COMENTARIO SOBRE UN LIBRO RECIENTEMENTE
PUBLICADO
“REGIONES DE LA DESMEMORIA”, DE CARLOS FERRARI (*)
Comentar un libro de
cuentos admite dos variantes: o se analizan uno a uno los relatos, en forma
aislada, como si fuesen los objetos de una exhibición que se disfrutan como
piezas únicas; o se busca el hilo conductor, a veces no tan explícito, con el
que el autor hilvanó sus creaciones. Es decir, en esta situación se vuelve a
presentar la eterna disputa de lo inductivo versus lo deductivo.
A veces el escritor da
pistas respecto a cómo quiere que se considere su obra. El título es una de
ellas. En ocasiones, el literato denomina su volumen recurriendo al nombre de uno de los relatos que lo
componen; no hay común denominador. Pero, en otras oportunidades, elige un título distinto; que se relaciona de
alguna manera con el contenido y da unidad al compendio. Es lo que sucede con
“Regiones de la Desmemoria”, de Carlos Ferrari; cuyas narraciones se vinculan
con el inconsciente colectivo que Carl Gustav Jung entrevió en las
profundidades del ser humano, con las pesadillas que despiertan por la noche a
los durmientes de Howard Phillips Lovecraft, con los mitos emparentados que Sir
George James Frazer encontró en sus investigaciones a lo largo y ancho del
globo. Porque esas son las reminiscencias que se ocultan en esas zonas de
nuestra mente donde ni la memoria ni la conciencia llegan.
El hilo conductor de los
seis cuentos, las dos nouvelles –¿o son cuentos largos?– y los once
microcuentos, es el género fantástico; que oscila desde una pincelada de
ensueño trazada en el lienzo de la realidad, hasta la inmersión en un ambiente
de omnipresente fantasmagoría, en la cual lo objetivo apenas se perfila como la
línea de luz que pasa debajo del dintel de la puerta de un cuarto a obscuras.
El universo de “Regiones de la desmemoria” está poblado de videntes
que –a veces– pueden predecir el futuro, como los de “Ese olor fatídico” y “El
hombre del Péndulo”; y de transmigrantes condenados a repetir una y otra vez
sus vidas y sus errores, según ocurre en “La vida sin Ana” y “La hoguera de los
cátaros”. También de entes atemorizantes, vislumbrados en los peores sueños, en
nuestros propios peores sueños; que siempre están acechando atentos para pasar,
en cuanto se entreabre la puerta, del mundo de duermevela al universo
cotidiano. Tal el caso de “Cristales de espera” y “El fantoche de Sonia”.
Hay, además, fantasmas que vuelven del pasado en forma de
melancólica evocación, como el que muestra “En bajante”; espantajos que para
estremecer no necesitan arrastrar cadenas ni ensabanarse; ni lucir esos efectos
especiales tan caros a las modernas películas de terror, que de tan explícitos
no resultan terroríficos sino grotescos. Son apariciones que estremecen, porque
son los recuerdos de nuestras propias acciones que quisiéramos olvidar,
sepultar bajo tierra, guardar en un baúl con cerrojo y candado... pero que, al
igual que los objetos que se arrojan al océano, tarde o temprano terminan
volviendo. Y también se esconden en el libro simples seres humanos, pobres
seres humanos, que intentan modificar el futuro; es decir, ser artífices de su
propia existencia, como en “Vivencias contenidas”. Pero la vida es
independiente; y puede ensimismarse o desplegarse a su gusto, imitando el
diseño fractal de las cajas chinas del cuento. Aquí el autor aprovecha para
ensayar una técnica literaria novedosa, al estilo de la construcción de una
matrioska, que permite seguir en forma gráfica el desarrollo del argumento.
Luego vienen los
pequeños orbes, los brevísimos relatos, cada uno de los cuales encierra su
propio cosmos. Cosmos de ciencia–ficción, de tecnología desbocada y puntos de
vista equívocos, en “Reproductores Robóticos” y “Vida extragaláctica”; de
milagros imperceptibles en “El prodigioso don de André Reuil” y “Episodio en
Gorro Frigio”; de viajes temporales en “Tránsitos dimensionales” y “Memorias de
humo”, de desesperanza en “Identidad” y “Volver a esa playa”. “Aristóbulo en la
ergástula de Clípolis”, por otro lado, es un ensayo de orfebrería literaria, un
“divertimento” para honrar la magia de la palabra escrita; aun cuando su
lectura deja un gusto acerbo por la crueldad que sugiere el texto.
“Regiones de la desmemoria” es, con
su hincapié en la ficción y su apelación a la inventiva artística, una brisa de aire puro en nuestra época de
hiperrealismo, de Literatura de “no ficción”; de advertencias de que “la obra
se basa en hechos reales”, como si tal aseveración fuera garantía de éxito. Es
uno de esos libros con los que uno puede sentarse una quieta y apacible tarde,
en confortable asiento, quizás en el hogar o tal vez al aire libre, enfrentando
un paisaje motivador –de montañas inmóviles, de mar agitado, de río rumoroso
que discurre manso entre las chacras y los álamos–; y alejarse del sitio
adentrándose en las creaciones
fantasmagóricas de Ferrari, sin miedo a perderse, porque siempre está a mano la
posibilidad de retornar voluntariamente del viaje y recalar de nuevo en el
ambiente familiar, conocido...
Porque esa es la magia de este
volumen. Abriendo sus tapas, en pocos minutos se ingresa a un territorio
poblado de inquietantes entelequias, tan perturbador como el que visitaba la
protagonista de “Los seres blancos”, aterradora novela corta del galés Arthur
Machen. Pero basta cerrarlo para retornar al amable mundo real, donde reina lo
tangible y las cosas responden a la vieja y aburrida, pero tranquilizadora, ley
de causa y efecto.
J. E. L.V.
(*) “Regiones de la Desmemoria”,
Carlos Dante Ferrari, Literasur, Buenos Aires, 2013.
libro
cuentos
regiones
desmemoria
inconsciente
colectivo
mitos
pesadillas
videntes
transmigrantes
fantasmas
orbes
cosmos
ficcion
microrrelatos
No hay comentarios:
Publicar un comentario