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sábado, 8 de agosto de 2015

OBRAS DE AUTORES PATAGÓNICOS




COMENTARIO DE UN LIBRO RECIENTEMENTE PUBLICADO
“OTROS ANIMALES”, DE JORGE CURINAO (*) (**)




     Los “Otros Animales” del último libro de Jorge Curinao, son los del vate salteño Leo Mercado, según consta en la contratapa del volumen; que a su vez recuerdan los mencionados por Juan Carlos Moisés en los versos que se reproducen para introducir la obra: “Nuestros hábitos son los de ciertos animales. Hay mezclado un poco de todo al punto de no ver exactamente una línea de separación”. A lo largo de veintiocho composiciones sin título, sólo identificadas por el número de orden correlativo en guarismos romanos, Curinao despliega las voces de esos otros animales poéticos. Es una navegación vertiginosa, en la que el lector avanza como enfrentando los rápidos de un río; combinando el ímpetu del acelerado ritmo con la meditada reflexión ante cada estímulo que se presenta.

     Sirve de guía precisa el prólogo de Patricia Vega, quien con claros conceptos traza la esencia del poemario. Según esta introducción, la obra de Curinao es “Ajena a cualquier artificio retórico o exceso decorativo de cualquier tipo, cifra su complejidad en el mundo de sentidos que genera en el lector, a partir de un equilibrio sustentado en lo conceptual y lo sonoro”.

     Es sin dudas un estilo minimalista el de Curinao; aunque, por cierto, minimalista en continente y no en contenido. Ensayando una temática universal, los sueños, la soledad, los recuerdos y el olvido, la vida y la muerte, la esperanza y la desesperación, no deja sin embargo de lado alguna referencia a la singularidad patagónica. Su primer poema comienza: “Dicen que la nieve es neutra, que la noche canta como un niño ahogado y escucho mi nombre que cae al pensamiento, al suelo”; y el último finaliza: “Dios es una palabra y el argumento termina aquí, donde el viento tajea”. Asimismo, en la única concesión a un espacio geográfico preciso en toda la obra, se menciona un sitio de la Patagonia: 

     “Recuerdo un viaje a Bariloche. Era verano y el mar ardía. Yo aún era un niño. Recuerdo unos payasos en la plaza y la sonrisa de mi hermano reflejada en el rocío de la tarde.”

     A lo largo del trabajo se hace presente, como también lo nota la prologuista, un tiempo Cronos y un tiempo Kairos. Muchos de los pasajes retrotraen a una época pasada, cercana a la infancia y la juventud del autor; que es recuperada con una visión personal teñida de cierta nostalgia pero, a la vez, despegada de sensiblería. Sin embargo, también se advierte una sucesión de momentos, que construye una secuencia de crecimiento personal. Esa variación psicológica sustentada en oportunidades que generan nuevas vivencias, evoca aquella rigurosa afirmación de Neruda: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Muestra de tal combinación de percepciones temporales, se descubre en el poema XVII; el que además ofrece un ejemplo del personal lenguaje del autor:

     “No hubo tiempo de distracciones. Ni con el afuera, ni con el adentro. Se vivió hasta el último hartazgo. Supimos, enseguida, que el provenir no estaba en los rostros ajenos. No tuvimos, lo que se dice, un buen pasar. No hubo lamentos por eso. No hubo necesidad de arañar el asfalto. Era tanta la vida, que salíamos del cuadro antes del final de cada comedia”.

     Un párrafo final merece la diagramación del ejemplar. Todo libro impreso constituye en sí un objeto de arte, en el cual el escritor puede dejar más trazas que sus palabras. Por ejemplo, en la ilustración de la tapa. Cuando, como en este caso, la portada es elegida por el propio autor, se refleja en ella parte del espíritu del texto. La excelente fotografía de Valerio Pariso, obtenida a través de las chapas del Marjorie Glenn con el color sepia del recuerdo, provoca reminiscencias del pasado; las mismas que trae a consideración con sus frases el bardo.

     La obra de Curinao requiere una lectura atenta y reflexiva. No puede leerse al correr de los ojos, porque tampoco fue escrita a vuelapluma: cada frase debe ser sopesada, pensada y disfrutada. Es como un desafío al lector para que indague en la clave de sus palabras, en el sentido que acecha detrás de sus construcciones, en el significado subyacente en su prosa poética. Quien acepta el reto y se sumerge en la creación del riogalleguense, al salir airoso luego de recorrer sus páginas, tendrá la certeza de haber conocido a un verdadero poeta.


J.E.L.V.



(*) “Otros Animales”, de Jorge Curinao. Edición del autor, 2014, sin lugar de edición.
(**) Mail del autor: jorgecurinao06@yahoo.com.ar

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martes, 4 de agosto de 2015

EL CUENTO DE HOY




El guerrero Tanzano

Por Olga Starzak


                             
      Enfundados en mantas del color de la tierra que veneran, ajustadas a sus cinturas con destreza, un grupo de hombres de tez oscura y mirada turbia se prepara para la hazaña.

       Han sentido el llamado divino del Aseeta. Saben que en él encontrarán la fuerza  que les permitirá afrontar el acto épico; consumado, convertirá a uno de ellos -sólo a uno- en héroe de su etnia.

       Sumidos en el más absoluto silencio,  ya han recorrido el camino que los condujo a la profundidad de las malezas  para encontrarse con el anciano que -atesorado por propias experiencias- les transmitirá desde las más sutiles hasta las más significativas costumbres tribales.

       Llevan días y días de intenso entrenamiento físico; de él dependerá -en gran parte- que uno de los hijos del pueblo Datoga exhiba,  con orgullo, el producto de su temple.

        No hay en ellos signos de piedad; hay sí,  mucha arrogancia. Hay también un espíritu conocedor del apetito por acciones belicistas, de sed por la sangre de sus víctimas, de pasión por ver tendido los cuerpos que –ya sin poder defenderse- les cederán el tributo consagrante.

       No son conscientes de que -tal vez por un mandato atávico- están en esta tierra de Tanzania próximos a extinguirse, tal como las presas perseguidas.

      Odhan, uno de los cinco guerreros prontos a transitar el camino de la cacería, mantiene una actitud apacible. Ha sido poseedor,  por méritos conseguidos durante el período de adiestramiento, de dos afiladas lanzas, privilegio de unos pocos.
En la víspera de la partida se retira a su choza antes de que el sol agote sus  haces de luz. Entre la sequedad de la paja y el barro ora a los espíritus de sus antepasados, colgando de su cuello un doble collar de cuentas  del que pende, a modo de amuleto,  un relicario de cobre. En él alguien ha grabado, con finos rasgos, la figura de una fiera. Se duerme con el talismán entre sus manos.

      Atraviesan llanuras y montañas. Se detienen sólo para beber. Intercambian pocas palabras como queriendo ahorrar esa energía que, muy pronto,  marcará entre ellos la diferencia de fuerza y valor.
      Soportan con hombría el intenso calor de ese clima tropical, húmedo y pegajoso,  empecinado en  darles tregua sólo en la noche acicalada por la brisa marina.

        Odhan dirige la pesquisa. Así lo han decidido, en la tribu,  los hombres que sondearon su ferocidad. Él es el responsable del ritual, de señalar las estrategias de acción y las técnicas más convenientes para el justo momento en que, divisada la presa,  comenzará la persecución.
            Y sucede días después.
            Uno de los hombres da la voz de alerta.
            Emboscados en la colina atisban, casi al unísono, al descomunal elefante.
          Durante horas siguen cada uno de sus movimientos; se acercan agazapados,  con paso lento y actitud expectante.
         El rostro de Odhan expresa inquietud; es que el hombre del talismán y los ojos enrojecidos de ira, lucha  entre dos fuerzas igualmente potentes. El oro blanco es el camino que puede conducirlo al prestigio vitalicio. Pero también,  ser  el objeto de su destierro.

            Los cazadores furtivos acechan...
           Cuando la orden llega, lanzan sus armas. En un blanco perfecto el  animal -apostado entre espesos matorrales-  es herido por aquella que a fuerza de velocidad y destreza,  atraviesa primero su dura piel.
  Los guerreros, exhaustos, esperan. Saben que el peligro está latente, más presente que nunca. Si el animal no ha sido herido de muerte, acometerá contra ellos con el ímpetu de su saña.
           Lo ven huir, abatido. Sólo resta seguir esperando, aguardar lo suficiente como para que, dejando como huella su sangre, el elefante los conduzca al momento de entregar sus colmillos,  y exponga su cuerpo a los carroñeros.
Pasarán muchas horas hasta que se revele el triunfante.
Entonces será aclamado.

         No hay dudas de que la lanza de Odhan ha sido la asesina; ha calado hondo en el pecho del animal. El corazón le late, ahora,  apresurado. Sus compañeros muestran su aprobación y lo ovacionan con cantos.
           Con los colmillos al hombro, como prueba de la cacería, regresan a la aldea.

        Hombres y mujeres alaban al héroe. Danzas y cantos. Cantos y más cantos. Él observa a los guerreros, ahora adornados con pieles, tocados y brazaletes, brincando al ritmo de los sones alegóricos. Siente cómo su músculos se contraen.
        Lo ungen con aceites aromáticos como una muestra de la bendición de los espíritus. Lo invitan a relatar las circunstancias de la hazaña. Es galardonado, recibirá ofrendas... Obtendrá los más deseados privilegios sexuales.

       Odhan moja sus labios con la cerveza de miel ofrecida. Una y otra vez la bebida sagrada arde en su garganta.
         Un dolor agudo recorre sus entrañas.

      Las muchachas entonan canciones. Despliegan sus virtudes embelleciéndose con apretadas trenzas, con collares de latón,  con gargantillas y ajorcas. Cubren sus cabezas con  salacotes.
       Una será la elegida; la que él escoja. La que a partir de ese mismo momento recibirá  sus mismas distinciones. Y en un ritual íntimo, conocido con el nombre de saborchka, serán bendecidos.

        Odhan se encomienda a los espíritus. Sabe que la tribu sanciona con el ostracismo a quien no cubra las expectativas de héroe.
Sólo le queda rogar que la joven,  embriagada por su estoicismo, esté dispuesta a mantener su secreto. Aquel enemigo invencible que sepulta su condición de hombre.




  
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jueves, 30 de julio de 2015

EL CUENTO DE HOY




EL VIEJO QUE VINO DEL MAR

Por Hugo Covaro (*)




El viejo que vino del mar bebía en silencio.
Su rostro curtido modelaba en sombras el perfil bíblico de un Moisés despatriado, contra la claridad hiriente del mediodía.
Sin que nadie lo viera, aprovechando la pleamar, apareció una tarde por la ría y con poco esfuerzo desembarcó en la solitaria playa de pedregullo ayudado por la marea. La larga barba y los harapos que le daban apariencia de náufrago Y su hablar extraño y pausado acaparaban la atención de aquellos marineros.
—Diga don... ¿Es usté español? —se animó a interrogarlo uno de los pescadores, intuyendo una pista en el acento del desconocido.
—De Jaén, Andalucía... —respondió el viejo, luego de un breve silencio. Aunque anduve los mares como segundo piloto del Batchelor's Delight, un barco inglés de 40 cañones que apresara en la costa de Guinea y comandaba el pirata William Ambrose Cowley.
—¿Y de ahí se vino a Deseado?
—No. Por desobedecer órdenes impropias de un capitán, me desterraron en la Isla Pepys.
—¿Cómo dijo?
—Isla Pepys...
—¿Dónde queda esa isla?
—A esta altura… unas 40 leguas al naciente.
—Oiga ñor... nosotros recorremos pescando esa zona y no hemos dao con ninguna isla.
—¿Acaso dudáis de mis palabras? ¡O también hasta aquí llegaron las afirmaciones embusteras de Byron, o las insidiosas murmuraciones de Cook y de Bougainville!
—¿Dónde dice que está la isla?
—A 47° de latitud sur... si os fijáis en el mapa, veréis que figura a 80 leguas desde Cabo Blanco.
—¿Es grande?
—Una legua de ancho por tres de largo, calculo. Tiene puertos naturales que pueden recibir a centenares de buques, con costas de piedra y arena donde se puede anclar con 7 brazas de agua lama... pesca abundante... parte de la isla es montañosa y parte es llana... tiene árboles y arroyos y en ella anidan numerosas aves...
—¿Vive gente ahí?
—Estaba deshabitada. Es buen sitio para hacer leña y aguada. En la parte sur de la isla hay una colonia de lobos marinos, que aprovechamos para hacer aceite...
—¿Dónde dormía?
—¿Qué comía?
—En una cueva, al principio... comía porotos, bizcochos, harina que me dejaron. Cuando se acabaron cacé liebres... algún venado... perdices... y pescar pejerreyes, solías, bacalao... algunos mariscos... así... de ese modo...
—¿Cuánto tiempo estuvo solo en esa isla?
—¡Dieciséis largos años!
—¡Laaaaaammmm!!!
—De diciembre de 1683 hasta octubre del pasado año, si no cuento mal.
—¡Tremenda lesera!!
—¡Cómo puede ser! Si ahora estamos a principio del siglo XX, amigo!
—Por ahí estuvo en Las Malvinas y se confunde...
—No creo que se confunda... en Malvinas vive gente...
—¡Bellacos! ¿ Vais a dudar otra vez de lo que digo?
—No... disculpe la interrupción... por favor siga contando.
—Pepys está fuera de las rutas de corsarios y piratas. La mayoría de las embarcaciones salen del Río de la Plata o Montevideo y ponen velas al sur teniendo a estribor las costas de la Patagonia. Por esa razón, son pocos los que pueden encontrarla. En mi largo destierro jamás un barco apareció en el horizonte... Es un lugar acogedor, aunque lleno de soledades que angustian, de noches donde siempre es invierno, hay fríos que parecieran salir de la propia roca para alojar sus espinas en tus huesos... hasta la salida del sol, con el que vuelve un repetido verano. El clima es algo riguroso... con días bonancibles y jornadas con turbonadas de vientos cercanas al huracán... La he recorrido palmo a palmo...y de suerte pude dar con unas piedras que sueltan chispas como el pedernal... fue una gran mejora poder cocinar el alimento y encender hogueras en la playa esperando que las viesen alguna nao memoraba, al tiempo que buscaba y extraía de su raída vestimenta un extraño dinero con el que pretendía pagar lo bebido.
—Nosotros salimos de pesca a la madrugada. Nos gustaría que nos acompañara en la faena y de paso nos mostrara la misteriosa isla que no se deja ver —lo convidó con un dejo de ironía el que parecía ser el capataz del grupo.
—Agradezco vuestra invitación, caballero, pero me han llegado noticias de pronto arribo a este tenedero para hacer aguada del HMS Roebuck al mando de Don Guillermo Dampierre de regreso a Inglaterra y deseo embarcarme. Una vez allí, retornar a mi patria será sólo un paso —se excusó el viejo que vino del mar.
—¿Y piensa volver por aquí?
—¡Seguramente! Es mi intención persuadir a su Majestad el Rey de España de la necesidad de seguir poblando estas latitudes, protegiéndolas al mismo tiempo de la codicia sin límites de los ingleses.
Una fuerte marejada sacudía la embarcación anclada a poca distancia de la rompiente. Con un cielo sin estrellas los pescadores se hicieron a la mar. Silbos y graznidos insinuaban la presencia de aves marineras en esa oscuridad que parecía salir del agua para teñir el firmamento. A poco de andar, un sol amarillo se asomó en el horizonte. Gaviotas y cormoranes acompañaban el rumbo inseguro del bote, igual que lazarillos guiando la ceguera del amo. Grandes olas con la exactitud de un metrónomo, hacían subir y bajar a la frágil barcaza como si el océano estirara desdoblando su portentoso género de agua.
Al atardecer, con la proa retinta de infinito, regresaba la barca de los pescadores.
La tierra firme era una delgada línea que aparecía y desaparecía en las pupilas saturadas de sal de aquellos marineros. Algunos creyeron ver un antiguo galeón del siglo XVIII abandonando precipitadamente la ría. Otros, más incrédulos, simplemente nubes que más allá de la costa, imitaban con cierto arte la figura de un barco yéndose.
Terminadas las tareas de bajar los cajones con la pesca, acomodar las redes para la siguiente jornada y asegurar el bote en la playa, el capataz y sus hombres marcharon al encuentro de unos tragos para alejar de sus cuerpos fatigados a los fantasmas de olvidados naufragios.





(*) Escritor comodorense. Este cuento fue extraído de su libro “Pequeñas Historias del Frío”.
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domingo, 26 de julio de 2015

EL POEMA DE HOY




INVOCACIÓN
Una de tantas

Por Julio José Leite (*)




Lloro en esta noche
mirando la ampolleta,
y veo pececitos de luz.


Acercate, papá,
pescámelos,
Vos fuiste y sos
el gran pescador.
Cálzate esas botas largas
de persistencia
y pescame las lágrimas
una a una.


Soy todo un río por mis ojos
cargados de peces que me pesan.
                 Levántate, papá.
Levántate, Vital,
que tengo tanto sueño
                  como vos.


Sentate a la vera
de mi pena meandro
y encontrame el pozón
que nunca hallaste en mí,
que siempre me creí
                  tu mejor río,
y eso que te miraba
con estos ojos profundos…
De nada sirvió,
fuiste a buscar tu mejor pieza
allí
al fondo del caño
de esa “Tala” calibre 22
que me taló
para toda la vida
                 la felicidad.


Acercate, papá,
de una vez y para siempre,
pescame estas lágrimas
una a una,
hoy soy todo tu río
               por mis ojos.





(*) Escritor de Tierra del Fuego. Nacido en Ushuaia, Tierra del Fuego (Argentina) en 1957, ciudad donde reside Su obra publicada incluye: “Cruda poesía fueguina" Edición del autor, 1986. "Primeros fuegos" Junto al poeta Oscar Barrionuevo. Editado por la Municipalidad de Río Grande, 1988. "Edad sol" Edición del autor, 1990. "Bichitos de luz" Edición del Autor, 1994. "De límites y militancias" Editorial Atelí (Punta Arenas – Chile), 1996. “Aceite humano" Editorial Parque Chas, Colección El Rey tuerto (Bs. As.), 1997. "Julio Leite Poemas – Tomo 1" Cassette de audio con una selección de poemas interpretados por el autor, 1998. "Piedrapalabra" Editorial Parque Chas, Colección El Rey tuerto(Bs. As.), 2003. "Breve tratado sobre la lágrima" El suri porfiado Ediciones (Bs. As.), 2009. Obtuvo entre otros reconocimientos el 1º premio Festival de La Cordialidad, Río Gallegos en el año 1985;  el Primer Premio de Poesía Centenario de Río Gallegos y el Diploma de Honor Comuna de Puerto Porvenir de la República de Chile. El Concejo Deliberante de su ciudad natal declaró su obra de interés municipal. Integró la segunda antología fueguina “Primeros fuegos” editado 1988. El poema publicado pertenece a su libro “Piedrapalabra”.
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martes, 21 de julio de 2015

LA NOTA DE HOY




LA LITERATURA DE MONTAÑA EN LA PATAGONIA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




      La Patagonia ofrece tres paisajes bien diferenciados y extremos, cuya riqueza geográfica origina distintas variantes literarias. Porque existe una Literatura de los mares australes, otra de la meseta y una tercera propia de la cordillera.

      Aunque hay dos cordilleras. O dos montañas, para ser más preciso. Una, la de piedemonte, se despliega en los valles y las laderas de los cerros, donde los bosques de cipreses y lengas, los matorrales de ñires o la impenetrable selva valdiviana, ofrecen material para construir refugio y alimentar el fuego; y atempera un poco la rigurosidad de las condiciones climáticas. Es una zona que permite al ser humano arraigarse y medrar; apacentar el ganado y cultivar algunas mieses. No rechaza la vida; la preserva. Los pájaros llenan la fronda y las abras; los peces, los lagos, ríos y arroyos; el jabalí, el huemul, el ciervo, el puma, el pudu pudu, los montes. Forman parte del paisaje el catango y los bueyes, las cabañas de madera, los corrales de palo agrisados por el tiempo y los cobertizos de cantonera.

       De esta serranía, apacible y sugerente de consejas susurradas en la umbría foresta y de misterios lacustres, nos hablan las obras de Luis Roux y Ana María Manceda en Neuquén, de Marta Perotto y Jorge Sánchez en Río Negro, de Eluned Morgan en Chubut, de Andreas Madsen en Santa Cruz; y las de varios autores más, provenientes de las cinco provincias que comparten los Andes australes.

      Pero hay otra montaña, implacable y magnífica, que alza sus dominios de granito y nieve sobre el marco verde obscuro de las arboledas. Es esa roca bravía, en la que se pasa en forma súbita de la calma chicha al inusitado temporal y donde la vida es un privilegio que debe ser conservada momento a momento; dominio de aquellos a quienes, en su clásico de los libros de montañismo, Lionel Terray llamó “Los conquistadores de lo inútil”. De lo inútil, sí, porque es una tierra vertical, huera y baldía; pero también conquistadores de una belleza sublime. Y, sobre todo, conquistadores de sí mismos; pues para alcanzar esas alturas se requiere un conocimiento profundo de la propia persona y un autodominio privativo de los espíritus fuertes y templados.

      Pionero del andinismo sureño, y de sus creaciones literarias, fue el sacerdote Alberto María De Agostini. Con muchas primeras cumbres en su haber, el salesiano escribió entre 1923 y 1958 una numerosa bibliografía sobre sus expediciones; que incluye títulos como “Andes Patagónicos”, “El Cerro Lanín y sus alrededores”, “Esfinges de Hielo”, “Ascensión al San Lorenzo" y “Mi primera expedición al interior de la cordillera patagónica meridional”.

      Otros clásicos de las letras de la comarca son “El asalto al Fitz Roy”, de Louis Depasse, acerca de la primera ascensión al cerro realizada por la cordada francesa de Guido Magnone y Lionnel Terray en 1952; “Horizontes verticales en la Patagonia”, de José Luis Fonrouge, en que el gran escalador habla de sus múltiples campañas; y “La Patagonia Blanca”, donde Germán Sopeña relata un viaje al Campo de Hielo Sur, ornado con detalles de interés geográfico e histórico.

      Más textos ambientados en las grandes elevaciones australes, son “El gigante helado”, que narra la primera tentativa invernal al monte Fitz Roy realizada por un grupo de montañistas argentinos en 1962; y “Primera expedición invernal a los Hielos Patagónicos”, sobre la incursión al Campo de Hielo Sur organizada por el Club Andino Bariloche en 1961. Ambos volúmenes son de Bartolomé Olivieri. También “Patagonia Vertical”, de Rolando Garibotti y Dörte Pietron, donde se vuelcan 20 años de experiencias en los picos de los cordones Fitz Roy y Torre; “Otto Meiling, un pionero de Bariloche”, de Vojko Arko, en recuerdo de uno de los fundadores del esquí y el andinismo nacional; “Patagonia. Tierra de gigantes”, de César Pérez de Tudela, que describe la expedición española al monte Sarmiento de 1976; y “Cita en la Cumbre”, de Sebastián Letemendía, que refleja su anhelado ascenso al Fitz Roy.

       Para mayor abundamiento, es factible agregar los anuarios especiales del Club Andino Esquel con motivo de su cincuentenario en 2002 y los del Club Andino Bariloche por sus cincuenta años en 1981 y ochenta años en 2011, que reúnen anécdotas, relatos y otros escritos relacionados con el tema; así como las numerosas “guías de escalada” y diversos trabajos de contenido técnico. Por su importancia, no puede dejar de citarse el “Diccionario Incompleto de Montaña”, de José Herminio Hernández; que reúne palabras y expresiones andinísticas, nombres de cimas, tecnicismos y vocablos en lenguas originarias.

      Todos estos libros son del género didáctico; poca narrativa de ficción existe al respecto en la región. Uno de los pocos ejemplos es “Tinieblas impenetrables”, cuento de Olga Starzak que aprovecha las múltiples situaciones que presenta el montañismo para desarrollar un argumento conmovedor. Eduardo Gudiño Kieffer planteó otra invención que ocurre en la Alta Montaña; la novela “Magia Blanca”. Pero no transcurre en la Patagonia sino en Las Leñas, Mendoza; y el tema no es la escalada sino el esquí, actividad sobre la cual tampoco se ha escrito mucho.


      Los Andes Australes se extienden desde el Domuyo, techo de la Patagonia, hasta el Oliva, vigía de la Bahía de Ushuaia; pasando por el cónico Lanín, el Catedral y sus agujas, el Tronador con sus ventisqueros, el Piltriquitrón de nombre sonoro, el gorro blanco del Cocinero, el aislado San Lorenzo y la serenidad desafíante del Fitz Roy, la Aguja Poincenot y el Torre. Con los bosques en sus faldas y los lagos a sus pies, conforman un escenario magnífico y pleno de mística que, al reunirse con la Literatura, da lugar a valiosas creaciones artísticas que combinan la filosofía con la poesía.



      
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