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jueves, 24 de abril de 2014

EL ADIÓS A UNA MUJER INOLVIDABLE




                      TEGAI ROBERTS
                                   (Q.E.P.D.)



     Con la partida de Tegai se va -literalmente- un riquísimo segmento de la colectividad galesa chubutense. Y no solo por su conocida y añosa tarea de rescate cultural, de la que da cuenta el Museo Regional de Gaiman. Esa labor tenaz y silenciosa es, desde ya, un mérito inigualable. Nos ha legado un tesoro que nunca terminaremos de agradecer. Ojalá sepamos cuidarlo y enriquecerlo.

     Pero además, Tegai era en sí misma una encarnación arquetípica, una síntesis representativa de los valores más destacables de la gesta galesa en la Patagonia.  En ella se reflejaban el espíritu y la esencia de los pioneros: la humildad, la fe religiosa, la perseverancia, la vocación comunitaria. Comulgaban en su personalidad los mejores atributos de las dos culturas, que en su caso lograban expresarse en un perfecto galés y en castellano, a través del conocimiento histórico, de la memoria heredada, de la música y el canto.

      Esa versatilidad le permitía desenvolverse en todos los ámbitos, desde el histórico, el académico, el literario, hasta la participación, como una integrante más, en las actividades corales y en los Eisteddfod.

    Aquilató méritos desde muy joven, con ese inquieto afán -conservado  hasta sus últimos días- por rescatar y difundir las tradiciones heredadas. La Asociación San David quiso expresarle su  gratitud hace 35 años, en 1979, a través de un reconocimiento público, ya por entonces largamente merecido. También recibió reconocimientos a nivel nacional e internacional.

        Con el temperamento siempre afable que tanto la caracterizaba, Tegai era hasta hoy la gran fuente de todas las consultas. Acudían a verla desde jóvenes estudiantes y vecinos del valle hasta los más importantes investigadores y especialistas locales y extranjeros. Además de un ser excepcional, también hemos perdido a una de las principales fuentes de sabiduría. 

      Tegai acaba de emprender el viaje hacia la Eternidad, la partida hacia el encuentro con el Señor, que cantó y alabó con profunda fe en sus largos años de vida; en los domingos de culto, en los himnos añejos y en las despedidas a tantos seres queridos que la precedieron.

       Desde esa perspectiva, deberíamos sentir una serena resignación. Sin embargo, por más que lo intentemos, hoy estamos verdaderamente tristes.

       Solo queda expresarle nuestra inmensa gratitud por siempre.

Diolch yn fawr iawn, Tegai annwyl.



ASOCIACIÓN SAN DAVID DE TRELEW
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martes, 22 de abril de 2014

EL POEMA DE HOY



BAR SERRAVALLE


Por Carlos Basave (*)




Llegada la tardecita, bajaba al bar la gringada
reuniendo a los inmigrantes, entre bochas y algazara,
una copita de vino, cervezas y una picada
como si fuera un tributo que las razas se obligaran.

Era el bar de Serravalle, una especie de embajada
frente a la naciente iglesia, confesionario de parias.
Allí todos los domingos, los fieles cruzan la calle
y se entregan a otro culto, el culto de la velada.

Había dos canchas de bochas, juego traído de Italia,
un techo sobre cumbreras, una mesa hecha de tabla,
platos con jamón y pan, y ¡el que pierde es el que paga!
Voces fuertes que animaban la partida a la distancia.

En el interior del bar, cuatro mesas, mucha charla,
unas partidas de murra, un truco, una generala,
y ese tufillo de aromas, como de vinos y grapas,
y el patrón siempre dispuesto, con la bandeja lustrada.

Fue durante muchos años, don Ruggero Serravalle
cónsul de esos inmigrantes, cotejando la palabra
les dio cobijo de amigo, fue su mano compañera,
hasta que Dios dijo “basta”, concluyendo la jugada

¡Qué hermoso que fue mi pueblo! En épocas ya pasadas,
cuánto trabajo costó, solo con pico y con pala.
Vergel del valle sureño, siempre serás mi añoranza,
por eso siempre te nombro, consultando mi guitarra.



(*) Escritor de Villa Regina, radicado en España.




Nota del autor: “Bar Serravalle”, frente a la iglesia, lugar obligado de reuniones domingueras a la salida de la misa cantada por el cura Parolini. Afuera, en la calle de tierra, las chatas con sus caballos esperando regresar a la chacra, adentro, toda la familia, los niños bebiendo “naranjina” o “bolita”, afuera en el patio toda la Europa trasplantada. Desde mi curiosa infancia, hacía acto de presencia para observar los jugadores de bochas y porque nunca faltaba algún alma generosa que me invitaba con un sanguche de mortadela. Para cuando hice mi primera comunión me llevaron con un delantal blanco a la Iglesia para recibir los sacramentos. Había quedado solo y el cura me preguntó: ¿Quién es tu padrino? ¡Yo no sabía de que me hablaba! Pero mi pueblo fue siempre tan generoso que un señor de apellido Crivisich se adelantó y le respondió al cura: ¡Yo soy su padrino! Así tomé mi primera comunión y mi padrino, (hombre buenón y servicial que tenía una chacra) me llevó de la mano para que viéramos como se reunían los inmigrantes y festejaban hablando idiomas extraños para mi infancia. Me compró un sánguche y una bebida, me anotó en un papel su nombre y la dirección de su domicilio para que lo fuera a visitar, cosa que no dejé de hacer.

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miércoles, 16 de abril de 2014

EL POEMA DE HOY



¡Marí, marí!


 Por Pehuén Naranjo (*)





Dale vino a la mapu que va sedienta
y así brinda la vida con tu semilla.
Va a nacer una guagua y el sol te apura
arreando tu regreso que huele a fiesta.

Dale de tu cigarro el humo a este cielo,
Nguenechén lo agradece y bendice el suelo
que al llegar el otoño y en la cosecha,
con lluvia de piñones florece el ruego.

¡ Marí, marí! Ya llegan vadeando el río.
Entre los mahuidaches está el compadre
que a lomo de su mula trae un chulengo,
y un quillango a la cuna que viene el frío.

¡Marí, marí! Lo esperan con yerba buena
de un recién ensillado, manos de hermanos.
¡Marí, marí! Saluda y rompe el silencio
un llanto de guagüita, la vida nueva.





(*) Escritor y compositor nacido en Zapala y radicado actualmente en Tandil.




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viernes, 11 de abril de 2014

LA NOTA DE HOY




COMENTARIO SOBRE UN LIBRO RECIENTEMENTE PUBLICADO

“REGIONES DE LA DESMEMORIA”, DE CARLOS FERRARI (*)




Comentar un libro de cuentos admite dos variantes: o se analizan uno a uno los relatos, en forma aislada, como si fuesen los objetos de una exhibición que se disfrutan como piezas únicas; o se busca el hilo conductor, a veces no tan explícito, con el que el autor hilvanó sus creaciones. Es decir, en esta situación se vuelve a presentar la eterna disputa de lo inductivo versus lo deductivo.

A veces el escritor da pistas respecto a cómo quiere que se considere su obra. El título es una de ellas. En ocasiones, el literato denomina su volumen recurriendo al nombre de uno de los relatos que lo componen; no hay común denominador. Pero, en otras oportunidades, elige un título distinto; que se relaciona de alguna manera con el contenido y da unidad al compendio. Es lo que sucede con “Regiones de la Desmemoria”, de Carlos Ferrari; cuyas narraciones se vinculan con el inconsciente colectivo que Carl Gustav Jung entrevió en las profundidades del ser humano, con las pesadillas que despiertan por la noche a los durmientes de Howard Phillips Lovecraft, con los mitos emparentados que Sir George James Frazer encontró en sus investigaciones a lo largo y ancho del globo. Porque esas son las reminiscencias que se ocultan en esas zonas de nuestra mente donde ni la memoria ni la conciencia llegan.

El hilo conductor de los seis cuentos, las dos nouvelles –¿o son cuentos largos?– y los once microcuentos, es el género fantástico; que oscila desde una pincelada de ensueño trazada en el lienzo de la realidad, hasta la inmersión en un ambiente de omnipresente fantasmagoría, en la cual lo objetivo apenas se perfila como la línea de luz que pasa debajo del dintel de la puerta de un cuarto a obscuras.

El universo de “Regiones de la desmemoria” está poblado de videntes que –a veces– pueden predecir el futuro, como los de “Ese olor fatídico” y “El hombre del Péndulo”; y de transmigrantes condenados a repetir una y otra vez sus vidas y sus errores, según ocurre en “La vida sin Ana” y “La hoguera de los cátaros”. También de entes atemorizantes, vislumbrados en los peores sueños, en nuestros propios peores sueños; que siempre están acechando atentos para pasar, en cuanto se entreabre la puerta, del mundo de duermevela al universo cotidiano. Tal el caso de “Cristales de espera” y “El fantoche de Sonia”.

Hay, además, fantasmas que vuelven del pasado en forma de melancólica evocación, como el que muestra “En bajante”; espantajos que para estremecer no necesitan arrastrar cadenas ni ensabanarse; ni lucir esos efectos especiales tan caros a las modernas películas de terror, que de tan explícitos no resultan terroríficos sino grotescos. Son apariciones que estremecen, porque son los recuerdos de nuestras propias acciones que quisiéramos olvidar, sepultar bajo tierra, guardar en un baúl con cerrojo y candado... pero que, al igual que los objetos que se arrojan al océano, tarde o temprano terminan volviendo. Y también se esconden en el libro simples seres humanos, pobres seres humanos, que intentan modificar el futuro; es decir, ser artífices de su propia existencia, como en “Vivencias contenidas”. Pero la vida es independiente; y puede ensimismarse o desplegarse a su gusto, imitando el diseño fractal de las cajas chinas del cuento. Aquí el autor aprovecha para ensayar una técnica literaria novedosa, al estilo de la construcción de una matrioska, que permite seguir en forma gráfica el desarrollo del argumento.

Luego vienen los pequeños orbes, los brevísimos relatos, cada uno de los cuales encierra su propio cosmos. Cosmos de ciencia–ficción, de tecnología desbocada y puntos de vista equívocos, en “Reproductores Robóticos” y “Vida extragaláctica”; de milagros imperceptibles en “El prodigioso don de André Reuil” y “Episodio en Gorro Frigio”; de viajes temporales en “Tránsitos dimensionales” y “Memorias de humo”, de desesperanza en “Identidad” y “Volver a esa playa”. “Aristóbulo en la ergástula de Clípolis”, por otro lado, es un ensayo de orfebrería literaria, un “divertimento” para honrar la magia de la palabra escrita; aun cuando su lectura deja un gusto acerbo por la crueldad que sugiere el texto.

“Regiones de la desmemoria” es, con su hincapié en la ficción y su apelación a la inventiva artística,  una brisa de aire puro en nuestra época de hiperrealismo, de Literatura de “no ficción”; de advertencias de que “la obra se basa en hechos reales”, como si tal aseveración fuera garantía de éxito. Es uno de esos libros con los que uno puede sentarse una quieta y apacible tarde, en confortable asiento, quizás en el hogar o tal vez al aire libre, enfrentando un paisaje motivador –de montañas inmóviles, de mar agitado, de río rumoroso que discurre manso entre las chacras y los álamos–; y alejarse del sitio adentrándose  en las creaciones fantasmagóricas de Ferrari, sin miedo a perderse, porque siempre está a mano la posibilidad de retornar voluntariamente del viaje y recalar de nuevo en el ambiente familiar, conocido...

Porque esa es la magia de este volumen. Abriendo sus tapas, en pocos minutos se ingresa a un territorio poblado de inquietantes entelequias, tan perturbador como el que visitaba la protagonista de “Los seres blancos”, aterradora novela corta del galés Arthur Machen. Pero basta cerrarlo para retornar al amable mundo real, donde reina lo tangible y las cosas responden a la vieja y aburrida, pero tranquilizadora, ley de causa y efecto.

J. E. L.V.



(*) “Regiones de la Desmemoria”, Carlos Dante Ferrari, Literasur, Buenos Aires, 2013. 
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martes, 8 de abril de 2014

EL POEMA DE HOY




ALMA ANTIGUA DEL NIÑO

Por Fieda Owens de Medina (*)



Luna, lunasur
amarrada al horizonte,
riela tu idílica proa,
hasta refugiar en las calizas bardas
tachonadas de jume y quilimbay,
tu revestida eternidad.

Ni el eco intermitente de las olas,
ni el silencio, ni todos los vientos,
borrarán luna, lunasur
los ancestrales latidos que vienen a ocuparme.

Los trozos de la infancia
       sonríen en el sol de cada día,
más allá de esas bardas,
más allá de ese horizonte,
mar de rumorosa dentellada,
en cada avance de tu empeño
buscaré el silencio de la tierra.
............
Voy a ocultarme en el alma antigua del niño
                                            que aún me habita.




(*) Nació y vive en Trelew, Chubut. Es socia fundadora y Secretaria del Grupo Literario Encuentro. Miembro de la Comisión Directiva de la SADE, Filial Chubut. Integra el Taller del Escritor de Cecilia Glanzmann. Desde el 2007 forma parte del Círculo Bárdico, Gorsedd del Chubut. Este poema está incluido en el volumen titulado "Sintonía de amarras" - 1er. Premio Poesía - Editorial Algazul, 2009.
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