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domingo, 2 de agosto de 2020

EL CUENTO DE HOY




MADRE E HIJO
(Cuento cíclico)


Por Jorge “Cuqui” Honik (*)




Cuando la madre murió, el hijo hizo construir sobre su tumba un pequeño muro rectangular.  Pidió que le prepararan un agujero en la cabecera con la idea de colocar una lápida de madera, que él mismo fabricaría.

Un mes después regresó, sin la lápida, y desparramó sobre la tierra unas semillas de flores.

No retornó nunca más.

La madre, acurrucada entre sus huesos, suspiraba y se quejaba. No podía comprender el olvido del hijo.

“¿Por qué no viene a verme, por qué no me trae unas flores aunque sea para conformarme?”

“Nunca te gustaron las flores” respondió el padre desde su propia tumba, con el hilo de voz que lograba filtrarse por la compacta greda.

 “Quisiera saber cómo le va, cómo andan los chicos en la escuela”.

 “Vendrá cuando pueda”, dictaminó débilmente, pero con firmeza, el padre.

 Las voces se perdieron: el olvido se las llevó. La carne, fragmentada en moléculas, transportada por aguas subterráneas, cayó al río que bordeaba el cementerio.  El alma, más habituada a esperar, se aferró con tenacidad hasta que ya no pudo sostenerse.  Con un suspiro, se internó en el invisible derrotero del aire.

Cuando el hijo, con su desasosiego de años a cuestas, murió a su vez, pensó que al fin saldaría sus cuentas; se reuniría con la madre en la eternidad.

Pero encontró la tierra vacía. No pudo siquiera reconocer los huesos, que el tiempo había confundido.

Ocupados con sus familias, tampoco sus hijos vinieron a visitarlo.  Prudente, no emitió una queja; pagó su deuda con silencio hasta que el descanso le abrió las puertas.


Las venas del planeta y la mágica mano del azar reunieron a la madre y al hijo en un junco a orillas del Ganges, en una piedra negra del Perú, en la pupila vidriosa de un pez del Mar de los Sargazos. Y, con todo el poder de la memoria, en el vientre de una parturienta de labios resecos, instantes antes de que unas precisas tijeras de hospital se hundieran en el cordón de piel sanguinolenta para iniciar, una vez más, el rito mil veces repetido del grito, la separación, el llanto, la búsqueda.


Bariloche, junio ‘90






(*) Escritor rionegrino; nacido en la ciudad de Buenos Aires y radicado en El Bolsón desde hace más de treinta años. Es farmacéutico universitario y docente de artes y ciencias exactas. Publicó, entre otras obras, el volumen de cuentos “La selva iluminada” (Fondo Editorial Rionegrino, Viedma, 2006). En su faz de dramaturgo ha escrito aproximadamente quince obras teatrales, que llevó a escena en calidad de director; actividad que continúa realizando a la fecha. Su cuento “Gondwana” obtuvo el Premio CFI en Letras del año 1983.


miércoles, 22 de julio de 2020

LA NOTA DE HOY




SOBRE EL DEPORTE Y LOS LIBROS

Por Jorge Eduardo Lenard VIVES




Hace un tiempo, la escritora Olga Starzak publicó en estas páginas un artículo llamado “El fútbol como objeto de la creación literaria” (*); que hablaba sobre la relación entre ese deporte y la Literatura. Luego de dar diversos ejemplos de cómo las letras reflejan tal actividad lúdica, la autora concluía que “la Literatura abarca todos y cada uno de los temas de la vida; y el fútbol forma parte de ellos”. Si se generaliza ese concepto, puede decirse que el deporte, en todas sus variantes, es parte de la vida. Por ello, no es llamativo que muchos autores lo hayan tomado como tema para sus obras de ficción. Se aclara “de ficción”, porque –salvo unas excepciones que va a ser necesario citar más adelante- quedan fuera de esta nota los numerosos, numerosísimos, ensayos y otras muestras del género didáctico que tratan sobre el tema. 

En muchas narraciones cortas y largas de ficción de diferentes países se apela a una trama deportiva, en sus distintas variedades: “Muerte contrarreloj” de Jorge Zepeda Patterson (ciclismo), “Mi cuñadito” de Rubén Rodríguez Lamas (básquet), “El precio de la victoria” de Sara Brown (tenis), “Tenías que ser tú” de Susan Elizabeth Phillips (fútbol americano)… La lista sería interminable; incluyendo las obras de varios premios Nobel: el capítulo que Thomas Mann dedica al esquí en “La montaña mágica”, el cuento “El río de los dos corazones” y los párrafos de “Islas en el Golfo” que Ernest Hemingway escribe sobre la pesca, la novela “El miedo del portero ante el penalty” de Peter Handke. Las sensaciones de diverso tipo que el ejercicio físico recreativo despierta en el ser humano fueron objeto de atención por parte de los escritores.

¿Y en la Literatura Patagónica?

Sin dudas una de las primeras menciones debe ser a Osvaldo Soriano, quien recordando su juventud en Cipolletti, volcó en el volumen “Cuentos de los años felices” algunos relatos futboleros ambientados en la zona. Uno de ellos es “El hijo de Butch Cassidy”, que narra el mundial “realizado” en Barda del Medio en 1942; singular copa del mundo con particulares reglas, disputada por una insólita nómina de equipos. Esta pasión de unir el juego de la pelota y las letras, originó hace un par de años en Puerto Madryn un concurso literario de narrativa organizado por la “Liga de Fútbol Valorado”. Si bien en su primera edición la temática era sólo sobre el balompié, en la segunda ya se amplió su alcance a todas las disciplinas deportivas.

Al tener un alcance universal, no es ajena la región a la atracción por el fútbol; pero hay otros deportes con particular incidencia en la Patagonia. Verbigracia, la natación y el submarinismo. El cuento “Séptima dimensión” de Margarita Borsella, hace referencia a una entusiasta de la apnea que, al zambullirse en el mar para disfrutar la visita a un buque hundido, sufre un incidente y una extraña vivencia. Si bien no se encuentran demasiados antecedentes del tema en la zona, es oportuno hacer aquí una excepción a la norma impuesta en esta nota –“hablar sólo sobre obras de ficción”– y mencionar el libro “Buceando recuerdos” del madrynense Pancho Sanabria; una interesante evocación de la historia del buceo nacional.

Otro de esos deportes de arraigo patagónico es el esquí. Una de las pocas novelas que lo toma como parte de la trama es “Magia blanca”, de Eduardo Gudiño Kieffer. Pero no ocurre en la Patagonia, sino un poco más al norte; en las pistas de Las Leñas, en Mendoza. No hay muchos otros ejemplos de ficciones sobre el tema; pero sí de ensayos. Por eso, volviendo a apelar a la premisa de citarlos cuando se cree necesario, se menciona como ejemplo el libro “Historia del esquí en Bariloche”, de Schatz Bachmann; que describe el desarrollo de la afición en esa zona. La otra cara de las montañas, el andinismo –mientras en el esquí se disfruta descendiendo, en la escalada el placer es ascender– ya fue tratado en este blog tiempo atrás (**), por lo que no se volverá a mencionar la vasta bibliografía que habla sobre ese deporte. Sólo se hace referencia a un par de piezas de ficción halladas sobre el particular: los cuentos “Tinieblas impenetrables” de Olga Starzak y “Juntos” de Martha Perotto.

Las carreras de autos siempre tuvieron arraigo en las localidades del sur; con algunas manifestaciones clásicas como las competencias de “Ford T” del Valle del Chubut, los “hot rod” en Comodoro Rivadavia o el rally “Vuelta de la manzana” de Río Negro. Parte de esas expresiones fueron las legendarias pruebas de turismo carretera que se desarrollaban en la ruta varios años atrás; y que el escritor Jorge Honik nos recuerda en unos párrafos de su cuento “Gondwana”. Allí remeda las transmisiones radiales por medio de la cuales se seguían las vicisitudes del certamen:

Los fluidos radiales volvieron a encontrarse y estallar. Una voz se irguió sobre la otra hasta ahogarla. Por sobre el lento monólogo, Gambino, erizado por la excitación, gritó frenéticamente: “¡El número cincuenta y nueve ya pasa por el palco oficial! (¡Brrrmmmm!) … ¡El cincueeentaynueeeve! ¡D´Onofre, identifíquenos a ese coche por favor!

Y más adelante:

… aquí viene Antonio Díaz con alguna información. Adelante, Antonio.
-Sí… eeeh... gracias, Juvenale… Emm… sí… quería decirles que… mm… tenemos la confirmación del pasaje del número cincuenta y nueve… uhhh… no tengo aquí la identificación y le agradecería a D´Onofre que nos la diera… (desde una frecuencia de onda que transformaba la voz humana en una ininteligible ronquera electrónica, llegó la voz de D´Onofre supuestamente proporcionando la requerida información) …gracias…. uhhh… D´Onofre… Repito entonces… el cincuenta y nueve acaba de pasar por… Laguna Blanca, hace aproximadamente cuatrooo… cuatro minutos.
- Gracias Díaz.
- De nada… mm… Juvenale.

Después de realizar este rápido e incompleto recorrido por el tema, se podría afirmar que no es raro que el deporte se refleje en la Literatura. Extraño sería que no lo hiciese, en especial en su faz “activa”. Pues el deporte tiene dos faces: una contemplativa, en la cual el simpatizante lo ve como espectador – que da pie a la aparición del “profesionalismo” -; y otra activa, donde es el mismo aficionado quien lo practica. Esta última faceta es muy acorde a la experiencia literaria; pues del hecho en sí surgen las emociones íntimas que generan una sensación de gozo inmanente a la condición humana. Una cosa es verlo; y otra sentir la euforia de driblear la pelota entre un par de rivales y embocarla con un tiro certero en un ángulo inalcanzable del arco, de escuchar el sonido de las tablas deslizarse sobre la nieve obedeciendo al antojo del esquiador al menor cambio de peso, de esquivar el tackle de un contrario y arrojarse con la guinda bajo el cuerpo justo en medio de la “hache”, de sumergirse en el reino silencioso del agua clara y ver el magnífico espectáculo de lo subacuático donde cada rasgo adquiere otra dimensión, de cruzar la meta después de correr varios kilómetros con el cuerpo casi exánime pero el alma llena por haber vencido las propias flaquezas, de experimentar el gozo de hacer cumbre luego de haber superado en la roca unos cuantos pasajes de distinto grado de dificultad…

¡Claro que esas son sensaciones para ser llevadas a la Literatura!




(*) “El fútbol como objeto de la creación literaria”. Olga Starzak. Literasur, 10/07/2010.
(**) “La Literatura de montaña”. Jorge Vives. Literasur, 21/07/2015.

martes, 14 de julio de 2020

EL POEMA DE HOY



        ROMANCE DEL TAMARISCO



     Por Raúl A. Entraigas (*)




A fuerza de estar con gauchos,

se ha hecho gaucho el tamarisco.


Con su tenue verde mate,

tusado como cerquillo, 

es el seto primoroso 

de la estancia de los ricos;

y crinudo y ramilargo 

junto al humilde ranchito, 

refugio de aves caseras 

y adorno agreste y sencillo.


A veces, los salitrales 

del ancho campo argentino, 

dejan yermas las llanuras

como páramos malditos; 

pero si llega a enraizarse 

nuestro arbusto campesino 

¡el páramo es un vergel, 

el desierto está vencido!


Cuando el viento patagónico 

desata su paroxismo;

¿quién protege a nuestras flores

de sus furias y silbidos?

El único buen baluarte,

el único fiel amigo 

es el modesto ramaje

de nuestro arbusto patricio, 

que las abraza en sus frondas

como una madre a sus hijos...


Ni grados ni paralelos

reconoce el tamarisco: 

tanto acompaña al labriego

que escribe el canto del trigo

con los surcos del arado.

Allá, en la patria del frío,

se acoquina tras el rancho

del ovejero fueguino 

para tenderle sus ramas

cómo quien tiende un abrigo...


A fuerza de estar con gauchos,

se ha hecho gaucho el tamarisco, 

y hoy es más criollo 

que todos los árboles argentinos.


En él templó la calandria 

los preludios de sus trinos 

y en él dejó de recuerdo

todo el calor de su nido.

Y diz que ese canto nuestro 

tajante como un gemido, 

profundo como un misterio, 

sagrado como un bautizo, 

consagrólo para siempre

como criollo al tamarisco.


Desde entonces diz que gime 

cuando gime el campesino 

bajo el látigo “e’la seca”

o al azote de un granizo.


Baila al compás del pampero

y tiembla yerto de frío, 

cuando la escarcha les corta

los pies a sus paisanitos...

Llora junto a las bordonas

y plañe tristes y estilos

cuando el viento le prodiga

sus furias y despotismos;

¡si está curtido a lo criollo, 

por la lucha contra el sino!


¡A fuerza de estar con gauchos

se ha hecho gaucho el tamarisco

y hoy es más criollo 

que todos los árboles argentinos!





(*) Escritor rionegrino (San Javier, 1901 – Buenos Aires, 1977).




miércoles, 1 de julio de 2020

LOS MICROPOEMAS DE HOY





CUATRO MICROPOEMAS DEL LIBRO “GORRIONES DE LA NOCHE”

Por Jorge Curinao (*)


Mi tristeza viene de los puentes, no de la noche.


Casi no he conocido a mi padre, pero siempre lo he extrañado. Su ausencia es un niño sin alas: dibuja un pájaro.


De noche, el viento se detiene. Un perro que ladra inventa el desierto.


El viento es nuestro amor eterno: existe para que los álamos no se olviden de cantar.



(*) Escritor de Río Gallegos. Micropoemas tomados de su libro “Gorriones de la Noche” (Trelew, Remitente Patagonia, 2020).

miércoles, 24 de junio de 2020

EL CUENTO DE HOY




LA PLUMA DE PAVO REAL

Por Jorge Rubén Sánchez (*)



El primo Luisito era un poco miedoso. Típico muchacho de ciudad, fantasioso, un tanto agrandado, enamorado de los fierros, las máquinas y las armas: un típico varón, en suma. Todos los veranos viajaba al sur, a la finca de sus parientes en el vallecito de El Hoyo, en la comarca de Epuyén y pasaba dos meses de estadía feliz. Cada jomada era una aventura y los únicos momentos que odiaba eran aquellos en que sus primas lo acorralaban con preguntas sobre la vida en la ciudad: la moda, las diversiones, los adelantos, los chismes sobre artistas... como si él viniera de otro mundo. El momento más esperado y temido era la sobremesa de la cena. A la luz vacilante del farol de querosén, las chicas contaban sus historias del lugar, todas escalofriantes. Él se hacía el corajudo y las escuchaba una y otra vez, exigía precisiones, obligando a las primas a cambiar datos, agregar personajes y exagerar los detalles siniestros. Entre todas esas historias sobresalía la del jinete sin cabeza que en las noches de luna llena (o sin luna, eso iba cambiando) aparecía de golpe, con un perrito lanudo, para sorprender y perseguir a los desprevenidos que anduvieran en la ruta a medianoche.
Ese cuento se hizo cada vez más detallado y morboso y al final, siempre salía de abajo de la alcantarilla que estaba justo en la alameda grande, frente al esquinero más alejado de la chacra. Un poco por curiosidad, otro poco por orgullo machista, a Luisito se le metió en la sesera que debía conocer al misterioso jinete. Por entonces, y mediante la alquimia literaria de las chicas, el decapitado tenía nombre: era el viejo Guerrero, que vagaba por este mundo buscando a su matador, para vengarse... o simplemente para recuperar su cabeza.
Y una noche, después de mucho pensarlo, Luis decidió quedarse despierto. Cruzaría el campo hasta el alambrado del fondo y acecharía al fantasma para tirotearlo con la pistola que había robado del armero del tío.
Las primas estaban seguras de que no se animaría a salir, así que se fueron a descansar. Antes, le exigieron que para demostrar su coraje tendría que ir hasta la alcantarilla de hormigón, meterse debajo y clavar en el barro una prueba: una hermosa pluma de pavo real que ellas le dieron.
Luisito no se iba a echar atrás. El peso del arma en la cintura lo llenaba de una irreal confianza. Se acostó vestido, esperando que llegara la medianoche.
A la una de la madrugada saltó de la cama, bajó por las escaleras sin hacer ruido y en el patio acalló a los perros adormilados. No quiso compañía. Confiaba más en un arma que en un perro... La claridad de la luna era suficiente para iluminar el paisaje y él conocía los senderos de memoria. Llegó hasta el alambrado en unos minutos y se apostó un rato, para recuperar el aliento y trazar un plan. Iba bien abrigado con un sacón oscuro y la excitación lo mantenía calentito.
La noche estaba silenciosa. Una horrible sensación de soledad lo abrumó y lo obligó a ponerse en movimiento: tomó coraje, cruzó los alambres y al trote se acercó a la mole compacta y sombría de los álamos. La alcantarilla era una estructura clara que se destacaba nítidamente, un pequeño puente que permitía el paso sobre el arroyo que desagotaba el agua de la chacra en el río Epuyén. En esa época estaba casi seco, por lo que bajó al cauce barroso y buscó los pilotes de la obra. Con mano tembleque sacó de un bolsillo del sacón la pluma de pavo real y la plantó en la orilla.
Fue en ese preciso momento en que le pareció oír una risita. Aturdido, tomó conciencia de que nunca había considerado la posibilidad de que pasara algo. Instintivamente, se arrojó al suelo y se quedó escuchando. Las risas se repitieron, sonidos entrecortados que la brisa nocturna traía en ramalazos. A medida que el miedo le crecía adentro, se arrastró sobre los codos y se asomó al borde del canal, siempre mirando en la dirección de los ruidos. A unos doscientos metros vio un bulto blanco, ancho, con aspecto levemente humano y con dos cabezas.
Dio un respingo y al mismo tiempo el bulto se detuvo y se escurrió detrás de unas mosquetas. Pensó que allí estaba acorralado, que debía llegar al abrigo de los sauces, al otro lado de la ruta. Se asomó nuevamente y el bulto blanco también, para volver rápidamente a las sombras. Escuchó chillidos sofocados y en el colmo del espanto, sacó la pistola del cinto y se puso a gritar, apuntando en esa dirección. Del otro lado también hubo alaridos y por unos momentos reinó una confusión descomunal.
El fantasma cruzó raudo y se refugió en unos troncos caídos: avanzaba hacia él. Su terror pudo más y salió del abrigo del canal, se plantó en la calle y mientras chillaba, manipuló el arma. Histérico, sus propios gritos le impedían oír las otras voces que lo llamaban.
Entonces, en un mismo instante, como movimientos sincronizados de una escena mayor, ocurrieron tres cosas: Luisito toqueteó con desesperación la pistola y el cargador cayó al suelo; la figura espectral se convirtió en las dos maestras de la escuelita que gritaban aterradas, abrazadas y con sus guardapolvos brillando bajo la luz de la luna. Y debajo del puente, una mano traslúcida se apropió de la pluma de pavo real.




(*) Escritor rionegrino. Hijo de una familia bolsonense, nació en 1953 en Neuquén y volvió a radicarse en El Bolsón en 1961. Es docente. Estudioso del folklore regional, escribe tanto poesía como narrativa. Este cuento se tomó de su libro “Al sur del paralelo 40” (El Bolsón, editorial Los salvajes, 2000). Dicho libro obtuvo el primer premio en el Concurso Literario “Arte-Vida” 2000.