BANDIDOS EN LA PATAGONIA
Por Jorge Eduardo
Lenard Vives
Tal vez el título sugiera a algún
lector la imagen de Paul Newman y Robert Redford, es decir, de Butch Cassidy y
Sundance Kid, saliendo a la muerte desde su refugio en el poblado de San
Vicente; bajo la balacera de las tropas bolivianas que los habían cercado. Pero
más allá de la notoriedad ganada por esos facinerosos norteamericanos, la
Patagonia tuvo sus propios bandidos; sin necesidad de importarlos. Ascencio
Brunel y Roberto Foster Rojas, alias “El chacal de la Lipela”, son algunos de
los nombres que aterraron a los pobladores locales y dieron pie para que la
Literatura los tomara como motivo de sus creaciones. Otros son menos conocidos,
de fama local. Cierta vez, siendo niño, caminaba con mi padre por el Valle del
Chubut, cuando señaló unas cuevas horadadas en la roca rojiza, a bastante
altura. Me comentó que habían sido refugio de un forajido, cuyo nombre no
retuve, a principios del siglo XX; quien usaba para ingresar a su cubil una
escalera de madera basta, hallada por un poblador tiempo atrás en el lugar.
Sin embargo, ya que empezamos con los
pistoleros yanquis, sigamos con ellos. Mucha bibliografía existe sobre la gira
sudamericana de George Leroy Parker, Harry Longabaugh y Etta Place. Por
ejemplo, “La pandilla salvaje. Butch Cassidy en la Patagonia”, de Osvaldo
Aguirre; y “Buscados en la Patagonia. La historia no contada de Butch Cassidy”,
de Marcelo Gavirati. “Los bandidos de la tierra prometida”, del escritor
boliviano Waldo Barahona Ruiz, luego de recordar el paso por la Patagonia,
narra su fin cerca de Tupiza. Es una novela histórica basada en investigaciones
y documentos. También la ficción los tomó como objeto; por ejemplo, en los
“Cuentos de cuando la banda de Butch Cassidy estuvo por aquí”, de Virgilio
González, o en las páginas de “El riflero de Ffos Halen”, de Carlos Ferrari.
Tenemos un par de pillos de origen
inglés en la región. Jaime Burden, un aventurero típico de la frontera que
terminó como estanciero cerca del Lago Buenos Aires, inspiró el libro “El
Jimmy. Bandido de la Patagonia” de Herbert Childs (en otra edición, el título
de la obra es “El Jimmy. Fugitivo de la Patagonia”). Por su lado, Elena Greenhill,
cuyas andanzas recuerdan “La inglesa bandolera”, de Elías Chucair y “La
bandolera inglesa en la Patagonia”, de Francisco Juárez, fue una cuatrera que
murió en su ley, cerca de Gan Gan, hacia 1915.
Y luego están los criollos, como Ascencio Brunel, salteador
de principios del siglo XX en el Chubut y Santa Cruz; a quien Marcelo Gavirati
dedicó el artículo “Ascencio Brunel, el demonio de la Patagonia”, publicado en
la revista “Todo es Historia”. O la gavilla de Eugenio Osvaldo Patiño, alias
“El Rubio”, cuya historia puede ser vista en el Museo de la Policía en Rawson.
O los Pincheira, que actuaron en el Neuquén en las primeras décadas del siglo
XIX. De mayor notoriedad es Bairoletto; si bien sus fechorías fueron al norte
del Colorado, se comenta de alguna incursión en el Alto Valle del Río Negro.
Hay, además, bandidos imaginarios, como el “Manos Duras” de
“La tierra de todos” de Vicente Blasco Ibáñez; malhechor que asolaba el suelo
rionegrino. Y bandidos de fantasía inspirados en bandidos reales, como los del
cuento “El encuentro”, del volumen “La tierra maldita” de Lobodón Garra; que
recuerda en cierta forma un episodio real sucedido en la colonia boer de
Comodoro Rivadavia, narrado por Liliana Esther Peralta y María Laura Morón en
“En la tierra del viento”. Y bandidos que no eran bandidos, como el santo cura
Boido; quien, según cuenta Raúl Entraigas en el boceto “Bandolero de nuevo
cuño” de sus “Pinceles de Fuego”, fue confundido al llegar a Valcheta con un
asaltante del tipo de “Manos Duras”.
A veces la
Literatura es ambigua con estos individuos. Inspirados en las leyendas al
estilo de Robin Hood o Dick Turpin, se da a algunos maleantes patagónicos un
tinte romántico. Pero el que elige vivir contra la ley es, quiérase o no, un
delincuente. Además, los atracadores plagaron de muerte los lugares que
recorrieron. Recordemos si no el homicidio de Llwyd Ap Iwan en 1909, en la
sucursal de la “Mercantil” en Arroyo Pescado en el Chubut, a manos de los
bandoleros Evans y Wilson; o el raid de “El chacal de La Lipela” y su banda,
en el año 1928 entre Río Negro y Neuquén, que en menos de dos meses asesinaron
seis personas.
Por eso, a la par
de dedicar esta nota a la Literatura sobre cacos y criminales, es menester
recordar aquellas páginas consagradas a quienes los tuvieron que enfrentar, a
las fuerzas del orden; como “Calon Lan” de Nancy Myriam Humphreys, que evoca a
su abuelo Eduardo Humphreys, comisario de policía de la Colonia 16 de Octubre,
entre 1896 y 1905. A ese libro se pueden agregar, entre otras obras, la
“Historia de la Policía del Chubut” de Clemente Dumrauf, “Los recuerdos del
sargento Tello”, de Rodolfo Casamiquela; y, más recientemente, “La cruzada
patagónica de la Policía Fronteriza” de Ernesto Maggiori.
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