría esa tarde. Antes de que anocheciera me dirigí a su morada. Al llegar, al recorrer con mis ojos las letras de su lápida, me esforcé para recordarla como cada tarde la viera junto al mar. Cerré los ojos y procuré imaginar la amorosa voz de aquella a quien ya no tenía, y no sólo me parecía escucharla; hubiera jurado que su perfume inundaba mis sentidos. Resté importancia a la enfermiza obsesión por tenerla, por acariciar su piel, y me dejé sumergir en el más profundo éxtasis de su adorado recuerdo. Apreté más los párpados, y en movimiento frenético arrojé las flores sobre la tumba, y grité con desesperación el nombre de mi amada, y antes de que el eco se perdiera en el aire, algo cayó a mis pies y descubrí, al mirar, la cinta de terciopelo negro.





(*) Escritor chubutense, radicado actualmente en Puán. Cuento tomado de su libro “El Retorno” (2da edición).




sábado, 28 de septiembre de 2019

EL POEMA DE HOY





VIAJERO

de Rubén Héctor Ferrari




Hoy paseé por las riberas
del viejo río Chubut
antiguo amigo tehuelche
en estas tierras del Sur.
Los mimbrales de la orilla
y el cauce de eterno andar
me dijeron que la vida
es un constante pasar.
Yo me detuve un momento
-un instante, nada más-
pero las aguas ligeras
dijeron ¡debes andar!





miércoles, 25 de septiembre de 2019

EL POEMA DE HOY





                             TRES POEMAS
Por Jorge Curinao (*)




TAN SEPTIEMBRE

En el puerto
las lloviznas despiden pañuelos.

Qué fue del abandono
ahora que examinamos el fuego
pudiente
irónico.

Que fue del fuego
acaso dos luces nomás
de tanto caminar.

No.
Nadie sabe de la muerte.


CONTEMPLACIONES

Perderme en tus ojos
es contemplar la rama sobre el río.

¿Y si fueran tus ojos mirando el mar?


BARQUITOS DE PAPEL

Arrojar piedras
en la esquina del adiós.

Llorar abrazos
como si fueran los últimos.

El juego consiste en no perder
por eso piden otra vuelta.



(*) Poeta santacruceño. Tomado de su libro “Sábanas de viento” (Edición del autor, Río Gallegos, 2006)




jueves, 19 de septiembre de 2019

LA NOTA DE HOY






A MÍ ME GUSTAN LAS BARRACAS


Por Jorge Castañeda (*)



A mí me gustan las barracas. Pero esas de la tercera acepción del Diccionario de la Lengua Española que se definen en América como “edificios en que se depositan cueros, lanas, maderas, cereales y otros efectos destinados al tráfico”.

Esas que hacen acopio de frutos del país. Amplias, con portones de chapa corredizos, mampostería de ladrillos a la vista, sin ventanas y con el piso enlucido de cemento con las juntas de dilatación tomadas.

Si yo fuera el dueño les pondría nombres de fantasía acordes a la zona en que están ubicadas como “Viento Andino”, “Línea Sur”; o si no con reminiscencias del país de aquellos acopiadores pioneros que vinieron de países del oriente como “La Flor de Siria”, “Los Cedros del Líbano” o como aquel español que la bautizó con el nombre de su pueblo natal, allende en la Madre Patria: “Barraca Arboleas”.

Me gustan las barracas y observar las tareas especializadas de los clasificadores de lana, ver las estibas de los fardos de polietileno de 220 a 300 kilogramos de peso, como una montaña blanca de vellones prietos. Observar como se aparta la barriga (de precio inferior); como se teme a lana picada con sarna; como se aprecia un buen lote para hacer el calado. Porque como en todas las cosas de la vida hay lanas y lanas, de finuras y rindes distintos.

Me gustan las barracas. Mirar la precisión inapelable de la báscula con su pesado pilón que es atraído por la fuerza de gravedad; la prensa hidráulica con su motor eléctrico y cajón con rieles. Admirar la pericia de los trabajadores para cargar el camión donde los bultos son elevados por la pluma y acomodados con los ganchos.

Me gustan las barracas. Controlar como se hace el romaneo, cuyo nombre viene de la romana, a la cual como dice el refrán nunca hay que cargar. Ver como se pelan los cueros cuando tienen algo de lana, como se secan, como se salan. Saber que si están cortados valen menos. Los de vacuno, los de capón, los de cordero, los de equino, los de cabra; cada uno con su precio distinto.

Me gustan las barracas. Acopiar pieles de zorro. Los grises, grandes y chicos; los colorados, de primera y de segunda; bien estaqueados para que no desmerezcan. Y comprar pluma y cerda, frutos livianos de los campos patagónicos.

Pero prefiero el pelo de cabra con su blancura leve; eso sí: sin puntas amarillas porque vale mucho menos.

Me gustan las barracas. Con su olor característico y acre como a campo abierto. Con el trajinar de los obreros que conocen el oficio de memoria. Riqueza estibada y clasificada bajo el techo parabólico esperando los camiones para ir a otros destinos.

El escritorio, corazón de la barraca, me gusta menos, pero es imprescindible para todo buen negocio. Papeles, formularios, precios, fluctuaciones conforme al mercado mundial, certificados, burocracia, transferencias, fluctuaciones de la economía y del tipo de cambio, acoso del fisco y cuántas otras yerbas más.

Me gustan las barracas y por eso pido prosperidad para todos. Para el productor que siempre sufre, para el acopiador paciente, para el exportador que confía en el país y también para mí, aunque solo me compre un buen suéter, producto final de tanto ajetreo.



(*) Escritor de Valcheta.







miércoles, 11 de septiembre de 2019

LA NOTA DE HOY

Gentileza de vistasdelvalle.com.ar



TRELEW

Por Jorge Eduardo Lenard Vives



No hay un sólo Trelew. Hay muchos Trelew; hay tantos como habitantes tiene la ciudad, pues cada uno de sus moradores tiene una particular visión del lugar donde vive. A su vez, cada uno de ellos recuerda, en forma sucesiva, otros distintos Trelew: el de su infancia, el de su juventud, el de su madurez… Sería tarea imposible reunir todas esas miradas para obtener una única imagen del lugar y tratar de reflejar tal pintura multicolor en esta breve nota.

También hay un Trelew comercial, siempre vigente; y un Trelew ferroviario, ya desaparecido. Un Trelew chacarero, un Trelew de barracas y estancias cercanas, un Trelew industrial, un Trelew turístico hotelero y gastronómico, un Trelew de vida nocturna, un Trelew de escuelas, colegios y facultades, un Trelew cultural. Entre todas las variantes que pueden surgir al contemplar la urbe desde una perspectiva artística, se hace patente la existencia del Trelew literario. Y como esta hoja trata sobre Literatura, esa versión de Trelew es un buen punto para detenerse.

La fundación del “Pueblo de Luis” en 1884, tardía en relación a los otros poblados del Valle, se compensó con la pujanza que pronto adquirió por su condición de estación final del tren y cruce de caminos. Su historia de permanente desarrollo fue descripta en los cinco tomos de “Trelew. Un Desafío Patagónico”, de Matthew Henry Jones; quien si bien profundiza en el período de 1865 a 1943, avanza en algunos temas hasta el presente. Este texto constituye, sin dudas, una de las más importantes obras literarias locales.

La condición que le valió en algún momento el mote de “la ciudad más progresista del sur argentino”, hizo que atrajera una numerosa población; incluyendo a muchos de los que ya habitaban el Valle. Por ejemplo, Lewis Jones, en cuyo homenaje luce su topónimo, quien pasó sus últimos días aquí y fue sepultado en 1904 el cementerio de la Capilla Moriah. En esos años funda “Y Drafod” y lo edita en una imprenta de la localidad; hasta que le cede el control a su hija Eluned Morgan en 1893. Hacia 1898, Jones publica su obra "Una nueva Gales en Sudamérica"; por lo que puede suponerse que al menos parte de ella fue escrita en Trelew.

Pero no es el único escritor local de esa época; ya que a los entusiastas que publicaban artículos de distinto tenor en “Y Drafod”, deben sumarse quienes comenzaban a competir en los Eisteddfod; cuya sede se estableció oportunamente en la ciudad. Los poemas premiados con los numerosos Sillones Bárdicos y Coronas de Plata entregados a sus plumas vernáculas, forman parte del acervo cultural trelewense.

Con el tiempo, fruto de su pujanza, la “Punta de Rieles” recibió una numerosa afluencia de inmigrantes de diversos orígenes que se agregaron a los primeros galeses; como así también de muchos migrantes internos provenientes del norte del país. En las primeras décadas del siglo XX, uno de ellos, profesor en el Colegio Nacional, se convertiría en un literato sureño: Orestes Trespailhié; quien escribe las novelas “Los Tchenques” de 1933, “Ofelia” de 1934 y otras obras. Más tarde se muda a Puerto Madryn, donde falleció. Allí una arteria lleva su nombre como homenaje.

De a poco fueron surgiendo poetas, como Irma Hughes, Lily Paterson y Claudia Romero; creadoras de relatos, como Gwen Adeline Griffiths de Vives. Fue hogar de Edi Jones, recordado por sus fotografías pero también autor  o coautor de algunos libros, de Clemente Dumrauf, responsable de cerca de veinte ensayos de Historia regional, de Donald Borsella, una de las plumas más conocidas de la Patagonia, de Oscar Camilo Vives, cuyos numerosos cuentos fueron premiados en diversos certámenes. Fue aquí donde el doctor Vicente Ugo compuso varios de sus poemas, muchos de ellos en forma de soneto, antes de volver a radicarse al norte; y es el sitio donde Manuel Porcel de Peralta residió y escribió hasta el final de su vida.

(El lector sabrá perdonar que el cronista sólo cite a escritores locales ya fallecidos. En la actualidad, Trelew tiene una vasta vida literaria, con autores de gran calidad artística. Pero no osa mencionar sus nombres para no cometer, por un error involuntario, la imperdonable injusticia de olvidar alguno).

Volviendo a la premisa inicial de este artículo, es decir, los muchos rostros que presenta Trelew, se barrunta que a los ojos del observador la localidad aparece como la mezcla de todas esas visiones, entrelazadas, superpuestas, dispersas, amontonadas… Cuando viniendo del norte o del sur se baja al Valle que la resguarda como el engarce a una gema, se ve una única población, homogénea, uniforme. No se distingue esa diversidad multifacética; sólo advertida cuando se empieza a caminar sus veredas.

Por supuesto, entre las múltiples perspectivas está la personal de este escriba; que tiene valor tan sólo para él. Es un Trelew inmovilizado a fines de los setenta, cuando dejó el terruño para vivir otros rumbos. Claro que uno siempre retorna a los lugares donde fue feliz. Cada regreso es volver a disfrutar el lar; pero la mirada atraviesa un filtro del color de aquellos años y busca encontrar, como en un pasatiempo, las similitudes y diferencias con lo que conoció. Ya no está Apolo XI, ni Gong Gú ni La Reina; tampoco está el canal de la calle Inmigrantes, ni el patio de tierra de la Escuela 5 con sus eucaliptus, ni el Recreo Socino… Otros negocios a tono con la época, y nuevas plazas y plazoletas, y edificios de varios pisos, los reemplazan.

Año tras año se advierten los cambios, a veces sutiles, a veces contundentes; pero al mismo tiempo el viajero reconoce que, aunque distinta, es la misma ciudad. Siguen erguidos los mismos álamos que delimitan las chacras en sus afueras, sigue deslizándose el mismo río pardo y moroso bajo el puente Hendre, siguen las mismas bardas blancas cortando el horizonte con sus líneas rectas. Y, sobre todo, sigue siendo ese mismo Trelew que alguna vez se eligió para vivir; y al cual el exiliado quiere al fin regresar para ya no marcharse.




sábado, 31 de agosto de 2019

EL POEMA DE HOY

UN SONETO DE MARIA JULIA ALEMAN DE BRAND







CAMINANTE DEL VERSO

Por María Julia Alemán de Brand (*)





Mi verso te recorre, paso a paso,
no hay lugar de tu extensa geografía
que no haya recorrido la voz mía
con el canto entrañable en que rebaso.

No canto porque sí, ni aún al acaso
tu paisaje lo vuelvo alegoría,
es verdad que fui a veces, elegía
pero siempre es mi voz, alba y ocaso.

Caminante del verso, he recorrido
palmo a palmo tu mapa, cada tanto
creyendo así cumplir mi cometido.

He dado a luz mis versos con mi llanto
Con cada uno que escribo, me despido:
Yo no pedí este oficio… ¡Pero canto!






(*) Escritora chubutense. De su libro “De mi tierra paisana” (Subsecretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Esquel, Esquel, 2008).

jueves, 22 de agosto de 2019

LA NOTA DE HOY




LUCIO RAMOS OTERO Y EL ENFADO COMO NUMEN

Por Jorge Eduardo Lenard Vives





Román Lucio Ramos Otero pertenecía a una conocida familia de Buenos Aires. A fines del siglo XIX decidió iniciar una explotación ganadera en la cordillera del norte chubutense. Encontrándose en esa zona, el 31 de marzo de 1911 fue secuestrado, junto con su peón José Manuel Quintanilla, por los norteamericanos Robert Evans y William Wilson; y el argentino Mansel “Yake” Gibbon. Los cautivos fueron encerrados en un rústico calabozo de troncos en el bosque, de donde se escaparon el 27 de abril. El rescate de 125.000 pesos exigido por los bandoleros no se pagó; aunque mientras estuvo prisionero su estancia de Corcovado fue saqueada. Más tarde, una partida de la Policía Fronteriza, acompañada de la víctima, encontró la improvisada cárcel de la espesura; lo que corroboró sus declaraciones. Al tiempo esa fuerza policial abatió en un enfrentamiento a los dos estadounidenses; en tanto “Yake” pudo sobrevivir y evitar la captura.

La experiencia influyó tanto en la vida de Ramos Otero que decidió describirla con detalle en cuatro tomos cuya prolija edición pagó él mismo: “Son cosas de la vida, dijo Yake” en 1911, “La Policía de Tecka o la Comandita” y “La expedición mayor que se haya hecho a la cordillera del Chubut para agarrar a tres bandidos”, ambos de 1912; y el último volumen, “Para evitar el escándalo”, de 1915, que no pudo ser consultado para esta nota. Pero el disparador que lo llevó a escribir los gruesos textos -de más de cien páginas al menos cada uno de los tres primeros- fue la necesidad de defenderse ante la actitud de diversos funcionarios y medios de prensa que pusieron en duda su versión y hablaron de un autosecuestro.

Por ello, el autor introduce su obra con la cita "Il reste toujours quelque chose de la calomnie", paráfrasis de la frase “Calomniez, calomniez, il en restera toujours quelque chose” (Calumnia, calumnia, siempre quedará algo)*, que Pierre-Agustin de Beaumarchais pone en boca de su personaje Don Basilio en la pieza teatral “El Barbero de Sevilla”, de 1775. Pero ya en 1623, Francis Bacon en su clásico estudio “De la dignificación y el progreso de las ciencias”, había afirmado: “Como suelen decir: ¡Vamos! Calumnia audaz, siempre queda algo”.

Los libros de Ramos Otero reúnen una serie de recortes periodísticos relacionados con el tema, provenientes de los diarios “La Patria degli Italiani”, “La Prensa”, “La Nación”, “La Argentina”, “La Tribuna” y otros. También se copian diversos telegramas oficiales y privados; y uno de los tomos está ilustrado con las dos fotos de “Yake” reproducidas numerosas veces. El resto de las páginas se encuentran cubiertas por el exhaustivo y a veces taquigráfico informe del damnificado, que reseña el secuestro, la fuga, la expedición que hace la policía para dar con los bandidos y las secuelas del episodio; con un estilo del cual da idea este corto párrafo, descriptivo del momento de su captura:

"El inglés flaco saco un piolin i me ato las manos atras poniéndome la izquierda abajo y la derecha arriba que me dolía. Lo mismo hizo con el peón.
Sacó el que parecía jefe, el grueso, una soguita, un tiento grueso bien sobado i nos acopló a los dos de cada pescuezo (a mi i al peon) a distancia de un metro."

También sirve de ejemplo el siguiente breve diálogo que el hacendado mantiene con María, la mujer del encargado del puesto donde arriba luego de su huida; quien al principio no lo había reconocido:
“-¡Ah, patrón! No lo había conocido.
-Sí, señora. Me agarraron los bandidos norteamericanos y anoche me escapé.
-Bien había soñado el mellizo (así llama a su esposo) que el patrón no había muerto”.

Las páginas de Ramos Otero tienen un indudable valor como registro histórico de los hechos ocurridos. Pero, ¿qué interés ofrece desde el punto de vista literario? En principio, los volúmenes pueden catalogarse dentro del género didáctico. La minuciosa narración en primera persona de lo sucedido, insertan al trabajo en la hoy en día denominada “Literatura del yo”; de la cual se habló varias veces en este blog.

Sin embargo, no se trata de una autobiografía, pues sólo enfoca un momento de la vida del individuo. Sería, entonces, una “memoria” sobre el lance vivido; relatada desde el punto de vista del principal protagonista. Tal visión coincide con las enseñanzas de Wilhelm Dilthet respecto a que un texto personal permite entender mejor el pasado; cuando pertenece a un contemporáneo de los hechos ocurridos. Pero también requiere que el narrador adscriba al “pacto autobiográfico” de Philippe Lejeune, porque el lector debe poder confiar en la verosimilitud de los datos brindados.

¿Transforma una obra de estas características a su autor en un escritor? ¿Permite la saga de sus desventuras convertir a Ramos Otero en un literato en condiciones de unirse a las letras regionales? Al animarse a volcar al papel sus pensamientos y sentimientos, el estanciero demuestra una inclinación hacia la escritura. Por otro lado, la causa que lo lleva a redactar su obra también fue el estro de autores de renombre. Es la indignación, el enojo, lo que mueve a Emile Zola a escribir "Yo acuso". Claro que ese texto se integra como una parte menor al conjunto de su abundante creación. Al igual que sucede con Zola, el enfado motiva a Ramos Otero a tomar la pluma; aunque, lejos de la copiosa y artística producción del francés, se limita a redactar esos cuatro volúmenes de testimonio y denuncia.

Por su contribución al estudio de la historia local bien podrían tales libros integrarse al acervo de la Literatura regional. Sin embargo, con los escasos antecedentes expuestos en esta nota, no parecería posible defender la incorporación de su autor al parnaso patagónico; pero sí se aprecia que amerita, al menos, su recuerdo en estas páginas dedicadas a las letras sureñas.


Agradecimientos: El autor quiere agradecer a la Sra. Verónica Halliday de Ferrari el haber motivado esta nota y luego darle impulso, merced a su incansable búsqueda de valiosa bibliografía patagónica y a su habitual generosidad de comentar sus hallazgos a los interesados. También quiere agradecer al personal de la Biblioteca Agustín Álvarez de Trelew, por su amabilidad y buena predisposición al permitir consultar el material para esta nota, en un momento en que estaban ocupados afrontando otras tareas administrativas. Su cortés actitud permitió que este cronista, que debía viajar varios kilómetros para consultar nuevamente el material, pudiese cumplir su cometido en ese momento.


viernes, 16 de agosto de 2019

LA NOTA DE HOY




“EL ROJO”, UN CUENTO DE JACK LONDON (*)

Carlos Dante Ferrari


Acabo de leer un cuento que perdurará en mi memoria durante mucho tiempo. Decir que se trata del “mejor cuento” de London sería arbitrario y probablemente inexacto, ya que no existe un parámetro objetivo para efectuar esa “medición de calidad”. En todo caso a cada lector individual, como soberano absoluto de su subjetividad, le cabe afirmar con legítimo derecho que tal o cual texto es su favorito dentro de una determinada serie. Y bien: este es el que a mí más me gustó del volumen.

¿Qué es “El Rojo”? Obviamente no lo revelaré, ya que forma parte esencial de la tensión del relato. El asunto está relacionado con un fenómeno extraordinario: según el narrador, los navegantes que circundaban las islas Salomón solían oír en cierta bahía una música de origen desconocido. Era un sonido sobrenatural, intenso, bellísimo: “…poderoso como un trueno, melodioso como una campana de oro…” “…con una intensidad de volumen tal que parecía destinada a oídos allende los estrechos confines del sistema solar”.

Esto es lo que decide al protagonista, llamado Bassett, a incursionar en la isla para investigar la fuente de ese sonido tan portentoso. Y en ese cometido es donde comenzarán las vicisitudes del personaje, al caer prisionero de una tribu consagrada a la custodia de “El Rojo”. El lector tomará noticia de esas tribulaciones en un marco sobrecogedor: prisionero del hechicero de la tribu, Bassett entabla poco a poco un trabajoso diálogo con su carcelero, mientras sortea los vaivenes de las fiebres selváticas y de la debilidad física. También le tocará soportar el indeseado asedio de Balatta, una nativa muy enamoradiza, capaz de correr grandes riesgos e impensables sacrificios para conquistar su amor.

Hasta aquí lo que se puede contar sin quitarle al lector ni un ápice del goce que sentirá al leer esta historia, donde Jack London muestra una vez más su talento y su imaginación portentosa.

A esto último quiero referirme ahora. Creo que el autor todavía no ha obtenido el debido reconocimiento que su literatura merece dentro del Canon literario universal. Nacido en San Francisco (USA) en 1876 con el nombre de John Griffith Chaney, más tarde adoptó el apellido de su padrastro para trascender a la fama como Jack London. A los siete años de edad ya era un ávido lector. Con solo 16 años se embarcó hacia Japón y al regresar a su país, al año siguiente, después de trabajar en duros oficios, terminó por convertirse en un vagabundo, condición que lo llevó a estar preso durante un mes en Buffalo (NY). Luego cursó estudios en Oakland y en California, aunque no obtuvo ningún título académico, por lo que debemos considerarlo un autodidacta. No es mi intención relatar las múltiples facetas de una vida aventurera, de por sí apasionante, sino poner énfasis en su capacidad intelectual, en su erudición –sin duda lograda por una copiosa lectura–  y en su maravilloso don creativo, tres factores que lo caracterizaron durante la corta vida que le tocó en suerte. London escribió cerca de 30 novelas, varios ensayos, innumerables relatos, artículos periodísticos y hasta una obra de teatro. Y todo esto, en sus breves 40 años de existencia.

Alguien podrá decir que una producción numerosa no es por sí sola reveladora de calidad literaria. Pues en este caso se conjugan ambas virtudes. Y si no, pregúntenle a los millones de lectores que durante varias generaciones han venido deleitándose con obras maestras como “Colmillo Blanco”, “La llamada de lo salvaje”, “Martin Eden”, “El lobo de mar”, “El valle de la luna”, “Jerry de las Islas” y otros títulos memorables.

Pero hay algo más que quiero destacar acerca del autor, y es su sorprendente mirada anticipatoria. London tuvo la capacidad de imaginar hechos y circunstancias que en su época –comienzos del siglo XX– eran poco menos que impensables. El cuento del título, sin ir más lejos, revela su intuición acerca de los grandes secretos y múltiples interrogantes que todavía encierra el Cosmos para los humanos. Además, cuando leemos sus relatos, algunos fechados en siglos futuros, advertimos que desde el punto de vista político supo imaginar, por ejemplo, problemas internacionales que hoy comienzan a perfilarse con asombrosa exactitud; entre ellos, la conversión de China en una superpotencia económica y expansionista. Lo mismo sucede con algunos descubrimientos tecnológicos –un recurso narrativo que por momentos lo equipara con Verne– y con tácticas bélicas por entonces insospechadas, como la guerra química. Al propio tiempo, desde el punto de vista social, nadie mejor que él pudo construir relatos donde el sometimiento de una capa social por otra más poderosa desencadena conflictos económicos y acciones gremiales que ponen a las comunidades en vilo. 

Es que London era socialista. Pero no uno cualquiera, sino un militante leal a sus convicciones, idealista y a la vez propositivo. Un luchador, un hacedor, un creador auténtico. Pienso que sus obras no deberían faltar en ninguna biblioteca.



(*) El cuento “El Rojo” integra el volumen titulado “Los Favoritos de Midas y otros cuentos”, Editorial Anaya, España.

viernes, 9 de agosto de 2019

EL POEMA DE HOY




PATAGONIA TIERRA ADENTRO

Por Humberto W. Gaviña (*)




Cantarte a ti Patagonia, sos cuna de nuestra historia que va naciendo al pasar.
Tus fuertes vientos y nevadas y tus tierras olvidadas allá lejos esperarán.
Hoy quisiera que el destino, te ilumine los caminos para que puedas triunfar.
Entonces tendrá mi gente más futuro y el presente siempre te acompañará,
entonces tendrá mi gente más futuro y el presente siempre te acompañará.

Cuánta magia hay en tus grietas, sin olvidar tus mesetas, viento, río, nieve y mar.
Con la paz de tus senderos, vierte más vida y misterio aquel que la quiera amar.
Cuna de tantos paisanos, que también son mis hermanos, que allá arraigados están.
Gente sufrida y dolida siempre peleando la vida pa´ que no le falte el pan,
gente sufrida y dolida siempre peleando la vida pa´ que no le falte el pan.

Mi querida Patagonia, jamás te he de olvidar.
Me cobijaste en tus cerros, mi querida tierra austral.
El silencio de tus noches describen tu soledad.
¡Qué grandes son tus distancias y que despoblada estas!

Recitado

Hoy te canto Patagonia tierra que me vió nacer.
Qué grandes son tus distancias, cuánto más por recorrer,
Sos cuna de los tehuelches primitivos del lugar
Raza que llevo en mi sangre, que defiendo con lealtad
Patagonia tierra adentro, hoy te canta con amor,
un paisano de tu tierra, rionegrino y cantor.

Tu cielo azul, tus paisajes, embellecen los parajes las aves con su trinar.
Sos el monte, sos espinas, la luz que nos ilumina para el que quiera llegar.
Las estrellas en el cielo, como buscando consuelo parece que brillan más.
Y allá lejos el horizonte donde terminan los montes empieza la inmensidad,
y allá lejos el horizonte donde terminan los montes empieza la inmensidad,

Mi querida Patagonia, jamás te podré olvidar.
Me cobijaste en tus cerros, mi querida tierra austral.
El silencio de tus noches describe tu soledad.
¡Qué grandes son tus distancias y tan despoblada estás,
qué grandes son tus distancias y tan despoblada estás!





(*) Poeta, guitarrista y compositor autodidacta conesino. Autor de numerosas canciones, también musicalizó letras de poemas de los escritores rionegrinos Inés Luna y Jorge Castañeda, entre otros. El presente poema corresponde a una canción del mismo título, cuya música es también de su autoría; y figura en la Antología de poetas conesinos “Un pueblo en letra y papel” de AAVV, compilado por Inés Franz de Luna y Ramón Ontiveros. (Fondo Editorial Rionegrino, Viedma, 2018).


domingo, 4 de agosto de 2019

LA NOTA DE HOY




COMENTARIO DE UN LIBRO RECIENTEMENTE PUBLICADO

“EL REY DEL AZAR” DE ANGELINA COICAUD - COVALSCHI (*)


Para degustar por completo la esencia intrínseca de "El rey del Azar", la más reciente novela de Angelina Coicaud - Covalschi, hay que llegar al final; faena que gracias a la agilidad que la autora brinda al texto mediante los capítulos cortos, las frases breves y el lenguaje llano, no es engorrosa sino, por el contrario, muy placentera. Su remate es abrupto y se resuelve en una sola línea; pero se preanuncia, con una alteración del ritmo de la narración, desde las últimas cinco o seis páginas. En esas hojas se suceden las revelaciones, algunas explícitas, otras sugeridas, que aportan la información necesaria, oculta hasta ese momento, para redondear el relato.

Aunque parezca un oxímoron, la novela tiene dos protagonistas, José y Vicente, Vicente y José. Se conocen desde la infancia. Uno de ellos, José, tiene éxito en los negocios y adquiere fama, poder, dinero; en tanto el otro, Vicente, se transforma en su ladero y confidente; y pelecha a su costado. Sobre esta pareja de personajes son posibles múltiples interpretaciones y parecería que la autora juega con todas ellas. Quien descubre uno de esos puntos de vista es Rubén Eduardo Gómez, autor del excelente “posfacio” que cierra el ejemplar. Según el comentarista “… en definitiva no es la historia de José sino la de Vicente que, como la de muchos, suelen crecer a la sombra de aquellos que sí tienen notoriedad”.

La estupenda tarea de Angelina fue decodificar la tortuosa personalidad de Vicente, del segundón; porque la de José, directa, llana, allende los vericuetos normales de toda psiquis, es más fácil de entender. La actitud de Vicente en su relación con José adquiere una multiplicidad de facetas que va y viene de la admiración a un odio callado, ronco… A medida que avanza la obra, se descubre cómo, acuciado por esta ambivalencia, Vicente busca identificarse con su exitoso compañero de andanzas; y termina haciéndolo mediante una literal metamorfosis, una transformación incluso física, que lo lleva al desenlace inesperado.

La autora sabe mucho de psicología. Por eso el retrato de la personalidad de Vicente es preciso y, con seguridad, fidedigno en relación a la constitución anímica de los individuos que presentan este tipo de comportamiento. También es rigurosa la descripción de la relación entre ambos compinches. Si bien se los tilda de “amigos”, no presentan un verdadero vínculo de ese tipo. Siempre hay pendiente una tirantez y un tácito reconocimiento de que en realidad son competidores; y cada uno se cree superior al otro. José lo expresa con sus actitudes. Vicente, obligado por la imposibilidad de manipular al otro, lo demuestra con sus pensamientos; que se precipitan a medida de que se acerca el final. Por ejemplo, en este párrafo Vicente muestra su convicción de ser utilizado por su presunto benefactor:

“Vuelve a colocarse los auriculares. Es su modo de informar que se retira a su mundo. ¿Por qué me habrá elegido? Lleva la mitad de la vida formándome. ¿Será una de sus apuestas? Quizá fui un nombre en un pliego de licitación y aquí quedé, estampado para siempre.”

En tanto, en el siguiente fragmento, se descubre su doble faz; ninguna de cuyas caras es auténtica; ya que no es ni líder ni liderado, sino un apostador solitario que busca ganar su juego:

“Sé exactamente cuándo debo callar. Con José se juega a dos puntas. Por un lado hacerle creer que me encamino hacia el liderazgo, visualizo metas y me preparo para hacer crecer la organización. Por otra parte, lo tranquilizo con la idea de que es el único líder. Nadie, ni siquiera su fiel croupier, le haría sombra.”

A los libros hay que leerlos completos, desde la dedicatoria, en este caso de orden familiar; pues por algo el autor quiere dar a conocer esa intimidad que ha formado parte de su proceso creativo. También hay que detenerse en las citas introductorias al inicio del volumen. La frase elegida por la autora, de George Steiner, dice “El paisaje de la realidad es provisorio”. Su enunciado da pie para el breve exordio que incluye a continuación: “Villa Gaviotas es el nombre de fantasía de una ciudad pequeña. Aquí las historias de sus vecinos trasfunden su débil realidad con brotes de fantasía. “El Rey del Azar” camina esta realidad provisoria”.

La autora quiere así remarcar que la obra se trata de “una novela de ficción”. Más allá de algunas similitudes con la vida real, es un producto de la imaginación; con tan sólo una amortiguada presencia, un reflejo atenuado, de las vicisitudes de alguna localidad que existe y sirve de marco a la historia. Es importante la aclaración, porque la ambigüedad generada por la información virtual que circula actualmente por la red, que demasiadas veces mezcla fantasía y realidad, mentira y verdad, podría inducir a que algún lector desprevenido tome por cierto lo que es pura inventiva de la escritora para entretener o hacer meditar sobre la complejidad de las relaciones humanas.

Impreso por Vela al Viento, el volumen tiene imagen de tapa de Alejandro González. La edición es muy cuidada. En una de sus solapas podemos leer que esta novela es la décima de la autora; a lo que se suman sus dos primeras obras: un poemario y un volumen de cuentos. Tal corpus habla de una sólida carrera literaria, no sólo por la cantidad de creaciones de peso, sino por la calidad artística de ellas; que agregan valor a la Literatura Patagónica. El texto que motiva esta nota es un ejemplo de esa valiosa obra. Se comenta que la autora se encuentra por estos días dedicada a la creación de otra novela, que sería llamativa y de fuste. Después de leer “El Rey del Azar”, sin dudas el lector esperará con ansias esa nueva obra de Coicaud - Covalschi; para continuar disfrutando de su escritura, intimista y reflexiva, motivadora y atrayente.





(*) Angelina Coicaud - Covalschi. “El Rey del Azar” (Ediciones Vela al Viento, Comodoro Rivadavia, 2019).