google5b980c9aeebc919d.html

lunes, 20 de enero de 2014

EL POEMA DE HOY




ODA A TRES OVEJEROS MUERTOS EN LA NIEVE

Por Luis Gasulla (*)




Eran tres los jinetes distanciados y parcos:
venían del último puesto de la estancia La Estrella
arreando ovejas sobre las mesetas albas de las nieves tempranas.
Tenían que ser muy hombres para venirse al tranco
cuando la vida exigía galopar sin freno bajo el cielo sureño,
con un sol escondido y huraño como único testigo;
pero ellos se miraban a los ojos y callaban sus negros pensamientos
y volvían a empujar el rebaño de espesos y cálidos vellones,
despacio, para no cansarlos, sin saber que la muerte los estaba cansando a ellos.


Los tres eran distintos, como los colores de una bandera.
Jesús García no pudo borrar nunca de sus labios la suave languidez gallega,
ni Diego Solórzano y Hurtado su displicente cántico chileno
que crispaba los nervios ariscos del correntino Damián Vallejos.
Eran sólo tres hombres y un viento blanco levantándose a lo lejos, 
hasta que la nieve volada fue tapando cañadones y cerros.
Entonces fueron una sola angustia redondeada en secreto,
porque el miedo en las mesetas es una sustancia blanda
que besa a flor de piel hasta meterse en los huesos.


Pero el viento blanco no quiso que llegaran
y les birló la Cruz del Sur, les quitó la picada y los caballos
y la nieve traicionera hizo el resto...
Se quedaron solos y el frío les fue acortando el resuello,
hasta que aprendieron a avanzar de rodillas, con el codo, con el pecho,
y morder la nieve para ganar un paso y esconderse del viento.
Jesús García se durmió temprano.... No vio llegar la muerte pues estaba ciego
y se acostó sobre un manto blanco soñando que celebraba unas bodas bien extrañas.
Los copos de nieve lo engañaron y él estaba enamorado...
No fue su muerte ligera
como la que llega en la punta de una bala perdida.
Fue una muerte dilatada, llena de caricias trémulas y fieras...


Después Diego Solórzano y Damián Vallejos se alejaron.
Solórzano era “leído” – las mujeres lo habían expatriado –
y antes de morir dijo un largo discurso a su rudo compañero...
Pero sus palabras se perdieron en pampas de silencio.
– Yo conozco la nieve y les digo como aprieta, compañeros,
hiela las palabras, congela la sangre
y fragua sus estatuas en armazón de huesos de y nervios – 
Ellos fueron sin duda sus estatuas bajo el cielo sureño.
¿Qué desesperado mensaje tejían sus pasos en la nieve?
En esa larga espera ¿qué cosas se dijeron?
Tal vez riendo Damián reclamó una deuda o le hizo una apuesta
o el otro lo invitó a correr para alcanzar un cerro.
Quizás tuvieron una maldición para su última hora
o una queja avergonzada y trémula de heroísmo,
o pensaron que el hombre es débil y el coraje eterno.
Más... ¿Quién puede decir lo que pensaron ellos?
Sólo sabemos una cosa, ¡ah..., esta sí la sabemos...!
Que no hubo pájaros en su muerte,
ni un pecho rojo, ni una calandria... ni siquiera un chingolo;
apenas si un desnudo calafate, como un presentimiento,
alzó en el centro de la meseta su tejido de nervios descarnados
esperando la llegada de los caranchos hambrientos...
Tenían que ser muy hombres para venirse al tranco
cuando la vida exigía galopar sin freno bajo el cielo sureño,
porque la muerte estaba acortándoles el tiempo.




(*) Escritor argentino, Premio Nadal del año 1974 por su novela “Culminación de Montoya”, de temática patagónica. También es autor de “Conquista Salvaje”, otra novela de tema regional. Este poema es de su volumen de cuentos “Los frutos agrios” (Editorial Rueda, Buenos Aires, 1976).

Bookmark and Share

jueves, 16 de enero de 2014

EL POEMA DE HOY



TRES POEMAS

Por Elena Paso (*)

              I

Se esconden de mí
palabras
hurgo en el Limay  
en espejos  bardas     
pero
  
como dijo Prévert
“de dos cosas luna
la otra el sol”
de dos cosas memoria
la otra locura
aunque no la desee
ni  prediga
ni    

si  me  acecha
la ignoro y
silbo por lo bajo
(a veces)
las otras veces
monstruos
que arrastran sombras
y gritan como animales salvajes
pidiendo perdón

no sé por qué

                     II

Descreo en los días de lluvia
(y los sapos que la escoltan)

azules hondos    
reverbero de vacío

eco imperceptible que continúa
aún
si ella dimite

celebro el viento cuando cruza de  Chile
dejando su humedad del otro lado
Selva Valdiviana  la retiene

me gusta acá
con sol     fuerte
y cierto dejo de araucarias
mas

anhelo ser meridiano
gris ma non tropo
suma de blanco y negro
mejor dicho  mezcla
o el intento

un cubo que abre sus lados
o la cinta de moebius
que se acepta


             III

Yace
en agua quieta
rama
sombra de pájaros
la sobrevuelan

hendida el alma
ya ni savia 
ni obstinado sol
cuando  chasquea




(*) Escritora de General Roca. Nació en Trenque Lauquen (Bs As). Se traslada con su familia a la Patagonia en 1966. Desde 1978 vive y produce en General Roca, Río Negro. Publica  “Tiempo” (Editorial Vinciguerra, 1998), “El Hombre de traje blanco” (Publifadecs, 2002) y sin editar, “Juanito”, “Serás Dos”, “Viento”, “Chocolate” (Poesía para niños),”Biconte tosta” (Poesía para niños). Participa en numerosas antologías y  ha colaborado en las Revistas “Propiedad Horizontal” y “Desde el Andén” del CEGR. Recibe premios y menciones en concursos internacionales de poesía.  Miembro activa del Centro de Escritores de General Roca.



Bookmark and Share

lunes, 13 de enero de 2014

LA NOTA DE HOY




EL POETA DEL SOCAVÓN

Por Jorge Eduardo Lenard Vives





     A veces los buenos escritores patagónicos pasan por la tierra como un soplo de viento, de esos que se perciben apenas en el ondular de un coirón o el agitar de las ramas de una jarilla; una volátil brisa que después se difumina sobre la meseta. Su obra a veces permanece en la memoria de algún lector, hasta que se pierde entre los claroscuros del tiempo. Pero en otras oportunidades, un mecenas acude al rescate del literato, para mantener viva su creación. Gracias a gente como esa podemos hablar hoy de Julio Sodero, el poeta del socavón.

    La escueta biografía menciona que Sodero nació el 15 de julio de 1950 en Ausonia, Córdoba. Abandonó su terruño a los diecisiete años, y marchó a Santiago del Estero en pos de un trabajo. Su arribo a la Patagonia ocurre tres años más tarde, cuando acepta una oferta laboral en Mina Gonzalito. Allí conoce a Norma Páez, con quien se casa. Ya radicado en Sierra Grande, en cuyo yacimiento trabajó como minero arriba de veinte años, llegan los hijos: César, Paula y Jorge. El 28 de mayo de 2005 la muerte sale a su encuentro en la provincia de La Pampa, cuando regresaba del norte.

    Algunos datos rescatados aquí y allá, nos indican que entre 1968 y 1970 se despertó su vocación de escritor. Hacia 1998 empieza a frecuentar concursos y encuentros literarios. Pese a que la Literatura fue una pasión en su vida, rehusó a publicar sus textos: dejó una obra inédita que supera los 300 poemas. Quienes lo conocieron, dicen que definía al poeta como “aquél que nunca dejaba de asombrarse de “ser” en este mundo”. Esa sempiterna admiración ontológica se refleja en su poesía, la que, además de mostrar una variada temática, sigue el itinerario de su vida, de su “ser”; desde esta alusión a su origen, plasmada en los versos de “Ausonia”:

    Sucede que comienzas cada vez que me alejo.
    Aun sé recordar tus tardes campesinas
    cuando el guadal de tu calle corría con nosotros;

    Pasa luego por la evocación del lugar donde se asentó y formó su familia, descripto en “Sierra Grande”:

    Esta ciudad de redes marinas y cascos amarillos
    volverá entre dársenas y galerías de olvido con una vigilia
    detrás de los presagios y un árbol de auroras surcando entre sus hojas
    los frutos tupidos en el metal preñado de su sierra;

Y finaliza resumiendo sus sentimientos, con un canto a la profesión que eligió, en las palabras de “Minero”:

    Dice el minero / que en el abanico / de sus anchas galerías
    Está su sombra / su martillo / su pupila.

    ¿Quiénes recobraron su figura? En primer lugar, su familia, que quiso dar a conocer su obra poética en el año 2006. Aparece así su poemario póstumo, “Un Hombre Canta” (1), publicado por “El Camarote”. La edición estuvo a cargo de Raúl Artola; quien, junto con Iris Giménez, seleccionó los 73 poemas que componen el volumen. El prólogo es de Mónica Larrañaga, en tanto Víctor Hugo Sodero Nievas, hermano del poeta, realizó un comentario en la contratapa. Hizo el diseño Ignacio Artola; y dos Fundaciones se sumaron al desafío: la Peter Walas y la Ricardo Carpani (autorizando la reproducción una obra del pintor en la tapa).

    En lo personal, conocí al vate gracias a Ada Ortiz Ochoa, que, como siempre, se mostró generosa al momento de difundir la obra de un colega. Ella era una de las personas que, habiendo leído los poemas, conocía la valía del escritor. Fue así que me acercó primero el libro y luego unos preciados datos sobre el poeta; que ahora enriquecen esta nota.

    El hermano del bardo, en su paráfrasis, deja una clave para entenderlo mejor. "A él" - dice - "le gustaba escuchar un poema anónimo medieval que yo solía recitar... no me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido... con una sonrisa consustancial". "Ni me mueve el infierno tan temido por dejar por eso de ofenderte", continúa el soneto con su impecable métrica y rima. El comentario llamó mi atención, porque muchas veces había reflexionado sobre la paradoja contenida en el hecho de que tan sublime poesía fuese de autor desconocido. Al leer lo escrito por Sodero Nievas, pensé que podía dar cierta interpretación a la renuncia de Julio a mostrar su obra. ¿Para qué conservar el nombre del autor, si la belleza de su creación, que es lo importante, se mantiene incólume ante el paso de los años?

    Pero también es cierto que, siendo el Arte una de las expresiones más excelsas del ser humano, es justo que sus cultores sean recordados por la posteridad y obtengan el reconocimiento que, quizás, no tuvieron  en vida. Por otro lado, en el caso de los autores regionales, la suma de esos recuerdos será la que nos va a permitir, poco a poco, ir cimentando el corpus de la Literatura Patagónica.



(1) Sodero, Julio. “Un hombre canta”. El Camarote Ediciones, Viedma, 2006.



Bookmark and Share

jueves, 9 de enero de 2014

EL POEMA DE HOY




Hilito de agua


Por Pehuén Naranjo (*)




Nace y se esconde, nunca se sabe, sólo que llega
sorteando lerdo cantos rodados, desierto y piedra.
Rasga y dibuja sobre mi tierra que bebe y calla.
Trazo de vida, viene de lejos, hilito de agua.

Sangra de noche la ñuque mapu tajeada en luna
Y hay un quillango de estrellas frías sobre su cuna.
Viene de lejos, hilito de agua,
sobre mi tierra que bebe y sangra.

Pichón de mara se apresta al juego de la mañana
y entre las garras de un negro jote se aleja el alba.
Viene de lejos, hilito de agua,
sobre mi tierra que bebe y calla.

Un remolino desde el oeste lo abraza y baila
hasta que al borde chenque del viento se desbarranca.
Viene de lejos, hilito de agua,
sobre mi tierra que bebe y baila.
Viene de lejos, hilito de agua,
sobre mi tierra que bebe y canta.


(*) Escritor y compositor nacido en Zapala; actualmente radicado en Tandil.



Bookmark and Share

domingo, 5 de enero de 2014

LA NOTA DE HOY




Alice Munro

Premio Nobel de Literatura




    Las vicisitudes de los años no han podido opacar los ojos de Alice Munro. Tal vez se deba a su intensa valoración por la vida, la historia que guarda y se complace en compartir, o las imágenes de aquella granja en la comunidad de Ontario que la vio crecer y acuden ahora a su mente, intactas y veneradas.

    En el octubre reciente, aún con la mirada más iluminada, festeja la existencia y con ella su carrera literaria; no es casual: la Academia Sueca la distinguió con el máximo galardón, el Premio Nobel.

    Ha forjado su ser al lado de las letras, y lo ha hecho desde el lugar que pocos se animan, desde el cuento, el relato corto. Ese género no muy estimado (especialmente por el mundo editorial) y que, sin embargo encierra a mi criterio lo más intrínseco de la literatura toda: la facultad de inmiscuirse, en páginas acotadas, en el universo y escenarios de personajes que construyen y deconstruyen sus emociones mostrándonos bien poco, dejándole al lector la posibilidad ineludible de urdir las hebras que los sostienen.

    Alice ha dicho, en varias oportunidades, que en principio escribía cuentos como bocetos para futuras novelas, hasta que deliciosamente comprendió que las historias cortas eran el modo en el que no sólo se sentía cómoda, sino a través de las cuales quería comunicarse. Quizás intuyó que con ellas trascendería.

    Sobre  su propia obra Munro dijo: Un cuento no es como un camino que uno sigue es más como una casa. Entras allí y te quedas un rato, yendo de un lado a otro y quedándote donde te gusta, descubriendo cómo los pasillos y las habitaciones se relacionan entre sí, cómo el mundo de afuera se altera por cómo uno mira por las ventanas. Y vos, el visitante, el lector, estás alterado por estar en este lugar cerrado Podés volver y volver y la casa; el cuento siempre contiene más de lo que viste la última vez.

    Me conmueve escucharla cuando relata que apenas con 21 años escribía acotada por los breves espacios en los que su pequeña hija dormía una siesta. O cuando se manifestó molesta, en medio de la ceremonia en la que se la agasajó por su primera colección de cuentos (La danza de las sombras felices), al ser juzgada como “un ama de casa tímida”. Fue entonces cuando se empecinó en demostrar cuán desacertado era ese concepto y puso al servicio del mundo, sus letras. Es que Munro, con sesenta años de trayectoria, fue en principio una escritora secreta, conocida por unos pocos. A partir de allí han sido innumerables los premios y distinciones con los que se reconoció su obra.

    Su sensibilidad y visión del mundo la han hecho pronunciarse a favor de los derechos de la mujer y las consecuencias de la ignominia sobre el género.

    Su libro Mi vida querida sea quizás, por su corte autobiográfico, el que más nos revele de esta mujer amable y sincera. Sus relatos, tan profundos e intensos como ella misma, están signados por escenarios de su niñez en Wingham, y el amor y la generosidad con la que la escritora es honrada en el mundo.

    La crítica, afanosa en buscar similitudes, la nombra como la Chejov americana. En lo personal su narrativa me recuerda a la distinguida Carson McCullers.

    Con voz cálida y armoniosa, apenas después de que resonara en los oídos del mundo literario el Premio de Estocolmo,  Munro expresaba que sólo pretendía que la distinción le otorgara al cuento el lugar que se merecía. Confesó que nunca pudo imaginar su vida alejada de la literatura, que ha sido atravesada por ella. Yo me animaría a decir que ha sido la Literatura la que ha tenido el privilegio de ser atravesada por Alice Munro.


 Olga Starzak




Alice Munro (Alice Anne Laidlaw) nació en el año 1931, en la Provincia de Ontorio, Canadá.Es autora de las obras Danza de las penumbras felices, Secretos a voces, El amor de una mujer generosa, Escapada, La vista desde Castle Rock, entre otras. 



Bookmark and Share