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lunes, 13 de enero de 2014

LA NOTA DE HOY




EL POETA DEL SOCAVÓN

Por Jorge Eduardo Lenard Vives





     A veces los buenos escritores patagónicos pasan por la tierra como un soplo de viento, de esos que se perciben apenas en el ondular de un coirón o el agitar de las ramas de una jarilla; una volátil brisa que después se difumina sobre la meseta. Su obra a veces permanece en la memoria de algún lector, hasta que se pierde entre los claroscuros del tiempo. Pero en otras oportunidades, un mecenas acude al rescate del literato, para mantener viva su creación. Gracias a gente como esa podemos hablar hoy de Julio Sodero, el poeta del socavón.

    La escueta biografía menciona que Sodero nació el 15 de julio de 1950 en Ausonia, Córdoba. Abandonó su terruño a los diecisiete años, y marchó a Santiago del Estero en pos de un trabajo. Su arribo a la Patagonia ocurre tres años más tarde, cuando acepta una oferta laboral en Mina Gonzalito. Allí conoce a Norma Páez, con quien se casa. Ya radicado en Sierra Grande, en cuyo yacimiento trabajó como minero arriba de veinte años, llegan los hijos: César, Paula y Jorge. El 28 de mayo de 2005 la muerte sale a su encuentro en la provincia de La Pampa, cuando regresaba del norte.

    Algunos datos rescatados aquí y allá, nos indican que entre 1968 y 1970 se despertó su vocación de escritor. Hacia 1998 empieza a frecuentar concursos y encuentros literarios. Pese a que la Literatura fue una pasión en su vida, rehusó a publicar sus textos: dejó una obra inédita que supera los 300 poemas. Quienes lo conocieron, dicen que definía al poeta como “aquél que nunca dejaba de asombrarse de “ser” en este mundo”. Esa sempiterna admiración ontológica se refleja en su poesía, la que, además de mostrar una variada temática, sigue el itinerario de su vida, de su “ser”; desde esta alusión a su origen, plasmada en los versos de “Ausonia”:

    Sucede que comienzas cada vez que me alejo.
    Aun sé recordar tus tardes campesinas
    cuando el guadal de tu calle corría con nosotros;

    Pasa luego por la evocación del lugar donde se asentó y formó su familia, descripto en “Sierra Grande”:

    Esta ciudad de redes marinas y cascos amarillos
    volverá entre dársenas y galerías de olvido con una vigilia
    detrás de los presagios y un árbol de auroras surcando entre sus hojas
    los frutos tupidos en el metal preñado de su sierra;

Y finaliza resumiendo sus sentimientos, con un canto a la profesión que eligió, en las palabras de “Minero”:

    Dice el minero / que en el abanico / de sus anchas galerías
    Está su sombra / su martillo / su pupila.

    ¿Quiénes recobraron su figura? En primer lugar, su familia, que quiso dar a conocer su obra poética en el año 2006. Aparece así su poemario póstumo, “Un Hombre Canta” (1), publicado por “El Camarote”. La edición estuvo a cargo de Raúl Artola; quien, junto con Iris Giménez, seleccionó los 73 poemas que componen el volumen. El prólogo es de Mónica Larrañaga, en tanto Víctor Hugo Sodero Nievas, hermano del poeta, realizó un comentario en la contratapa. Hizo el diseño Ignacio Artola; y dos Fundaciones se sumaron al desafío: la Peter Walas y la Ricardo Carpani (autorizando la reproducción una obra del pintor en la tapa).

    En lo personal, conocí al vate gracias a Ada Ortiz Ochoa, que, como siempre, se mostró generosa al momento de difundir la obra de un colega. Ella era una de las personas que, habiendo leído los poemas, conocía la valía del escritor. Fue así que me acercó primero el libro y luego unos preciados datos sobre el poeta; que ahora enriquecen esta nota.

    El hermano del bardo, en su paráfrasis, deja una clave para entenderlo mejor. "A él" - dice - "le gustaba escuchar un poema anónimo medieval que yo solía recitar... no me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido... con una sonrisa consustancial". "Ni me mueve el infierno tan temido por dejar por eso de ofenderte", continúa el soneto con su impecable métrica y rima. El comentario llamó mi atención, porque muchas veces había reflexionado sobre la paradoja contenida en el hecho de que tan sublime poesía fuese de autor desconocido. Al leer lo escrito por Sodero Nievas, pensé que podía dar cierta interpretación a la renuncia de Julio a mostrar su obra. ¿Para qué conservar el nombre del autor, si la belleza de su creación, que es lo importante, se mantiene incólume ante el paso de los años?

    Pero también es cierto que, siendo el Arte una de las expresiones más excelsas del ser humano, es justo que sus cultores sean recordados por la posteridad y obtengan el reconocimiento que, quizás, no tuvieron  en vida. Por otro lado, en el caso de los autores regionales, la suma de esos recuerdos será la que nos va a permitir, poco a poco, ir cimentando el corpus de la Literatura Patagónica.



(1) Sodero, Julio. “Un hombre canta”. El Camarote Ediciones, Viedma, 2006.



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1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermosa y muy ilustrativa tu nota
tanto que por ella nació

"A un Poeta"




¿Qué hago aquí
viviendo sólo de tus letras?

Que sos un soplo de viento
un agitar de jarillas cuando pasas
una brisa volátil que corre en el cañadón.

El sonido de tu voz,
dando firmeza a una orden
el rústico andar de tus pasos en tus largas
recorridas.

Con un rosario de tiempos, he marcado tus ausencias
en todas las estaciones esperaba reecontrarte

Entre credos y promesas salmos y bendiciones,
esperaba tu presencia, esa que se hace viento
en los confines del Sur. . .

Victoria Asís - (Enero - 2.014)