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lunes, 22 de julio de 2013

EL CUENTO DE HOY



TARDE MÍSTICA


                                                           Por Nadine Alemán (*)

A Eduardo Mango




Todo lo que tenía que hacer era armar la carpa afuera de la Maternidad, meterme y esperar a las embarazadas que salían del recinto.
Hay un hombre aquí afuera en una hermosa carpa con forma de útero. Él obtiene online la foto de la ecografía 4D de su bebé, es una linda idea comprar el llavero con su carita para que los acompañe hasta verlo al nacer recitaba Inés finalizando cada visita. Un verdadero genio, nadie lo hubiese vendido mejor. Y yo afuera, con las pupilas dilatadas de falsa ternura para que por fin se lleven uno, dos o tres.
Fue insostenible la cantidad de embarazadas solitarias y el negocio cayó en picada. Al Euclid me subí a mitad de ese año. Nunca antes había manejado un camión de esas dimensiones. Con una mezcla de miedo y excitación manejé esa bestia de tonelaje proporcional a mi inconciencia. Eduardo me contó varias veces el susto que pasó cuando se paró sobre una piedra a observar el paisaje y la piedra terminó siendo una oveja muerta sobre la que se hundió llenándose de sangre podrida. La oveja que parla, la había bautizado y nos reíamos siempre de la siniestra broma. Tropezamos siempre con la misma piedra; bromeó antes de caer por el conducto de hormigón armado. No creo que alcancemos a llegar a cota segura en el pueblo si a Eduardo se le ocurre abrir paso a la grieta en la represa. Que sus huesos cedieran sería una broma macabra, fiel a su estilo.

Las grandes dimensiones del Euclid y la ignorancia que tuve sobre él durante cuatro años me protegieron de su poder. Nunca supe si atropellé a alguien cuando estacionaba en reversa para descargar la roca. Mi única desaparición se cierra en el recuerdo de Eduardo. El resto era todo divertido. Como esa vez que decidimos hacer una carrera de vehículos disfrazados de animales. Qué increíblemente interesante es la tolerancia de una gran empresa intentando mantener contentos a sus empleados. El mejor fue el jeep Ika disfrazado de chinche del molle. No habremos sido más de nueve y yo me lucí con mi Euclid mamut diseñado por Yoshimitsu. Él sigue escondido del gobierno japonés cultivando flores dentro de las turbinas que se robó.
La magnificencia vuelve loca a la gente. Ingenieros elevadísimos jugando como niños entre las piedras, ascetas de pelo largo sumidos en cálculos matemáticos, hindúes ebrios hasta la madrugada soportando el frío austral como sus tripas jamás lo imaginaron.
Yo pinté botellas para que se llevaran los que se volvieran a sus lugares de origen. Me fueron devueltas varias por correo, con notas náufragas de compañeros que no querían ser encontrados. El juicio a Naroto Sokohisi por dejar acéfala la presidencia de Mitsubishi Motors nos trajo algunos miembros de la Yakuza para encontrarlo, ellos tampoco se quisieron volver a su lugar. Hiro Yoshimitsu es el único que todavía se excusa por Internet diciendo que el aceite de las viejas turbinas le ha permitido cultivar la única flor Set ––Gun ––To en el mundo, de un color que solo el florista Miu lograba para la emperatriz Naíto en el siglo lll, que por supuesto el aire de la Patagonia permitió crecer como corresponde y que esto le permite ser inmensamente feliz. Envolviéndose en cierta  espiritualidad patriótica la gente suele justificar su lejanía.

Algunos partieron con su mochila hacia el bosque. Zapatos Ferragamo y carísimas corbatas Ted Lapidus solían flotar reveladoras en los brazos de los lagos hasta mediados de los años  ochenta. Mujeres provenientes de diferentes destinos buscaron a estos insospechados eremitas. Muchos acreedores también. Pero eso de ser tragado por la libertad es corriente aquí. Yo nunca quise hacerme a esa vida, más bien extrañaba la carpa afuera de la Maternidad y las reuniones con Inés para repartirnos el dinero de los llaveritos.

El Euclid me abandonó dos meses y el Terex tenía menos potencia aunque soportaba más carga. Cuando volví al Euclid me  regocijé en sus frenos a contrapedal (como creí que se llamaban durante tanto tiempo).
Artasu Imo ha expuesto sus muebles en la galería Oruki en el centro de Nara, si supieran que yo mismo le ayudé a cortar las cuatro pulgadas y media de acero de las cajas de los camiones Wabco para confeccionar mesas y bibliotecas. Creo que me correspondería algo de los setecientos mil dólares que le pa garon por el mobiliario para bebé que diseñó con las fotos que a me sobraron. Pero todos ellos no han hecho más que huir. Será porque lo único que no es piedra en este gran paredón es cemento y lo que no es cemento, es Eduardo atajando cuatro mil metros cúbicos de agua todos los días desde hace treinta y seis años. Esta casa frente a la grieta es realmente excepcional. Quien lo diría, Jean Michel Jarré, Hillary Clinton y Noam Chomsky meando en un inodoro tallado por mí.

En estos años encontré infinidad de ovejas que parlan resecas, sepultadas bajo la ceniza del volcán. Hice el camino que el Euclid con su gran tracción y yo decidimos en el bosque. Inés y Florencia bordaron con azurita y malaquita cortinas y alfombras para nuestra casa.
No puedo creer cómo la gente se ha ido al pueblo dejando huérfanos los salientes huesos de hierro de lo que fueron las lujosas instalaciones de la empresa constructora. Cómo han huido todos de este paraíso de piedra, potencia, muerte y agua. No lo perdono, eso que no lo perdono. Y mucho menos a los hijos del sol naciente que desde hace tanto me observan desde la montaña, a salvo, con los ojos agrandados de olvidar, ahogados de bosque mientras la grieta que parla sigue ahí.

Es solo cuestión de tomar el antiguo mojón de hierro y dirigirme hacia ella.


(*) Escritora chubutense. De su libro “El cura y la sucia”.
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martes, 16 de julio de 2013

EL POEMA DE HOY





PASAJERO DEL VIENTO


Por Gladis Naranjo (*)




  Médano peregrino caminante de rocas
que al pasar de los años te forjaron entero.
Hoy renuevas tu estirpe de eterno pasajero
del viento y de un destino de sal y de gaviotas.

  Mansamente dormido si la brisa te toca
abrazas la distancia. Quebrantado viajero
sin raíces ni tiempo vas labrando un sendero
que agoniza en el agua taraceando las gotas.

  Siempre buscando orillas codicioso de calma,
sorbiendo el sol de enero con feroz apetencia,
recalas junto al faro que ampara tu tristeza:

  compañeros de bruma, centinelas del alba.
Detenido en silencio, empapado de ausencias,
soñando, y en tus sueños, anhelando tibiezas.




 (*) Escritora nacida en Neuquen.
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viernes, 12 de julio de 2013

LA NOTA DE HOY



METALITERATURA PATAGÓNICA

Por Jorge Eduardo Lenard Vives



   Hablar de la Literatura Patagónica es tarea titánica, pues son muchas las obras y los autores que la conforman. Sin embargo, explayarse respecto a la Metaliteratura regional, es decir, acerca de los libros que hablan sobre los libros patagónicos, lamentablemente, no es tan difícil. Porque son pocos. Desde estas mismas páginas se repitió que uno de los problemas que enfrenta la creación austral es la falta de comentaristas, de exégetas se dijo alguna vez; cuya tarea permita difundir la riqueza del arte de la palabra en el sur.

   Uno de los primeros trabajos que se conocen al respecto, es el artículo que Leonor María Piñero publicó en el número de agosto / septiembre de 1963 de la revista Argentina Austral, con el título “Ensayo de historia literaria patagónica”. La escritora fueguina, de Río Grande para más datos, traza un panorama de las letras de la zona; sucinto pero a la vez profundo y documentado. De su nota pueden rescatarse varios aspectos que marcan el análisis literario meridional. Uno de ellos es su división en cuatro épocas, un concepto que aun hoy puede servir para desarrollar la cuestión. Llama a esas etapas “de grupos autóctonos”, “de descubrimientos” (cronistas extranjeros), “de organización” (cronistas argentinos) y “de evolución” (escritores patagónicos nativos y arraigados). Cabe señalar que Argentina Austral publicó varios artículos más en relación con la bibliografía patagónica, como los de Germán Burkardt y Julián Pedrero (*).

   También incursiona en el estudio de la escritura regional el ushuaiense Horacio Caletti; aunque lo hace sólo sobre su provincia de adopción. En “La literatura de Tierra del Fuego”, describe en forma detallada el desarrollo de las letras locales; desde las leyendas de los pueblos originarios hasta las obras publicadas en 1975, año de edición de su libro. Desde sus primeras páginas, Caletti destaca la llamativa abundancia de la producción cultural de la comarca. En el capítulo “La tierra maldita”, dedica especial atención a las manifestaciones literarias surgidas a la sombra de los dos penales que hubo en la zona: el de la Isla de los Estados y el de Ushuaia.

   No hay muchos otros ejemplos de ensayos sobre el tema escritos desde el mismo Mediodía. Aunque, a decir verdad, tampoco los hay a nivel nacional. Así como la Literatura Patagónica no parece interesar a quienes hacen antologías de Literatura Argentina, con algunas salvedades, tampoco inquieta a los que escriben tratados sobre ella. Excepciones, que confirman la regla, las hay. Por ejemplo, el enjundioso trabajo “Historia del Teatro Argentino”, dirigido por Osvaldo Pellettieri; que incluye el examen de la dramaturgia en las provincias patagónicas.

   La obra “Pasión y suma de la expresión argentina”, de Juan Pinto, es otra excepción, que indaga en la problemática de la “Literatura, cultura, región”, como indica su subtítulo. Hace amplia referencia a la Patagonia. Una de sus primeras conclusiones es que la cultura de la zona se vigorizó cuando los ex territorios formaron sus gobiernos provinciales, en 1958. Además de presentar una interesante bibliografía de las décadas del 40 y 50, reconoce el importante papel de Leonor María Piñero como analista de las letras sureñas (y nos regala el dato que una extensa conferencia de la escritora, con el título “Ensayo de antología literaria patagónica”, fue publicada en el Diario Jornada de Trelew los días 16, 17 y 18 de septiembre de 1963). Como suma de la novelística sureña, menciona a “Lago Argentino”, de Juan Goyanarte.

   Por su parte, Samuel Tarnopolsky orienta su ensayo “Indios pampas y conquistadores del desierto en la novela”, al tratamiento de la narrativa de ficción. Incluye allí numerosas obras patagónicas; especialmente en el capítulo “Después de las campañas: sus huellas”. Tarnopolsky recurre al procedimiento de transcribir algunos textos de los volúmenes estudiados; agregando los correspondientes comentarios. Dado que fue publicado en 1995, su material bibliográfico está más actualizado respecto al de los otros autores citados.

   Navegando la red, pueden encontrarse varios artículos, conferencias y monografías que tratan la materia. Muchos de esos documentos, dado el alcance específico propio de la investigación académica, se circunscriben a determinados autores, generalmente los más conocidos; y a veces manifiestan ciertas posturas sesgadas. Tal vez no alcanzan a reflejar la exuberancia de la creación regional. Sin dudas, resulta necesario profundizar el estudio de la Metaliteratura patagónica; y, de esa manera, hallar la “metafísica” de las letras sureñas – concepto acuñado por el escritor santacruceño Juan Roldán – que finalmente confirme la identidad de nuestra Literatura.



(*) Ver en este blog  la nota “Argentina Austral y la Literatura Patagónica” del 10 de marzo de 2008.

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domingo, 7 de julio de 2013

EL POEMA DE HOY



LLUVIA EN LA CUENCA

 

Por Aurelio Salesky Ulibarri (*)




Toda la noche estuvo lloviendo
sobre la cuenca del Golfo San Jorge...
Me despertaron los chaparrones
Cuando arreciaban,
y a la mañana,
aun recubiertos de nubarrones los horizontes
y opaco el cielo,
todo el paisaje se mostró limpio,
un refrescante olor a tierra
como un saludo desprendió el campo,
y entre las frondas de unos pinares,
únicos guardianes de una plazuela,
oí el gorjeo de una avecilla, grácil, contenta.


Toda la noche estuvo lloviendo
sobre la cuenca del Golfo San Jorge...
El golpeteo sobre mi techo
más sosegado tornó mi sueño,
y esa mañana,
cuando aún dormidas yacían las brisas,
sobre las tenues y húmedas hojuelas
de los arbustos se sostenían,
muy relucientes y pequeñuelas,
fértil tesoro de aguadas perlas.


Toda la noche estuvo lloviendo
sobre la cuenca del Golfo San Jorge...
¡Cuánta tibieza entre las sombras
tenía mi lecho!
Y a la mañana,
sobre los montes que caen abruptos
hacia las costas de la caleta,
algunas nubes se desplazaban
rozando apenas las grises cuestas.


Toda la noche estuvo lloviendo
sobre la cuenca del Golfo San Jorge...
¡Rumor bendito sobre un tejado!
¡Dulce goteo sobre los campos!



(*) Escritor chubutense, nacido en cercanías de Dolavon.



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miércoles, 3 de julio de 2013

EL POEMA DE HOY



                   GRAN SALITRAL DEL GUALICHO


          Por Ramón Minieri (*)




Cuarenta leguas de cristal
un mar
antiguo
cifrado
por milenios de alambique


refulge el salitral
el relicario


sin sombra
sin un río
puberal
ni promesa ni descuido.


Aquí
la única palabra
es el viento


y cuando el viento proclama
un jubileo
de lluvia
es un momento


víspera del barranco
del derrumbe
que hace aflorar
un dinosaurio en ancas

y el cielo se lo monta.


(*) Escritor de Río Colorado.






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sábado, 29 de junio de 2013

EL RELATO DE HOY




ESA FLOR AZUL


Por Hugo Covaro (*)




   Javier Etchemaitechea le pasaba un trapo al mostrador tratando de limpiarle esa pátina oscura que el uso y los años le untaron a su tosco maderamen.

   En Cañadón Huemul- parada de carros y chatas- su boliche reunía a los pocos pobladores de la zona y viajeros que desde setiembre a marzo se animaban a transitar aquellos huellones, marcados a puro invierno en la piel nativa del páramo.

   Javier miraba la lluvia empañar la mañana fría con esa garúa obstinada que llevaba cuatro días seguidos sin parar, como quien acepta resignado un veredicto irrefutable. Esa llovizna tenaz, que apenas le permitía ver hasta el palenque solitario, parecía mojarle la única región a salvo de aquella tempestad obcecada: los recuerdos.

   Se veía joven, recién llegado, con esa desmesurada vastedad extendiéndose ante sus ojos azorados. Sus primeros trabajos, largos arreos, duros inviernos esperando a la vida en estrechos fogones de dilatadas estancias inglesas, privaciones, algún amor pasajero que sólo dura lo que dura la plata de un mensual cuando baja a los pueblos de la costa. Esquila, baños, señalada, desierto, soledad... 

   Hasta que llegó el día en que un paisano suyo le ofreció el boliche y juntando los ahorros de años a las ganas de quedarse por algún tiempo en un solo sitio, se le animó al oficio de bolichero.


   Y aquí lleva treinta años, viendo pasar los días entre arrieros quemados de intemperie, troperos tallados de vientos, indios melancólicos, oportunos mercachifles, puesteros llenos de olvido.

- Una grapa, don Javier...¿qué va a tomar usted?

- Pa’ mí una caña dulce y un vino pa’ mi compañero. 

- Traigo cuero e’ zorro...once traigo... 

- Vasco...¡una ginebra doble!. 

   Un ruido que venía de esa lluvia mansa le devolvió la conciencia. Vio entonces al bulto que trataba de encontrar el hueco de la puerta, soltando briznas de agua su haraposo ropaje. El recién llegado tanteaba el piso con una vara corta que hacía de bastón y se guiaba tocando los objetos que encontraba a su paso o los sonidos que le indicaban la presencia humana en ese rumbo. Cuando logró entrar, cerró la puerta tras de sí y se quedó inmóvil unos segundos esperando percibir nuevos mensajes. Caminó hacia el mostrador al mismo tiempo que se quitaba la boina negra y preguntaba:

- ¿Hay alguien aquí? 

- ¡Qué día para salir de recorrida, don Hilario! -espetó el vasco sólo por decir algo; luego agregó: -Desde que se le dio por llover finito, no he visto gente; debe estar mala la huella. ¡Suerte que vino usted para conversar y no estar solo, aburrido de ver garuar!

- Me han dicho que usted sabe se los puede encontrar al curandero, que sabe venir por aquí... que usted sabe...- dijo el ciego, secándose las últimas gotas de la cara con el dorso de la mano. 

-¡Ah!, ¡Payún!...hace como un año que no baja. La vez pasada lo fueron a buscar cuando la mujer de don Demetrio Margariño estuvo tan enferma. Él la curó sólo con verla...de palabra. Pero hay que ir hasta donde termina el camino que lleva al volcán, justo donde el Arroyo Las Vueltas nace de los chorrillos. Ahí hay que prender fuego y esperar que baje. Eso dicen... 

- Gracias, don Javier- dijo el ciego, enfilando hacia la puerta, con la vara adelantándose a su paso vacilante. Salió del boliche para desaparecer tapado por la cerrazón. 

   Payún miró el humo subir recto, sostenido en la quietud de la mañana como un pabilo blanco sobre los árboles. Tapó con ramas la boca de la caverna y marchó aguas abajo. 



   El ciego, sentado junto al fuego, adivinaba ese sol joven salido de la tierra que le calentaba la cara y le ponía un reverbero lila en las pupilas opacas. 

   Sintió de golpe la mano del indio apoyarse en su hombro. Ningún ruido había denunciado su llegada. Giró la cabeza preguntando: 

- ¿Quién anda ahí?

- Payún- contestó el chamán con voz apenas audible. 

- He venido a verlo porque quiero que me cure. Soy ciego. 

- Ya lo sé...sé también por qué perdiste la vista. Si encuentro esa flor azul que Elchén guarda para dar luz a los ciegos, volverás a ver. Si no la encuentro, nunca más verás. Ahora vuelve por donde viniste y por ninguna causa regreses a este sitio- le sugirió para quedar silencio. 

- ¡Gracias, gracias, Payún!- expresó el ciego extendiendo los brazos en busca del chamán, pero nada encontró. Nadie respondió a sus palabras. 

   Lenta, dolorosamente, avanzaba el ciego, tropezando, cayendo, levantándose para caer de nuevo sobre el áspero suelo.



   Días enteros de penosa marcha de regreso a Cañadón Huemul, con la esperanza abrigándole el corazón fatigado, sobreviviendo a lo más hondo de la noche. 

   Primero fue como un lejano deseo de llorar que se derrumbaba de sus ojos dormidos. En el cristal líquido de la lágrima, un arco iris difuso le iluminó los sentidos con minúsculo relámpago, tornándose de a poco en una visión acuosa, estremecida por flechas luminosas que fueron dando color a cada cosa: al principio, el camino; luego, las casas y por último, la gente. 

   Hilario lloraba. Era esa la forma más rotunda de lavar tanta oscuridad. En la caverna, el chamán miraba el fuego, perdido en lejanos territorios, mientras la flor azul que Elchén guarda para dar luz a los ciegos, le azulaba la negra obsidiana de los ojos.





(*) Escritor comodorense. Este cuento fue tomado del volumen “El Chamán y la lluvia”, de 1996. Aprovechando el gentil ofrecimiento del conocido autor para publicar sus relatos, Literasur irá presentando desde sus primeras obras hasta sus últimas creaciones.








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martes, 25 de junio de 2013

EL POEMA DE HOY

Un hermoso soneto



CALOR DE CAMPO


Por Antonio Vicente Ugo (*)



Hondo el cañadón, larga la pampa
donde tan sólo la jarilla crece.
Miento: un molle se aparece
en la leña raigal como una estampa.

También un piquillín humilde ofrece
su fibra dura en el lugar que acampa,
mientras el cielo a su hora ya se escampa
y muere el fogón y el cielo crece.

Toda esa humilde leña deseada
es el calor de la áspera meseta
que se ofrece total, sin pedir nada.

Me recuerda cosas que tuviste,
esa entrega de amor por lo secreta,
como la misma tierra que me diste.




(*) Poeta chubutense por opción. De su poemario “La tierra que me diste”.
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sábado, 22 de junio de 2013

EL MICRORRELATO DE HOY





Canto llano

Por Graciela Fernández de Jones (*)



Amanece. Las primeras lucen escarchan la tierra de marfil y damasco. Morada de antiguas lenguas tehuelches. Entrega de historia y coraje.
Ocres, terracotas y rosados, escalonan las terrazas. Altivas murallas perpetuando el canto del viento. Mudas fortalezas.
Destila su caricia amarilla el tomillo en el aire fresco de la mañana y se estira la quietud en el breve caserío. Zigzagueando volutas de humo escapan de las chimeneas.
El hombre inicia el rito cotidiano y echa a andar. Ensilla la vastedad del horizonte.
Trenza la mujer sus dedos en el telar y el día comienza.
Cuando la calandria posa el trino en la jarilla, repliega su memoria de arraigo en calafate en el fruto maduro.
Faldeos de coirones serpentean entre los cantos rodados que salpican de grises las lomadas. Y se recorta en el paisaje una llamarada naranja de tamarisco que flanquea el rancho.
Solitario el quilimbay enfunda su ritmo monocorde en el silencio y la infinitud se instala y se filtra por las grietas arcillosas. Roza apenas la llovizna en el rostro terroso que fundirá su alquimia de estéril estepa en el amasijo del alfarero.
Los parches del alma sureña laten en el corazón arisco de la meseta.




(*) Incluido en “Desde las postas del viento” – Escritores de Patagonia – Prueba de Galera Ediciones – Buenos Aires - 2001
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martes, 18 de junio de 2013

EL CUENTO DE HOY





Un espejo en un bar

Por Patricio G. Donato (*)


   Una ráfaga de viento otoñal levantó hojas marchitas del suelo, y las ramas de los árboles susurraron en su lengua milenaria.

   –Mire que he visto cosas increíbles, pero ninguna como esa –dijo el extraño de pelo largo. Su boca esbozó un tímido amago de sonrisa, y las innumerables arrugas de su rostro se plegaron con arabescos caprichosos.

   Intenté responder, pero no se me ocurrió que decirle. Había aparecido de la nada, a la vuelta de un eucalipto, en el medio de la plaza San Martín. Sin mediar saludo ni gesto parecido, se me acercó y empezó a hablar. Lo había tomado por un borracho, pero no hablaba ni se comportaba como tal. Más bien parecía un loco.

   –Se lo voy a contar. No se preocupe, no voy a robarle demasiado de su preciado tiempo –dijo el hombre, y sacó un habano de uno de los bolsillos de su abrigo.

   –Señor, no quiero ser grosero, pero estoy apurado y...  –dije, sin saber qué mentira contarle. No tenía ningún apuro, era solo otra de mis caminatas por la ciudad.

   El hombre frunció apenas el ceño y me miró fijamente. Le dio una larga calada a su habano y volvió a forzar una tímida sonrisa.

   –No se preocupe, voy a ser breve.

   El viento cesó al ritmo de sus palabras, y en ese momento llegué a pensar que me encontraba frente a un demonio o un ser sobrenatural. Con una voz áspera comenzó a relatarme su historia.

   “Hace algunos años salí a caminar por el centro de la ciudad una noche de luna llena. Creo que era un martes a la madrugada, pero no estoy seguro, bien podría haber sido jueves. Después de buscar en forma infructuosa algún bar abierto a esa hora, decidí volver a mi casa. En aquel entonces vivía allá al fondo, donde termina la avenida Gales, por lo que me quedaba un largo trecho a casa. Sin embargo, después de caminar unos pocos minutos me topé con un bar abierto. No recordaba haberlo visto antes, pero allí estaba: una puerta angosta y alta, un ventanal algo sucio, un cartel oxidado, y una mísera luz sobre la puerta de entrada. La noche estaba fría, así que no dudé en entrar. En su interior me encontré con un mostrador a la antigua usanza, cuatro mesas, algunos cuadros viejos y...”

   –Señor, muchas gracias por su historia pero tengo que seguir mi camino a...  –en un arrebato quise salir de mi ensoñación, pero el extraño hombre me tomó con fuerza del brazo.

   –Ya sé que está apurado –y dijo “apurado” en forma pausada, como burlándose de mí–, pero voy a ir al grano –insistió, y me miró con una intensidad tan fuerte que dejé de percibir mi entorno. Solo podía ver sus ojos negros como la noche y escuchar su voz áspera y pausada.

   De repente me sentí trasladado y vi aquel bar, sus cuatro mesas, el piso sucio, un mesero adormilado, y el viento que soplaba en la calle. Era una noche fría y...

   “Fui al baño del bar. Había algo extraño en ese lugar, pero no podía saber qué. Me lavé la cara en la pileta, y al secarme el rostro y mirar en el espejo pude darme cuenta qué era lo que iba mal. En el espejo no se veía mi rostro, sino que se veía un paisaje soleado, una llanura repleta de arbustos secos, y el reflejo del agua del mar al fondo. Vi animales que nunca llegué a conocer, y aborígenes ya desaparecidos. Vi un velero de tres palos arribar a la costa, dejando a decenas de hombres mujeres y niños en unas precarias casitas. Hablaban una lengua extraña y afrontaron grandes dificultades. Vi un ferrocarril, y un muelle, y luego otro más, que se sucedieron vertiginosamente. Una construcción acá, otra más allá, y así empezaron a brotar casas en el suelo árido. El viento azotaba el lugar y los hombres luchaban contra los elementos. Vi carretas y luego autos, muchos barcos en la rada. Uno de ellos se incendió y lo hicieron encallar al sur, del otro lado de un promontorio donde se habían establecido aquellos inmigrantes llegados en el velero. Otros fueron y vinieron, alguno se hundió, pero el flujo no cesó. El pueblo creció, su cuadricula se extendió, más gente llegó por tierra. Como una película acelerada, vi destellos de los comercios donde habían trabajado mis abuelos, y no creo equivocarme si digo que vi a mis padres por ahí. Los años pasaban, lo podía sentir en cada imagen que veía. Se tendieron cables de electricidad, se asfaltaron calles, y se trazaron rutas, y el pueblo siguió creciendo. De a ratos, meses quizás, se veía gente apiñada en la costa, disfrutando del mar y del sol. Por momentos, el viento rugía con furia y todo quedaba envuelto en polvo. Se construyeron fábricas y apareció otro muelle. Había casas por doquier, y el pueblo empezó a moverse con ritmo de ciudad. Escuché voces, decenas, cientos, miles de voces surgiendo de ese espejo, y creí reconocer algunas. No, mejor dicho, reconocí algunas, las de...”

   –¡Despierte!, ¡Despierte!  –me sacudió el extraño hombre de pelo largo y ojos negros.
   –¿Ehhh? ¿Qué pasó?  –dije con una mezcla de confusión y emoción–. Yo estaba en el bar, frente al espejo, y escuché la voz de…

   –Usted no estaba en ningún bar, usted estaba acá, frente al monumento a San Martín –me dijo el extraño, que ya no me parecía tan viejo como antes.

   –No me entiende, yo estaba en ese bar, el de la calle Belgrano y... y...

   –Y nada, usted estaba acá y se me vino encima diciendo cosas raras. Usted estaba en trance, o delirando. ¿Por qué no vuelve a su casa? ¿Quiere que le llame a una ambulancia?

   –N-no, es-s-tá bien –tartamudeé. Me sentía un completo idiota–. Disculpe, no quise molestarlo –me di vuelta y me alejé de allí con paso apresurado. La vergüenza me corroía por dentro.

   Unos metros más adelante me di vuelta, por reflejo, y miré hacia el monumento a San Martín. Allí estaba parado todavía el extraño de pelo largo. Se reía mientras fumaba su habano. Levantó una mano para saludarme y me dijo:
   –La próxima noche de luna llena, salga a dar una vuelta y busque el bar, está cerca de la esquina de Bartolomé Mitre y Marcos A. Zar.

   Parpadeé un segundo y no lo vi más. Sencillamente se había esfumado de la misma manera en que había aparecido. Volví a andar, camino a mi casa, y me puse a pensar en el hombre, la historia, lo que vi (o creí ver) y su enigmática despedida. No pasaron más de dos minutos cuando lancé una puteada:
   –¡Puta madre! ¡Pero si Bartolomé Mitre y Marcos A. Zar son paralelas! ¡Nunca se cruzan en una esquina!


   Me pareció oír la carcajada del extraño de pelo largo.



(*) El autor es oriundo de Puerto Madryn, aunque actualmente reside en Mar del Plata. Practica la escritura como un hobby para canalizar inquietudes personales, y ha participado en algunas antologías de relatos cortos. Sus temas favoritos son la ciencia ficción y lo fantástico, pero siempre se reserva un tiempo para escribir sobre la Patagonia, el lugar en el que creció y adonde añora volver. Edita el blog Bahía Sin Fondo ( http://bahiasinfondo.blogspot.com.ar/ ), el cual está dedicado principalmente a temas relacionados con la Patagonia.


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