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domingo, 15 de enero de 2017

EL CUENTO DE HOY




LA ESPERA


Por David Aracena (*)



Era sábado cuando me dieron trabajo. Hacía mucho tiempo que no conocía una mañana como esa.
La calle, el cielo claro, el humo de los barcos: ¡arre Platero! Jiménez. Knut Hamsun, Rolland, Kafka.
Fui al puerto a mirar los barcos y a soñar con mis libros. Para entonces, era lo único que me quedaba. Después, ¿tenía yo algo después?
Hago memoria y me veo con mi traje marrón, ya viejo y corto, con sus mangas deshilachadas.
— El lunes, turno de 20 a 4, pozo 1230 —aparato 50— me había dicho brevemente el jefe.
Gasté las últimas monedas en un poco de pan. Pasaba hambre. Iba a vagar por la costa. A mirar los barcos, observando la carga y descarga de mercaderías, los pasajeros subiendo la planchada, acodados en el puente.
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El comedor número 4 miraba al Este. A través de la apretada fila de álamos podía ver el mar. El personal comía en mesas largas con unos bancos duros desprovistos de respaldo.
La comida era bastante buena. El precio acomodado.
En el trabajo somos tres: el encargado del guinche, Dañe Vlahovich y yo.
Por el camino, las torres se yerguen silenciosas. Llevamos ya media hora andando.
El aparato 50, queda a veinte metros de las vías del ferrocarril, y el campamento a cinco kilómetros. El trayecto hay que hacerlo a pie.
Desde lo alto de la torre, se puede ver el puerto.
Trabajamos, en extracción. Cuando el pozo no produce, allá vamos nosotros.
El petróleo sale espeso y tibio de la cuchara recién descargada.
Cuando subí la primera vez a lo alto de la escalerilla, sentí miedo. Los tramos, sucios de petróleo eran siempre un problema para los principiantes, y sobre todo con el frío y el viento, que a veces corre a 150 kilómetros por hora.
Con la paga siento deseos de comprarme un saco de cuero, que he visto en la vidriera con el precio pegado en una de las mangas. Después recuerdo que mi madre necesita unos lentes. Vlahovich, tampoco puede distraer su dinero. Me habla de su casa. De sus deseos de volver.
Estar con Jakitza y con Gyp - dice. Se queda soñando en su aldea. Siempre está de vuelta: su mujer, su hija. Vuelve a caminar por las calles de su pueblo.
Si. Esto es posible - piensa. Aquí está Opuzen. Las casas blancas con sus techos rojos. Está otra vez en el paredón del río. El Neretva, va aguas abajo, sin ruido, entre los pilares y las ramas verdes de los sauces. Se pone triste. Sueña y espera. Me habla de su casa. Conozco todos los detalles. La cocina, y el sendero que va hasta el molino del tío Krezán. El jardín con el bosque de violetas.
Pensar que a Bismark, no le gustan las violetas— dice. Conozco la granja y el establo. Hasta creo que he estado en la cosecha. Para ese tiempo hay rosas. Los junquillos están en flor.
Vlahovich, está de vuelta. Descarga la cuchara. Gotea el petróleo espeso y tibio. Deja el gancho a un lado, y se hace un ovillo contra las chapas sucias.
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Estamos en mayo y nieva. Tenemos el turno de noche. Hay que bajar la bomba y la cañería es de tiros dobles. Trabajando así, uno tiene que ir al piso 10 de enganchador, y el otro queda abajo entubando los caños con una llave a cadena.
Sigue nevando. Vlahovich, ha ido al aparato 50 a controlar la producción.
Vuelve pronto, cubierto de nieve. Se abrocha la camisa y se sube la solapa del saco. Se mira los dedos de la mano que tiene helados y comienza a subir.
Me apuro y trabajo como un loco. El guinche zumba y el cable queda tirante.
Son 560 metros de cañería hasta el fondo y tardo horas en terminar el trabajo. La llave a cadena esta tibia. En la boca del pozo quedan marcadas mis pisadas entre el barro y la nieve. Arriba, Vlahovich tiembla de frío y la nieve sigue cayendo en copos compactos.
Al mediodía, la bruma lechosa de las lomas dejó el cielo claro y limpio. Empieza el deshielo. Innumerables hilos de agua vienen de lo alto. Las guijas brillan al
— Vlahovich —digo— ¡vamos a gustar esto!
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Vlahovich, vive a la espera de cartas. Cuando tiene correspondencia anda todo el día feliz.
-  Mañana –dice- es el cumpleaños de Gyp.
Estamos en octubre. Las mañanas se doran de sol. Los brotes de los álamos son ya pequeñas hojas verdes.
Vlahovich, me sigue hablando de su casa. Anda preocupado. La hija está enferma. La cosecha ha sido mala ste año. La uva se ha perdido toda. Su mujer y Gyp se han ido a vivir a lo del tío Krezán.
Tiene que volver a su aldea. A caminar por sus calles, detenerse frente a una ventana. Sentir que le dicen:
— Dobar dan, Dañe.
Pero las cosas no se dieron así, y es Jakitza y la hija las que vienen.
Sabe, sin embargo que algún día ha de volver. Sentir el olor de la tierra en marzo, acariciar las ramas de un árbol.
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Alquiló una casa que mira el mar. Pintó la cocina y las dos piezas. Podó el cerco de tamariscos. Los ratos libres arreglaba el jardín.
La noche está clara y tibia. Las sombras mas allá de los focos tienen un aire desolado.
Terminamos de sacar el impresor a caños. Busco un poco de estopa para limpiarlo, para que esté listo para el otro turno que tiene que bajarlo de nuevo. Siento la voz del capataz que dice:
— Vlahovich, hay que poner un poco de aceite al cable que no corre bien.
Faltan cinco minutos para terminar el turno, de 20 a 4 de la mañana.
A las 8 de ese mismo día, desembarcará pasaje el barco que trae a Jakitza.
Vlahovich, trepara ágil por la escalerilla. Siento su voz feliz, cantando, arriba a 20 metros de altura. De pronto, la voz se quiebra entre los hierros y la noche. No sé cómo cayó. Estoy arrodillado frente a él. Siento que se queja, después delira. Confunde la sirena de la ambulancia con la del barco.
- Ya están ahí - dice.
La voz cae delgada, como una hilacha de algodón. Afuera, está silenciosa la mañana. El sol, alarga las sombras y las deja como un hilo.



(*) Escritor de Comodoro Rivadavia.


martes, 3 de enero de 2017

OBRAS DE AUTORES PATAGÓNICOS





“LOS NARANJOS” DE GLADIS NARANJO (*)




Si bien Gladis Naranjo, la autora de “Los Naranjos”, advierte que este libro fue publicado para ser repartido sólo entre parientes y amigos; ha logrado una obra de gran calidad literaria que la hacen apta para su difusión fuera del círculo íntimo, a fin de acercarla a ese grupo de lectores a quienes interesa recuperar la Historia a través de pequeñas historias de vida. La preferencia de estas personas dio origen a una variante, dentro del subgénero biográfico del género didáctico, que ha mostrado una importante presencia internacional en los últimos años: la autobiografía.
Esta vertiente busca exteriorizar el fenómeno de la introspección como manifestación artística; y se incluye en el ámbito de la “escritura del yo”. Su subjetividad obliga al requisito del “pacto autobiográfico”, una suerte de contrato entre autor y lector, por el que aquel se compromete a narrar la verdad sobre su vida; y éste, a creer el relato resultante. Dicha premisa aparta a quienes anteponen la creación imaginativa; ya que debe primar la honradez biográfica. En la Patagonia también se ha incursionado en el género; y a los nombres de Margarita Borsella, Dora Lendzian, Victoriano Salazar y otros, se puede agregar ahora el de Gladis.
En el caso de “Los Naranjos”, a través de la saga familiar se asiste a una recorrida por la historia de los primeros años de Zapala; y a una visión - más personalizada - de la década de los cincuenta en esa ciudad y en San Martín de los Andes. Luego se contemplan los sesenta transcurriendo en los escenarios de la bonaerense Tandil; hasta el momento en que, como dice la autora, “crecimos… Y de a uno nos fuimos yendo”.
Estas memorias, además de agregar valiosos detalles cotidianos a quienes quieren conocer el pasado de esos lugares; entregan un emotivo recuerdo que puede ser compartido por los que son contemporáneos de los tiempos que describe la narradora. Los juegos infantiles, recuerdo que en forma ineludible une generaciones, las costumbres carnavalescas y festivas, las experiencias educativas, las modas; son un incentivo para que el lector recupere sus propias remembranzas. Tal vez uno de los motivos del éxito de este tipo de Literatura sea el grado de identificación que el lector siente al pasar sus páginas; y la motivación a indagar en su propio pasado para conocerse a sí mismo.
Pero este libro tiene otra vertiente, que no va en zaga de lo que se describió hasta aquí. La familia de Gladis tuvo una estrecha relación con las disciplinas artísticas; tanto su madre, la poeta Pura Serradilla, como su hermano Pehuén, bardo y músico; y ella misma, que incursionó en la poesía y la narrativa. Esta situación permite a la autora intercalar un conjunto de poemas que se conjugan con la prosa de la narración, casi sin solución de continuidad, para deleite del lector. Citando algunas de estos intermezzos poéticos, a modo de ejemplo, se puede mencionar “Noches de Aluminé”, de Pura Serradilla:

De los cerros milenarios / y de intrínsecas entrañas / van llegando
Y se extienden cual sudarios / sus nostálgicas hazañas / dormitando.

O “Para poder llegar” de Pehuén Naranjo:

Ando con ganas de soltarte / los pájaros del sueño / que me vine a buscar,
Y también de pedirte / que me prestes tus ojos / para verme llegar.

Y también “Tus manos”, de la propia Gladis:

Tomada de tu mano era una maravilla / caminar hojarascas crujientes y doradas
(En Zapala el otoño es cascada amarilla / en las primeras horas de las tardes soleadas)

Con respecto a la presentación formal del libro, se destaca la tapa, con un collage de fotografías familiares que van desde imágenes en una tonalidad sepia a la foto en colores; y la contratapa, una imagen en blanco y negro de la cual, de manera acertada, la escritora dice que en ella “se respira nostalgia volvedora de infancia...”. El ejemplar está ilustrado con numerosas fotos; e incorpora, como valor agregado, un apéndice con breves biografías de muchos personajes citados en la obra; y otro de toponimia autóctona de los lugares que menciona el libro.
Quien tenga la fortuna de poder ingresar en las páginas de este libro, va a tener la oportunidad de recuperar parte de su “tiempo perdido”, al decir de Marcel Proust; reconocerá trozos de su propia vida en las páginas del texto; y comprenderá, una vez más, que el ser humano es esencialmente igual en todos los lugares y en todos los momentos; y que las diferencias son circunstanciales. Y también podrá ver como la magia del Arte, esta vez ejercida por la mano de Gladis, transmuta recuerdos, pensamientos y sentimientos en palabras y frases y párrafos que permiten regalar al espíritu con un texto ameno, emotivo y motivador.





(*) “Los Naranjos”, de Gladis Naranjo (Edición del autor, Tres Arroyos, 2016).

viernes, 23 de diciembre de 2016

LA NOTA DE HOY




EL ESCRITOR EDUARDO TALERO
Y OTRA REFERENCIA DE BORGES A LA LITERATURA PATAGÓNICA



Por Jorge Eduardo Lenard Vives





En un artículo escrito del periodista neuquino Pablo Montanaro (1), se cita uno de esos poco conocidos episodios que forman parte de la historia de la Literatura Patagónica. El reportero menciona que Jorge Luis Borges, en su volumen “Inquisiciones” de 1925, al referirse al libro “Andamios Interiores” del escritor vanguardista mexicano Manuel Maples Arce, cita una obra que considera su predecesora. Dice Borges: “Andamios Interiores resaltará como vivísima muestra del nuevo modo de escribir; estilo cuyo comenzador en América fue el colombiano Eduardo Talero, con su esforzada Voz del desierto”.

     Es cierto que Eduardo Talero era, por nacimiento, colombiano; pero no es menos cierto que en 1902 se nacionalizó argentino y que “La voz del desierto”, texto editado en 1907 por la Sociedad de Escritores de Buenos Aires, recopila los textos que escribió y publicó los cuatro años anteriores en el Neuquén, donde se desempeñara como Secretario de la Gobernación del Territorio.

     El sino que lo había arrojado a estas tierras australes es digno de una novela decimonónica de aventuras. Nació el 11 de noviembre de 1874 en Bogotá. Luego de recibirse de abogado, su infausto comienza en 1895; cuando fue encarcelado por conspirar contra el gobierno de Miguel Antonio Caro. Este mandatario suplía a Rafael Núñez, quien debido a una dolencia había renunciado a su cargo.

     Pero resulta que el anterior gobernante era hermano de Betsabé Núñez de Talero, madre de Eduardo. Enterada de que su retoño estaba prisionero y sería fusilado, pidió clemencia a su pariente. A pesar de las diferencias políticas, primó la relación de sangre. Betsabé obtuvo el perdón y logró salvar la vida de su hijo; aunque no pudo evitar su destierro.

     Su derrotero de proscrito pasó por Venezuela, Costa Rica, Nicaragua y Estados Unidos. Viajó luego a Europa; desde donde regresaría a Lima y después a Valparaíso; sitio en el que conoce a su esposa Ruth Reed. Finalmente recala, en 1898, en Buenos Aires. Desde allí es enviado por el presidente Julio Argentino Roca, en el año 1903, al Neuquén; como segundo del gobernador Carlos Bouquet Roldán. Congeniaron ambos; y como hombres de pensamiento y acción que eran, en 1904 trasladaron con éxito la capital del territorio desde Chos Malal hasta La Confluencia, su actual emplazamiento.

     Durante varios años, Talero vivió con su esposa y su hijo Eduardo en el Fundo “La Zagala”, próximo a la ciudad de Neuquén. Corona el casco de la quinta una característica torre; que aún hoy se alza como un monumento al recuerdo del literato. Al tiempo, su enfermedad pulmonar lo llevó a radicarse con la familia en la localidad bonaerense de San Martín. Murió el 22 de septiembre de 1920.

     En sus obligados viajes por varias partes del mundo había conocido autores como José Martí, Rubén Darío, Amado Nervo, Enrique Gómez Carrillo, Jorge Isaacs, Antonio Plaza, Juan de Dios Restrepo, Enrique Gómez Carrillo; y, en la Argentina, a Ricardo Rojas, Roberto Payró y Carlos Guido Spano. A esos nombres del parnaso debe agregarse, sin dudas, el de Talero; con sus creaciones “Ecos de Ausencia”, “Cascadas y remansos”, “Troquel de fuego”, “Por la cultura”, “Culto al árbol” y, en especial, la que Borges rescata.

    “Voz del desierto” reúne un Prefacio y diecinueve relatos que hablan del agua y el oro, de colonos y chenques, de leyendas e historias, del viento y la tierra virgen que cedió lugar a una urbe. En el introito, Talero afirma: “Este libro ha tenido un móvil sano y entusiasta: sano porque es el resultado de un desborde de salud perdida en las ciudades y recuperada en el clima patagónico; y entusiasta porque lo inspiró una de esas alegrías que surgen de la tristeza ahondada por el pensamiento solitario, como brota en la aridez el chorro de aguas vivas bajo el taladro perforante”.

     Un ejemplo de la prosa que entusiasmó a Borges puede tomarse del capítulo “El capitolio del viento”: “El viento abre de improviso todas las guaridas de sus fieras y las mansiones de sus hadas… Yo he sentido salir de sus sótanos las baterías de las borrascas, arrastradas por potros devorados por la fiebre de locomoción abrazadora… Otras veces uno levanta al cielo la mirada, por ver si distingue el bergantín descomunal que bogase sin gobierno hacia el abismo, azotando el velamen con crujidora reverberación de inmensa llamarada flagelante. O los alaridos son tales, que no se sorprendería ver cruzar en el horizonte un carro apocalíptico, llevado por una cuadriga de leones uncidos con arneses de hierro al rojo vivo.”

     Además de Borges, otras plumas opinaron sobre su escritura. Gregorio Álvarez lo llama “Peregrino del ideal, Señor de la ensoñación y también poeta a lo Walt Whitman”. En tanto Irma Luna, al hablar de “Voz del Desierto”, manifiesta: “Lo paisajístico es para el autor un reflejo romántico del ser del hombre. Está animado por un hálito unitivo que manifiesta en una Creación planeada, bella y buena. De allí al Creador hay un paso. El mundo arcádico de los pastores neuquinos le sugiere imágenes bíblicas reiteradas”.

     Pero el más profundo homenaje lo hace su nieta, Martha Ruth Talero de Passano, en su emotivo “La Torre Talero”. A sus recuerdos personales une la biografía de su ilustre abuelo; a la que añade algunos de sus trabajos menos conocidos. Dice de su propósito: “Quisiera reflejar en estas páginas con que acompaño la publicación de trabajos y poesías inéditas de mi abuelo el doctor Eduardo Talero Núñez, y compartir también parte de la correspondencia recibida por él, con halagos, críticas y homenajes, que nos permitan valorar la exaltación y el romanticismo de esos hombres y mujeres que pugnaban por construir de la nada este vergel en el que se ha convertido hoy Neuquén”.

     Se encuentran entre sus hojas los poemas “Mi torre”, publicado el 7 de noviembre de 1916 por el diario “La Nación”; y “Febricitante”, editado por la revista “Caras y Caretas” el 2 de octubre de 1920. De éste último, fruto de sus postreros momentos, se toman unos versos que servirán como adecuado cierre de esta nota y epitafio certero para el bardo:

“Si el milímetro sube / dos milímetros más, / se apagará esa vida /  para siempre jamás…”
Así les dijo el médico /  después de examinar /  mi pulso y del termómetro /  la escala mercurial.
¡Oh, señor! Yo me dije, /  ¿Conque mi vida está /  tan sólo a dos milímetros /de la honda eternidad?
¡Para, corazón mío, / la estocada fatal! / ¡Más no!....Ya me ilumina /  la fiebre el más allá,
¡sube, hilito de argento, /  un milímetro más! / Conviérteme el cerebro /  en lámpara estelar,
que a tu contacto brille /  como aurora boreal…”






(1) “Borges elogió el talento poético de Eduardo Talero”, por Pablo Montanaro. Diario “La Mañana de Neuquén”, 11 de octubre de 2016. Mail del autor: montanarop@lmneuquen.com.ar.