google5b980c9aeebc919d.html

miércoles, 29 de febrero de 2012

EL POEMA DE HOY




CUANDO EL SOL DEL INVIERNO


Por Jorge Castañeda (*)




Cuando el sol del invierno entibie el aire,
Como pájaros dormidos
Iré llevando mi sombra.

Se caerán de las ramas de los árboles
Vistiéndose de amarillo
Ocre, las últimas hojas.

Andaré los senderos de la tarde
Taciturno y pensativo.
Levantaré algunas hojas.

Seré un poco de todos y de nadie.
Un viandante. Un pabilo
Para consumir las horas.

Un pájaro que las alas rebate
Buscando el calor del nido
Sin agobios ni  congojas.

Cuando el sol del invierno entibie el aire
Desandaré mi camino
Conversando con  mis cosas.

Habrá una lasitud casi agradable
Como el quedarse dormido
Sin reproches ni demoras.

Cuando el sol del invierno entibie la tarde
Volveré a sentirme niño.
¿Puedo pedir otra cosa?



(*) Escritor de Valcheta

Bookmark and Share

EL POEMA DE HOY




CUANDO EL SOL DEL INVIERNO


Por Jorge Castañeda (*)




Cuando el sol del invierno entibie el aire,
Como pájaros dormidos
Iré llevando mi sombra.

Se caerán de las ramas de los árboles
Vistiéndose de amarillo
Ocre, las últimas hojas.

Andaré los senderos de la tarde
Taciturno y pensativo.
Levantaré algunas hojas.

Seré un poco de todos y de nadie.
Un viandante. Un pabilo
Para consumir las horas.

Un pájaro que las alas rebate
Buscando el calor del nido
Sin agobios ni  congojas.

Cuando el sol del invierno entibie el aire
Desandaré mi camino
Conversando con  mis cosas.

Habrá una lasitud casi agradable
Como el quedarse dormido
Sin reproches ni demoras.

Cuando el sol del invierno entibie la tarde
Volveré a sentirme niño.
¿Puedo pedir otra cosa?



(*) Escritor de Valcheta

Bookmark and Share

jueves, 23 de febrero de 2012

LA NOTA DE HOY





LITERATURA SALESIANA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives



El papel de los Salesianos en la Patagonia es bien conocido. La presencia en diversos ámbitos del quehacer regional de los integrantes de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, tal el nombre que Don Bosco dio a su congregación, ha sido - y es - importante. Uno de esos espacios es el de la Literatura sureña, a la cual los sacerdotes aportaron su inspiración.
Es el caso del Padre Alberto de Agostini quien, además de fotografiar y filmar los parajes que recorría en sus riesgosas expediciones, los describió en una profusa obra literaria. Desde 1923 a 1960 escribió veintidós libros que reflejan sus aventuras; entre ellos “I miei viaggi nella Terra del Fuoco”, de 1923, “Andes Patagónicos”, de 1941, “Esfinges de hielo”, de 1958; y “Treinta años en Tierra del Fuego”, de 1955. Además fue autor de numerosos artículos publicados en diarios y revistas de la Argentina, Chile e Italia.
Otro salesiano escritor, que volcó al papel sus estudios etnográficos e históricos, fue el Reverendo José María Beauvoir; autor de “Pequeño Diccionario del idioma fueguino-ona con su correspondiente castellano”, de 1901, “Piccolo album di ritratti di indigeni Fueghini e Patagoni e di varie vedute delle Missioni salesiani della Patagonia meridionale e della Terra del fuoco”, de 1907, “Los Onas: tradiciones, costumbres y lengua”, de 1915; y “Leyendas onas”, de 1921.
Se debe mencionar también al Padre Juan Esteban Belza; creador de “Rastros sudatlánticos”, “En la Isla del Fuego” - obra en tres tomos: “Encuentros”, “Colonización” y “Población”-, “Karukinká”, cuadernos de investigación histórica fueguina; y “La conquista espiritual de la Patagonia”, sobre la actuación de los salesianos en la región. Su último texto, del año 1981, fue "Sueños Patagónicos"; un homenaje a Don Bosco.
Pero tal vez el más prolífico de los autores salesianos es el Presbítero Raúl Agustín Entraigas; quien además reúne la condición de ser hijo de este suelo, pues nació en San Javier, Río Negro, en 1901. Su obra, iniciada en 1934, incluye poemarios del tenor de “Bajo el símbolo austral”, “Polvo de tiempo y de tiza” y “Patagonia, región de la aurora”; biografías al estilo de “Una flor entre hielos”, “El apóstol de la Patagonia”, “Monseñor Fagnano”, “Una flor de la Pampa”, “La azucena de los Andes” y “El mancebo de la tierra”; y ensayos, como “Verdades del barquero”, “El fuerte del Río Negro” y “Los salesianos en la Argentina”, de cuatro tomos.
Al igual que los sacerdotes tomaron la pluma para referir sus vivencias, algunos escritores laicos lo hicieron para mostrar el rol multifacético de los salesianos. Entre ellos figura el poeta Juan Castiñeira de Dios, nacido en Ushuaia en 1920. En su obra “El santito Ceferino Namuncurá” los homenajea con versos como éstos: ¡Ah, curitas misioneros, / que anduvieron en la llanura,/ muchos dejaron su cuero/ oreándose en los esteros/ por amor a la creatura”.
El profesor Clemente Dumrauf describe en un texto muy documentado, “Patagonia. Tierra de hombres”, vida y obra de los misioneros salesianos. Allí da a conocer muchos de aquellos sacrificados curas; entre ellos al Padre Mario Migone, que dejó su libro “33 años de vida malvinera”, reflejando su labor sacerdotal en las Islas entre 1905 y 1937; y al Padre Lino del Valle Carbajal, autor de “La Patagonia”; primera enciclopedia sobre la región, de 1899.
Por su parte, al escritor Germán Sopeña, conocedor profundo de la Patagonia, no le podía ser ajeno el accionar de la fraternidad de Don Bosco. Llama su atención la figura del Padre de Agostini, a quien dedica su obra póstuma, “Monseñor Patagonia”. “Venía imbuido de la misión y el sueño el fundador de su orden, el ya célebre Don Bosco, que había tenido una noche la extraña revelación que lo llevaría a proponerse la epopeya de crear colegios y misiones en la casi ignota Patagonia para transmitir educación y fe cristianas en esas regiones”, dice Sopeña al referirse a la persona de su biografiado.
“Misiones de la Patagonia” es una detallada reseña del accionar de los salesianos en la región. Su autor, Aquiles Ygobone, dice de los sacerdotes: “La tarea era inmensa, todo quedaba por hacer, pero el espíritu inquebrantable de Don Bosco los guiaba con su luz providencial, segura brújula del camino que debían recorrer”.
Mucho más puede decirse de los salesianos y la Literatura. Pero este artículo en algún momento tiene que terminar; y lo mejor es hacerlo con los versos que el Padre Entraigas utiliza para recordar a sus hermanos en el poema “De cara al Sur”, que menta la figura de Don Bosco:
“Él pasó por aquí, bien asentado
en el Pegaso blanco de sus sueños...
después fueron sus hijos:
Costamagna, Cagliero,
Milanesio, Beauvior, Bonacina,
y Fagnano el intrépido.
Ellos también trillaron esta senda
para ir de cara al Sur, rumbo al invierno...”



Bookmark and Share

sábado, 18 de febrero de 2012

EL CUENTO DE HOY





Aguateca




Por Olga Starzak




Sus manos se movían con destreza, en el deleite producido por el contacto de las yemas de los dedos con el barro blanco del que obtendría la  pieza sagrada. Todo su ser estaba involucrado en ese acto; revelaría el poder sobre las fuerzas enemigas. El artista solamente desviaba su mirada de la máscara que poco a poco iba tomando forma, para agregar pigmentos demolidos en la arenisca que dibujaría el rictus de la boca. Se esmeraba en alisar los  pómulos y otorgarle a la frente el indicio de la inteligencia del rey que, debajo de ella, escondería su rostro en el afán de ritualizar la ceremonia programada. Siempre que pudiera retornar, siempre que sus pasos fueran lo suficientemente estratégicos para eludir a sus perseguidores.

No muy lejos del hombre, otro también esperanzado, con dedicación trasladaba  sus dedos por los agujeros de una flauta de cerámica. El aire de sus pulmones debía salir con delicadeza para emitir los sonidos tan suaves que apenas hacían eco en ese terreno enclavado de  la selva. En el extremo del instrumento sostenido con pasión, una caricatura en perfecto tallado parecía otorgarle  a esa práctica el poder exultante de la música maya. Una música que hacía tiempo sonaba nostálgica en los oídos de los cortesanos.

A orillas del río y ante la amenaza de una captura, “Piedra Blanca” había desaparecido dejando detrás sus pertenencias y el mundo que lo había visto luchar, con fuerzas cada día renovadas, por aferrarse a lo más suyo: la historia que en esa tierra había decidido encerrar entre muros.

El artesano de  piel cobriza serpenteaba ahora entre callecitas angostas. Cauto, sondeó cada espacio del terreno que se le presentaba; y cuando las huellas  estuvieron frente a su rostro, inclinó el torso y apoyó las rodillas en el suelo. Excavó sólo lo necesario como para esconder la máscara  protegida por un telar; permanecería sepultada esperando el momento de ennoblecer a su destinatario.
 Desde allí pudo comprobar el preciso instante en que cesaron los sones  ejecutados por el artista. La imagen del firmamento ahora teñido de púrpura, había sido el llamado que concentró la atención del hombre. De cara al cielo, la visión cósmica le adelantó la tragedia. E hizo estallar su flauta en un gemido agonizante.
Se levantó con  premura y apoyando ambos brazos en la roca que se erguía a pocos metros, reposó unos segundos. Sólo el dios patrono de los escribientes, desde su majestuosa figura,  podía comprender sus  pensamientos.
Cuando retomó la fuerza grabó en una estela signos que aunque no lo sospechaba, alguna vez serían descifrados.

Y así  aguardó la noche.

Gritos desaforados provenientes de los guardias interrumpieron la labilidad de su  sueño, y pronto provocaron la furia. Sabía que la conflagración  final estaba a punto de suceder. La sangre sesgaría esa tibia naturaleza.

El silencio se había apoderado de Aguateca. Desplomado sobre las huellas indelebles  que ocultaban los tesoros más valiosos, algunos minutos antes, el cortesano escuchó por última vez el rugido del jaguar.

Impávida bajo la tierra aún sacudida por la violencia, la máscara ya dormía su sueño premonitorio. Ese sueño que se comenzaría a develar siglos más tarde, en el comienzo de este otoño húmedo del trópico, cuando el grupo de arqueólogos comenzó las excavaciones que dieron con la sepultura secreta.




Bookmark and Share

lunes, 13 de febrero de 2012

EL RELATO DE HOY





                                          
             Una foto del año 1915



Fernando Augusto Bruno ROBERT había llegado de Francia a los 25 años, con su novia Lucia Garriguez de 17, y una formación cultural acorde con sus pretensiones de inmigrante adelantado. Desembarcó en Patagones, cumplió su sueño de casarse en Argentina, así lo hicieron en acuerdo con su pretendida, que también soñaba con tener muchos hijos; sueño que, atento a la fotografía, cumplió con amplitud. Alumbraba el primer sol del siglo XX y don Fernando, en estrecha amistad con Mario Tomás Perón, convinieron trasladarse a la Patagonia y dedicarse a la cría de ovejas en una zona naturalmente privilegiada por la exuberancia de sus pastizales. El joven matrimonio Robert acrecentó su familia y se aposentó en Camarones constituyendo, muy cerca, un establecimiento ganadero donde ya varios inmigrantes habían elegido para su vivienda; el manantial, el arroyo, el agua surgente que aparecía en cada quebrada serpenteando entre plantas y flores, fiel reflejo de persistentes lluvias y de inviernos cálidos a pesar de las nevadas que llegaron a tapar postes de telégrafo, problema para los guarda hilos, oficio que ya no existe, expulsado por el progreso de las comunicaciones.
Los primeros años, quizás décadas, fueron la expresión fulgurante de una naturaleza pródiga que se volvió plañidera cuando las aguas de los manantiales aparecieron salobres, más tarde se escondieron, se cortaron los arroyos, y sólo escarbando la tierra se conseguía el agua formando lo que llamaban aguadas que estancadas, que solamente con la limpieza cotidiana sirvió durante años para el consumo de los animales. Se perdió el berro, la achicoria y otras plantas que nacían silvestres en los manantiales de agua dulce y servían para las exquisitas ensaladas, acompañando el asado de nuestros gauchos. La calidad de vida de aquellos pioneros al arruinarse las quintas, se derrumbó. Todo ello, a consecuencia de iniciarse un período de cambio climático a intervalos de dos o tres años, las lluvias, y con más notoriedad la nieves no se hicieron presentes, que se retiraron paulatinamente de esa amplia zona hasta casi la pre-cordillera.
Comenzó la instalación de molinos de viento con poderosas bombas para extraer el agua de pozos cada vez más hondos y las perforaciones dieron lugar a una escalada de progreso industrial y una mano de obra especializada; el Molinero, que hoy es habitué de la campaña y auxiliar de las ovejas que ansiosas esperan su llegada; ¡se ha roto un molino! 



El viento ha hecho estragos en la rueda del molino y la bomba que arroja agua desde el pozo, está siendo reparada por el Molinero; las ovejas esperan; el cielo límpido no ofrece esperanzas de lluvias y al molino concurrirán a saciar su sed de varios días, desde varias leguas a la redonda.
El hombre, que ha jugado sus cartas al destino, ya definitivas en la cría de ovejas en el campo patagónico, resigna sus apetencias de éxito y entabla su diálogo silencioso con el cielo azul de todos los días, a veces más alegre que los nublados de ceniza que un volcán arroja desde muy lejos. El destino ha recurrido a medios tendenciosos y no muy legales para vencer la impronta del poblador patagónico; hombre tenaz, aguerrido y de espíritu invencible. Se intentó combatir el guanaco, para preservar el agua y aprovechar su piel en la famosa chulengueada, consistente en perseguir su cría, en ese tiempo, muy valiosa. En la foto se ve una guanaca, madre desorientada en la búsqueda de su cría, el chulengo que ha sido cazado desde la cuadrilla.



Solapada actitud del hombre en detrimento de la fauna que le ayuda a soportar las sequías; acá sale con su paso tranquilo el ñandú que en las correrías también ha sido alejado de sus nidos, la disgregación de sus pichones (charitos) que, reunidos, pueden llegar a ser decenas y de varias posturas, todos al cuidado del ñandú macho que los cuida como atendió su nido que la hembra le dejó. 



Toda la fauna, al igual que la flora, interviene en la partida contra el destino que se ha aferrado al cambio climático en una Patagonia que sin nieves de invierno, sin lluvias de verano, ve manifestarse las estaciones del año sólo por la intensidad del  frío o el calor. Otro personaje tan nuestro, herido por las naturales circunstancias adversas en los campos, es el Puestero, y nadie puede hablar del último puestero porque los campos, las estancias, hay que cuidarlos; pero el hombre ha quedado solo, sin la compañía de sus familias que conformaban una realidad social y un aliciente para su alma, una alegría de vivir, ver crecer los hijos. Hoy el Puestero recibe de su familia, visitas; mientras él sale todos los días a recorrer aguadas y molinos. 



Ahí va rumiando soledades el puestero, en su zaino bien cuidado y su perrito compañero; ¿en qué piensa?... En el bullicio de su hogar allá en el pueblo, en los guardapolvos blancos de sus nenes ya listos para la escuela, las promesas de regalos si este año llueve, según la radio lloverá, comprará la bici para los varoncitos y las muñecas a las nenas. Quizás los faldeos se cubran de flores, un ramo para ella juntará en una canasta que, entre tejidos de mimbre azul, ya preparó y dice: “flores para mi amor”.



                            Jorge Gabriel Robert -  febrero 2012















Bookmark and Share

miércoles, 8 de febrero de 2012

EL RELATO DE HOY





Mesas de café


Juan Bautista Vallés




Pasé  buenas horas de mi vida en mesas de café.
Me inicié en el Abasto Bar de la mano de mi padre.
Vi, con enormes ojos, partidos de damas y de dominó, y escuché los silencios de las piezas de ajedrez.
Me asombré de hombres que masticaban recuerdos que se enredaban en las columnas de humo de los cigarrillos infinitos. Trepaban, por los dibujos de esas nubes ascendentes, ranchos miserables de tierras áridas, rostros de mujeres secados al sol y ojos de madre lejana. También miradas de niños extrañando un padre y variados paisajes vástagos de caprichos de la naturaleza.
El bar tiene un solo sonido en el que se incluyen el que brota de las fichas de dominó colocadas sobre las mesas, pedidos de mozos de saco blanco, comentarios alegres o de bronca, y una vitrolera extraña a mis experiencias.
Tiene también muchos silencios como los de amores frustrados o imposibles ahogados en alcohol, la pasada del quinielero, el riego de esperanza a los sueños de jugar en la primera de San Lorenzo o el de lograr un buen negocio.
Alguna vez el tiempo se lo llevó y el Abasto se fue con su memoria al reino de los silencios. Parece que primero lo abandonaron los hombres que lo frecuentaban y lo acunó entonces la soledad.
Iguales sonidos de bar encontré en las mesas del Café Tortoni cuando ya mis manos escribían llantos del corazón, porque éste ya había amado.
En esas mesas de la Avenida de Mayo garabateaba libretas de tapas negras, soñando que a mi alrededor bailaban versos de Fernández Moreno y se podrían quedar a vivir en el papel.
Las tapas frías del mármol de cada mesa no enfriaban, sin embargo, los ánimos de los políticos de la contra comentando noticias y rumores siempre  favorables a sus ideas. Y compulsivamente ensayaban susurros conspirativos de nunca alcanzar.
Ecos de mesas de billar andadas por bolas y tacos de madera distraían de murmullos de enamorados que, en uno de los reservados del fondo, tejían sueños más benévolos que la realidad actual.
Yo también asenté mis codos y apoyé la cabeza entre mis manos tejiendo anhelos que sabía inalcanzables.
Igual posición me encontré repitiendo en las mesas del Touring destejiendo la vida pasada, buscando sueños que fueron y recuerdos que son.
Y hallé ruidos iguales y otros nuevos.
Y mesas redondas y cuadradas.
Pero mesas de café que no son iguales a las otras. Éstas no tienen vida, aquéllas son compinches de amores conversados, de pérdidas y duelos elaborados en la alterada paz íntima.
Mesas silenciosas para seres que esconden tras miradas ausentes tantas alegrías y tantos dramas como caben en una vida.
En cualquiera de estas mesas en las que eché anclas alguna vez, quisiera hoy apoyar un codo, prender un cigarrillo y pedir un café.
Ver en un instante de magia sentados a amigos y compañeros de tantas otras veces.
Recordar charlas y discusiones con pasión.
Tener en estas arrugas que rodean mis ojos hoy, la mirada de aquellos años de juventud.
Y dejar así inmóvil que el tiempo se agote.
Hasta que un mozo –o un ángel guardián- se acerque y me diga ¡ya cerramos!


Playa Unión, 1997

Bookmark and Share

miércoles, 1 de febrero de 2012

EL POEMA DE HOY






ACUARELAS DE UN AMANECER PATAGÓNICO

Por Camila Raquel Aloyz de Simonato (*)



El ardiente sol se eleva
rasgando la oscuridad con sus
aceradas espadas
derramando los colores de la aurora
sobre nubes, cielo y tierra.


Rojo, escarlata, coral
argentados azules
aterciopelados negros
grises perlados, van cambiando
su tonalidad.
Anaranjados, amarillentos dorados
pálidos verde limón
diluyéndose, mezclándose
borrándose, palideciendo
en claro
límpido
azul.



(*) Escritora de Comodoro Rivadavia, autora de “Raigambres sureñas (Lo que el viento no arrasó)” - edición del autor, Comodoro Rivadavia, 1984, “Poemas” (1976) y “Habíaunavez. Cuentos”. Docente con una amplia carrera como directora de la Escuela Bilingüe, San Julián (1945/49), profesora de idiomas extranjeros en el Colegio Nacional “Perito Moreno” (1949/67) profesora de la cátedra de inglés en la Universidad “San Juan Bosco” (1963/65) y profesora fundadora del Liceo Militar “General Roca” (1967/77), todos en Comodoro Rivadavia. El presente poema pertenece a su libro“Raigambres sureñas”.
Bookmark and Share