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lunes, 7 de diciembre de 2015

EL POEMA DE HOY



LA  MESA  DE  MI  CASA

Por Gladys Naranjo (*)



Era  una  mesa  simple, generosa  en  madera,
enorme  en  mi  memoria  de  niña  de  diez  años.
Abrigaba  mi  infancia  por  sus  cuatro  costados
con  pan  fresco  y  hermanos  volviendo  de la  escuela.

   Un  frasco  con  bolitas, los  platos  de  la  cena,
los  libros, la  guitarra, un  juguete  olvidado:
feliz  cacofonía  donde  encontré  el  amparo…
y  el  gozo  inexplicable  del  olor  a  canela.

   La  garúa  de  otoño  se  ha  trepado  a  mis  ojos
y  me  deja  en  las  manos  nostalgias  que  de  pronto
se  me  vuelven  poema, pentagrama  y  recuerdos.

   La  Babel  trasnochada  se  repite  en  mi  mesa.
Su  música  tristona  la  cubre, y  la  atraviesa
desde  el  rincón  lejano, tu  cuaderno  de  versos.




(*) Poeta neuquina, radicada actualmente en la provincia de Buenos Aires. Este poema recibió el 1er premio en el Certamen Nacional de Poesía del Círculo de Escritores Marplatenses en el mes de agosto de 2015.
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jueves, 3 de diciembre de 2015

LA NOTA DE HOY




COMENTARIO DE UN LIBRO RECIENTEMENTE PUBLICADO
“CAMINO A RAPA NUI” DE RUBÉN RODRÍGUEZ LAMAS (*)


     La biografía es un subgénero del género didáctico que ha estado presente a lo largo de toda la historia de la Literatura. Su estilo ha abarcado muchas variantes; desde la novela biográfica hasta la descripción aséptica de la vida del personaje en cuestión, que deja al lector la responsabilidad de hilar sus propias conclusiones. Sea cual sea la forma que adopte, esta categoría literaria atrae a las personas que buscan en su lectura comparar sus propias  vivencias con las del protagonista, maravillarse o escandalizarse con sus acciones y, tal vez uno de los puntos más importantes, encontrar ejemplos o anti - ejemplos para analizar su propia existencia.

     En este nuevo libro, Rubén Rodríguez Lamas ensaya esa vertiente de la escritura; y reúne de nuevo sus dos pasiones: las letras y el deporte. “Camino a Rapa Nui” es la historia de Leoncio Urra, deportista chileno ampliamente reconocido en su país por sus logros personales en el mundo del básquetbol, pero también por su capacidad organizativa para atraer a la juventud a la práctica del juego. En un estilo que aproxima el relato a una nouvelle, ya que sobre los hechos puros se va tejiendo un entramado de pensamientos y sentimientos personales en los cuales el autor ha tenido que volcar su imaginación, se reconstruye el periplo del biografiado a lo largo de la geografía chilena; desde su natal Valparaíso hasta la Isla de Pascua, la Rapa Nui que da nombre al volumen. Como bien dice el título, parecería que la vida de Leoncio fue un camino que tenía su destino en Rapa Nui; una peregrinación cuyo objetivo era llegar a ese distante rincón de su país para introducir la práctica del deporte que fue su pasión. En este sentido, toda biografía es como una novela de iniciación; y así presenta Rodríguez Lamas el itinerario de Urra.

     En su deambular, el protagonista recala por un tiempo, cerca de diez años, en Punta Arenas; y esto es motivo para que el autor del libro pueda desarrollar otra de sus aficiones: el gusto por la Patagonia y las regiones australes. Así lo manifiesta al final del volumen, cuando en el último párrafo, recordando la estancia sureña de su biografiado, dice:

     “Por eso agradezco al lector… en especial a los que se entusiasman con las leyendas patagónicas y pueden sumergirse en las visiones de ese sur lejano, observando, con los ojos cerrados, la inconmensurable dimensión y belleza de los cielos australes.”

     Como un recurso estilístico particular, Rodríguez Lamas intercala textos que presentan las reflexiones íntimas y subjetivas del basquetbolista chileno con otras partes donde se narran, en forma más o menos ficcional, los sucesos objetivos de su vida. Un ejemplo del primer modo de redacción, es el siguiente párrafo; con el que se inicia el tomo:
     “Yo, Leoncio, he vivido la más grande de las historias y he logrado hallar respuesta a las vicisitudes de la vida. Algunas, por propia experiencia, aunque me acarrearan tristeza y desconsuelo; otras, buscando entre las piedras de mi propio camino, las que no me impidieron seguir ni limitaron y, en cambio, suministraron el apoyo necesario a mis cuantiosos objetivos y le dieron pujanza a mis logros más admirables y a los más controvertidos”.

     Siempre esas intervenciones personales son iniciadas con la prevención “Yo, Leoncio”; para advertir a quien lee que son reflexiones interiores, privadas. En tanto, un ejemplo del estilo que adopta Rodríguez Lamas al describir los hechos fácticos puede encontrarse en las siguientes frases, comienzo de uno de los capítulos:

     “Todo fue meteórico en su vida. Los cambios, las mudanzas, las emociones. La definición de adolescente le cupo como un sayo. Fue un tiempo de vaivenes y de saltos de un lado al otro, de querer tener todo, de desear abarcar todo y de creer poderlo todo”.

     Este libro, corregido por Marta Soave, diagramado por Liliana Manrique y con diseño de tapa –que muestra una imagen de los moai de Rapa Nui– de Franco Zullich, se presentó a mitad de año en la república de Chile; y más recientemente, a principios de noviembre, en Buenos Aires. La obra se agrega a la bibliografía del autor, que en sus anteriores creaciones, la novela “Mi cuñadito” y el texto didáctico “Maxi deportes”, introduce al mundo de las letras sus consideraciones sobre la actividad deportiva, y lo que ésta representa para las personas, como una dimensión espiritual para lograr la superación individual.

     Esta amalgama entre el deporte y la Literatura no es habitual; por ello es que una creación que logra esa síntesis, como es la que acá se comenta, siempre es bienvenida. Es el propio autor que en su novela “Mi Cuñadito” da una definición que valida esta unión entre disciplinas que parecen tan distanciadas. “El deporte”, dice allí el escritor, “es Arte en movimiento”. Sin dudas, esa comunión puede ser entendida de tal manera en la pluma de Rodríguez Lamas.


J.E.L.V.



(*) “Camino a Rapa Nui” de Rubén Rodríguez Lamas. Editorial Umbrales, Buenos Aires, 2015.



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domingo, 29 de noviembre de 2015

LOS POEMAS DE HOY




partes mínimas / minima naturae
(Fragmentos)

Por Esteban Moore (*)

“Cómo olvidar que lo sabemos
Tiempo que entreabre los párpados
Y se deja mirar y nos mira”

Octavio Paz


“Strahlenwind deiner sprache” 1

el viento que sopla desde el desierto cristalino tan blando como un terso cielo anunciará del
universo, infinitas desconocidas geometrías
el más pequeño de sus detalles
los dominios de una agregada luminosidad


“not things but minds”2

los glaciares en la lejana patagonia impulsan
el tamaño de su acumulado volumen
recreando bajo la magnitud de sus formas
una música de aguas


“confondant la nuit et le jour”3

la naturaleza de las ciudades
que despliegan en la planicie desolada sus abanicos circulares
no será nunca correspondida
de la vibración íntima que irradia del fuego esta ceniza calcinada


“Piedra como tú”4

esta enlodada piedra de metal
del tamaño de una ciruela del Alto Valle que comparte con la roca gris y los arbustos secos
las arenas de este territorio -a tus ojos en la distancia tendido
no recuerda sus orígenes sin embargo cuando tu boca pronuncia la palabra “meteoro”, fulgirá ella de la fosa profunda de tu voz
constelaciones numerosas


“The pebble/ is a perfect creature” 5

ese canto rodado que se desplaza lento en el repetido ciclo de las aguas
podrá exponer en la palma de una mano
el mudo resplandor de su apariencia
- al tacto inseguro de tus dedos –una estructura única


1-“Strahlenwind deiner Sprache”; “La ráfaga de viento de tu lenguaje”. Paul Celan, Sprachgitter, 1959.

2-“Not things but minds”; “No cosas sino mentes”. John Cage, Themes & Variations, 1982.

3- “confondant la nuit et le jour”; “confundiendo la noche y el día”. Jules Supervielle, Prophétie, 1925.

4-“Piedra como tú”. León Felipe

5-“The pebble/is a perfect creature”, “Este canto rodado es una perfecta criatura”. Zbignew Herbert, Selected Poems, 1968. Traducción al inglés de Czeslaw Miloz y Peter Dale Scott.


(*) Poeta y traductor, nació en Buenos Aires en 1952. En poesía publicó La noche en llamas (1982); Providencia terrenal (1983), Con Bogey en Casablanca (1987), Poemas 1982-1987 (1988), Tiempos que van (1994), Instantáneas de fin de siglo (1999), Partes Mínimas (1999), Partes Mínimas y otros poemas (2003), Partes Mínimas uno-dos (2006) y El avión negro y otros poemas (2007). Recibió numerosos premios por sus obras. En 2004 el Fondo Nacional de las Artes publicó una selección de su obra, “Antología poética”. Ha traducido a diversos autores de lengua inglesa. Coordinó talleres privados y en instituciones; y dictó diversos cursos y seminarios. Participó en varios festivales de poesía. Fue invitado en 1990 a la escuela de poesía The Jack Kerouac School of Disembodied Poetics, fundada por Allen Ginsberg, donde inició un proyecto de traducción; y a la Schüle fur Dichtung in Wien, Viena Austria, donde expuso sobre poesía y traducción. Colabora con publicaciones del país y del extranjero. Su obra fue parcialmente traducida al inglés, italiano, alemán, lituano y portugués e incluida en diversas antologías. Su blog: http://alpialdelapalabra.blogspot.com.ar/ 
Estos poemas, pertenecientes a su obra “Partes mínimas”, surgieron de sus viajes por la Patagonia.

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jueves, 26 de noviembre de 2015

EL MICRORRELATO DE HOY





EPITAFIO

Por Gonzalo Salesky (*)


Cuando supo que se acercaba la hora, se decidió a escribir su epitafio. Para ser recordado en el lugar donde vivió siempre, para plasmar algún pensamiento agradable o simplemente para despedirse. Quería dejar algo. Lo necesitaba. Como una especie de consuelo ante su inminente partida.
No sabía qué le esperaba allí, del otro lado. Por más leyendas o historias que supiera, lo aterraba el hecho de comenzar su último viaje sin saber el destino. 
Al fin tuvo la frase exacta entre sus labios y sólo en ese momento sintió que podía partir. Tranquilo, ligero de equipaje y sin cuentas pendientes. Cerró los ojos, y luego de esos nueve meses que le parecieron eternos, nació



(*) Escritor de Córdoba, de raíces familiares patagónicas. Este micro-relato resultó finalista del I Premio Nacional de Narrativa Breve “Villa de Madrid” (España).


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lunes, 23 de noviembre de 2015

EL CUENTO DE HOY


"Cuidando la toldería" - Obra de Francisco Madero Marenco


EL DUELO

Por Fernando Nelson (*)


Cuando el hijo del cacique montó su caballo y se perdió en el sendero, no imaginó que iba cabalgando rumbo a la muerte.

Tal vez por eso (porque no lo sabía) lo apuró para alejarse de los toldos. Se trataba de una tarea menor y cotidiana: llegar a las Salinas Grandes para subirse al anca de su picazo negro y concentrar la mirada sobre el nuevo fuerte de los Huincas. Había que esperar las carretas con civiles para volver con los malones. No ignoraba  que los invasores los estaban doblegando: demasiados hermanos muertos ya en tantas  encerronas; demasiadas leguas de campo perdidas ante el fuego atronador de los fusiles y ahora –también- de los cañones.

Pero esa mañana, al dejar atrás la tierra seca salpicada de matas, al pisar su caballo la interminable superficie del salitral, no buscó el lugar de siempre: se quedó en silencio y acariciando a su potro para que estuviera quieto. Miró hacia la derecha, hacia el raleado  monte de juncos. Su instinto de guerrero avezado le sugirió la presencia de una sombra, de alguien escondido. Mientras escudriñaba las ramas vio moverse algo y de pronto apareció un jinete –un jinete solitario– que el nativo reconoció como un gaucho alistado en el Ejército; venía montado en un caballo pampa como él, y como él también lo montaba en pelo, y sus armas eran la larga lanza, las boleadoras en la mano izquierda y el cuchillo en la cintura. Los diferenciaba la ropa, y el lancero supo que ese gaucho no era un gaucho más. No sólo su aspecto era rudo y temerario: el haberse presentado solo frente a él hablaba por sí mismo: nunca antes un blanco lo había buscado para una franca pelea a muerte, y menos allí, esperándolo en medio de la nada. Un mal presentimiento lo hizo encomendarse a Soychu.

Los dos hombres se miraron un instante. Cuando el Huinca comenzó a avanzar y acomodó la lanza en su mano derecha, el indio tuvo la seguridad de que sólo tenía que ponerse a tiro para chuzarlo con su propia tacuara. Y no podía fallar porque no le gustaba ese hombre que lo había estado esperando como si no conociera el miedo.

 No le gustaba que viniera montado en un caballo pampa como el suyo, con la cola tusada –también– a media altura.

 Por último, no le gustaba que el otro tomara al caballo de las crines, ultrajando la costumbre de su gente.

Ambos se aproximaron en pequeños rodeos que dibujaban sus monturas, para ser un blanco difícil de encontrar con la lanza o con las boleadoras. El gaucho movió el brazo derecho, lo suficiente para que el otro interpretara que iba a arrojar la lanza impredecible. Por eso  el guerrero se apuró; por eso la arrojó primero, aún sabiendo que estaba un poco lejos. El gaucho movió apenas su cuerpo y la tacuara mortal pasó de largo y fue a perderse en el monte de juncos. Recién el Huinca apuró a su potro, mientras su adversario tomaba las boleadoras, que no pudo usar: el afilado acero del gaucho –que era la punta de su lanza inexorable- ya había sido tirado, ya había  cortado el aire, ya se le había clavado en el pecho, y el hijo del cacique lanzó apenas un quejido antes de desplomarse hacia atrás en una caída pesada y definitiva, y su caballo, confundido, salió al galope por la plena salina como si el fantasma del indio lo fuera espantando.

El hombre blanco desenfundó el cuchillo y se quedó esperando, quieto en su montura, habituado como estaba a las sorpresivas artimañas de los indios. Recién cuando el otro dejó de moverse y quedó de costado agarrando  la lanza que lo había abatido,  se apeó con cautela. Se agachó y sus manos buscaron la cadena y la medalla que el nativo llevaba en el pecho. Al verlas de cerca vinieron a su mente los tiempos lejanos en que él y su madre habían sido aprisionados por ese grupo de salvajes, los que la habían violado y matado; recordó que él mismo había tenido que sobrevivir como cautivo: allí había conocido al hijo del cacique. Lo había visto aprender las artes de la guerra, y él mismo había aprendido con sólo mirarlo, hasta escapar una noche de lluvia cuando contaba doce años. En los veinte que luego habían transcurrido, decidió quién debía pagar por el daño recibido, y de qué modo. Agradeció a Dios que lo hubiera acompañado en esa tarea improbable, montó su overo, y se alejó despacio hacia el poblado.

  


(*) Escritor chubutense, radicado en Puán (Buenos Aires)
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