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domingo, 15 de diciembre de 2019

LA NOTA DE HOY




DÍAS DE OCIO EN LAS PLAYAS DE LA PATAGONIA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives





“El día de la “excursión” a Puerto Madryn era una de las fechas más esperadas del verano. Nos levantábamos muy temprano, antes de la salida del sol y la casa se llenaba de ruidos, de llamadas nerviosas y apresurados preparativos…Más tarde el atisbar la llanura ondulante del mar que devolvía multiplicado en cada suave vaivén de su inquieta superficie la imagen del sol espejado en sus aguas – “Ya estamos en Madryn, dada. ¿Dónde paramos?” – Pacientemente nuestro padre ordenaba el juvenil desorden y descendíamos nosotros y toda la abundante carga comestible de excursión bien planeada.

Zambullirse dentro del traje de baño y echar a correr al mar era una sola cosa, a chapotear en el agua, juntar caracoles y coloridas piedras, tenderse en la requemante arena que llenaba desbordante la playa, solamente contenida por la línea de fino encaje de la espuma – “vamos hasta el kaiser” -, - “quiero ir a las cuevas” – toda la impaciencia de agotar en un instante el programa de todo el día….Mediada la tarde, cuando el frescor de la brisa marina se abría paso hacia la tierra, preparábamos el regreso a casa, a la cual llegábamos rendidos de fatiga y sueño, en la media claridad de los entreluces del atardecer cuyos últimos soles avivaban los verdes de las copas de los álamos del Valle.”

Este fragmento del relato “Tiempo de verano de mi niñez”, de Gwen Adeline Griffiths de Vives (1), muestra una típica “excursión” de los descendientes de los colonos galeses radicados en el Valle del Chubut a la costa del mar, a principios de los años 30. Para aquellos labriegos, artesanos, comerciantes que trabajaban de sol a sol durante la mayor parte el tiempo, la posibilidad de distracción que ofrecía la cercana orilla del océano, era aprovechada tanto como se podía. Ya fuese un paseo a Puerto Madryn -como en el texto citado- o una salida hasta la más cercana Playa Unión, cada tanto los valletanos marchaban a gozar por un rato del agua salada, la brisa marina y la arena; lejos del calor canicular que calcinaba el Valle profundo.Esta costumbre que los pobladores traían de Europa, donde era común frecuentar “los baños”, venía desde mucho tiempo atrás; cuando la marcha hasta la costa se realizaba en carros a caballo y no en el cómodo automóvil o en el trencito de trocha angosta. Las “casillas” más antiguas de Playa Unión son anteriores a 1923, fecha de fundación de la villa balnearia.

De igual manera, los habitantes de Carmen de Patagones, Viedma y del Valle Inferior del Río Negro se dirigían, según narra el escritor viedmense Carlos Espinoza (2), al balneario próximo al desemboque del río; conocido también como “La Boca”, aunque su nombre oficial a partir de 1948 es “El Cóndor”. El topónimo recuerda un naufragio, al igual que sucede en Playa Unión.Los primeros en aprovechar esa playa con fines recreativos fueron los salesianos, que en 1887 concurrieron con los alumnos de su colegio en Viedma. También los inmigrantes italianos radicados en la zona, empezaron a utilizarla para esparcimiento; y en 1917 ya estaban emplazadas las “casillas” de Jacinto Massini y su cuñado Tomas Bagli. El impulso que el primero dio al sitio, hizo que su denominación original fuese“Villa Massini”.

Si bien en San Antonio Oeste hay balnearios locales, el sitio de veraneo por antonomasia desde el año 1925 es Las Grutas. La primera construcción “veraniega” fue un “bungalow” de 1938, según recuerda Josefina Arce de Ballen en su libro “Las Grutas” y Héctor Izco, en “San Antonio Oeste y el Mar… Origen y Destino”. El escritor Jorge Castañeda, en tanto, le dedica el poema “¡Qué linda que está Las Grutas!”:

“Con su blanca costanera / con su cielo en arrebol
Y la playa que se llena / cuando aprieta “la” calor”;

y una de sus “Crónicas”, la “Crónica de un poeta en Las Grutas”:

“Puedo decir como dijera Scalabrini Ortiz sobre Buenos Aires que “tengo ternuras mías en cada una de las calles del Balneario Las Grutas”… Llevo en mi corazón el Napostá de mi ciudad natal, las verdes alamedas de Valcheta y el mar azul del golfo de San Matías. ¿Qué más puedo pedir?”.

La playa de Comodoro Rivadavia es Rada Tilly; cuyo desarrollo turístico comienza, como en los casos anteriores, a inicios del siglo XX. La afluencia de vecinos para gozar de su arenilla blanca, hizo que se habilitase un tren que lo unía a la ciudad; clausurado luego de un desgraciado accidente. Como otros pueblos surgidos alrededor de un centro de veraneo, con el tiempo Rada Tilly se consolidó como núcleo urbano; pero manteniendo su espíritu de villa vacacional. Esto hace que muchas personas opten por pasar allí todo el año, incluyendo los inviernos de mar bravío y cielo nublado.

Tal situación es común al resto de los balnearios sureños, donde crece la población estable.Entre esos habitantes fijos figuran muchos escritores regionales, que hallan un ambiente propicio para su Arte. En el caso de Rada Tilly, es Angelina Coicaud de Covalschi quien lo hizo; lo que influyó para llevarla a ambientar tramos de sus últimas novelas en una localidad imaginaria; con escenarios parecidos a los de esa playa.

En la actualidad, todas las poblaciones sobre el Atlántico al sur de Comodoro Rivadavia utilizan sus riberas como espacio de jolgorio. Aunque más no sea para tomar sol o contemplar el mar acompañado de unos mates, la visión del agua fundiéndose con el horizonte brinda reposo a quien recurre a la costa para vacar. Es que el ocio es una parte importante de la actividad humana. Saber descansar es casi una disciplina artística, como recuerdan el escritor español Noel Clarasó Daudí en “El arte de perder el tiempo” y Herman Hesse en sus ensayos cortos reunidos bajo el título “El arte del Ocio”. Y la Patagonia, con su extenso litoral marítimo, tiene muchos lugares para el solaz de sus habitantes.

Tantos kilómetros y kilómetros de costa hay, que al patagónico no deja de llamarle la atención esa tendencia a amucharse característica de algunas playas norteñas; aunque, por supuesto, el aumento de la población en la región lleva a que las costas australes muestren hoy en día una similar concurrencia. Ya pasaron los tiempos en que los sureños podían holgarse en solitarias y extensas playas; a las que tan acostumbrados estaban que, algunas veces, cuando aparecía en lontananza la vaga silueta de un pescador o de otra familia con su sombrilla - de la que apenas se distinguía, difusa, la colorida tela -, el que había llegado primero refunfuñaba: “¡No se puede estar tranquilo! ¡Ya vino gente!”.





(1) “Tiempo de verano de mi niñez”. Gwen Adeline Griffiths de Vives. “Cuentos de Nuestra Tierra (Premio CFI Letras 1983)” (Editorial Consejo Federal de Inversiones, Buenos Aires, 1985)

(2) “Un naufragio, los curas salesianos y los inmigrantes italianos en la historia del Balneario “El Cóndor”, por Carlos Espinosa, Publicado en http://www.telam.com.ar/notas/201412/89341-turismo-visitas-turistas-pasajeros-tren-avion-mar.php

(3) Por supuesto, el título de la nota pretende parafrasear el nombre del libro de William Henry Hudson, “Días de ocio en la Patagonia” (1870). Pero también es un recuerdo para “Días de ocio en el país de Yann”, cuento de Lord Dunsany de 1910.


viernes, 6 de diciembre de 2019

EL RELATO DE HOY




HABLAR DE MUERTOS

Por Paulo Neo (*)



¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!
Oliverio Girondo



Voy a hablar de muertos. No de uno en particular, sino de varios. 
Digo hablar, pero en realidad estoy escribiendo, claro. Como ya sospecharán, se trata del mismo asunto. En la sesgada arbitrariedad de mis facultades, pensar, hablar y escribir, son casi la misma cosa. 
Volviendo al tema: voy a hablar de muertos, dije. De un grupo, en particular. Nada homogéneo, por otro lado, ya que abarca niños, adolescentes y adultos, por igual. Mujeres u hombres, es indistinto.
De los conocidos, sobran nombres, fechas y puntualizaciones. Aunque no es ese el propósito de estas líneas. Que me acuerde de Ignacio, de Chory o del Chino, no es lo relevante, aclaro. También podría citar aquí cifras y estudios realizados, pero las estadísticas no suelen llenar todos los intersticios que necesitan los textos como éste. Apenas si se quedan en la frialdad de los números, en la tibieza de porcentajes más o menos preocupantes. 
Voy a hablar de muertos, dije. Y no vendría al caso que cuente lo que pasó hace unos años en una presentación, allá en el Sur. Con la idea de que el público escribiera lo que se le venía en gana, hice circular unas libretas. La noche terminó en largo jolgorio, pero días después, me ocupé de sentarme a leer las anotaciones. La que más llamó mi atención fue una que decía, literalmente: “Aplacé mi suicidio para venir a esta presentación” y firmaba Silvana. Estuve un largo tiempo dándole vueltas al asunto. Sin saber si alguien me jugaba una broma, si era un retazo de ficción o la dura realidad, sin miramientos. Me pasé la semana cavilando en el asunto, sin llegar a ninguna conclusión. Luego, el tiempo se encargó de que creyera haberlo olvidado, como pasa siempre. 
Hasta hoy. 
Que me enteré que aquella misma persona se cansó de los aplazamientos, que a otra la rescataron a punto de lanzarse de uno de los puentes de la Autovía, que otro más terminó el cigarrillo y volvió al local comercial para dejar de preocuparse por el posible cáncer, por las deudas o por las penas de amor. 
Es decir: hay algo de lo que pocos hablan.
Y es que bien al Sur, la lista de muertos por mano propia –o de suicidios, vamos a decirlo con claridad– es alarmante y mayor que en el resto del país. 
Porque hablar de muertos es un poco, también, hablar de uno mismo.
Porque como Oliverio, olvidamos que la muerte es ese país donde no se puede vivir. Ese páramo desolado y oscuro donde los perros ganan la calle y las sombras, los pliegues del alma.
Voy a hablar de muertos, dije. Creo que lo hice lo mejor posible.


(*) Escritor de Río Gallegos.


lunes, 25 de noviembre de 2019

EL POEMA DE HOY




EN UN ÁLBUM


                     Por Eduardo Talero (*)




Son mis nostalgias aves viajeras
Que buscan nido para cantar,
Por eso en tu álbum mis lastimeras
Quejas amargas han de quedar.
Dulces encantos del patrio suelo
He recordado con tu amistad:
En tus miradas, luz de mi cielo,
Y en tus bondades, luz de mi hogar.
Tienes el ritmo que en mis montañas
Las aves lanzan en su canción,
Y los candores que en mis cabañas
Hacen la dicha del corazón.
Cuando del piano notas arrancas
Siento las brisas del Bogotá,
Y si mis patrias dolores cantas
Oigo las quejas de Jorge lsaács.
Hay en tu talle la gallardía
De las palmeras de mi país.
¡De aquellos bosques donde María
Buscaba rosas para Efraín!
Cual las violetas que el jardinero
Halla escondidas entre el rosal,
Así las rimas de este viajero
Entre tu libro se ocultarán.


Arequipa, 1897



(*) Poeta nacido en Colombia (1874) y fallecido en San Martín, provincia de Buenos Aires (1923). Vivió varios años en Neuquén, donde escribió el libro “Voz del desierto”; obra elogiada por Borges. Este poema figura en su poemario “Poesías” (Imprenta Galileo, Buenos Aires, 1898); digitalizado por la Academia Argentina de Letras; obrante en la página web http://www.catalogoweb.com.ar/biblioteca-digital/libros-digitalizados-por-aal-wikimedia.html


miércoles, 20 de noviembre de 2019

LA NOTA DE HOY




LOS BUSCADORES DEL LIBRO PATAGÓNICO


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Buscar obras de Literatura Patagónica en las librerías de usados de Buenos Aires es una experiencia apasionante. Ya sea que la afición se practique en aquellos negocios especializadas que disponen incluso de catálogos y sectores específicos  donde se agrupan estos libros, como en los otros donde el preciado bien se encuentra entremezclado formando un abigarrado conjunto de diverso tenor, el buscador disfruta de una ocasión de júbilo ante un inesperado hallazgo.

Quien escribe estas líneas ha experimentado numerosos de esos momentos. Muchos libros de su biblioteca de temática y autores regionales, en realidad la mayoría, fueron extraídos de los estantes y mesas de alguno de esos locales, en barrios como San Telmo, Monserrat o el mismo centro de la ciudad. O también de los puestos de alguna de las ferias que se instalan al aire libre, como las de Plaza Rivadavia, Parque Centenario o Plaza Italia.

Porque si no se rescatan de una librería "de viejo"... ¿dónde se podrían conseguir textos como esos? Ya es difícil que se hagan primeras ediciones de las obras literarias patagónicas… mucho más arduo será que haya reediciones. Ello torna más apasionante la cacería, porque cada ejemplar adquiere las características de un espécimen único. Entre algunos títulos que fueron hallados por el autor de la presente nota, se recuerdan nombres como "Patagonia, región de la aurora" del padre Raúl Entraigas, "Los pájaros del lago" de Rodolfo Peña y "Los frutos agrios" de José Luis Gasulla. ¿Cómo hubieran podido hallarse estos volúmenes si no fuera en una librería de usados?

Algún literato podría pensar que el hecho de que un libro suyo se encuentre en uno de estos comercios es una especie de baldón; señal de que su dueño original lo descartó por la falta de calidad. Sin embargo, los motivos por los que un libro llega allí pueden ser varios; pero cuando salen es por una sola razón: porque encontraron su lector. Las librerías de lance son locales mágicos donde los libros se reciclan y obtienen una segunda, una tercera o una enésima vida. Además, ¿qué mayor recompensa para un escritor que compartir un espacio con los genios de la Literatura universal? Porque esas librerías, donde el criterio de calidad literaria es el implacable filtro del tiempo y no la moda o la publicidad, puede proporcionar tal alegría a las plumas más modestas.

Como este blog trata sobre Literatura Patagónica, se puso la atención en dicha variante de la escritura. Mas estas tiendas son también una permanente fuente de obras de las letras mundiales. Hallar un ejemplar de "En Rada" de Joris Karl Huysmans, de 1915, o las novelas completas de Bruce Marshall en una edición ilustrada de papel biblia, proporcionó una gran satisfacción a este cronista. 

Así, cada lector, rebuscando en heterogéneos montones, sabrá encontrar las obras que son de su gusto; y que tal vez nunca hubiera soñado leer si no fuera por esos reservorios de preciada creación artística. Claro que es de esperar que el aficionado no caiga, sin querer, en un sitio como el que describe Howard Phillips Lovecraft en su soneto "El Libro":

The place was dark and dusty and half-lost
In tangles of old alleys near the quays,
................
Small lozenges panes, obscured by smoke and frost,
Just shewed the books, in piles like twisted trees,
Rotting from floor to roof - congeries
Of crumbling elder lore at little cost.
..................
Then, looking for some seller old in craft,
I could find nothing but a voice that laughed.

Pero, salvo una contingencia como esa, el buscador de libros sólo va a encontrar sorpresivas alegrías durante sus expediciones. En su poema "Sherlock Holmes", Jorge Luis Borges dice:

Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una
de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte
y la siesta son otras. También es nuestra suerte
convalecer en un jardín o mirar la luna.

Sin pretender parafrasear al maestro, podríamos decir que rastrear una librería de usados para descubrir una valiosa obra literaria es otra de esas buenas costumbres que nos quedan.





Nota: los fragmentos de poemas  reproducidos fueron tomados de los libros “Hongos de Yuggoth” de H.P. Lovecraft (Ed Diada, CABA, 2015. Traducción de Luis Benítez); y “Los Conjurados” de J. L. Borges (Alianza Editorial, Madrid, 1985),



viernes, 15 de noviembre de 2019

EL CUENTO DE HOY





EL CUADRO DEL BOLICHE

Por Sergio Pelliza (*)






Hay un aspecto de la vida de los pobladores de los puestos o boliches patagónicos, tan aislados, cuando no perdidos, difícil de comprender para quien esté habituado a la facilidad de comunicación disponible en las ciudades. Hasta los años '20, para comunicarse de una estancia a otra había que trasladarse personalmente a pie o muchas veces, dadas las distancias, a caballo. A lo largo de las escasas carreteras, que en realidad eran sendas de ripio, surgieron aquí y allá, paraderos y boliches, a menudo con un negocio al lado, que se transformaron en puntos de referencia ya sea para la gente de las estancias como para los viajeros. A lo largo de la ruta Nº 40, de la cual se ramifica también la senda hacia el Valle del Río Belgrano y que en la Patagonia Austral une las localidades precordilleranas de Perito Moreno y Calafate para dirigirse luego a Río Gallegos, había un par de estos bolichitos. Que parecieron florecer imprevistamente en lugares aparentemente desérticos, cerca de una bifurcación o de un cruce. Por ejemplo Las Horquetas o Bajo Caracoles. 
Es en este boliche donde ocurrieron estos hechos en aquellos tiempos. Atendido desde casi siempre por “El Español”. En una hermosa noche estrellada y de mucho frío. Golpea la puerta del boliche ya cerrado, un hombre totalmente común, sin ningún rasgo o señas particulares que lo hicieran diferente. Le pide al dueño alojamiento por una noche, dijo, se iría temprano, también le dice que no tenía dinero para pagarle y que solo podía ofrecerle algo de sus pertenencias como pago. El español, criollo de ley le dijo, jamás se deja a nadie afuera. Pase paisano y acomódese donde pueda si se va antes de que yo me levante, de lo que hay tome lo que le haga falta y la próxima vez que pase por aquí me paga. 
Al levantarse el dueño del boliche, encuentra sobre el mostrador un cuadro ovalado enmarcado en metal y un papel donde lee… Estimado Don Español, valoro su desinteresada hospitalidad de alojarme. Solo le tomé de la bolsa un poco de harina y del cajón, un atado de yerba. Lo único que puedo dejarle es mi posesión más valiosa este cuadro. Es un retrato mío de hace mucho tiempo. El único valor es el marco de plata. 
Deshágase de la pintura y espero compense el marco en algo, su impagable generosidad. 
Otro loco lindo pensó sin más; colgó el cuadro sobre la pared detrás del mostrador. Allí notó en lo vivo que estaban los ojos del retrato parecían mirarlo con intensidad, parecían estar vivos. La misma sensación tuvieron casi todos los paisanos que fueron pasando por el boliche. 
En un largo crepúsculo patagónico donde el resplandor rojo teñía la mitad del firmamento, y las lejanas lomadas orientadas hacia el oriente refulgían aun levemente bajo su caricia. La luna ya presente potenciaba su fulgor azulado entrando sigilosamente por la ventana, iluminó en esa semi oscuridad al retrato. A los dos paisanos que estaban de frente al mostrador junto al grupo de cuatro jugando un truco se les cayó el vaso de la mano. 
–Miren el retrato está moviendo los ojos. – “Tan” locos ustedes, dijo el ovejero Cirilo dándose vuelta y mirando el retrato. Debe ser la luz de la luna o la ginebra que tomaron demás. Llegó “El Español” con el farol sol de noche encendido y le contaron. Lo acercó al retrato y seguía allí la mirada intensa pero inmóvil. Váyanse ya, que el patrón me encargó que los despidiera temprano, mañana tiene que ir a buscar un piño (conjunto de ovejas que suele trasladarse de un lugar a otro) para esquilar muy temprano. La comparsa de esquila llega el miércoles y deben estar todos los animales dispuestos. 
El martes llegaron varios de a caballo. -Mala traza tienen éstos, se dijo “El Español” y por las dudas, puso su wínchester bajo el mostrador. Eran cuatro, pidieron ginebra y algo de comer. Les dio capón frío con pan casero vino y queso, ginebra me queda media botella nomás hasta que venga el turco, alcanzará para una vuelta. 
-Que no tenis más ginebra, gringo maldito.- Vamos pal depósito, le dijo el que parecía ser el jefe con la mano en la empuñadura de su facón. Obedeció tranquilo “El Español”. Ya había pasado antes y sabía que después de mamarse y alguno que otro daño menor se irían sin pagar borrachos, ni siquiera los denunciaría en el puesto policial. 
En el depósito encontraron varias botellas de ginebra las tomaron y le dijeron ahora queremos plata. Toda la que tengas, si no tus tripas quedan desparramadas en el suelo. 
Al gringo le hervía la sangre… pudo más su sentido común y les entregó la caja de lata donde guardaba la recaudación para las compras del miércoles que venía la comparsa de esquila. Era bastante… 
-¿No tenés más? El español miró de reojo bajo el mostrador el wínchester estaba allí casi al alcance de su mano. No fue suficientemente rápido el jefe adivinó el movimiento y le clavó el chuchillo en el brazo, la hoja lo traspasó y quedó clavada en la madera. Otro lo sujetó del brazo que no estaba herido y un tercero comenzó a golpearlo con el talero del rebenque en la cara. –Dios perdona mis pecados, este es el fin. 
De pronto, ya al borde de la inconsciencia, vio que el retrato se estaba moviendo, apoyó de pronto las manos en el marco se izó a pulso y abandonó el cuadro. Con la boca desencajada y la respiración en suspenso contempló al hombre del cuadro tomar el winchester por el caño y comenzar a darles culatazos a los bandidos hasta dejarlos tendidos en el suelo. 
A la mañana la comparsa de esquila encontró al “Español” acostado sobre el mostrador totalmente dormido con una profunda herida en el brazo izquierdo que ya no sangraba y en la mano derecha el wínchester tomado por el caño y a cuatro bandidos desmayados y con las marcas de los culatazos que habían recibido. 
Esta vez vino la policía, se llevaron a los maleantes que tenían frondoso prontuario, incluso un par de asesinatos. Pasarían muchos años en la cárcel, posiblemente la de Ushuaia. Es imperdonable no respetar la generosa hospitalidad patagónica, serían castigados con el máximo rigor. 
Cuando el español se repuso debió prestar declaración… a la quinta vez de repetir la misma historia del hombre que había bajado del cuadro. No hubo declaración alguna. Solo se convirtió en un misterio más de los muchos que alberga la Patagonia. A partir de allí solo el gringo sabía que a veces el hombre del cuadro movía los ojos y había entre ellos hasta un guiño de simpática complicidad.





(*) Escritor santacruceño. Cuento tomado de su libro “Destellos Patagónicos” (Editorial Dunken, Buenos Aires, 2017)