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sábado, 1 de septiembre de 2007

LA NOTA DE HOY




“El caos” –
Una interesante
aproximación a
Rodolfo Wilcock

Quienes conocen el apasionante oficio de escribir saben muy bien que si ya es harto difícil alcanzar un buen nivel profesional en nuestro propio idioma, hacerlo en otra lengua constituye un desafío del que muy pocos consiguen salir airosos. Sin embargo hay muchas muestras de este curioso fenómeno en la historia de la literatura universal; y no sólo en el extranjero. Así como en su día Joseph Conrad o Antonio Tabucchi supieron conquistar el inglés o el portugués, respectivamente, la Argentina registra casos de “importación” y de “exportación” literaria. Diversas circunstancias de vida llevaron, por ejemplo, a que Antonio Dal Massetto, Witold Gombrowicz o Vlady Kociancich encontraran en la lengua rioplatense la vía de expresión para sus respectivas obras. Y, por oposición, tenemos también algunos casos en los que el exilio ha convertido a algunos argentinos en célebres autores en otros idiomas, como ocurriera con Carlos Bianciotti y Rodolfo Wilcock. El primero es hoy un honroso miembro de la Academia Francesa de Letras; el segundo, no siempre recordado por la crítica vernácula, inició al promediar su vida, en la década del cincuenta, una nueva carrera en Italia, hasta llegar a ser allí -donde murió en 1978- un reverenciado escritor en la clásica lengua peninsular.
No es común encontrar hoy volúmenes de Wilcock en las librerías argentinas. Sudamericana ha publicado tres o cuatro títulos de su pluma, casi todos agotados. “El caos”, cuya primera edición fue en 1974 y luego se reeditó en 1999, tiene varias cualidades que lo hacen apetecible. En primer lugar es un libro que marca el tránsito entre sus trabajos en la lengua natal, que empezaba a quedar atrás, y los comienzos literarios en italiano, aunque durante algún tiempo seguiría componiendo en ambos idiomas. Por otra parte abarca un registro temporal bastante amplio, ya que recoge relatos escritos a partir de 1948, en nuestro país, hasta comienzos de la década del ’60, cuando ya se hallaba radicado en Italia.
No viene al caso reseñar aquí las incidencias un tanto litigiosas de esta obra que vio la luz primero en italiano, si bien en forma fragmentaria y bastante distinta de los textos de la edición argentina. Lo cierto es que la versión actual incluye dos cuentos redactados originalmente en italiano (“Recuerdos de juventud” y “La nube de Ross”). Los restantes -muchos de los cuales, con visibles variantes, habían sido publicados en diarios y revistas argentinas, uruguayas y cubanas- permiten además comparar la evolución estilística del autor. Es evidente que en el traspaso del español al italiano, Wilcock, corrector empecinado de sus textos, encontró nuevas resonancias idiomáticas que lo llevaron a suprimir, agregar o modificar no sólo párrafos enteros, sino también aspectos de la trama que en ciertos casos abarcaban tanto la ambientación como los nombres de los personajes, cuando no hasta los desenlaces de las narraciones primitivas.
Hay autores que a lo largo de una existencia plácida y sin mayores incidencias tienen la habilidad de elaborar, desde sus reposados gabinetes de trabajo, mundos fantásticos y aventuras exóticas. No es precisamente el caso del rico imaginario de Wilcock. Quién sabe qué íntimas pulsiones, qué búsquedas secretas, lo llevaron a afrontar una vida signada por viajes, mudanzas e innovaciones permanentes. Es probable que los compañeros de tareas de aquel ingeniero civil que en la década del ’40 trabajaba en el tendido ferrocarrilero en Mendoza, no vislumbraran que un día él se convertiría en un célebre literato. Quizás ni siquiera sus relaciones con el grupo aglutinado en la revista “Sur” (era amigo de Victoria Ocampo, de Bioy Casares y del mismísimo Borges) hacían sospechar que pocos años más tarde, tras haberse abierto el camino con una importante obra poética en nuestro país, el novel autor terminaría su carrera escribiendo textos consagratorios en la lengua italiana.
Quedan, como testimonio incontestable de esa carrera fascinante, las novelas, los ensayos, su producción teatral y sus excelentes traducciones. “El caos” es una buena introducción a una producción tan vasta como versátil, que lo sitúa entre nuestros escritores más insignes, a pesar de las desmemorias frecuentes del siempre discutible “canon” argentino.
Eber Girado

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