DONDE ESTABAN LOS SURCOS (*)
Por Carlos Dante Ferrari
Refrenó
al
tiro de las riendas
la
yunta percherona.
Un
resollar de belfos estridente
reverberó
en el aire
como
un toque de queda.
Cimbraron
los ijares sudorosos
mientras
cedía el peso de la reja.
Recién
abierta,
la
tierra regalaba fragancias campesinas
desde
la sementera.
Volteó
a un costado el dolor que entumecía
las
grietas de sus manos
al
soltar la mancera
y
se dejó caer de espaldas,
recostado
al
filo de la acequia.
Ya
atardecía…
Hacia
el Sur, distrajo por un instante
su
mirada
en
el abrupto confín de la angostura
y
el borde grismarrón, gredoso
de
las bardas.
Miró
después la tosca geometría
que
peinaba la tierra
desbrozada
en
un parejo apretarse de los surcos,
cual
minúsculo mar
de
pequeñas ondulaciones aquietadas.
Era
feliz, sin duda…
Después
de todo, su humilde sembradío
premiaba
la razón del músculo doliente
(esa
pequeña muerte cotidiana).
Por
un momento
trató
de imaginar toda la tierra cultivada.
Porque
anhelaba un valle floreciente,
teñido
de verdores, maduro de trigales,
con
rebaños paciendo,
con
vastos regadíos
y
segura simiente.
Tal
vez sus hijos habría de lograrlo, se decía.
Y
entretanto
casi
lo adormecía en su caricia
la
tibia resolana
que
doraba sus sueños de labriego
mientras
él descansaba.
Ayer,
algún
afán viajero me condujo
hasta
la vieja chacra.
Han
pasado los años…
Como
entonces
nuevamente
es octubre. Sin embargo,
esta
vez he encontrado la casa del labriego
vacía,
abandonada.
(Me
pareció más gris que nunca la meseta,
más
gris
o
más callada)…
Junto
a la zanja,
sólo
un álamo de porte majestuoso
desafiaba
la grava.
No
sé qué milagrosa persistencia
trasfundía
su savia;
¿abrevaban,
acaso, sus raíces
en
la propia nostalgia?..
¡Si
era como un heraldo, voceándole a los vientos
que
aún vive, que no ha muerto
del
todo
la
esperanza!..
(*) Corona del Eisteddfod del Chubut (1987)
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