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viernes, 15 de julio de 2016

EL POEMA DE HOY




Zorzales en los árboles

Por Juan Carlos Moisés (*)



Hay zorzales en los árboles.
Están menos ocupados en buscar
lombrices para alimentarse que en llamar
la atención de los que habitamos el vecindario.
Es posible que la llovizna de Santa Rosa
los haya puesto en vena para hacer
el contrapunto. Lo justo es decir que esas
voces con procedencia pero sin nombre
propio se encuentran a unos pocos metros
de distancia y que ignoramos si sólo
cantan para ellos, por placer, o el macho
para atraer a la hembra, o si también,
por algún motivo, cantan para nosotros,
o para otros que no pueden oír porque están
lejos y no saben, nunca sabrán, que alguien,
en algún lugar, canta para ellos.


                                                                      (A Leopoldo “Teuco” Castilla)





(*) Juan Carlos Moisés (Sarmiento, Chubut, 1954), publicó Poemas encontrados en un huevo (1977), Ese otro buen poema (1983), Querido mundo (1988), Animal Teórico (2004), Palabras en juego (2006), Museo de varias artes (2006) y Esta boca es nuestra (2009). En narrativa: La velocidad de la infancia (2010) y Baile del artista rengo (2012). En dramaturgia: Desesperando (2008) y Pintura viva, El tragaluz, La oscuridad (2013). De 1990 a 1998 dirigió el grupo de teatro Los comedidosmediante. El presente poema está incluido en su volumen más reciente, El jugador de fútbol (2015).
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martes, 12 de julio de 2016

LA NOTA DE HOY




EL HISTORIADOR CHUBUTENSE ORESTES L. TRESPAILHIÉ


Por Jorge Eduardo Lenard Vives



     Recordar sólo por su condición de historiador al multifacético literato chubutense Orestes L. Trespailhié, no es deslucir su variada inspiración como escritor, de la que dará buena cuenta este artículo; sino resaltar la importancia de su tarea pionera en el rescate del pasado regional. En 1930, mientras se desempeñaba como catedrático de Historia del Colegio Nacional de Trelew, publicó la obra “Historia del Chubut”. En ella se percibe el interés por indagar sobre la antigüedad y un estilo literario que da vigor, poesía y amenidad a sus textos. Dice en su introducción:

     “…esta es una síntesis histórica del Chubut: territorio argentino que en cada palmo encierra un poema a la labor cruenta y tesonera de muchos… estas modestas líneas que no tienen otras pretensiones que mostrar a las actuales generaciones cuánto costó el solar que usufructúan”.

     El libro presenta verdaderas perlas. Por ejemplo, al hablar de la Colonia Galesa del Chubut y bajo el título de “Existencia de un anterior intento”, afirma: “El Padre Lino Carabajal, en su obra “La Patagonia”, dice que en 1855 se llevó a cabo, de parte de los galeses, el primer intento colonizador en la desembocadura del río Chubut. Esta expedición que venía al mando del capitán Elsegood, se desalentó por las penurias pasadas y el rigor climatérico, y abandonó la empresa en 1858”. ¡He aquí la fuente original de la noticia sobre la colonia perdida de Elsegood, respecto a la cual se dedicó una nota anterior en este blog!

     No fue esa la primera muestra de la vocación por las letras de Trespailhié. Cuando aún no estaba en el Chubut y antes de abocarse a la Historia, mostró interés por la Física y la Pedagogía. Entre 1909 y 1919 difundió varios tratados sobre esas disciplinas; tales como “La Odóstica. Teoría física de los olores”, una teoría propia que atribuye los aromas a la vibración atómica de la materia; y “La educación social”, ensayo sobre la necesidad de crear en el individuo “la capacidad para una vida social para sí y para los otros”.

     Reafirma su interés en la enseñanza editando “De la educación del Pueblo”, en 1925; que propone un modelo educativo basado en tres ejes: moral, físico e intelectual. El volumen mantenido en la Biblioteca Nacional está dedicado por el autor al doctor Francisco Albarracín, a quien llama “el más grande de los hijos de la Patagonia”. Ello sugiere que ya entonces Trespailhié estaba en el sur. Esto se confirma en 1928, al imprimirse su “Colonización Española del Chubut”; donde se indica que es profesor de Historia en Trelew.



     Para 1932 ya había dado a conocer varios estudios sobre historia, como “La tragedia de San José”, “La colonización boer en el Chubut”, “Oreille 1ro, rey de la Patagonia”, “Los tehuelcunis, tehuelches o patagones”, “La batalla de Languineo, “La acción de Apeleg”, “Los gobernadores del Chubut”, “La colonización galesa en el Chubut”, “Biografía del Coronel Luis Jorge Fontana”, “El espíritu de la Historia”, “El presidente Roca y la Patagonia”, “Doctrinas de la Historia”, “Una pipa araucana”, “Cronología histórica del territorio de Santa Cruz” y “Las cuevas habitaciones”. Además, el libro escolar “Síntesis de la historia de Roma” y “Por la paz de América”, folleto que propugna transformar a América en un imperio de la paz. Con fecha desconocida, difundió un breve ensayo de carácter moral llamado “Detente caminante y escucha”.

     Hacia 1933 aparece su novela “Los tchenques”. Narra, con un estilo expeditivo y acerbo, un episodio que reúne los elementos habituales de la Patagonia “amarga”; ambiente de personajes duros entre quienes impera la ley del más fuerte. Ese mismo año salen los ensayos “La revolución francesa” y “Las leyes de la Historia”; en el cual enuncia algunas tendencias en la evolución de los pueblos.


     En 1934 vuelve a la narrativa de ficción con la nouvelle “Ofelia”, ambientada en la estancia “Curuzú Guazú”, cercana a Trelew. Allí transcurre la trágica historia de amor entre Ofelia, hija del patrón, y Omar, primogénito del capataz. El romance tiene el beneplácito general; sin embargo discurre entre muerte y muerte, en el marco de la vida rural. El párrafo inicial describe el severo entorno: “Las casuarinas, que rodeaban al caserón de la estancia “Curuzú Guazú”, doblegaban su cerviz, por impulso de un vendaval del oeste, entre tanto su follaje musitaba la canción de la vida triste. Todo el día había dominado el viento del sur, trayendo nube tras nube nevosas, que, al descargarse, cubrieron el campo con un blanco sudario”.

     “Por sus frutos los conoceréis”, reza el adagio bíblico. Ése parece haber sido el lema que orientó la vida de Trespailhie, pues en su vasta bibliografía no figuran sus antecedentes personales; salvo alguna referencia a su desempeño profesional. Se sabe que nació en 1891 y que estudió en el Colegio Nacional Mariano Moreno de Buenos Aires. Allí se recibió de Bachiller en el año 1908; y, más tarde, de Profesor de Enseñanza Secundaria en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario de Buenos Aires.

     Fue celador en el Colegio Mariano Moreno en 1909, ayudante de Gabinete de Física en tal instituto de 1909 a 1915 y director de la Revista de Centro de Estudiantes del Profesorado entre 1916 y 1917. En esa época se desempeñó como profesor del Colegio Nacional del Paraguay y en la Escuela Normal de Villarrica, del mismo país. En 1918 fue docente de Física de la Universidad Libre de Buenos Aires; y de Filosofía en la Extensión Universitaria. Hacia 1925 ocupó la cátedra de historia en el Colegio Nacional de Trelew, que retuvo por lo menos hasta 1934. En 1937 dio clases de Historia en la Escuela Normal de Bahía Blanca.

     Además se sabe que pasó sus últimos años en Puerto Madryn, donde una calle lleva su nombre. Allí, su hijo Enrique, entre 1964 y 2015, administró el tradicional bazar “El Indio”. Ningún otro dato íntimo se conoce, por ahora, de este erudito que el Valle del Chubut tuvo el honor de contar entre sus educadores.

     En el ejemplar de la “Historia del Chubut” guardado en la Biblioteca Nacional, llama la atención el emblema que, bajo el nombre de “Escudo del Chubut”, adorna la tapa. Se trata de un “escudo inglés” coronado por un gorro frigio con la escarapela argentina. El campo superior simboliza el cielo y la pureza del porvenir; y el inferior representa el mar y la apacible y dinámica vida. Por la línea que divide los campos asoma un sol, símbolo del Chubut. Sobrevolándolo, un biplano es imagen del progreso; a siniestra un buque de dos velas y dos chimeneas, es la civilización en marcha; y a diestra un peñasco con un faro, señala los peligros a sortear. En la parte inferior se interna en el agua una punta de tierra, sobre la que se observa un arado, metáfora del trabajo.



     Es un distintivo creado por Trespailhié. Esta visión esperanzada del territorio chubutense, muestra el cariño que sentía el autor por la región a la cual dedicó su vida y su esfuerzo. Un suelo que, al igual que a veces hace con otros protagonistas de su historia y su cultura, no lo recuerda tanto como debería.



Nota: el autor de la nota agradece al personal del área de investigadores del 6to. piso de la Biblioteca Nacional “Mariano Moreno” el apoyo brindado para consultar la bibliografía pertinente. La obra del padre Lino CARBAJAL que menciona Trespailhié, es “Missioni Salesiane - La Patagonia” (Torino, SEI, 1925). Pero la obra principal del salesiano, de cuatro volúmenes, es “La Patagonia. Studi Generali — (Prima Serie: Note Storiche - Tipografia - Etnografia. Seconda Serie: Climatologia e Storia Naturale. Terza Serie: Economia. Quarta Serie: Politica - Istruzione)” (S. Benigno Canavese, Scuola Tipografica Salesiana 1899-1900).



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miércoles, 6 de julio de 2016

EL POEMA DE HOY



EN LO MÁS OSCURO


Por Clara Vouillat (*)






                                   En lo más oscuro
escribo
                                   en lo más hondo
escribo
                                   en lo más sórdido de mí
escribo
para exorcizar las voces
la tierra desterrada
el cielo sin horizonte
el silencio perdido
los árboles talados
                                   el camino que ya no lleva
a la tranquila vista
de los ríos
al remanso claro del mar
a la apartada montaña
a la noche luminosa
                       En lo más oscuro permanezco.




(*) Escritora de General Roca.
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miércoles, 29 de junio de 2016

LOS POEMAS DE HOY




FLORES PATAGÓNICAS
(Fragmentos)

Por Raúl A. Entraigas (*)







Arrayán
(Myceurgenella Apiculata)

Sobre el rojizo canela
de su tronco, en la espesura,
se destaca la blancura
cual luz de una candela.

La flor de los arrayanes,
con su candidez de nieve,
es como un respiro breve
en medio de mil afanes.







Michay
(Berberis darwini)

Su faz amarilla mate
lo dijera del Oriente;
y no: el michay es pariente
del ñire y el calafate.

Es flor de criolla prestancia
y su nombre lo proclama
y por eso él embalsama
los montes con su fragancia.






Notro
(Embothrium coccineum)

Salpica sangre bullente
sobre los bosques andinos
y reflejos purpurinos
sobre el gran lago silente.

Cuatro pétalos de grana
dejados como al desgaire
encienden fuego en el aire
y dan luz a la mañana.






Linto o Amancay
(Alstroemeria aurantiaca)

¡Reina de nuestro Tehuel
y “la flor” por excelencia
tu color gualdo evidencia
que eres precioso joyel!

Como el oro es tu color,
como trigal que se agita,
como la cera bendita,
como canario cantor.

La Patagonia te aclama
como “su flor” preferida
y símbolo de su vida
los destellos de tu llama



(*) Escritor rionegrino. Tomado de su libro “Patagonia. Región de la aurora” (Editorial Don Bosco, Buenos Aires, 1959)



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sábado, 25 de junio de 2016

LA NOTA DE HOY



LA PAZ, LOS GALESES, EL COLT Y LAS CONSTRUCCIONES LINGÜÍSTICAS

Por Carlos Dante Ferrari


     Ayer a la mañana caminaba por la calle bajo un frío intenso. El paso fortuito de un patrullero y una aleatoria combinación de factores me indujeron a pensar en temas aparentemente tan inconexos como lo son la paz, la policía y el idioma galés. Quizás el disparador fue recordar que la palabra galesa para denominar a la policía es “heddlu”, en cuya etimología está de manera indudable el término paz (“hedd-”), de modo que, en una versión libre para nuestro idioma, bien podría nominarse al policía como “pacificador” o “custodio de la paz”.

     Los anárquicos hilos de la mente me recordaron entonces la importancia que tiene la paz en la cultura galesa, a punto tal que la ceremonia bárdica central en el Eisteddfod, cuando se entroniza al poeta, consiste en desenfundar a medias una espada sostenida por dos hombres, mientras uno de ellos pregunta con voz estentórea: “¿A oes Heddwch?” (“¿Hay paz?”), a lo que público clama a coro: “¡Heddwch!” El rito se repite tres veces y con la triple ratificación popular, la espada es envainada. No es casual que a partir de 1947, después de la Segunda Guerra Mundial, el Eisteddfod Nacional de Gales adoptara como lema: “Que las voces de los coros hagan enmudecer para siempre los cañones”.



     Los pobladores galeses del Chubut traían esa fuerte vocación por la paz, mas no pudieron librarse de la necesidad de contar con un órgano policial. Al principio esa función fue asignada en forma provisoria a algunos civiles. Poco después, en 1868, se creó un cuerpo de Guardias Nacionales Voluntarios integrado por 37 hombres, comandado por Edwin Roberts con el grado de Teniente (*). La tarea principal de esa milicia consistía en prevenir y eventualmente recuperar animales robados por los indios. Uno de aquellos soldados era Aaron Jenkins. Años más tarde, en 1879, mientras Jenkins desempeñaba el cargo interino de agente de policía, fue brutalmente asesinado a mansalva por un individuo al que trasladaba  en carácter de detenido.

    En 1876 se radicó en la zona el primer comisario nacional, Antonio Oneto. Se trataba de un destacamento más que nada simbólico, pues como el propio Oneto le comentaba en una carta a Luis Piedra Buena: “(…) observo que también esta comisaría es completamente sin armas; tiene un solo revólver que es de mi propiedad” (**)



    No deja de ser una paradoja que, para asegurar la paz, hay un punto extremo en el que se torna necesario acudir a un mecanismo potencialmente represor o disuasivo, con la potestad legal de portar armas. Aunque no tenemos datos sobre aquel revólver de Oneto, cabe preguntarse: ¿Sería acaso un Colt 44? Es improbable, pero el interrogante viene a propósito de otro retruécano lingüístico vinculado a la paz y a las armas. En 1873 la fábrica norteamericana Colt comenzó a producir la primera generación de revólveres de acción simple, que pronto adquirieron una enorme popularidad. Se hizo una producción calibre 44 con destino al ejército, la caballería y la artillería. Para el mercado civil se fabricó en los calibres 44–40 y 32–20. ¿Y saben ustedes cómo fue bautizado ese modelo? Nada menos que con el nombre de “Peacemaker”, es decir, “Pacificador” o “Hacedor de la Paz”…



     Algunos revólveres Colt SAA “Peacemaker” llegaron a nuestro país y al valle del Chubut. En mi infancia tuve ocasión de sostener uno de ellos en mis manos: pertenecía a Thomas Daniel Evans, que lo había portado durante su desempeño como agente de la policía de Territorios Nacionales. El querido “Tommy Daniel”, amigo de la familia, era una suerte de abuelo postizo para mí; un hombre de carácter afable, sumamente religioso y con grandes dotes musicales, que solía tocar el armonio en la capilla de Gaiman. Tengo la certeza de que él jamás necesitó servirse del arma para “hacer la paz”. Es que la mejor garantía de paz no está en las armas, sino la elevación espiritual de un pueblo. Y de eso, los colonos galeses –a no dudarlo– sabían mucho.

   Para finalizar, así como esta nota se inició entrecruzando palabras y significados, no está de más mencionar que en islandés –esa lengua tan querida por Borges– “hedd” (derivativo del antiguo hofuð) es una de las variantes del término “cabeza”. Más allá de la grafía coincidente, la diferencia no solo radica en los significados disímiles, sino también en que la verdadera paz –como todos sabemos– no reside en la cabeza, sino en el corazón.

    ¿Llegará el día en que la Humanidad pueda gozar de una paz sin necesidad de armas ni de policías, sostenida por la sola fuerza de la convicción?

     “¿A oes Heddwch?”

     Que las espadas del mundo permanezcan envainadas para siempre.



(*) Conf. Williams, D. – “El valle prometido”, p. 39/40 – Ed. Del Cedro, Gaiman, 2008.

(**) Conf. Zampini, V.  “Chubut – Breve Historia de una provincia argentina”, p. 47 – Ed. El Regional, Gaiman, 1975.
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