1963 - Presentación de "El médico nuevo en la aldea"
El autor conversa con Borges
UN MEDICO ESCRITOR
Y UN PRÓLOGO DE BORGES
Por Jorge Eduardo Lenard Vives
Inútil será buscar en
los “Prólogos, con un prólogo de prólogos”, de Jorge Luis Borges, el
proemio al que esta nota hace referencia. Es que esa escueta selección, reunida
hacia 1975 por Torres Agüero Editor, sólo muestra algunas de las introducciones
escritas por el maestro entre los años 1924 y 1974. Pero quien prologó a Adolfo
Bioy Casares y Ray Bradbury, a José Hernández y William Shakespeare, a María
Esther Vázquez y Walt Whitman, también dedicó su pluma a un meritorio, aunque
no tan conocido, libro. Se trata de “El ‘médico nuevo’ en la aldea”, de Ernesto Serigos. Borges inicia el
exordio diciendo:
El
médico nuevo en la aldea –tal el modesto y casi invisible título de este libro–,
refiere con evidente sinceridad hechos verdaderos, que unen a su valor
narrativo el de ser rasgos o atributos de un alma noble.
Y lo finaliza con estas palabras:
Me honra estampar mi nombre en esta página inicial, junto al de un
argentino que en nuestro siglo XX se ha consagrado a mitigar o a sanar los
males humanos y a la preciosa y denodada tarea de seguir explorando y
descubriendo un confín de la patria.
Cruzando el río Ñiriguau (circa 1920)
La
sorpresa es que la obra transcurre en la Patagonia, más precisamente en
Bariloche. El autor cuenta sus vivencias como facultativo en esa entonces
“aldea” de mil habitantes, en las primeras décadas del siglo XX. Su radicación
en el lugar se produce en forma inopinada, al término de una excursión “de fin
de curso” por la zona, en compañía de algunos de sus compañeros de estudios de
la Facultad de Medicina:
En San Carlos (de
Bariloche) pondríamos fin a este fascinante viaje que había dejado en nuestro
espíritu huellas profundas, hasta hacerme olvidar nuestro reciente título de
doctor en medicina, que aún al recordarlo no lo era con el fausto con que lo
recibiéramos. Nos sentíamos impregnados a algo nuevo, era una nueva belleza en
nuestro propio país que nada tenía que ver con la de los chatos paisajes de la
pampa: raro equilibrio entre árboles imponentes, cerros monumentales y lagos
que parecían mares. Y todo esto se nos había metido muy adentro...
También comenta en sus
hojas una breve estadía en Maquinchao. Pero no fue la única obra que este
médico escritor dedicó a la región. En 1969 publicó una novela ambientada en el
sur, “La ciudad de los Césares”.
En el preámbulo, Oscar Bietti advierte que, luego de su volumen de memorias
sureñas, “El autor... nos sorprende
ahora con una novela urdida con unos pocos hilos de historia mezclados de
leyendas y un montón de fantasías”. El mismo Serigos aclara: “Se trata aquí de una ficción. Ciertos
personajes son reales, pero el rigor histórico me ha interesado menos que la
posibilidad imaginativa”.
Don Juan Jones, su hijo y don Diego Neil
Ambientada alrededor de
1860, relata la historia de los años finales de la Ciudad de los Césares,
capital del Imperio de Araucanía y Patagonia. Allí rige Orllie Antoine I, por
mandato de la reina araucana Huanguelén, luego del fracaso del aventurero
francés en sus anteriores intentos monárquicos. El tartarinesco galo gobierna
la magnífica metrópoli situada en el Valle Encantado, a
orillas del río Limay,
con su emperatriz consorte; y tiene incluso progenie: Orllie Caupolican, que lo
sucede en el trono. Hasta que un ejército heterogéneo, proveniente del Oeste,
conquista y reduce a ruinas la ciudad. Por eso, el literato cierra su texto con
esta admonición:
Si un día, en alguna época / un
caminante se detiene desaprensivo/ en las solitarias playas del valle encantado
/ en busca de la Ciudad de los Césares / le bastará llevar la mirada / a la
cumbre de la montaña / pasearla por su
falda poblada de ruinas / y antes de llegar al azul del legendario río, / habrá
encontrado la respuesta.
El creador de
estas páginas nació en
Rauch, en 1895. Hijo de Santigo Serigos y Zoila Comte, tenía descendencia
francesa por ambas ramas. Quedó huérfano de joven, junto con sus hermanos,
siete varones y una mujer. Estudió, como pupilo, en el Colegio del Salvador en
Buenos Aires; ciudad donde luego se gradúa, a los 23 años, de médico. Llega
entonces su etapa barilochense. Cinco años después vuelve a Buenos Aires a
perfeccionarse. A raíz de participar en el pedido por la
creación del Parque Nacional Nahuel Huapi, en 1934 vuelve al sur para buscar
una ubicación al Hotel Llao Llao. Compra entonces una chacra en la península
San Pedro. En 1942, se casa con Susana Popolizio. Según lo recuerda su hija
María, fue un hombre activo y amante de los deportes. Practicó rugby, remo,
golf. Nadaba y andaba a caballo hasta poco antes de fallecer, a los 81 años. Apasionado
de la naturaleza, su hobby fue la jardinería. Era afable, valiente y
emprendedor. Con frecuencia Borges almorzaba en su casa.
Al igual que en el caso del
“cirujano poeta” Vicente Ugo y el galeno etnólogo Federico Escalada, se da en
su persona el maridaje entre medicina y Literatura habitual en la zona austral.
Tal vez la explicación sea que, siendo una profesión que facilita el contacto
personal con los seres humanos que pueblan la región y permite conocerlos con
profundidad, inspira la necesidad de preservar en textos las experiencias
vividas. O quizás la carrera sea una simple coincidencia; y lo que en realidad
unió a estos autores es la impresión que la Patagonia causó en sus espíritus
–como la causa en todos aquellos que perciben en plenitud el alma de esta
geografía– y los llevó a volcar sus reflexiones por escrito. Que de eso se
trata la Literatura.
Nota: el
autor agradece con especial atención a la señora María Serigos, hija del
artista, quien muy amablemente brindó la información biográfica que permitió
recordar en la nota los rasgos principales de la vida del autor; ya que éste,
con la modestia de los grandes, no dejó en sus obras referencia alguna sobre su
persona. El testimonio de la Sra. Serigos, que también nos proporcionó material
fotográfico, posibilita mantener el recuerdo de uno de los hacedores de la
Literatura.
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